Disclaimer: Inu Yasha pertenece a Rumiko Takahashi
"DE ÁNGELES Y SHINIGAMIS"
Por C. Weller chan
Episodio 1 de 2
Muerte
Glosario:
Dominaciones: Son ángeles que pertenecen al cuarto coro jerárquico, segundo grupo. Algunas de sus funciones son la sanación e integración de los niveles físicos, mentales y emocionales. Son ángeles que protegen hospitales; transmutan todo lo bueno hacia los humanos, así como técnicas y conocimientos para la sanación, entre otras acciones.
Shinigami: Dios de la muerte. Personificación de la muerte en la mitología japonesa.
Fuente: Wikipedia. Ángeles.- Jerarquía.- Dominaciones y Shinigamis
Nota preliminar: En vista que los ángeles son seres asexuados, Kagome será referenciada como un ser del género masculino la mayor parte del fic.
De manera en extremo cautelosa, la sombra se deslizó entre las columnas del nebuloso sitio. Haciendo evidentes esfuerzos por pasar inadvertida, la alada figura se detenía cada cierta distancia para mirar a su alrededor y verificar que nadie la hubiera visto y esperanzada de perderse entre la neblina que llenaba el lugar.
Al momento de alcanzar su objetivo, la figura suspiró aliviada y contenta. Olvidándose por completo de cuidar su presencia ahí, rápidamente voló con gracia hacia la enorme puerta de marco barroco, que se encontraba frente de ella unos cuantos pasos, de la cual surgía una tenue luz.
Una vez dentro, la silueta se detuvo delante del espectáculo que se ofrecía a sus ojos. Con deleite, observó las regordetas criaturitas incorpóreas, como fantasmas, postradas en pequeños y cómodos cuneros, durmiendo unas, balbuceando otras y algunas más tratando de alcanzar objetos invisibles y suspendidos con sus pequeños bracitos.
El recién llegado se acercó levitando hacia los cuneros más próximos para observar de manera silenciosa y extasiada los seres ahí reunidos, que le parecían lo más hermoso que pudiera existir. Emocionado, casi con miedo, extendió uno de sus brazos para con los nudillos de sus dedos, alcanzar la redonda mejilla de una de esas pequeñas almas, cuando una voz enérgica y fuerte lo hizo brincar:
- ¡Dominaciones Kagome, otra vez aquí! ¿Cuántas veces se le ha de decir que no puede entrar a esta parte del cielo? – un ángel de apariencia femenina y de edad mayor bajó de las alturas para posarse con gracia justo al lado del joven dominaciones, que, con toda la traza de haber sido pillado con las manos en la masa, se replegó dos pasos hacia atrás.
- Ho-hola ángel Kaede, ¿co-cómo ha… estado? – el ángel anciano se acercó de un paso firme hacia el dominaciones, mirándolo fijamente y con gesto adusto.
- He estado bien, gracias. Y estaré mejor si usted regresa a donde debe de estar. Si lo encuentran aquí, seguramente me castigarán por permitir la entrada a ajenos; usted sabe que este lugar es sagrado y debe permanecer enclaustrado… – a medida que lanzaba su discurso de reprimenda, el ángel Kaede trató de resistir el ardid que ese dominaciones siempre empleaba con él cuando entraba de contrabando a ese gran salón: una cara de compungimiento y de cachorrito lastimado. Sin embargo, como siempre, el sentimiento fue más fuerte y claudicó a regañadientes y enojado: - ¡Está bien, está bien! ¡Sólo unos minutos! ¿Entendió? – antes de terminar la frase, el ángel se encontró aprisionado en un fuerte abrazo y con la voz del dominaciones taladrándole el oído:
- ¡Gracias, gracias ángel Kaede! ¡Es usted el mejor! – el dominaciones Kagome soltó al ángel para enseguida volar hacia los cuneros una vez más y mirarlos arrobado. Kaede miró suspirando al joven dominaciones, que como acostumbraba, mantenía la apariencia de una joven mujer de unos veintitantos años de edad, cabello largo azabache y unos hermosos y cristalinos ojos cafés. Sonriendo, el ángel esperó las exclamaciones y grititos del dominaciones.
