Duro tan solo un segundo, o quizás un instante.

Pero para ellos el tiempo se detuvo, y, por un momento, el mundo pareció no existir.

Fue difícil separar sus labios, pues la magia los había impregnado.

Era tan doloroso hacerlo, porque a partir de ese momento se convirtieron en uno.

Sonrojados, no eran más que dos jóvenes descubriendo el amor.

Ella, una hermosa doncella, toda una damita.

El, un joven encantador.

Eran perfectos, uno para el otro.

Solo había un incoveniente: ellos eran de la misma sangre.

Al menos, eso creían.