Hola; éste es un fic bastante curioso, creo yo. Esencialmente, empezó siendo un AkaKen, pero se centra más en las aventuras de Akaashi. (?) Serán varios capítulos, está ambientado en la etapa de transición del Edo a la era Meiji... a medias, claro, para darle cabida al fic. No serán largos capítulos, algunos quizás sean uno o dos párrafos y los estaré subiendo conforme los vaya escribiendo.
Para las personas geniales que estaban esperando "Piezas condenadas" les tengo la mala noticia de que mi antigua lap murió, la mandaron a arreglar y la gente, que a veces suele ser detestable, la dio por muerta y no quiso devolverla. Así que se perdió la historia. Recuperé algunas partes de lo que le había mandado a algunas personas para que leyeran, pero sigue sin ser suficiente. Si algún día lo retomo, lo subiré.
Subió los fardos de ropa que había llevado consigo y los acomodó en el suelo de la diligencia; se las arregló para amarrar la cinta que mantenía por completo su kimono de algodón atado a su cuerpo y, manteniendo al bebé cerca de su pecho con el brazo libre, subió. Tomó su lugar al fondo, empujando con los pies su poco equipaje hasta que quedó debajo del asiento. Las demás personas comenzaron a abordar; se encogió tanto como sus medidas se lo permitían y el pequeño se removió entre los trapos que lo cubrían. Bajó la vista: todavía no abría los ojos, pero tenía el cabello de su padre, eso era seguro. Lo arrulló ligeramente, sin saber a ciencia cierta qué era lo que debía o no debía hacer. Hacía mucho tiempo atrás, cuando su piel era tan blanca y suave como la de su amo, cuando tenía escasos cinco años y cuando no tenía la menor idea de lo que le deparaba, había escuchado a su madre cantarle canciones de cuna a su amo, logrando que se calmase con eso. Pero nunca las había memorizado y las que había aprendido en los últimos años estaban lejos de ser confortables para una criatura tan pequeña.
―Por favor no llores… ― Pidió.
Una mujer se sentó a su lado. Sus ropajes no eran mejores que los suyos, pero era comprensible. Ninguno de los viajeros podría permitirse algo mejor que eso. Seguramente muchos se marchaban a la nueva capital, a buscar aquello que la Época Meiji les había arrebatado. No dudaba que alguno de los hombres que subían hubieran sido samuráis o señores feudales con anterioridad, pero esos tiempos habían terminado. Muchas personas, incluyéndose, habían vendido todo cuanto tenían en Kioto, esperando tener la cantidad adecuada de yenes para poder emigrar a otro sitio donde la modernidad hiciera todas esas maravillas de las que hablaban las personas que llegaban de Tokio. Por su parte, tenía esperanza de tener a un lugar al cual llegar, aunque tras las revueltas que se habían suscitado años antes y que apenas se habían apagado meses atrás no le dejaban certeza alguna.
―Sé bueno, ¿quieres?
No se calmaba. Había nacido la madrugada del día anterior y cuando no estaba durmiendo, estaba llorando. Si comenzaba a hacer lo segundo, las personas en la diligencia se incomodarían y tendría que verse en la necesidad de abandonar el transporte. Pero controlar bebés no era su fuerte y los gestos que hacía le indicaban que, más tarde que temprano, estallaría en llanto.
―¿Cómo se llama?
Volteó a ver a la mujer que le preguntaba aquello. La misma que se había sentado a su lado momentos antes. Tendría que rondar los cincuenta. Pensó que era tal vez por su edad que no le importaba transgredir las reglas del espacio personal nipon.
―No tiene nombre ― se limitó a decir.
―¿Cómo no va a tener nombre?
―No lo tiene.
―¿Cuándo nació?
―Ayer, en la madrugada.
―¿Y usted va a viajar con el bebé así, hasta Tokio?
―Sí.
―Son al menos cuatro días de viaje
―Sobrevivirá.
―¿Y cómo va a darle de comer?
―Pensaré en algo.
―¿Dónde está la madre del niño?
Pensó en responder, pero sintió un nudo oprimiendo su pecho y se limitó a bajar la mirada, observando a lo único que quedaba de Yukie. La mujer a su lado pareció entender a la perfección.
―Lo lamento por su esposa. Usted parece ser un hombre muy joven. El marido de mi hija murió hace unos meses. Ahora ella tiene una niña de año y medio… Oye, Kiko, acércate.
Inmediatamente, una mujer que no se veía mucho mayor que él tomó asiento al lado de su madre, le dirigió una tímida reverencia y se inclinó después para ver al bebé, que ya comenzaba a quejarse.
―¿Me permite? ― la voz de la joven era suave, apenas un susurro. Bastante diferente a la de Yukie. Lo dudó un poco, pero se intentó mantener sereno.
―…el bebé tiene hambre. Kiko puede alimentarlo ― insistió la mujer.
―No tengo con qué pagarlo…
Ambas negaron.
―¿Cómo lo está alimentando?
―Estoy sumergiendo un trozo de paño en un cuenco de leche, luego lo pongo en su boca y chupa de él. Es… la única manera que encuentro para alimentarlo ― admitió.
Adivinó una mueca de sorpresa en el rostro de la mujer mayor y reparó en la forma en la que buscó con la mirada el recipiente en el que llevaba la leche.
―No va a durar tanto tiempo. Está comenzando el verano, la leche será inservible mañana por la tarde. Kiko puede alimentarlo durante estos días. Éstas no son cosas de hombres, señor. La crianza de los hijos nos corresponde a nosotras, las mujeres. Y a usted le falta una.
Estaba por protestar cuando el pequeño estalló en llanto. Los últimos pasajeros estaban abordando y las miradas se clavaron en él. Un hombre cargando a un bebé era demasiado extraño, lo sabía. Pero no iba a dejarlo. Y tampoco podía bajarse de la diligencia.
―No voy a apartarme de usted ― susurró Kiko.
Terminó por acceder, pasándole los trapos en los que el niño iba envuelto. Notó cómo la forma en la que la joven lo cargaba era más delicada, más experta. Lo meció con suavidad y luego, descubriéndose el seno izquierdo, dejó que el niño lo tomase con los labios, succionando.
―¿Cuál es su nombre? ― preguntó
Le tomó un segundo darse cuenta de que la pregunta iba dirigida a él.
―Akaashi. Akaashi Keiji.
Si llegaron hasta aquí, muchísimas gracias por leer. ¿Por qué Akaashi tiene un bebé de Yukie? Eso no se va a responder en el siguiente capítulo, ni en el siguiente, o el siguiente. (?) Ya se irán aclarando las cosas. Pero si les gustó, me alegro. Y si no les gustó y de todos modos lo leyeron, me alegro también. ¡Suerte!