- ¡Qué preciosa está! ¡Y mire aquel chiquitito, tiene un mechón ensortijado en su frentecita! ¡Oh! Aquél se nota muy serio. Seguramente será muy observador de grande… - el alegre monólogo de Kagome continuó durante un rato a medida que recorría las hileras de cuneros, mientras el ángel Kaede se limitaba a seguirlo un par de pasos detrás de él. Era divertido ver la cara del dominaciones mientras observaba las almas de los niños neonatos y que tenían la apariencia del momento en que nacerían, como bebés.
Muy a su pesar, el ángel anciano decidió terminar con la visita del dominaciones. No era que le molestara, al contrario, era un auténtico placer su presencia cada vez que venía; sin embargo, no era prudente que lo encontraran allí.
- Dominaciones Kagome, creo que es hora de que se retire… - al pronunciar esas palabras, el ángel anciano miró con sorpresa la tristeza en el rostro del más joven. Extrañado, se acercó al dominaciones para averiguar el motivo de su desánimo. Hacía sólo unos momentos se encontraba tan feliz… - ¿Qué es lo que ocurre, dominaciones? – el aludido volteó hacia Kaede. Parecía a punto de llorar.
- ¿Qué le pasa a esa pequeñita? ¿Por qué está tan triste? – el ángel Kaede observó hacia la pequeña alma que se encontraba en el cunero. Su aspecto era el de una niña, seria, con ojos apagados y sin movimiento alguno que denotara vitalidad. Parecía enferma. Suspirando, el ángel contestó:
- Lamentablemente, esta pequeña será un alma atormentada. Padecerá desde su nacimiento una enfermedad que la obligará a pasar duras pruebas. Sufrirá mucho – el dominaciones de inmediato mostró compungimiento y consternación.
- ¡No puede ser! ¿Por qué ese destino tan duro? ¡Es sólo una pequeñita! – el ángel Kaede posó su mano con empatía en el hombro de Kagome.
- No está en nuestras manos cuestionar las decisiones divinas, dominaciones. Somos simples apoyos en la vida de los humanos, sólo éso – el dominaciones se acercó aún más hacia el cunero, mirando con ojos vidriosos a la delicada alma. Antes que el ángel pudiera impedirlo, Kagome tomó a la pequeña entre sus brazos y la meció con cariño y dulzura, susurrando palabras amorosas a su oído.
- Es tan frágil y chiquita… su alma irradia una luz especial, cálida y bella; puedo sentirla claramente, su aura. Un alma pura, inocente y única, diferente a todas – casi llorando, el dominaciones continuó meciendo con gentileza a la infante, que soltó un par de gorgoritos y mostró una sonrisa cansada.
- Realmente me apena esto dominaciones, pero debe retirarse – comentó con reticencia el ángel. Kagome, mirando apenado el alma de la bebé, aún murmurándole, la depositó y suspirando triste, dio la vuelta para salir volando apresurado por la enorme puerta. Antes de traspasarla y sin voltear, dijo:
- Muchas gracias ángel Kaede – remontando el vuelo y dejando tras de sí una estela de blancas y brillantes plumas, Kagome desapareció dejando tras de sí un resignado ángel guardián, que murmuró:
- Realmente… no será sólo la niña quien atraviese por duras encrucijadas, dominaciones -
El día parecía bastante brillante y caluroso. Los rayos del sol eran tan fuertes que obligaban a entrecerrar los ojos para poder observar a lo lejos y buscar un poco de sombra para ahuyentar el agobio producido por el clima.
