Disclaimer: Hetalia no me pertenece. Pido piedad por adelantado, es la primera vez que escribo a esta pareja. ;w;
Vincent van Dijk- Países Bajos
*Spanje- España en neerlandés.
La vuelta a casa desde la editorial era pesada, sobre todo en días oscuros como aquel. Un frío día de septiembre, un adelanto del invierno madrileño y el nuevo curso escolar. El autobús poco a poco se llenaba de adolescentes y jóvenes, mientras Vincent se encogía en su sitio algo incómodo. Hubiera preferido ir andando muchísimo más que pegado a tantos seres humanos, pero no le quedaba otra si quería ahorrar tiempo. Su piso en las afueras no le dejaba otra.
¿Cuánto se le ocurriría mudarse a España? A él, por la promesa de un trabajo bien pagado. Pero ahora le daría una colleja a su yo pasado.
Un chico se sentó torpemente en el asiento frente al suyo. Tenía el pelo marrón oscuro, la piel ligeramente bronceada, y a juzgar por su aspecto debía ser un universitario de no más veintidós años. Sonreía ampliamente, mientras escuchaba a lo que parecían dos compañeros: un chico albino con una voz chirriante y un rubio con marcado acento francés. Vincent frunció más el ceño, y miró por la ventana, ignorándoles, y recordando a su hermana pequeña.
¿Le iría bien a Emma en Bruselas? Reflexionó sobre aquello, sabiendo que en casa solo podría pensar en su trabajo y dinero. Gruñó interiormente de molestia al sentir un cosquilleo en la nuca, la sensación de que alguien le observaba, aunque en cierto modo estaba acostumbrado. Su peculiar peinado atraía alguna que otra mirada extrañada.
Pero los ojos verdes con los que se cruzó no eran precisamente así. Vincent no hubiera sabido explicar esa expresión, mezcla de inocencia, curiosidad, y amabilidad, y tan solo alzó una ceja. Intentaba simular enfado, apartar esa mirada de significado desconocido que le frustraba levemente.
Unas paradas más adelante, el extraño y ruidoso trío bajó, devolviendo la normalidad y la monocromía a la vida de Vincent.
El evento con el chico de ojos verdes se repetía todos los días, como si su vida fuese un disco rayado que le pedía algo más. No tenía razones para prestar la más mínima atención a ese niño, por muy profunda y brillante que fuese su mirada. Por mucho que destacara entre tanta escala de grises.
Su vida diaria se resumía a levantarse temprano, ir a la gran editorial donde trabajaba en contabilidad, ver al chico de ojos verdes en el bus y terminar en su solitario y magnánimo piso. Los días libres los ocupaba en limpiar y contar sus ahorros para economizar todo lo posible. Era la vida organizada que Vincent siempre había deseado y Emma siempre criticaba, por ser "carente de color".
¿Para qué demonios necesitaba color? Su vida iba perfecta tal y como estaba.
Pero el mínimo detalle bastaba para trastocarlo todo, y hacerle sentir que faltaba algo. El holandés tuvo que darse cuenta de la manera más nimia y estúpida posible.
Durante una semana entera, el joven de ojos verdes no apareció, y sus amigos de siempre se sentaban lejos. Vincent se sintió inquieto, a pesar de no saber nada en absoluto de ese chico. Estaba acostumbrado a mirar por la ventana, y ver reflejado en este la figura de su cara, su mirada y algo de sus cabellos siempre despeinados, como si fueran una impronta sobre el cristal. ¿Qué habría ocurrido? El viernes anterior parecía bien, sin atisbos de enfermedad. ¿Habría tenido un accidente?
¿Y qué demonios hacia él pensando en un tipejo que ni siquiera conocía?
Se ajustó su inseparable bufanda, y nada más bajar de su parada encendió un cigarrillo. No le gustaba nada esa sensación que acababa de descubrir.
Y, como se temió, aquella repentina perturbación le repercutió en el trabajo.
-Vincent-san-dijo Kiku Honda, un chico de origen japonés, moreno de ojos oscuros, que se llevaba extrañamente bien con el neerlandés, cuando todo el resto de trabajadores a su alrededor le temían por su agresiva mirada, entre otras cosas.
-Ja? Dime-se tomó la molestia de parar lo que estaba haciendo y mirarle. Kiku se había ganado ese privilegio, aunque tal vez ni él mismo lo supiera. El asiático bajó la cabeza, como reticente a expresar sus pensamientos. Vincent suspiró con paciencia, y decidió seguir a lo suyo en lo que nipón seguía.
