"Luego vi que un Ángel descendía del cielo, llevando en su mano la llave del Abismo y una enorme cadena. El capturo al Dragón, la antigua Serpiente –que es le Diablo o Satanás – y lo encadeno por mil años. Después lo arrojó al Abismo, lo cerró con llave y lo selló, para que el Dragón no pudiera seducir a los pueblos paganos hasta que se cumplieran los mil años. Transcurridos esos mil años, será soltado por un breve tiempo. (Apocalipsis: 20. 1- 3)

Grecia, Atenas. Santuario de Atenea: domingo, 08:00 am.

Se encontraba en su trono una joven de unos quince años aproximadamente. Meditaba y de repente salio de sus pensamientos.

-Mil años… es hoy. Shion. –Ordeno. –Dile a los doce caballeros dorados que se presenten ante mí.

-Si, mi señora. –dijo el Patriarca mientras hacia una reverencia.

El patriarca corrió a llamar a los caballeros y en menos de lo que canta un gallo los doce santos dorados estaban junto a su diosa. Ella les sonrío y se levanto de su asiento para hablarles.

-Hoy se cumplen los mil años, en que Lucifer fue encerrado junto a su ejército en el abismo por San Miguel y el Ejército celestial. –dijo la reencarnación de Atenea.

-¿Y que con eso? ¿No se supone que la Santa Iglesia Católica se ocupara de ellos? –pregunto el león Aioria.

-Si. Eso es cierto. Pero esta vez hemos recibido una carta del Santo Padre para que ayudemos a sus guerreros. –dijo una imperturbable Saori.

-¿Eso quiere decir que?... –pregunto Shura de capricornio.

-Eso quiere decir que ustedes, mis doce caballeros de oro, y yo iremos a la Santa Sede a hablar con su Santidad, el Papa, y sus guerreros para ayudarlos y trabajar unidos para proteger la tierra. –dijo con una sonrisa Saori mientras los demás ponían cara de fastidio.

-¿Y que hay de nosotros? –pregunto una voz muy conocida para Saori.

-Seiya. –murmuro con una dulce sonrisa Saori.

-Ustedes son unos mal educados escuchando conversaciones que no les incumben. –dijo el Patriarca Shion mientras que la diosa reía.

-Por favor Saori- san, déjanos ir contigo. –volvió a hablar el santo de Pegaso.

La diosa volvió a reír y hablo.

-Esta bien pueden venir conmigo. –dijo finalmente mientras suspiraba. –Shion por favor quédate junto a los santos de plata para cuidar del santuario. Los demás prepárense en una salimos rumbo al Vaticano.

-¡Si! –obedecieron los santos.

Ciudad del Vaticano, Santa Sede. Domingo 15:00 pm.

-Su Santidad no era necesario enviarle una carta a la reencarnación de Atenea. Nosotros podemos vencerlo. –dijo una voz femenina algo enfadada.

-Madre superiora no es necesario enojarse. Es una buena idea que Atenea nos ayude a proteger la tierra. Además eso ayudara a que estemos todos los humanos unidos para defender la tierra. –contesto tranquilamente el líder de la Santa Iglesia.

-Pero su Santidad son paganos. Hace mil años no necesitamos de su ayuda. ¿Por qué usted ahora?

-Madre superiora por favor. Es necesario que la Santa Iglesia se una a los paganos para poder pregonar un mejor mensaje. No daremos un buen ejemplo si siempre estamos encerrados en nosotros mismos. Nuestro Señor quería a todos los humanos unidos. Ahora nos uniremos para proteger a la tierra y a sus habitantes. Pero me extraña que usted me diga esto. Usted que debe conocer mejor que nadie lo que nuestro Señor desea. –dijo su Santidad mientras arqueaba sus cejas.

La mujer miro a su Santidad sorprendida y volvió a mirar hacia el suelo en señal de vergüenza.

-Lo siento su Santidad. –solo dijo la joven.

-Regrese a sus labores, madre, que en unas horas Atenea nos visitara con sus santos. Y quiero que usted y su grupo los reciban bien.

-Si su Santidad. –dijo la joven monja mientras hacia una reverencia y regresaba a sus labores.

