Disclaimer: Los personajes de Sherlock Holmes no me pertenecen, sino a su autor Sir Arthur Conan Doyle. La serie "Sherlock" pertenece a la BBC.
Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.
Personajes: Sherlock, John Watson y otros.
Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene Slash, sobrenatural, misterio, y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.
Resumen: Sherlock no cree en Dios ni en el Diablo, se guía por la lógica y la ciencia. Hasta que un día, él y John conocen a un joven de peculiares ojos sangre y se embarcan en una aventura inesperada.
"Sólo uno sobrevive, prevaleciendo por sobre los demás, sólo uno hasta que la cadena se rompa o resurja el mal".
Beta: Lily Black Watson.
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El que tiene mil nombres
Capítulo 1.-El joven de los ojos sangre
Sherlock Holmes siempre fue un hombre de ciencia, la lógica y el conocimiento hacía girar su mundo y no había cabida para amigos imaginarios llamados, dioses, ángeles y demonios; cualquier cosa relacionada con ellos, simplemente era borrada. No quería que el precioso espacio en su cerebro se desperdiciara con tales tonterías.
Era un día normal en el 221B de Baker Street; había sido una semana sin muchos casos, y los pocos que tuvieron, no llenaban las expectativas de Sherlock.
Al mediodía, un joven moreno arribó al departamento del detective consultor y su doctor. Holmes no tardó en deducirlo, mientras John le ofrecía asiento en la silla de los clientes. Media unos 1.68 cm., cuerpo delgado, usaba un pantalón de mezclilla deslavado con algunos agujeros, pero no hechos por el desgaste natural de la tela —que no tenía más de dos lavadas—, lo que indicaba eran así originalmente; una playera negra tipo polo y unos tenis de marca. Sus muñecas estaban adornadas con pulseras de hilo con palabras que Sherlock no comprendió. El muchacho no parecía mayor a los 18 años, pero su mirada era la de un hombre que ha vivido por mucho tiempo.
— ¿En qué podemos ayudarle? —preguntó John con cierta incomodidad pero tratando de ser afable, había algo extraño en el joven, era como estar en presencia de un animal salvaje.
—Soy José Castillo —dijo con voz de quien aún conserva vestigios de una adolescencia recién perdida —pero preferiría que me llamaran Itzamná—.
El joven era latino, Sherlock lo dedujo fácilmente, saltaba a la vista. Había llegado en el vuelo de las 6 am., desde México. No llevaba maleta, lo que indicaba que la había dejado en el hotel donde se estaba hospedando. Tenía una pequeña mancha de café en la ropa, casi imperceptible, posiblemente tomó un desayuno ligero, apresurado probablemente. Tenía un ligero y característico aroma mezcla de incienso y hierbas; quizás fue a una iglesia católica o participó en algún ridículo ritual y por supuesto que Sherlock se lo hizo saber.
—Es verdad lo que dicen de usted —dijo el joven sonriendo. —Necesito que me ayude a encontrar a mis hermanos y hermanas, antes de que ellos lo hagan —suspiró —. Quizás no crea lo que estoy a punto de contarle, pero les aseguro que cada palabra es verdad. En el principio de los tiempos, cuando Dios…—
— ¡Aburrido! —dijo Sherlock. José ni siquiera se movió. —Pensé que me traerías un caso interesante—.
—Hagamos un trato, señor Holmes: Si logro convencerlo, me escuchará… Sino… bueno, le daré algo de entretenimiento —Sherlock lo miró renuente, pero finalmente asintió.
Itzamná de pronto se tensó, algo andaba mal; sin mediar palabra, salió corriendo y Sherlock lo siguió inmediatamente, seguido de John. El muchacho corría rápido, como si fuese un atleta de alto rendimiento. Fueron necesarias gran parte de las habilidades físicas del detective consultor para poder seguirle el paso.
Llegaron hasta un edificio abandonado, donde los drogadictos solían reunirse para consumir.
—No debieron seguirme —dijo el moreno tan pronto le dieron alcance.
—No debiste salir corriendo así —replicó John tratando de recuperar el aliento, por supuesto que Sherlock no parecía ni tan sudoroso o agotado como su compañero, al contrario, sus ojos brillaban con la anticipación de la emoción que no había tenido desde su último enfrentamiento con Moriarty.
