Hola!
Edité un poco esta historia, y estoy pensando seriamente en seguirla, no lo sé.
Probablemente edite también "Niñeros", ya que no estoy segura sobre el giro que le di. Agh, mi cerebro no se pone de acuerdo, es un desastre.
- LOS PERSONAJES DE TEEN TITANS NO ME PERTENECEN.
- LA HISTORIA QUE VERÁN A CONTINUACIÓN ES DE MI AUTORÍA.
Llevaba una semana sin dormir. No había comido ni bebido nada, y hacía tres días que no lo veían salir de su habitación.
Había tenido ataques como ése, generalmente provocados por su obsesiva personalidad: a veces pasaba varias noches sin dormir, investigando un nuevo caso. Él era así, obsesivo, meticuloso; todo un detective enfocado en su deber.
Pero ésta no era como las otras veces, ellos lo sentían. Había algo diferente en él, algo más oscuro, más profundo que una simple obsesión con el trabajo.
- ¿Crees que Slade se haya metido de nuevo en su cabeza? –preguntó en un susurro Chico Bestia, temiendo por la respuesta de su amigo. En realidad, él se atrevió a darle voz a la pregunta que todos se estuvieron haciendo durante los últimos días.
- No lo sé, Bestita. Espero que no sea así.
- ¿Y qué podemos hacer por él? Me preocupa que se haga daño –exclamó Starfire, seriamente angustiada. Había golpeado a la puerta de su líder tantas veces, que la pesada placa metálica presentaba pequeñas abolladuras, producto de sus poderosos nudillos.
- Él dijo que quería estar solo; lo mejor que podemos hacer es darle su espacio –contestó el hombre robot, con un deje de resignación en la voz.
- ¡No podemos hacer eso! ¡Si Slade está otra vez atormentándolo, podría terminar herido, o peor!
- No grites, Starfire –reprendió Raven, quien meditaba frente a la ventana, intentando mantenerse ajena a la discusión.
Necesitaba estar en paz, necesitaba contener todo su poder y enfocarlo en lo que importaba. Estaba tan preocupada como el resto, pero no podía darse el lujo de sucumbir ante sus emociones.
- Raven –llamó el hombre metálico, haciendo que la joven girara levemente el rostro sobre su hombro-. Tú… ¿Tú no puedes hacer lo mismo que la vez anterior?
- ¡Sí! –exclamó Chico Bestia, señalando a su compañera- ¡La última vez tú viste a Slade! ¡Y pudiste ayudarlo!
No lo ayudé, pensó con impotencia la ocultista. Es cierto que había entrado a su mente, y que había visto a Slade, e incluso había sentido el fuerte golpe propinado por aquella alucinación que llegó a dejarle una marca amoratada en su rostro, pero no pudo hacer nada por Robin. Fue débil, fue muy débil. Aun se castigaba a sí misma por no haber podido salvarlo de aquella pesadilla, por no haberlo notado antes.
Starfire se quedó en silencio. No era ninguna noticia que ella guardaba sentimientos por su líder, y pensar que su amiga pudiera entrar en su mente y compartir algo tan importante con él, ciertamente le incomodaba. Se sentía frustrada, ¿por qué Raven podía ayudarlo más que ella? Pero no podía ser egoísta: ahora lo único que importaba era el bienestar de su amigo Robin, a cualquier costo.
- No es tan sencillo –explicó aun de espaldas, mientras sus pies bajaban al suelo.
- Pero podrías intentarlo, ¿verdad? –inquirió Cyborg, en tono cauteloso.
- Podría, pero… Si él pidió estar solo, dudo mucho que me deje entrar en su mente.
- ¿Y no puedes entrar de todas formas? –preguntó el chico verde, quien no entendía mucho acerca de esos poderes de la hechicera.
- Técnicamente, sí –se giró hacia sus compañeros-. Pero no pienso invadir su cabeza contra su voluntad.
- ¿Aunque sea por su bien?
- No será por su bien. Personas como Slade se instalan en la mente de la gente sin permiso. Si yo lo hago, se sentiría traicionado –agachó la mirada-. Quiero ayudarlo tanto como ustedes, pero si no lo respetamos, nos verá como a un enemigo.
