CAPITULO I: La caza
Plas, plas, plas
Las pisadas de una pareja de enamorados se alejaron por la amplia y elegante avenida. Una noche silenciosa y especialmente oscura, como diseñada a placer por un pintor para la ocasión, cubría el cielo de la ciudad. ¿Qué hora debía ser? No importaba realmente, puesto que ya no había nadie en la calle que pudiera delatarles.
¿Delatarles? ¡Ja! Ni que alguien pudiera pillar desprevenido a un vampiro.
Pero en fin, toda prudencia es poca, ¿no?
- Creía que nunca llegaría el momento... - murmuró una silueta a su lado – Me muero de sed... literalmente.
- Cierra la boca, Leo – advirtió otra voz – Acabemos esto rápido y en silencio, ¿de acuerdo?
La chica que había hablado era la segunda al mando de aquella misión. Tenía el cabello largo y despuntado, con un flequillo hacia la derecha de la frente y negro como la noche que cubría su escondite. Los ojos relucían con un deje de autoridad azules y fríos. Su piel era realmente pálida, aunque eso no era nada de extrañar en aquel peculiar grupo. No aparentaba más de diecisiete o dieciocho años.
- Vaya, vaya... a la pequeña Evita no le gusta mucho esto, ¿no?
- Jódete, capullo. Sabes de sobras mi opinión.
Leo le fulminó con la mirada mientras ella le ignoraba. Normalmente Eva nunca perdía así los nervios. Es más, era siempre la más eficiente, rápida y mortal en cualquier misión, y solía acatar las órdenes en completo silencio. Pero en ese momento, solo quería que aquella noche pasara lo más aprisa posible.
Una mano se posó en el hombro de la joven.
- Basta – dijo una voz grave y melódica – Se acabaron las tonterías.
Nadie se atrevió a replicar. Después de todo, el hombre que acababa de hablar era Marcus, el líder de la misión, y uno de los vampiros más poderosos que existían en la ciudad. Su increíble belleza solo era comparable al peligro que mostraban sus ojos oscuros.
- Ya hemos hablado de esto... - le susurró a Eva al oído.
- Marcus, nunca te he fallado, y no lo haré ahora. Pero... ¿una familia entera? No es nuestra forma de actuar.
- ... Es necesario, Evangeline. No hay suficiente sangre en el depósito, debemos colaborar con el clan y alimentarnos por nuestra cuenta. Así recuperaremos fuerzas.
La hermosa mujer solo asintió con desgana y se dispuso a seguir al líder, que con una señal de la mano, marcaba el inicio de la caza.
- ¿No será... que sientes compasión por esos humanos? - dijo Leo que aún tenía esperanzas de hacerle rabiar.
Eva se apartó la capucha de la cara y clavó sus ojos en él. Sus radiantes ojos fijos. Otra vampiresa disimuló una sonrisa al pasar por su lado y ver que al chico le recorría un escalofrío.
Así, las seis sombras de fundieron sigilosamente en la oscuridad y entraron por la puerta del jardín a una gran casa de dos pisos.
- ¡¡Dejadme en paz!!
El grito furioso del joven llenó el salón antes de que este se fuera corriendo a su habitación.
Cerró la puerta de un portazo, y vestido tal y como estaba se tumbó en la cama y decidió olvidarse de aquel día tan espantoso.
- ¡Mierda, mierda! ¡Siempre es igual! - maldijo apretando las sábanas entre los dedos. Tenía razón. Otra vez había terminado el día con una discusión familiar. Siempre era la misma escena. Su padre gritaba, su madre pedía explicaciones llorando y su tía intentaba calmarlos a todos.
Menos mal que Hikari dormía fuera hoy. Lo último que deseaba es ver a su hermana menor involucrada en aquello.
Estuvo una hora así, sin conseguir conciliar el sueño, y escuchó como sus padres se iban a dormir y se despedían de la tía Aya con cierta tristeza por lo que había ocurrido. Incluso le pareció oír un leve "buenas noches" de su madre al pasar por su puerta, y era sincero. Él sabía que le hacía sufrir, pero... Ya no sabía qué hacer. Lo mejor sería dormir y hacer las paces por la mañana, cuando los ánimos se hubieran calmado.
Sí... mejor así...
- Vosotros id por la derecha, Eva, Cassandra y yo por la izquierda – dijo tan bajito Marcus que solo el oído hipersensible de los vampiros pudo entenderlo.