Habiendo regresado a su despacho, se sentó en su escritorio y siguió con sus labores hasta que un hombre de larga sotana y de ya entrada edad golpeo su puerta. Ella le dio el permiso para entrar y cuando el entro lo saludo con una reverencia.

-Cardenal Mario di Medici. –saludo ella.

-Escuche que fuiste a hablar con su Santidad. –dijo tranquilamente el hombre mientras se sentaba.

-Si. Es que me parece una perdida de tiempo que Atenea y sus santos nos ayuden. Con nuestro poder es más que suficiente.

-¿Todavía no entiendes los deseos de su Santidad? Me extraña de ti que…

-Si, comprendo. Pero… aun así. Yo creo que puedo sola, maestro.

-Recuerda hija mía que el orgullo y la vanidad son unos pecados muy graves en una monja con tu experiencia y cargo. –dijo el cardenal guiñándole el ojo.

-Si, lo se muy bien Excelencia. Y me confesare mañana. –dijo ella sonriendo.

-Espero que entiendas los deseos de su Santidad. Bueno… debo irme. En unos minutos Atenea estará aquí y debo ir a recibirla, como uno de los consejeros de su Santidad mi deber es estar ahí. Cuando lleguen te avisare así tu y los demás van a saludarlos. –dijo el cardenal ante la mirada de fastidio de su Discípula. –Recuerda que debemos ser amables.

-Si, su excelencia. Hasta luego. –dijo ella mientras se despedía.

Ciudad de Roma, Aeropuerto, domingo 19:00 pm.

Una joven bajo de un avión seguida por diecisiete jóvenes.

-Miren un sacerdote. –dijo Saga de géminis mientras que un joven con sotana negra les indicaba se acercaran.

-Atenea y sus santos supongo. –dijo el sacerdote.

-Si. –asintieron los caballeros y su diosa.

-Su Santidad y las autoridades de la Iglesia los están esperando en la Santa Sede. Suban a los autos que mis compañeros y yo los llevaremos. –dijo el sacerdote mientras hacia señas hacia los cuatro autos que se encontraban allí. Todos manejados por sacerdotes.

Los jóvenes asintieron y subieron.

-Supongo que no nos dirás tu nombre. ¿Verdad? –dijo Seiya al joven cura.

-Mi nombre es Giuseppe, pero preferiría que me llamen padre Giuseppe, santo de Pegaso. Aquí todos nos tratamos con respeto. –dijo secamente el joven.

-Ah…si. Lo lamento… padre. –dijo Seiya mientras Saori lo miraba decepcionada.

Ciudad del Vaticano, Santa Sede. Domingo 21:00 pm.

Los jóvenes y su diosa bajaron de los autos y los cuatro sacerdotes los guiaron hasta la Santa Sede. Todos quedaron maravillados con la arquitectura del lugar y la belleza de los frescos de la capilla Sixtina. Los santos se miraban cómplices entre ellos mientras Saori tenia una mirada preocupada.

El padre Giuseppe se detuvo y vieron a dos hombres de edad madura vestidos con sotanas negras y una especia de gorro rojo en sus cabezas. En el medio un hombre de unos cincuenta años, vestido de blanco con su báculo pastoral en la mano derecha.

-Su Santidad, sus Excelencias. –dijeron los cuatro sacerdotes mientras hacían una reverencia.

Ellos respondieron el saludo y los jóvenes sacerdotes se fueron dejando a Atenea y a sus santos a solas con su Santidad y los cardenales.

-Su Santidad. –dijo Saori haciendo una reverencia.

-Atenea. –dijeron ellos saludándola con respeto. –Gracias por haber respondido mi llamado, Atenea. Es un honor para mí que nos ayudes en esta importante misión.

-Su Santidad, el honor es nuestro. Pero hay muchas cosas que quisiera preguntarle.

-Todo a su tiempo Atenea. Antes quiero presentarte a siete jóvenes muy importantes en esta nuestra Iglesia. –Y haciendo una señal cuatro monjas, vestidas con hábitos negros, y tres sacerdotes, con sotanas de igual color, aparecieron.

Los santos y Atenea abrieron sus ojos en señal de sorpresa, pues estas personas eran muy jóvenes, no pasarían los veinticinco años.