El equipo la miró, y todos pudieron sentir el pesar en sus palabras. Ella tenía razón, no podían simplemente invadir su espacio personal y esperar que no se enfadara con ellos. Si siquiera permitía que entraran a su habitación, ¿cómo se tomaría el hecho de que vean sus pensamientos sin permiso? Jamás los perdonaría; o, al menos, no volvería a confiar en ellos.
Ya era tarde, y los héroes comprendieron que su líder tampoco aparecería ese día. Cada uno se encaminó a su cuarto, todos decepcionados y preocupados por la salud se su amigo.
Pasada la medianoche, la hechicera se levantó de la cama, sin haber podido pegar un ojo. Tenía toda su energía enfocada en el cuarto del petirrojo, vigilándolo, y podía sentir su respiración agitada, su alterada aura.
Salió y tras unos pocos pasos se encontró de frente con la puerta del líder Titán. Golpeó a la puerta del pelinegro y, como esperaba, no obtuvo respuesta, pero no le importó.
Ella siempre había tenido sumo respeto por las decisiones de su líder, y había sabido respetar su espacio personal, entendiendo mejor que nadie cuánto el muchacho precisaba de su privacidad. Pero en ese momento, todo se fue al demonio. Atravesó la puerta sin necesidad de abrirla, y se encontró con el Chico Maravilla semi desnudo, con su pelo desprolijo y enmarañado, sentado al borde de la cama. Sus codos reposaban sobre las rodillas y ocultaba su rostro entre ambas manos, con un gesto de agotamiento y desesperación.
- ¿Qué haces aquí? –preguntó al alzar la cabeza, para luego devolverla a su postura original.
- No duermes hace mucho.
- Estoy bien –respondió él, con su voz horriblemente apagada-. Vuelve a dormir.
- Te siento desde el cuarto.
- No es nada.
- ¿Qué te ocurre?
- ¡DÉJAME SOLO!
Pudo ver el pequeño respingo en su compañera, producto de su exabrupto. No fue su intención gritarle, pero en ese momento estaba muy alterado .
- Lo siento, Raven, yo—
Raven alzó una mano, pidiendo de forma silenciosa que se detuviera, y negó con la cabeza. Ella lo entendía, sabía que lo estaba presionando demasiado y recibir ese tipo de respuestas era una posibilidad.
- Lo que sea que te ocurre, no es por Slade.
- ¿Qué? –el petirrojo alzó nuevamente el rostro; se veía muy sorprendido por la deducción de su compañera.
- Lo sentiría. Si Slade estuviera en tu cabeza como la última vez, sería la primera en sentirlo.
- ¿Cómo? ¿Es por… nuestra conexión?
La gótica simplemente asintió, y él sólo podía ver sus brillantes amatistas subiendo y bajando. Le sorprendía cuán complejo era todo lo relacionado al lazo mental que Raven había establecido entre ambos. En un principio, creyó que ella se había metido una vez en su cabeza y eso era todo. Pero había mucho más, y si en ese momento no hubiese estado tan mal, probablemente habría indagado sobre el tema.
Raven se sentó a su lado, observando el rostro de su líder empapado en sudor, igual que su pecho desnudo, y sus brazos.
- Tienes fiebre.
- Tomaré un analgésico.
- No servirá. No es un problema físico: tú problema está aquí –su dedo índice tocó la húmeda frente del pelinegro-. Yo puedo ayudarte.
Robin sabía lo que pretendía hacer, y también, lo que eso implicaba. Raven era empática, y para ayudarlo a aliviar su dolor, debería sentirlo en carne propia. Como la paliza propinada por Slade, tiempo atrás. Todo se volvía tan vívido para ella como lo era para él.
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- Toc, toc –murmuró la ocultista mientras ingresaba levitando en la enfermería.
- ¡Hola, Chica Oscura! –exclamó Cyborg, poniéndose de pie mientras limpiaba sus manos- ¿Te molesta encargarte de este pajarito por un momento? Debo ir a ver qué desastres ocasionó en el sótano.
Ella sólo asintió, viendo cómo su hermano mayor salía rápidamente del cuarto. Volteó su rostro hacia el interior y lo vio, sentado sobre una camilla, con vendajes y gazas en diferentes partes de su cuerpo, y una sonda intravenosa pasándole fluidos.