Se separaron inmediatamente, pero poco más tarde volvieron a la entrada. Aunque ya esperaban que no hubiera nadie en el piso de abajo. Marcus señaló el codiciado segundo piso y Cassandra, casi relamiéndose, se deslizó veloz hacia arriba. Todos la siguieron por un pasillo central. Todos excepto Eva.
Sabía lo que iba a pasar, y no quería verlo.
En verdad tenía algo de sed... pero aguantaría.
- ¿Eh? - se preguntó - ¿Y esa habitación?
Se acercó con precaución, y muy lentamente, bajó el mango de la puerta para abrirla de par en par.
Se quedó completamente en blanco.
Un muchacho joven, posiblemente de solo 12 o 13 años, estaba sentado en el suelo, con las manos apoyadas detrás suyo y las rodillas flexionadas.
Él la miró petrificado. Su cabello castaño claro, casi rubio, caía en mechones sobre un lindo rostro de ojos marrones, color miel. Parecía el típico pre-adolescente de la ciudad, incluso llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta, evidentemente no había podido dormir.
Y ahora él la miraba sin poder moverse siquiera para abrir la boca. Gotas de sudor caían por su frente y resbalaban hasta el suelo mientras los instantes pasaban. Su expresión estaba entre la de muy sorprendido, la de confuso y la de asustado. Una mezcla perfecta para una noche de terror.
Eva tampoco se podía mover. Estaba allí, de pie, en el marco de la puerta, como si fuera la primera vez que tenía que morder a un humano. ¿Qué demonios hacía ahí plantada?
Y entonces algo rompió el silencio. Un rugido de victoria, tan escalofriante que daban ganas de salir corriendo, cuando la vampiresa Cassandra probó la sangre humana.
Y gritos. Y muchos gritos.
Al escuchar aquello el chico abrió mucho los ojos, iba a gritar también.
Eva casi no lo pensó, sencillamente se abalanzó sobre él y le tapó la boca con ambas manos, utilizando mucha fuerza. Él intentó resistirse, pero la joven no le dejó escapar. Presionó el cuerpo del humano contra el suelo y se puso sobre él. Le miró, intentando calmarle. Pero los chillidos de terror que salían de la habitación de sus padres y las risas monstruosas de los atacantes no ayudaban en nada.
- Por favor... - susurró desesperada – Por favor... cállate... no hagas ruido...
Dos grandes lágrimas resbalaron de los hermosos ojos marrones del chico. No era un idiota. Aunque no entendía quienes eran, sabía que había pasado. Su madre, su padre, su tía... todos... todos muertos. Y sus lamentos de dolor aún resonaban en su cabeza, destrozándolo por dentro.
Eva empezó a pensar en lo que estaba haciendo. ¿Estaba... estaba protegiendo al humano? ¿Pero cómo iba a hacerlo? ¡No podía ocultarlo al olfato de un vampiro! Y sobretodo... ¿Por qué?
¿No será... que sientes compasión por esos humanos?
La joven apretó los dientes.
- ¡Evangeline! ¿Has encontrado algo por ahí? - preguntó uno de sus camaradas desde la otra habitación – Sino ven y bebe un poco, porque tendremos que irnos rápido... Esa mujer ha gritado como una condenada. Seguro que los vecinos ya han llamado a la policía...
Eva vio como el chico mostraba un horror indescriptible en los ojos al oir lo que había dicho el vampiro.
Iba a salvarle.
No sabía por qué, no sabía cómo... pero el chico viviría.
Era una promesa.
- Escúchame ahora – dijo al oído de él – Escúchame, porque solo si haces exactamente lo que yo te digo saldrás de esta con vida. Primero: si gritas, ni un ejército ni mucho menos yo podrá salvarte de una muerte lenta y dolorosa. Segundo: si lo logramos, mañana podrás llorar y lamentarte todo lo que quieras, pero ahora olvídate de lo que has escuchado. ¿Me has entendido?
Él solo asintió entre temblores, pero a ella le bastó.
- Eva, nos vamos – dijo la voz siempre tranquila de Marcus.
Unos pasos se acercaban a la habitación.
Eva cogió al chico por la nuca y lo empujó adentro de un armario sin miramientos. Cerró la puerta del mueble y le miró una última vez. Fue una mirada extraña.
