Cardinalidad

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La máscara y el brazalete

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Santuario de Athena, Grecia

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"La belleza artística no consiste en representar una cosa bella, sino en la bella representación de una cosa" —Immanuel Kant.

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Afrodita despertó en el suelo de la doceava casa, estaba muy desconcertado y le costó reconocer el lugar donde se encontraba así como a sus ojos acostumbrarse a la radiante luz que entraba desde la puerta. Se mantuvo así por unos minutos antes de ponerse de pie tratando de recordar en donde había estado antes de despertar ahí.

Recordaba aquella sala oscura durante el juicio sostenido con los dioses del Olimpo, recordaba a la diosa Atena haciendo negociaciones de paz pero ¿qué pasó después de eso? En su memoria no estaban los hechos ocurridos luego de aquellas negociaciones, solo hubo oscuridad y enseguida despertó en el suelo del recinto que había ocupado por varios años.

— ¿Qué estoy haciendo aquí? —Se decía lentamente sin dejar de mirar el techo, se sentía fatigado como nunca antes y le costaba moverse como si hubiera estado dormido por mucho tiempo— Y ahora… ¿qué sigue?, ¿Qué nueva batalla nos espera?

Giró su mano tocando el frio suelo de roca hasta que rozó con un papel había una nota tirada junto a él, se incorporó para poder revisar un sobre blanco que no estaba cerrado y ver de qué se trataba; sacó la carta que estaba en el interior y lo leyó con cuidado.

"Apreciable Afrodita de Piscis:

Por medio de la presente le comunico que es necesario que tome las pertenencias que tenga en la doceava casa y abandone el recinto al amanecer del día de mañana. Así mismo deberá renunciar a la posesión de la armadura de oro, a su rango y dejar la armadura en el recinto dentro de su caja de Pandora.

La razón de esta decisión le será informada en la audiencia que tendrá conmigo el día de mañana justamente al atardecer. La ubicación del lugar donde se encontrará conmigo está descrita en el mapa contiguo.

Se le pide de la manera más atenta que no llegue tarde a la cita puesto que es indispensable su presencia para discutir temas importantes relativos a su futuro.

Atentamente,

Athena"

No entendía la razón exacta de la nota, estaba desconcertado tanto por haber despertado en la casa de Piscis como por la aparición del sobre blanco; se puso de pie y se dirigió a la puerta con la vaga esperanza de encontrar al mensajero que había dejado el sobre pero no había nadie en los alrededores. Desde la doceava casa se alcanzaban a ver todas las escaleras de los demás recintos y no había nadie bajándolas, lanzó un suspiro de fastidio temiendo lo peor.

—Es seguro que habrá otra batalla en puerta… —era la primera vez que se sentía verdaderamente cansado de todo: cansado de pelear, cansado de servir a cuanto dios los llamara al frente y ser usado como soldado de batalla desechable y cansado de no poder estar en paz.

Volvió a leer la nota una y otra vez tratando de asimilar ciertas frases que le resultaban difíciles de creer.

—Tomar mis cosas, dejar la armadura y abandonar este recinto —en resumidas cuentas eso decía el documento, no le gustaba aquella resolución ¿Qué tal si era un mensaje falso y la diosa no lo había escrito? —, el problema es que no podré saber de qué se trata hasta no ir a la cita y rectificarlo por mi mismo… —tamborileo sus dedos por encima del sobre digiriéndose al interior del templo mientras analizaba la situación.

Revisó el mapa con cuidado, se trataba de una ubicación en un pueblo al norte de Atenas, estaba indicado que debía asistir a una audiencia con la diosa en una casa ubicada en medio de los bosques o eso parecía.

—Solo hay una forma de llegar hasta el fondo de esto… ni hablar —no ganaría nada quedándose a pensar en la nota, lo mejor sería acudir a la cita aunque la idea de dejar la armadura sola en su caja no la consideraba nada prudente.

Llego a la habitación del doceavo recinto, un cuarto muy grande y lujoso, digno de un Santo del más alto rango que contaba con su propio baño privado. Afrodita lo observó y algo de nostalgia lo invadió; aquella habitación lo vio dormir durante varios años desde su llegada al Santuario y luego tras su regreso del entrenamiento, había sido su escondite, su santuario privado por mucho tiempo y ahora se veía en la penosa necesidad de abandonarlo.