—Están en peligro, deben marcharse. Después les diré lo que quieran, pero ahora… Por favor, váyanse —les pidió preocupado, sin embargo, ninguno de los dos se movió.
Sherlock observa al joven escrutadoramente; éste comienza a tensarse, olfatea el aire y él le imita, el casi imperceptible olor a muerte que surge poco a poco comienza a hacerse más evidente.
Una mujer andrajosa y de horrible aspecto sale del edificio, sus ropas raídas están sucias por manchas negruzcas que Holmes no tarda en deducir: sangre.
—Carne fresca —la voz de la mujer es chillante, pero hay algo en ella que produce miedo. Sherlock lo siente, pero se niega a moverse; por alguna razón, tiene el impulso de querer proteger al joven de la misma manera que le sucede con John.
Watson ya ha entrado en modo soldado; tiene la pistola en la mano, acariciando el gatillo, listo para disparar en el momento adecuado. Por alguna razón, su cuerpo tiembla, esa mujer le produce miedo, uno diferente al que podía esperar sentir, que no había experimentado desde que estuvo en la guerra.
La extraña muestra un cuchillo ensangrentado, lo pasa por su cuello haciendo una señal que ellos interpretan perfectamente, sin más, se lanza contra Sherlock. John ni siquiera lo piensa, le vacía todas las municiones de su pistola: una en la pierna, dos en el pecho, otra en la cabeza y las demás se pierden.
La mujer cae de espaldas y Watson suelta el arma, intenta ir con la mujer y ayudarle ahora que está inofensiva, pero Itzamná se lo impide.
—Idiota, acabas de liberarla —gruñe. Sherlock está por acercarse también, pero la piel de la difunta comienza a moverse violentamente, como si hubiese algo vivo bajo esa delgada capa de piel, tratando de salir. Entonces, la carne se abre con asquerosos sonidos. Una criatura de un metro de altura surge de las entrañas de la mujer que yace muerta en un charco de sangre. Parece no tener piel e incluso se puede apreciar las venas verdosas, su cabeza es grande y deforme, sus ojos son oscuros, pero en ellos se refleja el terror.
Sherlock retrocede un paso, inconscientemente, cubriendo a John con su cuerpo. Tiene una sensación de miedo, su mente no es capaz de procesar lo que sus ojos ven, la lógica le dice que aquello delante de él es, imposible.
—Maldición —Itzamná era el único que no parecía afectado con lo que pasaba delante de ellos, era como si le resultara tan común como un amanecer o el cambio de estaciones. —Por última vez, váyanse ahora que aún hay tiempo—.
El moreno dio un paso adelante y se quitó la camisa, dejando su torso al desnudo. Sus ojos se volvieron rojos en un segundo y su cuerpo comenzó a mutar bajo la mirada de los otros dos hombres; luego su mirada se volvió felina.
— ¡Jesucristo! —exclamó John. Eso no fue todo, las manos del muchacho se volvieron garras y la forma humana mutó hasta casi desaparecer.
La metamorfosis fue una visión repugnante —tanto, que incluso Sherlock tuvo problemas para mantener su cuerpo quieto —. El sonido de los huesos crujiendo, las vísceras y las venas creciendo, expandiendo y moviéndose… hasta que frente a ellos quedó un ser que era más bestia que humano.
—No se muevan y no interfieran —dijo aquella criatura, aún con leves vestigios humanos, pero de voz bestial.
La mujer río con ganas; no había comido un nahual desde hacía tiempo y como era muy joven, de seguro su carne estaría suavecita.
Sherlock observó perplejo, aquello en lo que se había transformado Itzamná: Una figura alta —casi tanto como él—, un fino pelaje negro le cubría desde las orejas redondas hasta los pies y la cola. Sus extremidades se asemejaban a las de un felino, su cabeza era como la de una pantera. El pantalón y el calzado se encontraban destrozados en el suelo, apenas su ropa interior se mantenía intacta.
El enorme felino rugió sin más, y se lanzó contra el ente maligno. Sherlock y John se mantuvieron quietos, cómo dos mudos espectadores.
Unos minutos, horas, ninguno de los dos supo cuánto tiempo pasó hasta que la bestia que era Itzamná, logró matar a la criatura, destrozándole la cabeza con sus fauces. Lanzó el cuerpo inerte lejos, después murmuró unas palabras en latín y al instante, ambos cuerpos yertos (el disfraz humano y su forma demoniaca), se prendieron en llamas hasta desaparecer por completo.