- ¿Quién eres? - preguntó el chico casi tartamudeando por el miedo.
- Alguien a quien debes olvidar – Eva le hizo un gesto de silencio con la mano.
La morena se giró justo a tiempo para recibir a Cassandra, la otra vampiresa del grupo. Su larga cabellera rubia se movió con delicadeza, era indescriptiblemente bella. Cassandra caminaba con altanería.
Ella odiaba a Eva desde hacía siglos (y no es una exageración), si pudiera probablemente la mataría. Eva sencillamente pasaba de ella... mientras no le causase ninguna molestia. Encima cuando entró aún tenía sangre resbalando por la comisura de sus labios.
- Buenas, nena – saludó con una sonrisa falsa, mostrando unos colmillos afilados – El jefe dice que nos hemos de ir.
- Vamos – dijo Eva cortante.
Como se temía, Cassandra miró a su alrededor.
- ¿Y esto? ¿No hay nadie aquí? - preguntó.
- No
- ¿Has mirado bien? La habitación parece de un jovencito... jujuju Yo ya estoy saciada, pero la sangre joven es tan... estimulante...
"Zorra" pensó Eva "Para ti toda la sangre es estimulante"
- Además, apesta a humano. ¿No lo querrás esconder para ti sola, no?
- Ya te he dicho que no hay nadie. Es probable que el propietario de la habitación decidiera pasar la noche fuera de casa.
- Sí, supongo que sí... una pena, tenía un olor tan dulce y atrayente...
De repente, el sonido de una exhalación inundó la habitación. Usamos la palabra "inundó" porque aunque para un humano una respiración pasa totalmente desapercibida (muchos ni siquiera lo oyen) para un vampiro, para una máquina de cazar, aquello era como tocar la trompeta en medio de una misa.
Y Evangeline lo sabía.
Y desgraciadamente, Cassandra también.
Sonrió maliciosamente y dio un paso al frente para acercarse al armario donde estaba el chico, pero no pudo caminar más. Certero y muy rápido, un puñal se había clavado en su frente.
El joven humano ahogó un grito.
- Vámonos – murmuró Eva – no tolerare que me desafies, Cassandra.
La rubia rugió encolerizada y se arrancó el puñal con fuerza. Por supuesto, después de todo, no era de plata y no podía matarla.
- ...Yo se bien lo que he oido...
Entonces Eva se acercó a Cassandra, le agarró por el cuello de su traje negro y le miró profundamente.
Notó como la otra temblaba perceptiblemente.
- Te habrás confundido – dijo Eva, muy lentamente y con un tono tan suave que casi podría haberse acariciado. Solo la otra vampiresa podía descubrir la verdadera amenaza en sus palabras.
- ...
- ¡Eva! ¡Cassandra! ¡Joder, larguémonos!
La voz de Leo irrumpió en sus pensamientos. Así pues, Eva soltó a su "compañera" y se deslizaron tan silenciosas como una brisa por la ventana de la habitación. De lejos se oía la sirena de un coche de policía.
Justo antes de saltar, dirigió otra mirada a la silueta agazapada en el armario.
"Cuídate" pensó.
Los vampiros se habian esfumado por completo al instante siguiente.
El chiquillo no se movió hasta que la policía entró en la casa y sus gritos de alarma y asombro le sacaron de una especie de trance.
Mamá. Papá. Tía.
- ¿¡Pero que coño ha pasado aquí!? - decía una voz autoritaria – Kazuo, llama a la central y di que tenemos un código 332.
- Sí, sargento... ¿pido también una ambulancia?
- Esto es una masacre... ningún médico puede hacer nada por ellos...
Las voces le sonaban tan lejanas... pero entendía su significado... en realidad, no necesitaba confirmación. Lo vio en los ojos de aquella chica, lo vio tan claro...
Empezó a llorar. Todas las lágrimas que antes se había guardado, empezaron a caer como una cascada de dolor sobre él. Segundos después un policía descubría su escondite y le abrazaba con fuerza, murmurando palabras de consuelo que caían en saco roto. Nadie podía tranquilizarle, y sintió que las fuerzas le fallaban.
Se desmayó.
Y justo antes de cerrar los ojos, casi pudo oir en su mente la voz de aquella mujer de ojos de cielo y cabello azabache que le había abrazado y le había salvado la vida.
- Lo siento...