Observando fascinado y entretenido todo su alrededor, el dominaciones Kagome levitó junto al enorme ventanal del cuarto piso del hospital que le correspondía visitar ese día. Siempre era un placer para él concurrir a esos lugares, puesto que sabía que su presencia, aunque no fuera detectada ni vista por los humanos, lograba infundirles ánimo y salud a los que se encontraban enfermos e internados en esos sitios. En ocasiones las vibraciones que emanaba eran tan fuertes y las personas tan receptivas, que lograban recuperarse completamente, casi como por un milagro.
Sonriendo como tonto a causa de la felicidad, Kagome traspasó volando los muros de la construcción para adentrarse en las habitaciones, salas de cirugía y consultorios que conformaban ese hospital. Observando, vigilando y recorriendo cada rincón, el ser alado y etéreo se detenía en la cabecera de las camas, se sentaba junto a los pacientes que eran atendidos y trataba de guiar las manos de los cirujanos. Siempre pensando en el enfermo, confortándolo en sus dolores y soplando una esperanza de recuperación o vida en todos los que podía; después de todo, ése era su trabajo, un trabajo que realizaba de corazón y con todas las fibras de su ser y que en cierta forma complementaba el de los ángeles guardianes de cada alma, si bien éstos tenían la consigna divina de permanecer al margen cuando un ángel de mayor jerarquía andaba por los alrededores, así que Kagome prácticamente tenía los hospitales para el solo. Era más positivo y conveniente para los humanos.
Cuando se encontraba de lo más entretenido acompañando a un anciano que había sufrido una caída, sintió una presencia que lo golpeó como un balde de agua fría. El ambiente frío, desolador y oscuro que reinó casi instantáneamente en el lugar sólo podía corresponder a un solo ente. A uno de ellos.
Colocándose enfrente del anciano para protegerlo, el dominaciones esperó atento y alerta la manifestación visual del visitante indeseado, que no tardó demasiado en aparecer frente a él.
Sin mediar palabra, y con una fluidez de movimientos, Kagome observó cómo el ente de forma humana y masculina se detenía enfrente suyo con la tranquilidad de una persona que regresa de un paseo por el parque. Erguido, serio, elegante e inalterable, el recién llegado se detuvo tres pasos de donde Kagome se encontraba. Su vestimenta totalmente negra y de cuero ajustado, además de los accesorios metálicos hacían resaltar la cabellera larga y blanca como la nieve, además del mango de la espada que rompía con la armonía de la oscuridad de la ropa al sobresalir a la altura de la cadera y del lado opuesto del frasco de vidrio transparente de mediano tamaño y con tapa, que en ese momento se encontraba vacío. Kagome sintió un estremecimiento al mirar los ojos dorados; helados, impenetrables e inmisericordes que lo miraban sin pestañear. Con dificultad pero sin miedo, el dominaciones murmuró:
- Shinigami Sesshomaru… - un leve movimiento de cabeza fue la única respuesta a la frase del dominaciones. Ambos permanecieron en sus posiciones unos segundos que a Kagome le parecieron horas, puesto que para los ángeles en general, la presencia de los shinigamis nunca era bienvenida. Sus apariciones sólo significaban destrucción, dolor y sufrimiento.
Muerte.
Sin quitarse de enfrente del anciano que era atendido por una enfermera, Kagome permaneció tercamente callado, esperando la reacción del shinigami. Sabía por experiencias pasadas que este shinigami en particular no era de temer, por lo menos mientras no se le provocara. Además, cosa rara en un ser de este tipo, tenía un estricto sentido del honor y la dignidad: Sesshomaru no se llevaría un alma sin notificarlo antes, así que esperó paciente, pero alerta, a que el recién llegado expresara el motivo de su presencia.
- Continúas permaneciendo como mujer – Kagome pensó no haber escuchado bien. ¿Era eso un comentario casual?
