-Link… yo…- una lágrima, una sola, descendió por la delicada cara azulada de la princesa del Crepúsculo, su mirada decía tantas cosas que Link no supo cómo interpretarlas- nos vemos – ella sonríe, pero es una sonrisa amarga, y mientras dice eso, empuja su lágrima, la cual flota hacia el espejo, y Link lo entiende. Es una frase sin sentido, una promesa sin valor alguno. Y cuando la lágrima toca el centro del espejo y este empieza a quebrarse en millones de pedazos diminutos, Link siente como si fuera su corazón y, comprende, que no hay vuelta atrás, que ese es el final. Que nunca la volverá a ver. La princesa sube rápidamente las escaleras y le ofrece una sonrisa más al joven héroe. Y este dice algo, algo que se opaca con el sonido de la teletransportación hacia el crepúsculo y el espejo romperse. Pero la princesa de Hyrule lo sabe. Ella sabe lo que dijo el héroe.
-Midna…-
El ambiente de pronto se oscurece y la princesa de Hyrule se siente caer. Nubes negras cubren el anterior ocaso.
Abre sus ojos, intenta enfocar mientras su mente se enfrenta al nuevo día. Está en su habitación, la habitación real del castillo de Hyrule. Ella es una reina y tiene un nuevo día por delante.
-Su majestad- llaman a la puerta y solo da el permiso de entrar para volver a enroscarse entre las suaves y finas telas de sábanas. – Mi pequeña Zelda – dice dulcemente Impaz entrando – Debería estar en el baño y no durmiendo – la princesa no contesta y la pequeña viejita lo entiende, ha sido ese sueño otra vez. Donde el mundo de Hyrule vuelve a caer bajo las manos de Ganondorf. Y Zelda tiene miedo, porque nunca había pasado que la maldad atacara dos veces en un mismo siglo. Y eso ya es muy malo. – Princesa Zelda, sus responsabilidades – y con eso la rubia, de tan solo veinte años, se levanta decidida a dar todo por su pueblo, mientras pueda.