El interior de la habitación estaba en perfecto orden, tal y como le gustaba tener sus cosas; tenía una enorme cama que, pocas veces, había visto compañía, además dos mesas de noche en cada lado con una lámpara de aceite encima además de un par de libros que estaban pendientes por terminar de leer. A un lado de la cama había un librero, algunos libros eran de él y otros le pertenecieron a su maestra, la mayor parte de los textos los había leído repetidas veces aunque le dolería deshacerse de ellos debía hacerlo o traería demasiadas cosas cargando.

Frente a la cama estaban el pequeño comedor de solo dos sillas y a un lado la cómoda con algunas prendas que conservaba. Esta vez lanzo un suspiro de tristeza, no podía creer que tuviera que dejar toda su vida atrás para ir a una audiencia con la diosa y, de paso, para ir directo a lo desconocido.

¿Qué iba a pasarle de ahora en adelante?

Dejo la nota sobre la mesa y tomo un morral grande que tenía para meter todas sus pertenencias, abrió uno a uno los cajones para ir sacando la ropa cuando se encontró con un suéter rojo y viejo que tenía algo envuelto, lo desamarro con cuidado y vio que se trataba del suéter que uso de niño cuando conoció a su maestra y no solo eso, lo que estaba envuelto era la máscara de ella.

La máscara que ella solía usar de acuerdo con las leyes de las amazonas. Había olvidado por completo que eso estaba guardado en un cajón, la observó con cuidado viendo que tenía la grieta que se le hizo al caérsele al suelo.

—Maestra Narcisa… —no solo había olvidado que la máscara estaba ahí sino que se había olvidado de su maestra por completo, en ese momento trató de recordar por que había guardado la máscara en vez de dejarla en su tumba.

Pero esa idea fue reemplazada con otra puesto que no solo estaba la máscara de Narcisa en el cajón sino otro objeto que no le pertenecía: se trataba de un brazalete dorado que observó con detenimiento mirándolo extrañamente, aquel objeto en definitiva no tendría porque estar ahí puesto que no le perteneció a su maestra o a la otra mujer en su vida: su madre.

—Esto… ¿qué hace esto aquí?, ¿por qué lo guardé? —pensó un poco tratando de recordar— Ah, ya sé de quién era.

Lanzó el brazalete a la cama con desprecio, le había pertenecido a una chica que le causo problemas en el pasado, una persona que definitivamente quería olvidar aunque iría a dejárselo antes de partir. Acto seguido guardó el suéter viejo, la máscara y demás prendas en el morral, llevaba puesto un pantalón azul, una camisa blanca y un par de zapatos negros, con eso bastaría para poder ir a la audiencia y terminar con todo de una vez.

Los cajones quedaron vacios. Se acercó al librero y sacó todos los libros que había ahí, no los necesitaría tampoco, en uno de los entrepaños de abajo había una caja la cual fue llenando de los objetos que serían desechados; los libros, el brazalete dorado que estaba en el cajón y los planos para el jardín de protección al edificio principal de Santuario.

Afrodita miro los planos con tristeza; él había diseñado aquel jardín de rosas para protección del Patriarca, no pudo evitar sentirse orgulloso de aquella obra cuando estuvo completa. Habían caído cantidad de traidores en medio de aquellas rosas rojas diabólicas pero ahora el jardín había desaparecido junto con toda la orden de caballeros por lo que puso esos planos en la caja también, no quería saber nada más de aquel asunto.

En una de las mesas de noche estaba un libro que había olvidado en el pasado: "Lille Prinsen", Afrodita lo tomo y lo miro extrañado.

—El Principito… —ese libro se lo había regalado Narcisa al cumplir los ocho años, lo guardaba en su mesa de noche para leer un capítulo a diario.