- Esta apariencia siempre me ha gustado – sin cambiar su expresión, Sesshomaru continuó con un tono monótono:
- Es la apariencia que tenías cuando estabas viva, ¿no es así? – el dominaciones estuvo a punto de abrir la boca del asombro. Este shinigami rara vez hablaba una palabra, por no mencionar su actitud estoica y desdeñosa para con todo. No sentía ningún aprecio por la vida humana, así que siempre se limitaba a realizar su trabajo lo antes posible y retirarse, aunque en ocasiones (tal vez sólo por diversión y escapar de la rutina) aceptaba escaramuzas o encontronazos con los ángeles sin importarle el rango.
Con Kagome era un poquito diferente. A veces soltaba palabras sueltas que, meditándolas un poco, sustituían en cierta forma las oraciones que conformaban una conversación. Sesshomaru nunca era expresivo, por lo mismo, para los ángeles el escucharle hablar aunque fueran frases cortas, era un auténtico acontecimiento; si bien con el dominaciones tal parecía que esta situación se daba con increíble frecuencia, inclusive, tal vez con Kagome podría calificarse de elocuente.
Pero una afirmación como ésa y hecha a quemarropa, era para morirse de la impresión.
- Disculpa, pero me parece que no escuché bien lo que dijiste. ¿Podrías repetirlo por favor? – sin cambiar ni un ápice su expresión, Sesshomaru continuó:
- Sabes que escuchaste perfectamente bien lo que dije. ¿También por eso continúas llamándote igual de cuando eras una mujer y vivías en la tierra, Kagome? – para el dominaciones esto estaba tomando tintes alarmantes. Cuando a un alma se le otorgaba el privilegio de ingresar a la jerarquía angelical, por lo regular dejaba en el olvido más profundo los detalles que lo hacían humano, como su nombre, nacionalidad, apariencia, vivencias, recuerdos, para terminar adquiriendo un físico y en ocasiones una personalidad completamente distintos de su vida en la tierra, aunque esto no era una norma.
Pero Kagome nunca fue como los demás ángeles. Él siempre aquilató su vida como humana. Los sentimientos, los recuerdos y las personas que fueron importantes cuando fue una mujer que vivió en la tierra le eran imposible desecharlos, aunque podían compararse más bien como flashazos e imágenes aisladas, ya que no lo recordaba todo. Por esos motivos siempre mantenía esa apariencia, puesto que de alguna manera eso lo mantenía ligado a lo que era precioso y esencial para él, aunque fuera más cuestión instintiva que recuerdos concretos y claros.
Sin embargo, estas cuestiones no eran del dominio general. De hecho, estas reglas sólo eran conocidas por los ángeles que se encontraban en el primer y segundo grupo y no se divulgaban. ¿Cómo entonces un shinigami conocía de esos pormenores tan específicos y personales? Y más aún, un shinigami que siempre se había caracterizado por su desapego e indiferencia para con todo…
- Yo… - antes que Kagome pudiera expresarse, una sensación maravillosa y gentil bañó todo su cuerpo, transformándose en una alegría desbordante e inmediata que lo obligó a exclamar: - ¡Ya nació! ¡Sesshomaru, ya nació! – sin percatarse muy bien de sus acciones, Kagome acortó la distancia para sujetar fuertemente de sus antebrazos al shinigami, que abriendo sólo unos milímetros más sus ojos para expresar su sorpresa, observó el arrobo y la enorme sonrisa que apareció en el rostro del dominaciones, para luego de gritar emocionado, salir volando de la habitación dejando tras de sí una estela de blancas y brillantes plumas.
La energía lo llamaba a gritos. El aura gentil y cálida de esa pequeñita que conociera en el cielo y tanto lo había conmovido por fin había llegado a la tierra y acababa de nacer hacía sólo unos momentos.
Como atraído por un potente imán, Kagome llegó a la sala de partos en un parpadeo. Observó la escena vista por él tantas veces anteriormente en otros alumbramientos, así como al médico, las enfermeras y el instrumental quirúrgico junto con todos los monitores y aparatos que acompañaban estos acontecimientos.
