Marionette

Los hilos se movieron con precisión, un saludo, una reverencia, el principio de un cuento.

Dentro de aquél pequeño mundo de ilusión los movimientos fluidos contagiaban alegría, narraban una historia que no sucumbía a la tristeza y que no cruzaba nunca los limites de la felicidad.

Los movimientos ágiles y veloces de sus amaestradas manos, daban vida propia a cada pequeño actor. Fabricaba sonrisas al por mayor en cada niño que se atreviera a tomar parte en la aventura cada tarde.

Tallaba con sumo cuidado cada uno de los personajes de sus historias, con paciencia los dotaba de características especiales, unos fuertes otros delgaduchos, unos músicos otros trovadores, pero al final ni uno ni otro lo ayudaban a llamar su atención.

Al terminar el día sus orbes miel no se posaban en él ni por equivocación. Su sonrisa se limitaba a iluminar al pequeño que la acompañaba y él aun no era merecedor de aquel privilegio que tanto anhelaba.

Rebuscó entre una inmensa cantidad de caballeros apasionados, princesas encantadas, plebeyos con suerte, faunos simpáticos y niños soñadores, pero ninguna interpretación obtenía más que un frío aplauso de parte de su encantadora damisela.

Los latidos de su angustiado corazón no eran escuchados por la alegre castaña que parecía ser inmune a la imaginación y a la magia que él solía provocar.

Entusiasmado lo intentaba una y otra vez, deseaba con el alma que sus relatos encantaran a la dueña de sus suspiros y ella le obsequiara en recompensa, la mirada y la sonrisa que iluminarían sus atardeceres.

Planeo entonces la mejor de las actuaciones, talló con delicadeza una imitación casi perfecta de la inalcanzable doncella y con un final feliz trazó el escenario y los personajes necesarios para relatar su propia historia. Aquella en la que al fin le expresaría sin titubeos que él ahora no era más que una marioneta de sus deseos y peticiones y que sin posibilidad de moverse por su cuenta, ansiaba que ella tomara cuanto antes los hilos de su vida entre sus delicadas manos.

Pero esa tarde ella no se presentó, y las semanas parecieron acumularse con lentitud entorno a su preocupación y a su desgastada esperanza.

Ella no regresó.

Él soportó su ausencia.

Sucumbía, de vez en cuando, a extenuantes noches de llanto para presentar al día siguiente su función con naturalidad. Guardó su actuación especial en le rincón más profundo de su memoria.

Por lo menos por un tiempo.

Perdió la cuenta de los días, el viento rendido, se llevó el dulce aroma de la castaña lejos de su alcance y la necesidad de alejarse de aquel lugar inundado de su voz y su recuerdo creció en su interior con una rapidez insoportable.

Fue entonces que decidió presentar la historia de final ficticio, dejaría cualquier indicio de su damisela en aquel sitio.

Y así lo hizo. Los movimientos de sus manos expresaron con distinción el sentimiento que lo desbordaba, los personajes cobraron vida magistralmente y los hilos que los sujetaban desparecieron.

La curiosa multitud se acercó, el bullicio de gente se aquieto y él no se dio cuenta de nada. Terminó sin inmutarse y el estruendoso sonido de los aplausos lo extrajeron de su mundo de imaginación.

Aturdido observó con sorpresa a su alrededor y en su recorrido chocó con aquellos ojos miel y esa radiante sonrisa que creyó haber perdido para siempre.