Los jóvenes le dirigieron una reverencia al Santo Padre y miraron a Atenea y a sus santos.

-Atenea ellos son los que van a pelear al lado de tus santos. –dijo el Papa.

Los Santos abrieron sus bocas y sus ojos desmesuradamente totalmente asombrados, ¿ellos? Cuatro monjas que parecían unas niñas adolescentes y tres curas que parecían tres niños mimados.

El primero en hablar fue el caballero de cáncer.

-Ajajá. Es un chiste ¿verdad? Esas cuatro monjitas y tres curitas van a ayudarnos a pelear contra el Rey de los infiernos.

El Papa y los cardenales lo miraron asombrado mientras que una de las monjas hablo.

-¿Quién te crees que eres para hablar así? ¡Todavía no saben ni nuestros nombres y ya nos están juzgando! –grito furiosa la monja.

-Pues yo creo que su única habilidad debe ser rezar. –dijo el santo de cáncer en tono burlón mientras que Saori trataba de disculparse por aquel comportamiento ante unas monjas y curas totalmente furiosos.

-¡¿Cómo te atreves?! ¡Tú no eres más que un fanfarrón! ¡Ya mismo te demostrare quien soy para que me tengas respeto! ¡Ignorante! –grito furiosa aquella monja mientras que las demás miraban todo enojadas a excepción de una.

-¿Así? Ven ahora mismo monjita débil. –contesto fanfarroneando el caballero.

La monja fue a atacar pero otra la detuvo.

-Es suficiente, hermana Fátima. –dijo la seria la monja mientras que la otra la miraba asombrada y obedecía.

-Deathmask es suficiente. –dijo enojada Saori.

La monja se quedo mirándolos y se acerco a Saori.

-Sabia que esto era una perdida de tiempo. Ni siquiera saben quienes somos y ya nos atacan y nos juzgan por las apariencias. ¿Sabe algo caballerito? Nuestro Señor Jesucristo dijo una vez "No juzguéis o seréis juzgados" así que mejor quédese callado para no hacer el ridículo. –dijo la monja con una mirada llena de furia ante unos avergonzados caballeros.

-Lo lamento mucho no fue nuestra intención ofenderlos. –dijo Saori muy apenada. –Santo de cáncer discúlpate con ellos. –Ordeno Saori.

El santo de mala gana se disculpo y el Santo Padre siguió hablando.

-Que no los engañen las apariencias. Voy a presentárselos. –dijo el Papa.

-El es padre Franco de Borgia. –dijo el Santo Padre mientras un joven de cabello negro y tez morocha se presentaba. –El es la reencarnación del arcángel San Jofiel.

Todos quedaron mirando asombrados. Ellos siete eran las reencarnaciones de los siete arcángeles de Dios.

-El es el padre Antonio de Asturias. Reencarnación del arcángel Shamuel. El es el padre Giovanni Chiaravallotti reencarnación del arcángel Zadkiel.

Dos jóvenes pasaron al frente y saludaron con una reverencia, Antonio era alto y delgado de cabello corto y castaño y tez blanca. Giovanni era un joven de estatura medianamente baja de ojos verdes y cabello negro.

-Muy bien ahora las señoritas, ella es la hermana Ana Blanchett, la reencarnación del arcángel san Gabriel. –la joven dio un paso al frente para saludar. Era alta su cabello no se veía por el habito pero sus ojos eran castaños y su piel trigueña.

-Ella es la hermana Teresa Scott, reencarnación de Arcángel san Rafael. –la joven se acerco y saludo, a diferencia de la hermana Ana era de baja estatura y sus ojos eran negros pero su piel era pálida como la del padre Antonio.

-Ella es la hermana Fátima Navazzotti. Reencarnación del arcángel San Uriel.

Era la joven que el santo de cáncer había provocado, saludo amable pero con la mirada atenta como un león a punto de atacar. Era alta y su tez blanca mientras que sus ojos eran color verdes.

-Y por ultimo pero no menos importante, la Madre superiora María Sforza. Ella es la líder de los arcángeles y la reencarnación del arcángel San Miguel.