Tomó asiento en la misma silla que Cyborg usó momentos atrás, justo frente a él. Los algodones embebidos en alcohol descansaban sobre una charola metálica, y el olor era asquerosamente penetrante. Sobre todo para ella, que no estaba acostumbrada a usar medicinas para curar sus heridas (tampoco las necesitaba).
- ¿Cómo te sientes?
- Mejor que nunca –contestó Robin con una pequeña sonrisa, aunque ella se mantuvo imperturbable-. Gracias, Rae.
- No tienes que agradecerme; no hice nada.
- Gracias a ti, los muchachos dejaron de pensar que me estaba volviendo loco. Tú lo viste, tú supiste que era real… Tú fuiste la única que creyó en mí.
Raven giró su rostro con frustración. Se sentía inútil; no había hecho suficiente, no lo había salvado a tiempo. Tardó en detectar el origen de su problema, tardó en pensar una solución. Tardó, y por eso ahora Robin estaba herido y agotado; sin mencionar los terribles momentos que tuvo que pasar.
- ¿Qué te ocurrió ahí?
La voz de su líder la sacó de sus pensamientos. Se giró a verlo y sintió un dedo enguantado a milímetros de su nariz, apuntándola.
- ¿Qué?
- Tienes un golpe en el rostro, Raven.
- ¿Acaso te viste a ti mismo? Pareces un saco de boxeo, y te preocupas por un golpe en mi rostro.
Parecía ridículo, pero para él no lo era. Raven podía sanar sus heridas; era extraño encontrarle algún corte o magullón en la piel, siempre se curaba rápidamente.
Que siguiera allí indicaba que era una herida más compleja de lo que aparentaba.
- ¿Quién te hizo eso? -el "clic" en la cabeza del pelinegro fue automático-. ¿Fue Slade, verdad? ¿Fue cuando me golpeó?
- Técnicamente, nos golpeó –corrigió ella.
Robin tomó la charola metálica y vio su reflejo en ella. Efectivamente, la misma marca se hallaba presente en su rostro, aunque mucho más leve.
- ¿Por qué tu marca es peor? –ella se negó a responder-. Raven, dime.
La ocultista suspiró.
- Soy empática, Robin. Si mi mente entra en tu cuerpo, lo vuelve propio. Absorbí el impacto de ese golpe –él la miraba con preocupación-. Lo curaré luego, no seas dramático.
Quería minimizar lo que había ocurrido. Sabía que Robin se culparía a sí mismo si le explicaba los pormenores de la intervención que ella había realizado en su mente.
Si tan solo supiera que ahora compartían no sólo un golpe, sino tres costillas rotas, una contusión y el esguince en su tobillo derecho... Él sanaría en unos días, y ella absorbería cada herida por semanas, para ahorrarle el dolor.
Su mano comenzó a resplandecer en blanco y la acercó suavemente hasta la mejilla de su amigo, sanando así la herida amoratada en ambos rostros.
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Tomó la mano de su amiga, aun apuntando hacia su frente, y la bajó hasta posarla sobre sus piernas, donde la sujetó con toda la fuerza que su debilitado cuerpo le permitía ejercer.
- No. No te haré pasar por eso; no es necesario.
- No te lo estoy preguntando –dijo ella, con firmeza y tristeza en su voz-, y sí, es necesario. No te preocupes por mí, he visto cosas peores.
Él tragó seco. Sí, si alguien sabía sobre un pasado doloroso, ésa era Raven. Pero seguía preocupado, por exponerla a esa tristeza tan cruda.
- Por favor –pidió Raven, y su voz había sonado un tanto quebrada. Nunca la había oído así; prácticamente, rogaba su permiso-. Por favor, sólo… Déjame ayudarte.
Dudoso, soltó su mano, dándole un tácito permiso para proceder.
- ¿Qué tanto… verás?
- Lo que tú me permitas ver. Tienes que concentrarte en la causa de tu dolor.
- De acuerdo.
- La fiebre no ayuda, tu cerebro no podrá mantener el control absoluto de tus pensamientos. Pero no veré nada que no quisieras que vea.