En realidad amaba ese libro porque lo leyó cantidad de veces aunque su propia lengua le costaba trabajo, lo que más le gustaba de aquel libro era la Rosa, lo hojeo un poco y se encontró con su parte favorita:

"El principito, que asistía a la instalación de un capullo enorme, sentía que de allí surgiría una aparición milagrosa, pero la flor no terminaba de prepararse para estar bella, al abrigo de su habitación verde. Elegía con cuidado sus colores. Se vestía lentamente, ajustaba sus pétalos uno por uno. No quería salir toda arrugada como las amapolas. No quería aparecer sino en pleno resplandor de su belleza"

Así había sido su preparación como caballero de Atena: como si él fuera una rosa esplendorosa y por supuesto que su última prueba sería como salir del capullo sin embargo conforme iba leyendo aquel capitulo se daba cuenta de algo importante con respecto a la bella flor que poseía El Principito: que aquella rosa no era más que la representación de la vanidad pura y el egocentrismo, finalmente era una flor cualquiera y de no ser por los cuidados del niño habría muerto como las demás flores del planeta.

Aunque para El Principito fuera una flor única solo era una rosa como las demás.

—Vaya, cuánto tiempo ha tenido que pasar para entenderlo —cerró el libro y se miro en el espejo de la habitación—, una vez me sentí tan hermoso como esa rosa pero en el fondo no soy más que un simple hombre… ya no tengo espinas para defenderme y mis pétalos han perdido sus colores —se toco el rostro que ahora se veía algo demacrado así como su cabello, se sintió miserable de tener semejante aspecto y más miserable aún por todas las cosas que había hecho desde entonces.

Como si hubiera caído en cuenta de una realidad que se hallaba lejos de su entendimiento.

Miro el brazalete dorado en la caja y lo tomo, en ese momento se dio cuenta de que había sido negligente con la joven poseedora de aquel objeto pese a que la trató por bastante tiempo. La chica se llamaba Maya, era una amazona que casi no salía del campo de entrenamiento y tampoco iba a misiones ni nada pero siempre estaba entrenando, por accidente se había topado con ella cuando él y DeathMask hacían un rondín matutino; el santo de cáncer se burló de ella, la chica quiso huir para no meterse en problemas y él, por querer demostrar su superioridad ante la chica y su amigo de cáncer, la humilló quitándole la máscara; ahora la chica tendría que amarlo a la fuerza.

— ¿Qué harás ahora niña? —Preguntó cruelmente Afrodita— Vas a tratar de matarme.

—Lo intentaré —Maya era pequeña de estatura y muy delgada aunque era fuerte no pudo en contra de él y perdió repetidas veces.

En ese momento, en la habitación de la casa de piscis, comprendió toda aquella situación; se había burlado cruelmente de Maya delante de DeathMask, la chica estaba humillada porque recordó que le salían lágrimas de sus ojos cuando intentó combatirlo. No solo le arrancó la máscara sino que le quito la inocencia semanas después cuando a la joven no le quedo más remedio que amarlo, la tomaba cuando él quería sujetándola tan fuerte de los brazos que se le hacían moretones en la piel. Ni siquiera pudo tratarla bien. En ese momento pudo sentir el dolor de ella, lo que ella sentía cada vez que la hacía salir del campo de amazonas con amenazas y cada vez que DeathMask pasaba la noche con los dos, aunque el santo de Cáncer era el más cruel con ella.

Se habían divertido a costa de Maya, la trataron mal todo lo que les vino en gana; se sentía mucho peor que el más asqueroso de todos los seres del planeta porque al final la chica perdió la vida y no se les ocurrió nada mejor para ocultar aquello que ir a tirar su cuerpo lejos de los campos de las amazonas. Aquello había sido despreciable.

No pudo evitar mirar el brazalete con pena, cómo se imaginaría que años después el humillado sería él, no perdió ninguna mascara pero si la dignidad batalla tras batalla y, finalmente, delante de Radamanthys. Se guardó el brazalete en el bolsillo del pantalón junto con la nota de la diosa, antes de Salir del Santuario haría una visita al cementerio.

No quedaba más que guardar la armadura dorada en su caja de pandora y eso sería todo. El libro de "Lille Prinsen" se lo llevaría con él, le gustaba mucho como para desecharlo, lo leería de nuevo a donde quiera que se dirigiera.

