Las noches de otoño eran particularmente ventosas en el sur de Gales, particularmente en Egdon, una pequeña villa a las afueras del bosque de Brecon.
La villa era como cualquier otra. Un pueblo pequeño en el que no habitaban más de quinientas personas, con pequeñas casas casi idénticas entre sí. Sin embargo, había algo que diferenciaba a Egdon de cualquier otra villa en Gales.
Saint Anthony.
El viejo hospital psiquiátrico hubicado en las afueras de la villa, justo donde empezaba el bosque.
Saint Anthony era un edificio de tres pisos, viejo y lúgubre. Los muros de ladrillo no habían sido pintados en años, el pasto que cubría el suelo alrededor parecía estar permanentemente quemado, y de las tres entradas que poseía, dos estaban bloqueadas. Habían numerosas ventanas, pero todas las del tercer piso estaban selladas con tablas de madera.
—Dios mío, permite que esté equivocado —murmuró una figura frente al lúgubre edificio.
Albus Dumbledore se acomodó su incómodo traje muggle y caminó hacia el edificio con resignación. Cualquiera pensaría que aquel era el lugar menos indicado para encontrar lo que él estaba buscando, pero Albus sabía que era el lugar correcto. 'Por desgracia'.
Tocó tres veces la puerta antes de que le abriera una enorme mujer vestida de enfermera que lo miraba como si fuera una cucaracha en su comida.
—¿Qué quiere?
Albus bajó su mirada al pecho de la mujer, donde encontró su gafete. 'Louise Trapp. Asilo Saint Anthony'.
—Buenas noches, señora Trapp...
—Señorita —lo interrumpió la enfermera.
—¡Oh, por supuesto! Señorita Trapp, vengo a ver al director del hospital.
—¿Tiene cita?
—Sí.
La enfermera resopló y se dio la vuelta.
—Sígame.
Dumbledore entró y cerró la puerta tras él, pero enseguida deseó no haberlo hecho.
Las paredes de la recepción estaban manchadas de sangre y otras sustancias dudosas. El escritorio de la enfermera estaba destartalado y los únicos objetos sobre él eran un teléfono descolgado, tres revistas de chismes y un comunicador empolvado. Los sillones estaban viejos, con el forro gastado y los resortes salidos. El suelo estaba lleno de polvo y envolturas de comida chatarra, y en una esquina había un grupo de ratas negras comiéndose los restos de una hamburguesa.
—Doctor Hanson, tiene visita en recepción —dijo la enfermera por el comunicador, luego tomó una revista del escritorio y se sentó a leerla, ignorando por completo a Dumbledore.
'Bueno' pensó Dumbledore tomando una de las revistas del mostrador, 'si no puedes con el enemigo...'
Quince minutos despues apareció un hombre en el vestíbulo. Traía una bata blanca con remiendos marrones y un viejo estetoscopio colgado al cuello. El hombre era calvo y tenía gafas cuadradas, pero uno de los lentes estaba roto.
—¿Es usted Albus Duncor?
—De hecho, es Dumbledore —respondió Dumbledore con una sonrisa.
—Sí, como sea. Lamento la demora...
—¡Oh, no se preocupe, mi buen doctor! He estado leyendo este interesante artículo llamado 'Pistas para saber si tu hombre te es infiel'. Lamentablemente, no he entendido ni una palabra.
—Sí, sí, ¿por qué está aquí, profesor? Dijo que era profesor, ¿cierto?
—Efectivamente.
El doctor se veía nerviosos, como si la visita de Dumbledore le incomodara.
—Bien, profesor, estoy muy ocupado con ciertos... documentos...
—No se preocupe, doctor. Le aseguro que mi visita será lo más breve posible.
—Bien, pero no veo qué podría querer un profesor de una escuela en Escocia en un Asilo en Gales.
—Creo que, luego de que me haya escuchado, entenderá perfectamente el motivo de mi presencia en este lugar. ¿Podriamos ir a un lugar más privado? ¿Su oficina, tal vez?
—¡No! —exclamó el doctor alzando sus manos— Digo, a-aquí está perfecto. Eehh, Lola, podrías ir afuera un momento.
—Es Louise —gruñó la mujer poniéndose de pie.
—Sí, sí, Lara.
La enfermera le mostró el dedo medio antes de salir, azotando la puerta tras ella.
—Bien, hable —dijo el doctor limpiándose el sudor de la frente con la manga de su bata.
—Bien. Hace unos días obtuve información acerca de una persona que he estado buscando desde hace algún tiempo. Según dicha información, esa persona está internada en éste hospital.
El doctor tosió de repente, como si se hubiera atragantado.
—¿Y qué c-con eso? —preguntó cuando se repuso.
—Pues, si la información es correcta y ésta persona efectivamente se encuentra internada aquí, me la llevaré cuanto antes.
La cara del doctor se puso completamente roja y su mandíbula se tensó.
—¡De ninguna manera! ¡Usted ni tiene ningún derecho a retirar a nadie del asilo! Usted es un simple profesor, no puede...