- ¿Qué quieres—
- Tu identidad.
Él sólo asintió, agradeciendo enormemente que su amiga tuviera tanto respeto por ese asunto. Robin tenía demasiados secretos en su mente; cargaba con la responsabilidad de mantener oculta no sólo su identidad, sino también la de su padre demás compañeros en Gótica.
- Cierra los ojos.
Él obedeció, y pudo sentir las manos de la ocultista en sus sienes. Abrió un ojo para observar a su compañera, sentada frente a él, con ambos ojos cerrados y el ceño fruncido.
- Dije que cierres los ojos –gruñó, sintiendo cómo su amigo se estremecía-. Concéntrate, despeja tu mente y llévame a ese lugar… Déjame entrar… Azarath… Metrion…
Podía oír los aplausos, las risas de la multitud. Raven sentía en su pecho el orgullo por ver a sus padres haciendo lo que amaban, y siendo aclamados por ello. A su vez, una inquietud se plantaba en su mente, haciendo que fuese imposible estar del todo feliz; ni siquiera… Ni siquiera en su cumpleaños.
Los reflectores enfocaban en todas direcciones, mientras una voz por el parlante anunciaba el maravilloso acto de "The Flying…". No oía lo último, supuso que develaba parte de su identidad. Los habitantes de Ciudad Gótica se regocijaban con el espectacular despliegue de habilidades. De pie sobre una plataforma, miró hacia abajo, antes de comenzar con su rutina.
- ¿Un circo? –preguntó en su mente, mientras aquel cuerpo que usurpó hacía piruetas por su cuenta.
- Mi familia –respondió la voz del pelinegro en su cerebro.
- Déjame ver más…
Una amenaza. Una extorsión. Un solo testigo: él. Un accidente que no fue accidente. Gritos de horror. Sangre. Sus padres… Ellos…
Robin abrió sus ojos sintiéndose extrañamente ligero, como si un enorme peso se hubiera desprendido de sus hombros.
- Funcionó… -murmuró sorprendido, mientras volteaba hacia su compañera -. Raven, funcio—
Su corazón se contrajo al ver la escena frente a él. La hechicera estaba de rodillas en el suelo, abrazada a sí misma, temblando. Las lágrimas salían con furia de sus desorbitados ojos, y su rostro se mostraba en estado de shock.
- ¡Raven! ¡Rae, por favor! –la llamaba tomándola por sus hombros, pero su mirada estaba perdida, enfocada en la nada- ¡Raven, contesta! Fue suficiente, ¡fue demasiado!
Se arrojó al suelo a su lado, rodeándola con sus brazos. La recostó sobre su pecho mientras acariciaba la melena violácea y chistaba suavemente, buscando calmarla. Sentía su pequeño cuerpo temblando de forma constante contra él.
- Por favor, Rae… No debí. No debí permitir que lo vieras, no debí dejarte hacerlo.
Luego de diez minutos, el llanto se transformó lentamente en unos pequeños hipidos, y el temblor se detuvo.
- Está… bien.
- No, no lo está. Te dije que sería mucho, te dije que era demasiado.
- Y yo te dije que he visto cosas peores… Me recuperaré.
Intentó separarse de su compañero, pero él no lo permitió. La apretó contra sí mismo con todas sus fuerzas.
- Robin, ¿qué—
- Dick –la ocultista limpió sus lágrimas mientras buscaba entender lo dicho.
- ¿Qué?
- Mi nombre. Soy Dick. Richard Grayson, pero… me decían Dick.
- ¿Por qué me lo dices? No vi tu identidad –aclaró, temiendo que él pensara en esa posibilidad.
- Lo sé, por eso te lo digo –soltó levemente a su amiga, para poder verla a los ojos-. Ahora me conoces más que nadie, mejor que nadie. Sólo mi padre… Batman, sabía sobre mi pasado. Además… yo sé mucho más sobre ti, que tú sobre mí. Supongo que ahora estamos a mano.
La sonrisa del petirrojo hizo que sus mejillas se sonrosaran. La miraba de un modo tan… Especial. No necesitaba quitarle la máscara para sentir el brillo en sus ojos, la calidez en su mirada. No sabía cómo reaccionar, y sus emociones se alborotaban.