Miró por última vez la doceava casa mientras la pena lo embargaba, se colgó el morral en la espalda y llevaba la caja con los libros y demás objetos en las manos.

—Adiós casa de Piscis, creo que no te volveré a ver —fue escaleras abajo para verificar si se encontraba con alguno de sus colegas.

Sucedió que Camus estaba en la onceava casa aun dormía y tenía el mismo sobre blanco; paso de lado sin despertarlo. En la décima casa estaba Shura, también dormía y, de igual forma, estaba un sobre blanco a su lado. Todos parecían haber recibido aquel documento, entonces todos tendrían una audiencia con la diosa Atena, todos debían salir del Santuario y dejar las armaduras en los templos.

Y así parecía ser ya que la armadura de Sagitario estaba en su caja de pandora en la novena casa sorprendiendo a Afrodita, quien no esperaba encontrarse con aquello. En la casa de escorpión se encontró con lo mismo, Milo ya no estaba ahí pero la caja de pandora sí.

Desde Libra hasta Aries tampoco había más que cajas de Pandora, todos los colegas ya se habían marchado a sus respectivas audiencias. Miro hacia arriba con pena porque la más poderosa de las órdenes al servicio de Atena había dejado de existir.

Al llegar a la entrada de las doce casas lo que Afrodita vio fue un espectáculo triste: todo el Santuario parecía estar desierto, no se encontró con ningún aprendiz, ni con ningún soldado camino al cementerio; los campos de entrenamiento estaban vacios. No había ni un alma en el Santuario.

— ¿A dónde se habrán ido todos? —tenía un poco de miedo porque aquel era un cambio radical, todavía durante la batalla contra Hades estaban los caballeros dorados restantes vigilando las doce casas pero ahora no había nadie ahí solo templos vacios.

Cuando llegó al Cementerio del Santuario se pregunto donde pudo haber sido enterrada Maya ya que la sección de mujeres era la que solo tenía una roca sencilla por lápida, no había ningún nombre grabado en ellas.

— ¿Dónde podrá estar esa tumba? —iba mirando roca por roca tratando de encontrar alguna pista sobre el paradero de la persona que buscaba pero nada, si Maya estaba en ese cementerio sería todo un triunfo poder encontrarla.

— ¡¿Qué haces aquí Caballero?! —La voz de Shaina retumbó por detrás de él, Afrodita se sorprendió al verla— No es normal que tú visites este lugar.

—Shaina… —la había visto muchas veces en el Santuario sin jamás cruzar palabra con ella, le resultaba extraño verla en ese lugar precisamente— Yo te pregunto lo mismo.

—Vine a ver a Maya —respondió ella con toda naturalidad—, seguro la recuerdas ¿me equivoco? —dijo con ironía.

Frunció el seño, todos en el Santuario sabían sobre él y Maya, sabían que la chica era su amante y por supuesto su muerte a manos suyas, aunque Shaina era muy joven si alcanzó a conocerla poco tiempo.

— ¿Dónde está su tumba, Shaina? —pregunto con cortesía para evitar que ella dijera algo más y se marchara.

— ¿Vienes a visitarla después de tantos años? No me digas —ella se cruzó de brazos pero tenía una postura desafiante.

—No quiero pelear contigo, solo vine a dejar algo en su tumba —se lo dijo sin perder la calma y sacó el brazalete del bolsillo.

—Entonces… realmente la mataste —Shaina no dejaba de mirar el brazalete que Maya solía usar en su mano derecha, era una pieza de la armadura que portaba sin embargo ella lo usaba todo el tiempo—, eres un maldito Afrodita… Todos estos años creímos que ella se había suicidado por tu culpa pero resulta que eres su asesino —se acercó a él con la intensión de quitarle el brazalete, Afrodita no puso ninguna resistencia.

—No voy a discutirte lo contrario, sé que jamás podré pedirle perdón a Maya por lo que ocurrió y ese brazalete no la traerá de regreso pero créeme que me arrepiento de su muerte —estaba siendo honesto— dime donde está su tumba.