Expectante, Kagome se posicionó junto al médico tratando de no perderse el suceso. Por el protocolo que se estaba llevando a cabo, el nacimiento era por cesárea. Sin embargo, cuando observó unos momentos más se dio cuenta que algo no estaba bien. Las mantas que cubrían el cuerpo de la madre tenían unas enormes manchas de sangre y los monitores que registraban los signos vitales no mostraban actividad alguna. ¿Qué estaba ocurriendo?
- Sólo lo que tiene que ocurrir, dominaciones – la voz cascada y calmada del ángel Kaede lo sorprendió hasta las plumas. Tan ensimismado estaba que ni siquiera se percató de la presencia del ángel guardián. Con un presentimiento funesto, Kagome se acercó al ángel anciano.
- ¿Lo que tiene que ocurrir? – haciendo un ademán con su mano para que guardara silencio, el ángel Kaede dirigió sus ojos otra vez hacia la escena enfrente de ambos. Kagome se mordió los labios.
- ¿Ya tiene al bebé, doctor? – preguntó una enfermera que se encontraba junto al médico, que parecía absorto en su labor.
- No enfermera, pero falta poco – otra enfermera entró a la sala, con su bata llena de sangre.
- Lamento informar que el esposo también ha fallecido doctor – negando con la cabeza, el galeno pidió más gasas y añadió:
- De modo que este pequeño se quedó solo – Kagome escuchó alarmada la conversación. ¿La pequeñita… se había quedado huérfana incluso antes de nacer?
Esforzándose por no correr hacia donde el médico y la enfermera luchaban por sacar al bebé del cuerpo sin vida de la mujer, Kagome se limitó a observarlos, mordiéndose las uñas y sintiendo que transcurría una eternidad antes que escuchara exclamar:
- ¡Oh doctor, lo ha conseguido! – manchado de sangre y líquido amniótico, y con el cordón umbilical aún sin cortar, el recién nacido estaba siendo sostenido en los brazos del médico.
- ¡Es una niña! Pero no está respirando. ¡Sosténgala! – con voz firme y movimientos rápidos, el médico cortó el cordón para llevar a la bebé a una mesa cercana, para obligarla a respirar. Kagome sintió un dolor en el pecho. – Vamos amor, ¡respira! – angustiosos segundos después, el llanto de la niña llenó la sala de partos. El dominaciones sintió un alivio enorme.
- ¡Ángel Kaede, lo logró! – La enfermera que llegó anunciando la muerte del padre de la bebé se acercó para atenderla. Con voz dulce y haciéndose oír por encima del llanto, le comentó:
- Tu papá antes de morir te dio un nombre, angelito. Tu nombre será Lin – tratando de que la niña se sintiera más confortable, la enfermera continuó limpiándola.
- Lin… - saboreando el sonido que salía de sus labios, el dominaciones juntó sus manos para orar por las almas de los padres, pero un sonido de aleteo la obligó a voltear - ¿Ángel Kaede, a dónde va? – el aludido, deteniéndose en el aire, respondió:
- Regreso a mi puesto dominaciones. Mi trabajo aquí ha concluido - completamente extrañado, Kagome tartamudeó:
- ¿Re-re-regresar? ¿Pero… y Lin, se quedará sola? – sin cambiar su expresión ni un momento, el ángel guardián espetó:
- La pequeña es una huérfana, dominaciones. Ese es su destino –
- Pero ¿y dónde está el ángel guardián de Lin? – negando con la cabeza con verdadero pesar, el ángel Kaede contestó:
- Lin no tendrá ángel guardián, dominaciones – sintiéndose repentinamente helado y estático, Kagome balbuceó:
- Esto es una broma, ¿no es así ángel Kaede? ¡No creo que Lin no tenga un ángel guardián! ¡Todas las almas lo tienen! ¡No es posible! – el dominaciones trataba de entender lo que le estaban explicando, pero le resultaba en extremo difícil ¿Un recién nacido sin ángel guardián? ¿Cómo podía ser?