- Confío en ti, Raven. No me malinterpretes, confío en el resto de los Titanes, son mi familia, pero tú… No sé explicarlo. Tal vez tenga que ver con nuestro lazo. No lo sé, no me importa tampoco. Sólo…
Nunca le contó a nadie sobre lo que ocurrió aquel día. De hecho, Bruce lo supo porque estuvo ahí, no de su boca… Pero, por alguna razón que no comprendía, sintió que no podía ocultárselo, no a ella.
- Raven, cuando estuviste en mi mente la otra vez... Tú lo viste, ¿verdad? Tú lo supiste todo este tiempo.
Ella tragó duro y bajó la mirada.
- Lo siento. Vi el... el suelo del circo, y dos sombras... cayendo. No sabía que eran tus padres; lo sospeché por la carga emocional, pero... Intenté mantenerme alejada de eso. Yo... Yo nunca lo había hecho y era difícil moverme por tu mente, yo... Juro que intenté no hacerlo. Y no se lo dije a los demás, en serio, yo... Yo lo siento mucho.
- Hey -la tomó por la barbilla, obligándola a verlo a los ojos-. Tú me salvaste, y sigues salvándome. No imagino lo duro que fue para ti pasar estos años con esas imágenes en tu mente, sin decírselo a nadie. Supongo que eso me hizo confiar más en ti. Yo... siempre sentí que habías estado allí, que lo habías visto, que lo sabías... Que nunca me hayas enfrentado, que... que hayas respetado algo tan privado... No sé cómo agradecerte.
Sus rostros se hallaban enfrentados, con unos pocos centímetros de distancia. Raven podía sentir la respiración de su líder chocando contra su pecho; podía oír hasta el roce de sus pestañas contra la máscara cada vez que él cerraba los ojos, y no pudo evitar que su corazón se acelerara. Él, por su parte, acababa de reparar en el hecho de que la joven gótica se hallaba en pijama, una camiseta gris melange con un pantaloncillo a tono. No era mucho más revelador que su uniforme, pero de alguna forma se sentía distinto, más… Íntimo.
La ocultista decidió agrandar la distancia; por alguna razón, sentía que todo su autocontrol se iría al demonio si la respiración de su amigo chocaba una vez más contra su piel. Se enderezó, sentándose con su espalda apoyada en la cama, y ambas piernas flexionadas. Necesitaba esquivar aquel rostro, aquella mirada, aquella sonrisa.
- Así que… ¿acróbata de circo? –no sabía qué decir, pero cualquier cosa sería útil para cambiar de tema.
- Trapecista –corrigió él-. Supongo que era de esperarse –contestó mientras se encogía de hombros.
- Eso explica tu traje.
- Me refería a mis habilidades… Pero bueno, puede que tengas razón –sonrió ante la burla de su amiga, y giró su rostro al frente-. Hoy es mi cumpleaños. O, bueno, el cumpleaños de Dick Grayson.
Sentía dos ojos violetas mirándolo con atención, como si quisieran atravesarlo. Pensó que con todo lo que ella había visto, sería mejor evitar el tema; pero de nuevo, no podía ocultarle nada. Quería que supiera.
- El día de mi cumpleaños, ellos… Yo sabía. Sabía que algo ocurriría, pero no dije nada. Estaban tan felices de festejar mi cumpleaños haciendo lo que amaban, lo que amábamos. ¿Cómo podría arruinarles eso? –preguntó, mientras volteaba a verla.
Se aproximó un poco más, hasta que los brazos de ambos entraron en contacto. La piel de la hechicera se sentía helada, aunque tal vez eso tenía que ver con la elevada temperatura de su propio cuerpo.
- Si hubiera sabido… –continuó con la mirada gacha-. Pensé que sabotearían las luces, que arruinarían el espectáculo. Debí haber dicho algo. ¡Demonios, debí hacer algo!
Sintió una mano fría y pequeña sobre su brazo, sujetándolo con fuerza. Alzó la vista para chocar con dos lagunas púrpura, que brillaban con intensa tristeza y comprensión.