—Puedo —dijo Dumbledore sacando su varita—. Y eso es justamente lo que haré.
Dumbledore movió su varita y le lanzó un 'desmaius' y un 'comfundus' al doctor, asegurándose de que no recordara el incidente al despertar.
Dumbledore guardó su varita y entró por la puerta por la puerta por la que había entrado el doctor, llegando rápidamente a su oficina, la cual tenía un aspecto similar al de recepción.
—¡Accio expedientes! —exclamó, y una enorme pila de papeles salió del gabetero.
Con su varita fue pasando de expediente en expediente sin mirar los nombres, sólo las fotografías. Estaba seguro de que, aunque el expediente de quien buscaba tenía un nombre, no sería el correcto.
No tardó ni diez minutos en llegar a una fotografía que llamó su atención.
Era una niña, no podía tener más de diez años. Tenía el cabello negro azabache enmarañado. Su piel demasiado pálida estaba adornada por moretones y varios rasguños, algunos se veían más frescos que otros, sobre todo en los brazos. Su pequeño cuerpo estaba cubierto por un camisón blanco que le quedaba tan largo que incluso le cubría los pies. Sus labios estaban blancos y partidos, y tenía unas notables ojeras.
Dumbledore sintió su corazón estrujarse ante esa imagen, pero lo que más llamó su atención, fueron esos centelleantes ojos plateados que miraban fijamente a la cámara. A pesar de que aquella era una simple foto muggle, Dumbledore pudo sentir el efecto de aquella intensa mirada, como si pudiera ver a través de él hasta lo más oscuro de su alma.
—Aquí estás —murmuró tomando el folder en sus manos—. Aunque no sé si eso deba alegrarme.
Rápidamente, Dumbledore se dirigió a la habitación donde se encontraba aquella niña, la número 45c en el tercer piso, según el expediente.
Sin dejar de caminar, Dumbledore abrió el expediente y comenzó a leer, en parte porque le intrigaba saber lo que había pasado con la niña, y en parte por tratar de ignorar los gritos y llantos del resto de los pacientes encerrados allí.
Audrey Hepburn.
Albus suspiró antes de seguir leyendo. Sabía que no vendría su verdadero nombre.
Fecha de ingreso: 01 de enero de 1982.
Encargado/a en realizar el ingreso: Hna. Adelina Pierce; Hna. Gretah Buford.
Razón del ingreso: enfermedad mental desconocida, rara y peligrosa relacionada con la esquizofrenia y la personalidad múltiple.
Dumbledore apretó el folder en sus manos con fuerza. ¿En qué cabeza cabe que una niña de un año y medio de edad podría presentar algún trastorno psicólogico?
Dio vuelta a la página y se encontró con los tratamientos que se le habían aplicado a la niña desde que había ingresado.
02/01/82
Dos calmantes y un antidepresivo cada ocho horas.
Dumbledore sintió un terrible dolor en el pecho conforme iba leyendo el resto de las fechas. Era obvio que quien había prescrito aquel tratamiento no era un doctor, ni siquiera una persona cuerda. Nadie con un gramo de conciencia cometería la barbaridad de administrarle tales medicamentos a un bebé.
Pero lo que horrorizó a Dumbledore al punto que tuvo estuvo a punto de vomitar, fue lo que leyó en la tercera página de las recetas.
02/09/87
•Un sedante cada cinco horas, dos antidepresivos cada cuatro horas y dos antipsicóticos cada seis horas.
•Baños diarios en tina de hielo.
•Sesiones semanales de terapias electroconvulsivas.
Para el momento en que leyó aquello, Dumbledore ya se encontraba frente a la habitación 45c.
No se lo podía creer. Se negaba a creerlo. Detrás de aquella puerta había una niña que llevaba más de un año soportando que le aplicaran descargas de electricidad en la cabeza cada semana.
Albus tardó un momento en recuperar la compostura. No era el momento para perder el control. Ya luego vería que se hiciera justicia con los que administraban el lugar y con el resto de pacientes. Por ahora, debía enfocarse en la pequeña niña a la que había venido a buscar.
Con un movimiento de su varita, encogió el expediente y lo guardó en uno de sus bolsillos, de acomodó el traje muggle y encaró la puerta.
La puerta, como todas las otras en el asilo, tenía un par de pesadas trancas de madera cerrándola, junto con tres candados.
Dumbledore volvió a mover su varita y los candados se abrieron, las trancas se quitaron y la puerta se abrió levemente.
Abrió la puerta lentamente, tratando de no espantar a la inquilina de aquella habitación. Sólo Merlín sabía cómo reaccionaría ante la presencia de un extraño.
La habitación estaba a oscuras, solamente iluminada por la suave luz del pasillo, por lo que Dumbledore tuvo que sacar su desiluminador para encender la única bombilla que había en el techo.
Pronto, la habitación se iluminó, dejando ver lo que había en ella: nada excepto un pequeño catre sobre el que había una pequeña figura sentada con sus grandes ojos clavados en él.