La joven que había detenido a la hermana Fátima dio un paso adelante y le tendió la mano a Atenea. Era de mediana estatura de ojos azules y tez demasiado blanca. Su mirada estaba llena orgullo a pesar de ser una madre superiora.

-Disculpe una pregunta. –dijo el Santo de Tauro. – ¿Madre superiora? ¿Cuánto años tienes?

-Tengo veinticuatro, pero tengo cuatro doctorados. –dijo la joven.

Todos se miraron entre si, es cierto era muy joven, pero muy inteligente.

-Bueno entonces es hora de que yo presente a mis caballeros. –dijo Saori muy alegre. – empezare de derecha a izquierda: Mu de Aries, Aldebarán de Tauro, Saga de Géminis, Deathmask de Cáncer, Aioria de leo, Shaka de Virgo, Dohko de Libra, Milo de Escorpio, Aioros de sagitario, Shura de capricornio, Camus de acuario y Afrodita de Piscis, ellos son mis santos dorados. Y ellos –señalando a Seiya y a los demás. –Son mis santos de bronce, Seiya de Pegaso, Hyoga de cisne, Shiryu de dragón, Shun de Andrómeda e Ikki de fénix.

Todos saludaron con una reverencia y los sacerdotes y monjas respondieron.

-Espero que nos llevemos bien. Es el deseo de su Santidad y las autoridades. –dijo la madre superiora con una sonrisa.

De repente se escucho un ruido y Seiya avergonzado se llevo las manos al estomago mientras los demás reían.

-Lo lamento es que tengo hambre. –dijo el santo sonrojado.

Unos de los cardenales sonrío y se dirigió a la madre superiora.

-Hija llévalos a que les sirvan la cena. Estos muchachos deben tener hambre.

-Si maestro… digo excelencia. –contesto ella. –Síganme los llevare al comedor.

Saori miro al Papa y este le dijo:

-Ve tú también Atenea, mañana discutiremos bien el asunto. Imagino que deben estar cansados por el viaje.

-Si, mañana sin falta hablaremos del asunto, su Santidad. –dijo Saori mientras seguía a la madre superiora.

Los santos y Saori seguían a la madre superiora por un corredor.

-¿de verdad eres una Madre Superiora? Creí que para eso tenias que ser vieja. –dijo Milo de Escorpio.

-No necesariamente. Soy la más fuerte de los Arcángeles y la líder de estos. También soy una diplomática del Estado del Vaticano y como te dije antes tengo cuatro doctorados.

-Eres una cerebrito. Que se la pasa estudiando y rezando. –le contesto el caballero de Escorpio.

-¡Milo! –regaño Saori.

-Me importa muy poco lo que piense un pagano de mí. –dijo secamente la monja. –Ya llegamos al comedor. –dijo ella mientras abría una puerta y se encontraban con una mesa llena de comida.

Los santos de bronce se abalanzaron sobre la comida mientras que los de oro se sentaban tranquilamente junto a Saori. La joven monja les sonrío y se sentó con ellos.

-¿No va a comer Madre superiora? –pregunto Mu.

-No, yo ya he comido. Los dejare y cuando terminen les mostrare donde se hospedaran. –dijo la joven mientras se iba.

Los santos quedaron solos con su diosa y se miraron.

-No parece muy amable. –opino Milo.

-Si no hubieras hecho esa escena Deathmask seguramente no seria tan apática con nosotros. –opino Aldebarán.

-Shaka ¿sentiste algo extraño cuando estuvimos con ellos? –pregunto Saga.

-Si, aunque no lo parezca son muy fuertes. Esa monja talvez sea tan fuerte como Atenea- sama.

Todos se miraron y siguieron comiendo.

-Es la reencarnación del Arcángel Miguel ¿Qué esperaban? –dijo Camus.

-No lo mas amabilidad. El Papa y los cardenales fueron amables, pero las monjas y los curas, en especial la Madre superiora no fueron muy amables. –respondió Milo.

-Si no hubieras hecho ese comentario la madre superiora no nos hubiera tratado con antipatía. –contesto molesto el santo de acuario.

Saori solo pensaba sin escuchar ni una sola palabra de lo que hablaban sus santos. Algo le preocupaba y no era solo la liberación de Lucifer. Había algo más.