—Me quiere… No me quiere…—
Sentada sobre el césped a orillas de un rio, hacia un rato Prusia arrancaba los pétalos de una margarita, a ver si de este modo no resuelve aquella pregunta que aun no tenía respuesta.
Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Al principio iba a decirle a un joven que le profesaba un tremendo afecto, más allá de lo fraterno. Cada vez que le sucedía algo terrible, ella sufría por dentro; aun así no iba a dejarse ver "vulnerable " ni actuar como una chiquilla soñadora e idiota, tenía una imagen que mantener ante el público. Cuando pensaba en aquel de la sonrisa dulce y modales sutiles, sentía mariposas en el estomago. De eso hace poco, quien sabe, tal vez por aquel lazo fuerte que han formado con sangre y lagrimas; Tenían sus diferencias y coincidían en otras cosas, hasta se lastimaron entre ellos varias veces.
También ella guarda memoria de hermosos momentos, como aquel de su niñez cuando estaba llorando afuera porque se le ha roto el brazo a su muñeca.
—Ven, le voy a curar el brazo—. El niño de sus remembranzas le extendió su mano, le devolvió el gesto sin chistar, yendo juntos a la casa de este, para poder remendar la muñeca.
Cuando alguien les había traído sopa caliente, ambos se pusieron a orar, dando gracias por el techo y el alimento.
—Hola Señorita Prusia… ¿Qué haces? —
Después de arrancar más de la mitad de los pétalos de la flor, sin que nadie le avise, aquel que provocaba las sensaciones que tiene una muchacha enamorada se sentó a su lado, viéndola con curiosidad.
—No es de tu incumbencia—, le espetó, creyendo que no se fijaría más de lo usual. Olvidando lo perceptivo que era.
—Me he fijado en la flor que sostienes… A mí también me sucede lo mismo—. Se sorprendió por su franqueza—. Hay alguien que no me deja comer en paz. Estoy seguro que debes identificarte con lo que te acabo de decir.
—Bueno… Yo—, se le hacia un nudo en la garganta, antes de responderle de la mejor manera que podía. –Desde cuando tengo porque contarte mis cosas!—. Su expresión facial se noto esquiva, lo que le sacó una sonrisa afable.
—Sabes que puedes confiar en mi, como yo confió en ti— Le pasó el brazo por encima el hombro, como recostándola hacia él. —Ahora y siempre—. Ella encontró la respuesta a su pregunta, a la vez que Lituania tomo la margarita de su mano, para comprobar si Prusia lo quería del mismo modo.
—Hey, es mía—. Le arrebato, haciendo una mueca gruñona.