José comenzó a tambalearse, dio un par de pasos a medida que recuperaba su forma humana, a la vez, dejando al descubierto la gravedad de las heridas que le dejara la pelea.
—Mal… ción… —murmuró y se desmayó. Se había dejado lastimar más de la cuenta tratando de evitar los constantes ataques dirigidos a John y Sherlock. Tal vez no había sido una de sus mejores ideas, ir en busca de ellos.
John se apresura en auxiliar al joven, tiene heridas profundas que no tardarán en infectarse si lo deja así; da un leve suspiro, terminado el superficial chequeo, no hay nada que ponga en peligro su vida. Le llamaron la atención (y le preocupó en partes iguales), la gran cantidad de cicatrices que Itzamná tenía.
—Hay que llevarlo a casa —dijo John y Sherlock asintió con la cabeza. Se quitó el abrigo y con él cubrió el cuerpo del joven, cargándolo con toda la delicadeza posible.
Aún no podían creer lo que habían visto, era imposible. Los chicos no se transforman en hombres pantera y las ancianas psicópatas no se vuelven demonios.
Cuando eliminas toda solución lógica a un problema, lo ilógico, aunque imposible, es invariablemente cierto.
Itzamná despertó dolorido, una sensación bastante común en los últimos días. Miró el techo que le era desconocido, pero el aroma lo reconocía, le habían bastado sólo un par de minutos para aprendérselo de memoria: 221B de Baker Street.
La habitación olía a su dueño, por lo que no le fue difícil saber a quién pertenecía, a Sherlock. Se levantó con cierta dificultad. Parpadeó un par de veces al vislumbrar y encontrar su maleta en una esquina de la habitación y se vistió teniendo cuidado de no abrirse las heridas.
—Ya has despertado —Sherlock se encontraba en la puerta, sin quitarle los ojos de encima.
—Señor Holmes —dijo José, aliviado de verlo sin una sola herida, pero se puso rígido enseguida por la mirada que el detective le dedicaba, era como si lo estuviese escaneando. Simplemente no pudo evitar sentirse como un animal de laboratorio.
—Debes regresar a la cama, si tus heridas se abren, John se enojará —Sherlock estaba fascinado con los ojos del joven (que aún conservaban algo del color rojo).
—Lamento lo sucedido… yo… —apretó los puños. Había dolor, pero no por las heridas, frustración; estaba cansado, casi al límite, había estado luchando durante mucho tiempo, tratando de evitar algo.
Oh, aquella mujer era ese "algo", o al menos parte de lo que José trataba de detener.
— ¿Por qué acudiste a nosotros si considerabas que era peligroso para personas que no son como tú? —dijo Sherlock, poniendo en palabras lo que el mismo joven pensaba.
—Yo quería encontrar a mis hermanos… pero jamás imaginé que el Caballero Blanco estuviera con uno de ellos—.
Sherlock buscó la mentira en el rostro de José, pero sólo encontró soledad y dolor.
—Necesito que el doctor Watson esté presente para explicarles—.
Sherlock lo condujo a la sala y lo ayudó a sentarse en el sillón mientras aguardaban el regreso de John, que había ido a comprar algunas vendas y lo necesario para evitar una infección.
Cuando Watson regresó y vio a Sherlock con el joven, frunció el ceño molesto, por la irresponsabilidad de ambos.
—Deberías de estar en cama —dijo John con tono reprobatorio mirando al latino —. Tus heridas podrían abrirse—.
—Estoy bien. No es la primera vez que me hieren durante la batalla y le aseguro que no será la última —suspiró pesadamente —. Tienen preguntas y con gusto las contestaré—.
— ¿Qué eres? —preguntó Sherlock de golpe, ya sin contenerse.
—Soy un nahual —habló el joven sin rodeos —. Hasta hace nueve años, yo pensaba que Dios, el diablo y cualquier cosa sobrenatural, no era más que pendejadas. Al menos así fue hasta que mi abuela comenzó a enseñarme y bueno… ahora ven el resultado—.
— ¿Qué quieres de nosotros? —preguntó John en modo soldado. No iba a permitir que nadie (humano o no), lastimara a Sherlock.
José suspiro profundo y recito lo siguiente:
[… En los amaneceres del tiempo, cuando Lucifer fue condenado a los abismos del infierno. Libró una batalla contra el rey de los demonios… y ganó. El perdedor escapó al mundo del hombre; junto con lo que le quedaba de su ejército quienes comenzaron a devastar la tierra.
