Disclaimer: El Potterverso no me pertenece
Este fic participa en el I Fest de la Noble y Ancestral Casa de los Black.
Bueno, en el resumen tienen el prompt que cogí. Si quien lo pidió está leyendo, espero que se parezca a lo que tenías en mente.
Los idiotas de siempre
I
Ha llegado carta
Después de siete años en Italia, Zacharias aún no lograba acostumbrarse al clima. Especialmente en el verano, cuando la humedad lo ahogaba. Pero había logrado descubrir qué hechizos usaban los magos romanos para poder vivir, ajustando las temperaturas de las habitaciones. Sin embargo, en las calles era imposible escapar del calor asfixiante.
—¿No vienes, Inglés? —le preguntó su amigo y socio, Paolo Bartolini—. Giovanna me dijo que te invitáramos a cenar, si te parece. Prometió lasagna.
La mujer de Paolo, Giovanna, era una mujer guapísima y una excelente cocinera. Su lasagna era una gloria, al igual que los postres que preparaba. Pero Zacharias no tenía ganas. Era viernes y había sido una semana muy larga, por lo que lo único que esperaba era poder irse a casa y echarse a leer algo por un buen rato.
—Dale mis disculpas a la donna —respondió—. Para la próxima vez será, Paolo.
—Ya. No te quedes hasta muy tarde.
Su socio se soltó la corbata y se despidió con un gesto de la mano. Una de las cosas diferentes entre los magos ingleses y los italianos era que estos últimos reservaban las túnicas para situaciones solemnes. En el diario vivir, se vestían como los muggles. Para la primera reunión con sus inversores, Zacharias había llegado con su mejor túnica, provocando un ataque de risas en Paolo. Había insistido en que necesitaba cambiarse, porque nadie iba con esas pintas a una reunión de negocios. Y Zach había tenido que hacerle caso.
—Por supuesto que no. Lo único que quiero es llegar a casa.
Paolo salió de la oficina, dejando al joven solo en ella. Zacharias echó una mirada a los papeles que tenía sobre la mesa. Seguro que no había nada que no pudiera esperar al lunes, se dijo. A lo mejor debía hacerle caso a Paolo e irse a casa temprano.
Sí, eso haría. Ir a casa y echarse a la cama con la novela que estaba leyendo. El último éxito de ventas en la Italia mágica, que iba sobre un mago detective que resolvía misterios a su alrededor cuando los aurores no lograban resolverlos. El primero se lo había regalado Paolo, y Zach había quedado fascinado con las aventuras de Fabrizzio Caruso y había continuado comprándolos cada vez que salía uno nuevo.
El plan de ir a casa a terminar el libro sonaba muy bien. Se levantó de su silla y cogió sus cosas para irse de ahí. El edificio en que se encontraban las oficinas en las que trabajaba no permitía que la gente se Apareciera o Desapareciera directamente, aduciendo que era un riesgo para la seguridad. Lo que era, por supuesto, una objeción razonable. Pero hacía que los trabajadores tuvieran que alejarse un poco para poder ir a sus casas.
El hogar de Zach era un departamento cercano al distrito mágico de Roma, en un pequeño barrio de casas y edificios mágicos. Era lo suficientemente amplio para él, que vivía solo. Alguna chica con la que había salido le había comentado que el departamento era muy poco acogedor para otra persona, pero él no había cambiado nada al respecto. A él le gustaba.
En el refrigerador había restos de la última vez que había comido en casa de los Donazzetti. Giovanna insistía en darle las sobras cada vez que iba a comer a su casa, diciendo que estaba segura de que él no comía lo suficiente. Zacharias lo agradecía, porque la verdad era que sus habilidades culinarias eran básicamente nulas. Ni siquiera al trasladarse a Italia había logrado aprender a cocinar algo que no fuera arroz.
Se había mudado a Roma siete años antes, poco después de la guerra. Sus padres habían fallecido unos meses después de la batalla en la que él se había negado a pelear. Después de tres años de muertes y dolor, sus fallecimientos habían parecido casi una broma cruel: viruela de dragón mal tratada. Él mismo había estado a punto de seguirlos, pero los sanadores en San Mungo lograron estabilizarlo y se había recuperado.
