Aun recuerdo cuando, viéndote a los ojos empañados de lagrimas te pedí como su fuera un niño buscando protección –No me dejes solo.

Aun recuerdo el frio que se colocaba por entre mis huesos, tus manos acariciándome suavemente el cabello, esperando a que mi llanto mermara.

-Nunca te dejare, nunca.

El sonido de las bombas, los rayos y los gritos provenientes de afuera me erizaron la piel. Aun estamos en guerra, la paz no llega y yo a pesar de todo sigo necesitando de tu apoyo.

-Recuérdame, recuerda cuando nos conocimos –me pediste viéndome a los ojos- recuerda la canción que tu madre te cantaba cuando niño para que durmieras.

Su recuerdo me lastima pero extrañamente me reconforta. Su dulce vez entonando una melodía para niños, la nana de todos los pequeños.

-La recuerdo claramente –te respondí con media sonrisa. Mis palabras quedaron en el aire al escuchar los gritos de una mujer, luego un estruendo y ya nada más. Estaba muerta, lo sé. No pude contenerme y deje que el llanto me nublara los ojos, todo se veía cristalino, como si se tratase de un vidrio frente a mí. El sabor salado me hizo estremecer, los rayos se colaban por entre las cortinas.

-¿Ves eso? Ya casi amanece –te mire de forma curiosa- Estaremos a salvo cuando salga el sol, sus rayos nos protegerán y todo el mal se ira. Estaremos sanos y salvos.

-Sanos y salvos- musite antes de perderme en tus brazos que me llenaban de ánimo, tal vez aun soy un niño, quizá no sea tan fuerte como otros. Pero sé que ha tu lado el mal nunca me tocara.

Porque después de todo eres Mi Luz.