Nada me pertenece, excepto ideas. Personajes no creados por mí, solo usados para el fic.

MariS.


Suspiró, alzó la mirada en silencio y sintió la cálida brisa del amanecer en su rostro. Ladeó la cabeza, pero no había nadie detrás de él. Estaba solo. Solo desde ese momento. Se había dado cuenta de no había ni habría nadie.

Era el último día y ya no había marcha atrás. Solo entre escombros, no tenía idea alguna de dónde se habían quedado sus amigos. En dónde habían terminado en aquella batalla. Solo tenía una idea en mente.

Ella.

Era cuestión de tiempo, para que muriera en algún lugar. Para que pereciera. Su destino era ese, pero él no creía en el destino. Aquella enorme criatura pudo haberlos vencido. Pudo haberlos vencido a todos y a cada uno, pero él aún creía en ella. Aún podía sentirla. No la creía perdida por esa oscuridad a la que ella acervaba; estaba destinada.

Él aún confiaba en ella y en su suerte.

— Raven...

Inspiró y recordó lo que guardaba entre sus manos. Aquello que el chico bestia le había dado. La moneda de la suerte. ¡Ya no era nada! Solo una tonta moneda. ¡Solo un tonto recuerdo de algo que jamás volvería a resultar igual!

Jamás.

Pero antes de darse por vencido, escuchó un llanto. Un pequeño sollozo desde una esquina de aquel enorme vacío rocoso, en el que habían terminado. En aquel vacío en el que él se había sumido.

Tenía que ser alguien. Un sobreviviente que necesitaba su ayuda. Caminó lo más aprisa, corrió hasta el lugar de origen. Se quedó en silencio, al ver aquello que presenciaban sus ojos.

Era ella. Pero era una pequeña niña, ya no era la Raven que conocía. Sonrió, al verla alzar la cabeza y retroceder ligeramente. Robin, solamente sonrió al verla.

— Raven, soy yo. Robin, tu viejo compañero. Tu amigo.

— ¿Robin? No te recuerdo muy bien. ¿Qué está sucediendo aquí? Tengo tanto miedo.

— Ven conmigo, salgamos de aquí.

La sensación indescriptible que se formó en su garganta, bastaba para mantenerlo en pie. Raven ya no era la misma, pero aquella pequeña que sostenía entre sus brazos, era parte de su amiga. Era parte de aquella que su vida había dado por un destino que no estaba trazado. Nadie tenía su destino marcado y menos ella.

Aunque el mundo quisiera decir lo contrario. Ella ahogó un bostezo y cerró los ojos, en su regazo, sumida en sus sueños.

— ¿Tú eres mi amigo, Robin?

— Sí, Raven. Yo soy y seré tu amigo. No tienes nada que temer, yo siempre voy a estar a tu lado. Pase lo que pase, estaremos juntos.

— ¿Para siempre? ¿Para siempre, Robin?

— Para siempre, Raven. Toda la eternidad. Los amigos nunca te dejan solo. Te lo prometo.