Descargo de responsabilidad: la maravillosa Akagami no Shirayukihime pertenece a Akizuki sensei.
ADVERTENCIA: puede contener SPOILERS si no has leído el manga.
NOTA: Ante la falta de otros datos en el canon respecto al personaje de Haki, aplíquese en este caso la licencia de autor.
SERÁS MI REINA
Tiempo le llevó a Haki perdonarle a Izana la forma grosera en que la trató el día después de la coronación. Ella solo intentaba (en el fondo, muerta de vergüenza) iniciar una conversación educada con quien se supone que habría de ser su esposo. Un simple comentario sobre cómo le quedaría el pelo más corto… Una frase inocente… Pero no… Él la hizo sentir estúpida. Vete acostumbrando, fue lo que él le dijo, clavando sus ojos fríos en los suyos… Como si fuera una niña tonta y frívola que solo se preocupaba de cómo estaría más guapo su hombre... Como si no tuviera más que aire en la sesera... ¡Será posible! ¿Qué forma de empezar un matrimonio, una vida en común, era esa? ¿¡Con órdenes!? Pero ¡ah!, es que se iba a casar con el rey de Clarines. Y Makiri, su hermano, le impedía olvidar ese y otros detalles. Muéstrate sumisa, Haki. No olvides tu lugar, Haki. No te pases de lista, Haki. A los hombres no les suelen gustar las mujeres inteligentes, Haki… Haki esto, Haki aquello, Haki, Haki, Haki… A veces simplemente quería casarse cuanto antes para verse libre de una vez por todas de los bienintencionados (aunque odiosos) consejos de su hermano.
El caso es que ella guardó intacta en su corazón la ofensa que le fue infligida. Ni siquiera lo que había ocurrido el día antes fue suficiente para pasarlo por alto. Ella verdaderamente se sorprendió cuando el propio Izana (ahora rey coronado de toooda Clarines) le pidió salir a la terraza a saludar al pueblo. Básicamente era la forma oficiosa, pero muy pública, de reconocerla como un miembro más de la familia real. Una Wistalia… Ella debería haber adorado ese gesto, en esencia amable, destinado a irla preparando para las obligaciones que se esperaban de ella como reina.
—Tú también, Haki —le había dicho él casi sin mirarla. Otra orden. ¡Otra!
—¿Eh? ¿Yo también? —había respondido ella. Y no estuvo brillante, no. Ahí la culpa de parecer una tonta fue solo suya.
Y entonces, una novedad interesante: Izana se gira hacia ella y sonríe. Le sonríe a ella. No esa sonrisa de sabelotodo, burlona y más propia de manipulador que le ha visto alguna vez, no, esa no. Una sonrisa pequeña pero verdadera, de esas que hacen que el corazón de una chica se llene de una calidez desacostumbrada.
—Será más rápido de esta forma —le dijo él.
Pero ella no se dejó engañar.
Meses más tarde se requirió su presencia en la capital. Debían iniciarse los preparativos del enlace y había mil cosas que tener en cuenta: confeccionar su ajuar, decidir los colores del enlace, menú, flores, orden de los asientos y todas esas mil cosas que suelen decidirse en las bodas. Y aunque en palacio ya había personal especializado en estas cuestiones de protocolo, festejos y en la pompa y boato de la corte, parece ser que el rey consideró que su futura esposa, como parte interesada, debía participar en la toma de decisiones. A decir verdad, ya estaba mareada. Se le había asignado una asistente personal en extremo eficiente, Vanîsse Nakher, siempre con los compromisos del día en la mano, que apenas le daba tiempo para respirar, que la llevaba de un lado para otro, entre telas, mantelería, cubertería, catas y degustaciones, y reuniones ineludibles con nobles que solo querían darse a conocer y ganarse su favor. Porque ella sería la reina. Así que puso buena cara, le sonrió a todo el mundo, no le dio confianzas a nadie y se dedicó más a la supervisión que a la toma de decisiones.
A título personal, se tomó su propia boda casi como un ejercicio práctico para los futuros eventos que estarían bajo su responsabilidad. No es que sus obligaciones en Lyrias difirieran mucho de las de palacio, pero es que estas se situaban a otro nivel. Mucho, mucho más alto. Así que en otras palabras, sería un entrenamiento de lo que le estaba por venir… Su única aportación personal al enlace (y que hizo que el florista de palacio se tirara de los bigotes) fueron pequeños y sencillos bouquets de pensamientos azules de corazón amarillo (que no desentonarían con el azul y dorado de los Wistalia) y varas de lavanda y espliego (el color de la realeza), que le traían el recuerdo de los veranos en su tierra del norte.
Una de esas tardes se le comunicó que el rey había solicitado su compañía esa tarde para tomar el té. Haki trataba de domeñar su nerviosismo porque aún no sabía del todo cómo tratarlo. Se casaba con un extraño, porque en las contadas ocasiones en que se habían visto, ella no había logrado determinar su verdadero carácter. Había visto varias facetas suyas, que a ella le parecían más bien máscaras, y dudaba que alguna de ellas fuera la real… Estaba preparada para reencontrarse con el hombre distante que conoció en Lyrias, el primer príncipe, el que un día (más bien pronto que tarde) sería rey. Pero resulta que a Su Alteza Real le gustaba más andar por la ciudad bajo otro nombre y siguiendo los pasos de su futura cuñada que conocer a quien había solicitado como esposa. Apenas la miraba y casi nunca le hablaba… No es que la crisis médica tampoco diera para mucho más, y no propiciaba en absoluto la vida social, pero en fin… ¿Acaso no le interesaba ella? ¿Por qué la había elegido entonces? Finalmente se dio orden de abrir las puertas de la ciudad y él marchó sin apenas más que algunas conversaciones educadas e intranscendentes.
Vanîsse la condujo a través de los intrincados pasillos de palacio hasta el gabinete real. Le dio una palmadita en el hombro, deseándole suerte en silencio y la dejó allí, frente a la puerta, mientras uno de los guardias la anunciaba. Cuando franqueó la puerta, allí estaba él, de espaldas al ventanal, su figura a contraluz ocultando el rostro, dominando la estancia.
—Su Majestad… —dijo ella, haciendo una elegante reverencia, doblando una rodilla y llevando la mano derecha al pecho, sobre el corazón.
—No, Haki, por favor —dijo él, avanzando hacia ella y alzándola con gentileza por un codo y la cintura—. No hagas eso…
Se encontró con el zafiro de sus ojos muy cerca. Él aún le sostenía la mano y la otra seguía en su cintura. Y sus ojos parecían… ¿Cuál es la palabra? Amables. Sí, eso. Parecían amables.
Ella dio un paso atrás para poner distancia entre ambos.
Y entonces lo vio.
El muy… El muy &%/?# se había cortado el pelo.
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NOTA: La idea es que sean tres o cuatro capítulos. Pero en fin…, yo ya no prometo nada… :)