Ahí todo se había empezado a ir a la mierda. Todo.
Por eso había decidido que necesitaba un nuevo comienzo. E Italia le había parecido el mejor lugar para hacerlo. Un país cálido, muy distinto a la fría Inglaterra. Otro idioma, otras costumbres. Para Zach había sido lo más cercano a hacer un borrón y cuenta nueva. Una empresa que fabricaba escobas lo había contratado como asistente del gerente de comunicaciones y así había empezado. Actualmente él era el subgerente del departamento de publicidad, lo que era estupendo. Sus padres hubieran estado orgullosos de él.
Como todos los días, se Apareció afuera de su edificio. Nicola, su casera, se asomó inmediatamente a la puerta. Era una mujer grande y cariñosa, que siempre le decía que era un muchacho guapo y que debería presentarle a su nieta. Zacharias solía responderle con una sonrisa y se encogía de hombros.
—¿Cómo estuvo el trabajo, Zaccaria, guapo? —le preguntó la mujer—. Has llegado temprano.
—Sí, decidimos cerrar temprano. Creo que hay partido de Quidditch —respondió él mientras entraba al edificio. En sus años en Hogwarts había sido bastante aficionado al deporte rey de los magos, pero había perdido el interés con el paso de los años. Le costaba entender cómo sus compañeros de oficina podían sentirse tan involucrados en lo que sucedía sobre las escobas.
—Oh, eso. Los hombres claramente tienen sus prioridades en otro sitio —bromeó su casera—. No tú, claro. Por cierto, mi Violetta viene del pueblo la próxima semana. Creo que sería una gran oportunidad para que se conocieran.
Zacharias sonrió y se encogió de hombros, mascullando una frase que esperaba que no lo comprometiera demasiado. No quería ofender a Nicola, que siempre había sido muy amable con él, pero tampoco buscaba conocer a nadie en esos momentos. Su último fracaso sentimental estaba aún fresco.
—Ya veremos, signora Nicola —musitó el joven antes de desaparecer por las escaleras hacia su departamento.
No era un lugar demasiado grande, a decir verdad. Un departamento de un solo ambiente, que sólo separaba la cama del resto con una cortina sencilla. Raffaella, su última novia, solía comentar que podría ampliarlo sin demasiadas dificultades para él, incluyendo otras habitaciones. Pero él no le encontraba mucho sentido a eso. No necesitaba más espacio para él. Quizás por eso ella había decidido que no valía la pena seguir en su relación. Se había ido meses atrás, sin una palabra de despedida.
Zacharias intentaba no pensar mucho en eso. Prefería concentrarse en su trabajo y en las cosas que disfrutaba hacer.
Antes de que el joven alcanzara a sentarse en el sofá que ocupaba el centro de su habitación, un golpecito en la ventana llamó su atención. Una lechuza grande y gris estaba en el borde de la ventana, mirándolo fijamente. Un sobre blanco estaba atado a su pierna.
Sólo había una persona que le escribía regularmente. Nunca había sido muy cercano a la mayoría de sus compañeros de casa y esa distancia se había incrementado durante el año en que los Carrows habían mandado en Hogwarts. Él había sido partidario de no meterse en más líos de los necesarios, mientras sus compañeros se habían unido a la Resistencia en contra de los mortífagos. A ninguno de ellos le había hecho gracia su actitud y le habían hecho el vacío.
La única amiga que le quedaba de esa época era Hannah. Ella siempre había sido amable con él, incluso cuando él hacía cosas idiotas. Si no fuera por ella, Zacharias habría perdido hacía mucho tiempo su contacto con el mundo que había intentado dejar atrás. Su amiga no iba a dejarlo olvidar todo eso tan fácilmente.
—Vamos a ver, ¿qué es esto? —se dijo mientras se acercaba a la ventana para dejar entrar a la lechuza. El ave lo miró y estiró la pata que llevaba la carta, que Zach cogió rápidamente. No se veía como los sobres que habitualmente usaba Hannah. Este era de un papel más rígido y evidentemente de mejor calidad.