- Como se lo dije anteriormente dominaciones, esta niña tendrá que pasar unas pruebas muy duras. Es un mandato divino –
- ¿Y por eso la van a dejar desprotegida y abandonada, sin ángel guardián? ¡No es posible tanta crueldad! – exclamó Kagome enfadado y rebelde.
- Las órdenes celestiales no son crueles ni arbitrarias, dominaciones; usted lo sabe bien – comentó duro el ángel Kaede. Kagome tuvo que morderse la lengua antes de decir un sacrilegio.
- Disculpe mi exabrupto ángel Kaede. Tiene usted toda la razón – al ver la cabeza agachada del dominaciones, el ángel guardián bajó unos centímetros para posar su mano en el hombro de Kagome.
- Todo sucede por una razón, dominaciones. Tenga fé – sin otra palabra de por medio, el ángel Kaede remontó el vuelo perdiéndose en medio de una intensa luz y entre las plumas que soltaron sus alas. Suspirando y tratando de entender este inusual hecho, Kagome volteó hacia donde el pequeño y pálido cuerpecito de Lin era atendido por el médico y la enfermera, quienes murmuraban el mal estado en que la bebé se encontraba y diciendo que necesitarían realizarle unos estudios.
- Bueno, parece que mi trabajo con esta familia terminará pronto… - el aura que acompañó a esas palabras lo hizo estremecer de repulsión y horror. Volteando y colocándose entre el recién llegado y la bebé, Kagome se tensó de inmediato y se preparó para pelear. – Cuánto tiempo sin vernos, dominaciones Kagome – haciendo una reverencia burlona, el shinigami Naraku sonrió malicioso ante la postura alerta y defensiva del dominaciones. Kagome no bajó su guardia. Contrario a Sesshomaru, Naraku era un shinigami despiadado y traicionero. No le importaba herir a otras personas o a los ángeles con tal de llevarse consigo a su presa. Era un ser repugnante.
- Demasiado poco, a mi parecer – murmuró contrariado el dominaciones, lo cual provocó una carcajada del shinigami.
- Tan sincero como siempre. A decir verdad realicé un trabajo por aquí y al sentir su aura no pude ignorarla, así que decidí saludarlo, dominaciones – mirando cuidadosamente a su oponente, Kagome paseó su vista de arriba abajo del shinigami. Su aspecto era el de un hombre joven, guapo y atlético, de cabello largo y negro y su vestimenta era similar a la de Sesshomaru, sólo que los estoperoles y hebillas eran de mayor cantidad y refulgían en todo lo alto. Naraku siempre había sido un exhibicionista. Pero lo que llamó la atención de Kagome fue el frasco de vidrio de mediano tamaño que el shinigami traía amarrado de su cinturón, del lado opuesto a su espada. Dentro podían verse claramente dos esferas de luz del tamaño de una pelota de tenis. Eran…
- ¿Son ésas las almas de los padres de la bebé? – sonriendo, Naraku alzó el frasco para observarlas bien.
- Así es dominaciones. Estas dos personas han cumplido su tiempo en la tierra. El accidente que les provocó las heridas mortales fue una cortesía de mi parte – Kagome reprimió su impulso de golpearlo. Naraku también era un sádico. – Bueno dominaciones, fue un placer verlo de nuevo. Debo llevar estas almas al inframundo para que sean juzgadas. Supongo que nos encontraremos muy pronto –
- ¿A qué se refiere? – con una sonrisa, Naraku respondió:
- Por lo que veo ha tomado cierto cariño hacia esa pequeña recién nacida, dominaciones. No lo haga. Antes de lo que cree, vendré a llevarme su alma… -
Final del episodio 1
Continuará…
