Aclaraciones: todos los personajes así como las situaciones son propiedad de George R.R. Martin.
Little silver crown
Había llorado hasta quedarse sin lágrimas, con los ojos rojos e hinchados, casi sin poder ver. Había gritado su nombre al viento hasta desgarrarse la voz, arañando su piel clara. Había rasgado sus ropas para hacer de la pena y el dolor su única prenda. Dentro de ella sólo quedaba el vacío pero su corazón roto no dejaba de latir, pese a que ella ya no quería vivir.
Nunca había pedido nada de lo que se le había otorgado; no quería ser reina, pero ahí estaba, envuelta en negro, con los cabellos castaños alborotados, acariciando la pulida superficie de plata.
Le vio por primera vez tumbado en su cama, con una flecha en el brazo. Había estado a su lado cuando el maestre le había extraído la madera astillada; tenían las manos entrelazadas y los ojos febriles, brillantes. Él le había hablado de su familia, de su infancia y ella le escuchaba, embelesada, con una sonrisa tímida y esperanzada. Había sentido su dolor la noche en que la había tomado. Y había sentido todo su amor cuando se casaron. Robb le puso sobre sus rizos una corona plateada para que todo el Norte supiera que ella era la reina, su amada.
Y todo lo que ella era, lo que podría ser, había expirado, como cristales de un sueño añicado. Porque sin él no era nadie y la vida perdía todo su color. Ser reina no merecía la pena si él no reinaba a su lado. Y lloraba porque no había sido capaz de darle un heredero que ocupase su lugar en su corazón, un hijo que le permitiese recordar, que le recordase a él, a sus ojos azules y su calidez, su sonrisa clara y sincera. Lloraba porque todo lo que había querido ya no estaba y sólo le quedaba su pequeña corona de plata.