«Estimado señor Smith:
Se le invita cordialmente a la boda del señor Neville Longbottom y la señorita Hannah Abbott, a realizarse el 18 de agosto de 2006. La ceremonia se realizará en St. Breward, Cornwall.
R.S.V.P»
Zacharias alzó las cejas, ligeramente sorprendido. Sí, sabía que Hannah llevaba varios años en una relación con Longbottom, que era un buen chico y todo eso. Lo que no sabía era que su amiga estuviera dispuesta a casarse tan pronto. Después de todo, no hacía mucho que se las había arreglado para adquirir El Caldero Chorreante de su antiguo dueño, Tom, que se había retirado antes de dejarla a cargo del pub. Ahora Hannah no era sólo la administradora, también era la dueña del pub más antiguo de la Inglaterra mágica.
Otro pedazo de papel cayó al suelo y el joven se agachó para recogerlo. A diferencia de la invitación oficial, este era un pedazo de pergamino que parecía haber sido cortado con las manos. Era una nota de Hannah, escrita en su habitual letra menuda y redondeada.
«Zach,
Más te vale venir a la boda. No puedes seguir escondiéndote del pasado y creo que es el mejor momento para que vengas. Por favor, de verdad es muy importante para mí que vengas. Te prometo que todo estará bien.
Con amor,
Hannah»
Zacharias arrugó la nariz. Su primer instinto había sido responder que no podía asistir y enviarles un regalo. Había unas máquinas que cocinaban pasta que seguramente serían el mejor regalo para Hannah, que siempre había adorado cocinar. Se quedó mirando el trozo de pergamino con la letra de su amiga.
¿De qué se suponía que se estaba escondiendo? Hannah solía aludir en sus cartas a que él huía de su pasado, lo que él ignoraba cuando le contestaba. No había huido de los recuerdos de la guerra, como algunos de sus conocidos del colegio. Él se había ido de Reino Unido por otras razones. Razones que tenían nombre, apellido y ojos cafés.
Una razón que seguía siendo amiga de Hannah. Aunque su amiga nunca la había mencionado en sus cartas, Zach sabía —porque alguna vez Hannah lo había dejado caer— que Padma seguía siendo parte de su vida.
Se mordió el labio, mirando el papel. Ella siempre había sido una buena amiga. Y estaba diciendo que para ella era importante que él fuera. Zacharias podía haber sido un tarado durante muchos años, pero nunca iba a olvidar que Hannah había sido la única en no hacerle la ley del hielo cuando los Carrows estaban en el poder. La única que le había dirigido una palabra amable cuando nadie más lo hacía. Cuando él estaba tan asustado como el resto y no había nada que hacer. Hannah había estado ahí.
Ella había sido la única de sus amigos en ir al funeral de sus padres. A pesar de que ella había sufrido sus propias pérdidas, había estado ahí cuando todos los demás lo habían abandonado. Zach arrugó la nariz y volvió a mirar el papel que tenía en la mano.
—Joder, no puedo creer que vaya a hacer esto —masculló entre dientes, para nadie en particular. A veces, cuando estaba solo en su departamento, hablaba solo. El silencio total siempre lo había puesto muy nervioso.
Se dirigió a su escritorio y garabateó una nota para Hannah, diciéndole que asistiría a la boda y que esperaba que todo estuviera bien. Sabía que su amiga no esperaba nada más de su parte. Sus cartas podían ser kilométricas, mientras que las de él apenas ocupaban un par de planas.
Antes de poder arrepentirse, ató la nota a la pata de la lechuza que seguía en su ventana.
—Venga, vete rápido —bufó al ave, que lo miró como si le indignara ese trato hacia su persona, antes de echarse a volar.
Zacharias suspiró. Ya estaba hecho y le tocaba apechugar con las consecuencias de lo que había hecho. Era sólo una boda, ¿qué podía salir mal?
Medio millón de cosas, para empezar.
Técnicamente, este fic es una especie de WI para mi propio universo HP expandido (amo que mis fics coincidan). Normalmente, escribo a Zach ciego y quedándose en Reino Unido. Así que esto es una salida de mi head canon, aunque otras cosas seguirán igual. Eso, subiré lo que viene pronto.
¡Hasta el próximo capítulo!
Muselina