- Eras un niño, Robin. Jamás habría cruzado por tu mente esa posibilidad. Tú no eres responsable de lo que ocurrió.
Richard comenzó a sorber por su nariz, sintiendo cómo se humedecía al igual que sus ojos. Estaba frustrado, odiándose a sí mismo. Como cada año.
- Deberías descansar –opinó la hechicera-. Iré a traerte un té y medicina para la fiebre.
Salió del cuarto y reingresó un par de minutos después. Ayudó a su líder a entrar en la cama, lo arropó y le extendió los medicamentos y la infusión.
- ¿Segura que estás bien? –La ocultista alzó una ceja, no comprendiendo el origen de aquella pregunta-. Por lo que ocurrió hace rato.
- Te lo dije, sé manejarlo.
- Lo sé, pero no puedo evitar preocuparme –argumentó mientras tomaba su mano con gentileza-. Te veías tan… mal.
- Tú sí que sabes hacer sentir bien a una chica, Robin –comentó con sarcasmo la joven bruja.
- Sabes a lo que me refiero. Te veías muy afectada, y fue mi culpa.
- Cállate –ordenó en tono suave la azarathiana-. No lo hubiese hecho si no fuera capaz de manejarlo.
- Tú y yo sabemos que sí; lo habrías hecho de todos modos. Y eso es lo que admiro de ti.
Raven colocó la palma de su mano libre contra la frente del petirrojo, comprobando que la fiebre aun no desaparecía.
- ¿Puedo preguntarte algo? –murmuró el enmascarado, mientras la ocultista acercaba una silla y tomaba asiento.
- Adelante –respondió con simpleza.
- ¿Qué ocurre con nuestra conexión? ¿Qué significa este lazo?
- Es… difícil de explicar.
- Inténtalo.
Ella asintió. –Cuando entro a la mente de una persona, para ver sus pensamientos o recuerdos, algo de ese ser se queda en mí. Como una mínima fracción de ellos mismos.
Miró a su compañero, esperando que entendiera ese primer concepto. Una vez que él asintió, continuó explicando.
- Significa que tengo la capacidad de comprender tus emociones como propias, en cierta medida. No es una habilidad que pueda darme el lujo de usar, porque si acumulo las emociones de muchas personas en mí…
- Tus poderes.
- No podría controlarlos. O sí podría, pero debería controlar la mente y las emociones de los demás. No es tan sencillo como meditar y recitar mi manta. Si entro en la mente de alguien, no hay forma de ignorar sus emociones. Por eso me desagrada: no hay algo más despiadado que jugar y controlar la mente de otra persona –se detuvo un instante, mirando al petirrojo-. Eres la primera persona con la que utilizo esta habilidad. Y espero que seas la última.
- Entonces, ¿tú has controlado—
- No –interrumpió de forma seca-. No entraría a tu mente sin permiso. Y si hubiese estado allí, lo habrías notado.
Raven sonaba algo… ofendida, dolida por la pregunta de su compañero, y él se sintió un idiota por siquiera ponerlo en tela de juicio.
- Lo siento. Sé que eres incapaz de hacerlo, fue una pregunta estúpida.
- Es normal. Mis poderes causan esos miedos en la gente.
- No en mí –afirmó seriamente, mientras sus dos manos encerraban las dos más pequeñas de Raven con fuerza-. Jamás te tuve miedo, y jamás lo tendré.
De nuevo sus miradas chocaron, haciendo que el corazón de Raven se acelerara. Él sonaba tan determinado, tan seguro… No le temía, no parecía intimidado por su poder. Ni siquiera los monjes de Azarath habían mostrado tanta confianza hacia ella. Sus propios maestros habían guardado cierta distancia, conscientes de su sangre demoníaca y de su capacidad que filtrarse en la mente de las personas.
- Gracias –susurró, no pudiendo controlar su nerviosismo. ¿Por qué? No lo sabía.
- Gracias a ti –respondió Robin, pasando en dorso de su mano por la grisácea mejilla de la hechicera. Allí descubrió el calor que comenzaba a emanar su ruborizada piel.
¿Por qué la caricia? ¿Desde cuándo él hacía algo así? ¡A ella! Fue un impulso incontrolable, y debía admitirlo: su piel se sentía mil veces más suave de lo que imaginaba.