Tardó exactamente seis minutos de reloj.
-…N-No quisiera importunar, Vincent-san…Pero el jefe ha advertido que está usted un poco distraído-murmuró, lo suficientemente alto para que el rubio le entendiera.
-¿Ah, sí? Pues dile que yo no me noto distraído.
-…Hai, demo…
-Me quieres preguntar si sucede algo, ¿no?-el silencio fue respuesta suficiente.-No, Honda, no sucede nada.
-Comprendo-suspiró, al parecer un poco aliviado. Hizo una leve reverencia y se fue, sin saber que atrás, dejaba a un holandés preocupado y confuso, aunque su rostro continuara rígido como siempre.
Y con unas incontenibles ganas de fumar.
Maldijo el frío mortal de noviembre en Madrid, mientras sentía sus manos congelarse en el tiempo que le costaba encender el maldito cigarro. Solo agradeció que cerca de su trabajo no hubiera un parque infantil, un hospital, o algo así. Si no pudiera ni siquiera fumar de cuando en cuando, habría dejado ese trabajo en seguida.
Cuando al fin el pitillo se hubiera encendido, Vincent se apresuró a ponerse los guantes, sintiendo un escalofrío. Una ráfaga de viento frío había golpeado la calle en la que estaba, y podía ver a todos los viandantes encogerse sobre sí mismos.
-Spanje*, el país del sol…-masculló, molesto. Por el tiempo que llevaba allí, ese país solo merecía aquel título en verano, algo de primavera y poco de otoño. O tal vez había venido en un mal año, pero le daba igual. Aquellos nubarrones no eran como los de su natal Ámsterdam, y, como casi todo en ese país, le irritaba.
Terminó el cigarrillo y lo pisoteó con fuerza, volviendo a entrar para seguir con su trabajo. Al pasar por las puertas giratorias, vio su propio reflejo. Su cabello rubio pálido y unos ojos fríos y verdes. La bufanda que siempre llevaba encima, y ese grueso abrigo marrón.
Finalmente, para alivio de la rutina de Vincent, el joven de ojos verdes reapareció. No parecía muy bien, sin embargo. Se sonaba la nariz continuamente, teniendo la nariz roja como un reno de Santa Claus, y tenía la mirada perdida y algo ausente. Ese día, Vincent le prestó más atención de lo usual, pasando ser el joven un "objeto decorativo" de su vida a una persona existente.
Le bastaron cinco segundos para tener información sobrante.
-¡Vamos, Antonio, anímate! Kesesesesese!
-Gilbert, mon amie, no seas grosero. Nuestro petit Antonie tiene dolor de cabeza.
-Gracias, Francis…-respondió el moreno con una amable sonrisa algo cansada.-Pero no pasa nada. Sé que Gil no puede aguantarse.
Antonio. Reflexionó sobre aquel nombre, al parecer muy habitual en España, y una pequeña parte de él se alegraba de haber descubierto una ínfima parte de la identidad del chico de ojos verdes.
Una pequeña parte de él que el mismo Vincent desconocía, y que iba a comenzar a conocer de forma más turbulenta de lo que desearía.
La ciudad comenzó a vestirse de Navidad, llena de luces y adornos navideños. A mediados de Diciembre, el único que al parecer aún se ponía de morros al pensar en ello era Vincent. Gastar dinero, aunque fuera en un austero regalo para sus padres y su hermana pequeña, y fingir que todos eran felices y estaban unidos era algo que le asqueaba.
Increíblemente, no, no era el único, aunque por razones demasiado dispares.
-Antonio, tío, anímate…
-…No me pasa nada, de verdad…Dejadlo-murmuró el castellano, sonriendo de forma algo forzosa.
Menuda gilipollez. Hasta Vincent podía verlo, aunque no solía fijarse en el estado de ánimo de los demás, a menos que fuera por su propio bien.
-Antonie…
-Déjalo, Francis, de verdad. Yo…Iré a buscar el libro que querías, y me voy a casa. Necesito estar solo un rato.
El francés asintió, y por una vez Gilbert guardó silencio. Ver a Antonio desanimado era algo demasiado extraño, concluyó el neerlandés de todo aquel teatro. Cuando se fueron, en la parada de siempre, la forzosa sonrisa del moreno desapareció, y se dedicó con lo que parecía cansancio a mirar por la ventana.
Vincent apretó los labios, ignorando la vocecilla que le decía "no le mires más" y a su rígido sentido común. Infantilmente, le molestaba que ese chico no sonriera como siempre. Abrió la boca, sin saber qué sonido iba a articular.
-Antonio.
