Era ya tarde, y me encontraba perdida por las calles de aquella ciudad, intentando localizar la dirección que tenía escrita en un papel en mis manos, mientras conducía el carro de mi madre –un mazda3 blanco con no más de un año de uso, el cual mi madre había comprado con mucho esfuerzo- e intentaba no chocar en el intento de leer, manejar, ah, y no encontrarme con un fiscal ya que era menor de edad y no tenía licencia de conducir, porque si me lo encontraba y agregaba esto al plus de que me había robado el carro mientras dormía mi querida y jubilada madre en la tarde, no iba a ser lindo.

Después de media hora más, encontré el lugar, era una academia de artes, que sinceramente pasaría desapercibida si no fuera por los dos pequeños letreros en su entrada indicando que clases impartían ahí. Era una quinta azul de dos plantas "Perfecto" –pensé- y con una facilidad de los mil demonios –ya que no había ningún carro parado a excepción de una Hilux plateada- me estacione y cerré el carro con la alarma, para luego acordarme que había dejado el currículum dentro. Lo recogí y me fui a la entrada de aquella quinta.

Toqué el timbre, ansiosa porque alguien me abriera, pero para mi sorpresa la puerta sonó, "ah, es automática, obvio Kag", y entré. Aquello estaba desierto, y los grandes ventanales me dejaban ver que no había nadie –o por lo menos nadie a simple vista-, entré y me sorprendió que alguien por fin se asomara "ya me sentía en la dimensión desconocida".

Buenas, ¿se le ofrece algo? –preguntó amablemente la mujer-

Ehm, si buenas, eh, vengo por el anuncio en el periódico de profesora de música.

¿Enserio? –me miró con incredulidad, no la culpaba, sencillamente había ido con lo primero que se me atravesó en el closet y sin peinarme bien-.

Sí, aquí tiene mi curriculum –y se lo entregué mientras me echaba un vistazo a mi misma: una camisa de tirantes rosados, unos zapatos deportivos blancos y jeans desgastados "Te luciste Kagome Higurashi" pensé sarcásticamente-.

Kagome Higurashi, mucho gusto, mi nombre es Kagura Saeki –extendiéndome su mano la cual obviamente no iba a rechazar y le correspondí al acto- ejecutas de piano y dice aquí que tienes nueve niveles de teoría musical, ¿desde que edad comenzaste?

Desde los 6 años –dije orgullosamente, no porque fuera alguna creída, pero algún día esos 9 años de aburrimiento continuo tenían que servirme de algo y esperaba que fuese ahora mismo- ¿debo hacer una prueba o algo?

Mmm, sí, déjame buscarla.

Y así se fue la mujer a su oficina trayendo consigo un pequeño papel, un examen de nivelación por lo que pude leer, y me llevó hacia uno de los salones: era totalmente blanco, con una cantidad aproximada de veinte pupitres, había una pizarra metálica al frente de la puerta, y al lado de esta en la misma pared un teclado electrónico, y extrañamente había un CPU en el piso debajo del escritorio que suponía correspondía al profesor en turno, y encima de éste había un video beam.

Lo resolví con toda la parsimonia del mundo, no tenía apuros, y la prueba teórica estaba condenadamente fácil, le di las gracias mentalmente a mi maestro Myoga por todas las veces que me obligó a sufrir, mientras le rogaba a kami que me dieran el trabajo, no soportaría 9 meses de vagancia mientras esperaba entrar a la universidad, y mi madre por muy benevolente que fuera, tampoco iba a mantener a una vaga.

Entregué la prueba media hora después, me hicieron una evaluación práctica, en la cual me puse extremadamente nerviosa porque tenía dos años sin tocar un piano, y después de eso me despedí de la Sra. Saeki, bajo la clara convicción que me llamarían.

Y así fue, dos semanas después me encontraba delante de una muy divertida Kagura observando mi cambio, y no era para menos, era mi primer trabajo, en una zona de ricos, y no debía ir mal presentada: llevé mi azabache cabello pulcramente peinado y secado, una camisa larga de mangas cortas de color verde oscuro, haciendo juego con el chocolate de mis ojos, un jean azul oscuro, y unos zapatos de vestir de cuadritos de diferentes tonos de marrón. Sí, definitivamente a partir de ese día comenzó a cambiar mi vida, un 15 de septiembre a mis muy cortos 16 años.