- Deberías dormir. Mañana tenemos entrenamiento –murmuró Robin, acomodándose entre las sábanas.
- Nosotros tenemos entrenamiento –afirmó la ocultista, dejando en claro que no permitiría al petirrojo acercarse al campo de práctica o al gimnasio.
- Supongo que no tiene caso discutir contigo, ¿verdad? –preguntó de forma adormilada.
- Supones bien –respondió mientras hacía levitar un libro de la biblioteca del pelinegro hasta sus manos-. Duerme.
- ¿Te quedarás aquí?
- Sí. Gracias por hacerme sentir bienvenida –respondió con sarcasmo, al notar el asombro en la voz de su amigo.
- ¡No! No quise decir… Claro que puedes, si quieres, pero ¿tú qué harás? –indagó, mirando de forma curiosa cómo ella se disponía a leer.
- No es de tu incumbencia –dijo, ocultando su rostro tras lo que parecía ser una novela policial. Qué sorpresa.
- De acuerdo…
Él se acomodó para dormir sobre un lado, cuando sintió cómo el colchón a su espalda se hundía levemente.
Al girar el rostro, vio a su amiga apoyando ambas manos en la cama, extendiendo su cuerpo hasta depositar un suave beso en su frente. Luego, la joven volvió a su postura original, con las piernas cruzadas sobre la silla.
- ¿Y eso? -preguntó Robin, sintiendo un calor muy distinto al de la fiebre en su rostro.
- Feliz cumpleaños.
Richard sonrió, sonrió de forma auténtica y plena. La observaba con tanta intensidad -incluso a través de su máscara-, que Raven tuvo que desviar su mirada, imaginando cómo sus mejillas de teñían de un abochornado carmesí.
- No esperes que vuelva a hacer eso, porque no lo haré. Hoy fue una excepción única, Grayson.
- De acuerdo, lo tendré en cuenta -comentó sonriente, mientras volvía a acomodarse para dormir-. Descansa, Rae.
Ese sobrenombre dicho por él sonaba asombrosamente bien.
- Descansa, Dick.
Robin se durmió casi al instante, sintiendo un relajante calor en su pecho, producto de aquel "Dick" que había salido de la boca de su amiga. Hacía muchos años que nadie lo llamaba así, al punto en que él mismo casi olvidó cómo se oía su nombre. Pero ahora que Raven lo había pronunciado, sólo tenía una certeza: su nombre jamás había sonado tan bien.
Ella bajó el libro en cuanto sintió que su líder dormía. No leería esa noche. Aunque quisiera, aunque tuviera horas de añorado silencio, simplemente sería imposible.
Le había costado mucho trabajo explicar todo el asunto de su conexión evitando algunas cuestiones. Y ésta era una de ellas.
Cuando entró a su mente por primera vez, aun habiendo estudiado lo necesario y conociendo toda la teoría existente al respecto, era inexperta: no sabía qué le deparaba, no sabía lo que sentiría. Su miedo al ver a Slade, al sentirlo tan real, la paralizó, permitiendo que aquel golpe la sacara de su trance. Pero eso fue sólo el principio. Pasó los siguientes días atemorizada de su propia habitación, creyendo que vería al enmascarado saliendo de cualquier rincón. Se alteraba con facilidad, y sus poderes estaban al borde del descontrol.
Aún hoy se podía decir que seguía bajo la influencia de aquella experiencia, teniendo un odio especial hacia Slade. Claro que el hecho de que hubiese sido secuaz y soldado de su padre no había sido de mucha ayuda.
Se puso de pie y caminó hasta la ventana, posicionándose para meditar. Con cada mantra pronunciado, las lágrimas salían sin reparo y caían contra la alfombra del cuarto.
Se sentía mal por haber ocultado a Robin parte de la información, pero sabía que era lo mejor. Si él hubiese sabido que todo eso tendría tal impacto en ella, jamás le habría permitido ayudarlo.
Alzó su mano hasta el pecho, masajeándolo. Ahora el duelo por la muerte de los señores Grayson era de ambos, y Raven debería lidiar con aquel insoportable dolor en su corazón.
