Disfraces

Las mejores mentiras se sustentan en alguna clase de verdad: deformada, mutilada, irreconocible, pero cierta al fin y al cabo. Moriarty disfruta balanceando los límites de lo real; le gusta recrearse en su papel de villano hiperbólico, alejar al mundo del enigma de su mente. Adelantarse al hombre más inteligente de Londres, despojar a los otros de sus disfraces.

Sherlock era su juguete favorito, sabe que sentirá una mezcla de emoción y pesadumbre el día que quiebre su voluntad con sus propias manos, el día que le haga caer. Mientras tanto se deja fascinar por sus aires de señorito inglés, tan anacrónicos como él. Le deja saborear la sensación de control. Ese es el gran disfraz de Sherlock, el intelecto puro, la abstracción solitaria que no se da cuenta de que son los otros los que le anclan al mundo.

Watson, es un caso especial, disfraza su adicción al peligro con una cojera psicosomática. Es el vecino que siempre saluda con una pistola en el bolsillo.

Su favorita es Adler. "La mujer", la reina de lo ambiguo, la maestra de lo oculto. Queda desnuda creyendo que así se pone todas las máscaras. Sherlock la descubrió por los latidos de su corazón. Para Moriarty siempre fue transparente.

A veces Moriarty piensa que él es el único real. El loco, el pobre actor engañado, el chico del depósito, el genio criminal. Todos son él. Sin antifaz, expuesto ante su público…hasta que entra en la cámara acorazada de la de Londres y se pregunta cómo le sentaría una corona.