Los únicos que le hacían frente, eran aquellos mestizos por cuyas venas corría la sangre de ángel y humano, pero poco podían hacer contra aquellos seres infernales. Finalmente Dios se compadeció de su creación y envió a Gabriel junto a su ejército para acabar con la amenaza.
El Demonio de los mil nombres, como era conocido; peleo feroz contra Gabriel que ayudado de mortales capaces de tomar formas diferentes, lograron derrotarlo. Pero al ser un ente oscuro, no podía morir. Entonces Dios ordenó a Gabriel dividir al demonio en siete partes: Envidia, Orgullo, Odio, Vanidad, Avaricia, Ira y aquel que contendría a todos ellos, Corazón.
Para evitar que el demonio volviera a asolar la tierra, Gabriel encerró las partes en siete guerreros.
El tiempo transcurrió; aquellos siete valientes que una vez mantuvieron encerrado al demonio, murieron. Pero su labor no concluyó, sus existencias estaban para siempre ligadas al ser demoniaco.
Los siete siempre nacían con edades similares y en el mismo poblado o región.
Siempre unidos por una cadena sangrienta.
En su sexta reencarnación; ocurrió algo que cambio la vida de todos ellos para siempre].
—Una sexta adoradora del demonio de los mil nombres, apareció, comenzó a capturar a los siete guerreros para intentar liberar al ente maligno; pero jamás lograban su objetivo, gracias a un hombre vestido de blanco, quien acababa con ellos, pero sólo podía salvar a uno de los guerreros y luego moría —Sherlock comenzaba a sentir un dejo de nostalgia y esta crecía a medida que Itzamná proseguía con su historia. —La ventaja que tienen sobre nosotros, es que ninguno recuerda sus vidas pasadas, que permanecen selladas, en cada reencarnación—.
— ¿Quién o qué eres tú? —preguntó Sherlock. El muchacho le producía una sensación extraña, como si deseara protegerlo de un mal invisible.
—El Corazón del demonio —dijo con parsimonia el muchacho—. Gracias a mi abuela, mis recuerdos despertaron y pude realizar un ritual que impide a cualquiera que no sea yo, encontrar a mis hermanos—.
—Si tú eres el único que puede localizarlos ahora, ¿por qué nos necesitas? —dijo John.
—Ellos deben tener tu edad y haber nacido cerca de ti, lo que significa que se encuentran en México —Sherlock detuvo sus deducciones en seco, ¿Cómo era posible que él supiera eso?
—Hace mil años era así, pero algo sucedió (algo que no puedo recordar), que interrumpió todo e hizo que la cadena se… alargara. —Itzamná se levantó para quedar frente a John, una vez frente a él le dijo. Una enim catena, usque ad mille vel daemonum nomina resurface confractus—.
— Septem enim sunt sacrificia, quia continere secretum sanguinis —. Watson se sobresaltó, ¿desde cuándo comprendía el latín y lo hablaba?
Itzamná sonrió, sin importarle lo que pensaran, abrazó a John, con la alegría de alguien que no ha visto a un ser querido en mucho tiempo y que lo acaba de recuperar.
—Orgullo, me alegro de que estés a salvo, hermano —dijo el moreno y después miró a Sherlock sin romper el abrazo. —Jamás pensé que el Caballero Blanco, estaría con uno de los nuestros. Quizás, está vez, tengamos una esperanza de ser libres—.
….
Sherlock estaba extrañamente callado desde que Itzamná les había regresado sus recuerdos de vidas pasadas, a través de un ritual. Aún le costaba trabajo asimilar toda la información, su cabeza era una maraña de recuerdos sin pies ni cabeza —algo que según el propio José, tardarían días en ordenarse —. Averiguo así, que en su vida anterior a esta, fue un pirata, y que un día tuvo la necesidad de permanecer en tierra e internarse en el monte alejado de la mano de Dios, usando ropas blancas.
Pensar que siempre que intentaba salvar a John y a los otros, fracasaba. Pero está vez, las cosas iban a ser diferente; dedicaría cada segundo que tuviese disponible, cada recurso a su disposición —incluso si tenía que pedirle ayuda a Mycroft—. Él, iba a desmantelar esa secta de la misma forma que lo hizo con la red de Moriarty.
Continuará…
….