En ese momento el peso de la muerte de Maya caía sobre él como las rocas de una montaña, había pasado mucho tiempo de eso pero como decirle a Shaina que, en ese momento, él no había sido más que un joven ególatra que quiso sacar provecho de la chica ignorando las consecuencias, ignorando que su destino sería peor que la muerte.

Que tonto había sido pero no había vuelta atrás, tan solo podía pedir perdón a la memoria de la chica y seguir adelante.

—Es por aquí —Shaina se veía molesta, aun así lo llevo a la tumba la cual se hallaba a unos pasos de donde estaban— ahí está —ella señaló la roca justo bajo sus pies y le entregó el brazalete— toma, a ver qué tan bueno eres pidiendo perdón a su memoria —se lo dijo de la peor forma que pudo

Afrodita se agachó sobre la pequeña roca bajo la cual estaba sepultada Maya, trató de recordarla más allá de su máscara; la jovencita era atractiva para su edad pero su aspecto raquítico opacaba su belleza, su cabello era café y siempre lo llevaba recogido. Tenía algo que vagamente le recordaba a Narcisa, no se había percatado de esos detalles hasta ahora.

De alguna forma la memoria de Maya le recordaba a Narcisa; una mayor que la otra, una más fuerte que la otra, ambas difuntas y él conservaba un recuerdo de ambas: el brazalete y la máscara. Odiaba ambos objetos y ahora le devolvería a Maya el suyo.

—Espero puedas perdonarme algún día… —levantó la roca y cabo un poco para meter el brazalete bajo ella y enterrarlo con su dueña— Fui un estúpido por cómo te tratamos DeathMask y yo, sé que debí detenerlo cuando se le estaba pasando la mano contigo y debí detenerme yo también.

—No quiero ni imaginarme las cosas que le hiciste —comento Shaina detrás de él mordazmente.

—Y haces bien en no imaginarte nada —respondió Afrodita sin mirarla, no quería oír los sarcasmos de la joven amazona—. Dime Shaina, ¿sabes a dónde se han ido todos los demás caballeros dorados?

— ¿No lo sabes? Todos están teniendo una audiencia importante con la diosa Atena en un lugar al norte de aquí.

— ¿De qué es la audiencia?

—Me temo que no estoy autorizada a darte más información pero no te preocupes no es nada malo, solo habrá unos cuantos cambios por aquí como podrás ver.

—No llevas tu máscara ni armadura —no había notado que la chica no portaba su armadura de plata, vestía como cualquier persona de su edad. Eso confirmaba que la orden de los caballeros había llegado a su final.

—Exacto.

—Bien, me retiro entonces. Que tengas buen día.

— ¿A dónde irás antes de la audiencia?

—Al pueblo más cercano, venderé algunas de mis pertenencias que ya no me sirven y después iré a las doce casas a buscar a Camus y a Shura.

—Iré contigo, me interesa saber donde venderás tus cosas. Tal vez yo pueda vender algo.

—Como quieras —realmente no estaba de humor para pelearse con la chica, bien pudo haberle hecho algún comentario poco agradable pero lo que más le interesaba era llegar al fondo de todo pero para eso tendría que esperar a la audiencia al día siguiente.

—Mejor iré después —dijo Shaina pensativa—. Por cierto, por orden de la diosa el día de mañana iré a buscarte a la doceava casa para llevarte ante su presencia —comentó ella antes de retirarse.

— ¿Por qué la diosa te envía por mi? —Afrodita no entendió esto último.

—DeathMask y tu tenían cierta fama y ella quiere asegurarse que se presentarán en su audiencia; no te preocupes no es personal ya que también escolté a tu amigo y a Saga. Velo como medida de seguridad caballero.

—De acuerdo… mañana nos veremos las caras entonces.

—Iré al Santuario al medio día para llevarte ante ella, no pretendas huir ni oponer resistencia.

—No lo haré —tras decir esto último la dejo y continuo con su camino hasta el pueblo.

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Continuará…

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*Notas: Este fic tenía un formato diferente pero se me ocurrió reestructurarlo y darle otro enfoque distinto aunque más o menos abarcará la idea que tenía originalmente. Gracias por leer.

Disclaimer: Personajes propiedad de Masami Kurumada.