Ella dormía a su lado, desnuda como los dioses la trajeron al mundo, sus suaves ronquidos eran música para sus oídos.
Acaricio su caballera castaña, ondulada, suave al roce de los dedos… para él no había espectáculo más hermoso que aquello.
Suspiro profundamente y observo en silencio(no quería despertar a la hermosa niña que dormía plácidamente a su lado)las llamas que danzaban lentamente en la chimenea.
Y él…él no era más que el hijo de uno de los tantos vasallos de su señor Eddard.
No tenía un buen futuro por delante, ni siquiera podría aspirar a ser caballero porque, para su mala suerte, era el bastardo de aquel vasallo… siempre segundón, siempre despreciado.
Ser bastardo lo había atormentado durante toda su vida, pero al verla a ella todo pareció cambiar.
Toda su vida la amo, y ahora que por fin estaban juntos, parecía haber una esperanza en su destino.
Se levanto sigilosamente, descolgó su espada de la pared, y comenzó a imaginar que era un caballero que luchaba contra enemigos, defendiendo a su princesa. Un golpe aquí, otro allá, la espada se blandía en el aire.
Soñar era fácil, pero hacerlo no tenía nada de malo. Izquierda, derecha, al frente, abajo, un pequeño giro y con una estocada directa clavo la espada en el corazón del príncipe Joffrey. Una sensación artificial muy parecida a la victoria emano de su pecho y dio un grito de alegría.
Sansa soltó una delicada carcajada, y Jon se puso rojo como un tomate.
-Creo que has asesinado a la pared-murmuró la niña con su dulce voz aterciopelada.
Jon esbozo una gran sonrisa, se acerco lentamente hasta ella y le dio un beso, un beso corto y dulce.
-Era el príncipe Joffrey- contesto Jon un tanto arrogante. Sansa frunció el ceño divertida y busco su ropa, ya lista para irse .Pero Jon le había jugado una mala pasada y se la había escondido. Enojada, lo empujo bruscamente, lo que le provocó mucha gracia a Jon, que le prometió dárselo solo si ella le daba un beso.
-¿Otro beso más?-pregunto molesta.
-Sí ,otro-el joven no podía dejar de reírse.
-Bien-.
Se puso en puntillas y enrosco los brazos en torno al cuello del joven, posando sus labios en los de él. Jon sintió como su corazón martillaba como loco en su pecho y cada beso era como la primera vez, esa vez que la beso bajo el arciano, a escondidas del mundo.
La apretó fuertemente contra su cuerpo, no quería soltarla nunca. Era suya y de nadie más, la amaba con cada parte de su ser, ella era su perdición, por ella daba la vida entera.
Cuando sus labios se separaron, ambos sentían un vacio dentro. Era un dolor terrible no sentir el sabor de sus besos, pero la realidad golpeaba a su puerta: era Jeyne, la amiga de Sansa que les advertía de la llegada del padre de la niña.
Jon le devolvió su vestido, y Sansa se vistió lo más rápido que pudo, tan nerviosa que sentía que iba a estallar. Jon también termino de vestirse, se puso su abrigo y con delicadeza la cubrió con la gruesa piel de lobo.
La acompaño hasta la entrada de su gran hogar, ella aferrada a su brazo, él triste porque otra vez estarían alejados.
-Puedes quedarte, hoy darán un gran banquete por la llegada del rey Robert.
-No, no creo que se me permita estar allí.
Ambos se quedaron en silencio, mirándose con tanta ansiedad. Se amaban demasiado, con locura, con pasión, pero sobre todo, con mucha mucha dulzura. Pero era imposible, era prohibido, jamás podrían estar juntos públicamente, a escondidas era lo mejor.
Una sonrisa para tranquilizarla, y ella se marcho. Y el volvió triste a su humilde hogar, dejándola otra vez, perdiéndola una vez más. Y quien sabe cuando sería la última vez que la veería.
