Disclaimer: Dragon Ball le pertenece a Akira Toriyama.


-Vía de escape-

Capítulo 1. Reecuentro


«¿Cómo te imaginas tu vida dentro de diez o quince años?». El recuerdo de la pregunta que le había hecho ese día su compañero en clase asaltó su mente. Desde luego, no se imaginaba que iba a ser la vida que tenía en ese momento.

Siempre le habían gustado mucho las artes marciales y en la universidad optó por estudiar educación para así aunar sus dos pasiones: crear una escuela de artes marciales para niños. Claro que no creía que sus sueños se evaporarían de la forma en que lo habían hecho.

Videl posó su mirada en el vapor del café que salía de la taza que sostenía entre sus manos. Acabó el escaso contenido que quedaba de un trago y se dirigió a su habitación. Por suerte, él ya no se encontraba allí esa mañana, ya que su vida de ejecutivo atareado había hecho que se marchase.

Comenzó a recoger la habitación. Olía tanto a su esencia que le entraban nauseas. El solo imaginarse la imagen de los dos cuerpos danzando sobre la cama le daba escalofríos, todo lo contrario a los tiempos en los que eran una pareja recién casada y enamorada por completo.

En efecto, Videl se había casado hacía ocho años, cuando solo tenía veinticinco. Conoció a su marido, Hiro, en la universidad. Él estudiaba administración de empresas en la facultad económica, justo en el edificio paralelo al que ella asistía. Cierto día, la vio desde fuera y únicamente entró para pedirle su número. Se había quedado embelesado por su belleza. Incluso se inventó que se había equivocado de edificio solo para poderle hablar, algo que le confesaría más tarde, cuando ya eran novios.

Después descubrió que iba a clases de artes marciales también y, de hecho, era muy fuerte; uno de los humanos más fuertes del planeta Tierra, incluso más que ella. Así se acercó a ella: proponiéndole un combate. Eso a Videl le entusiasmó. Hacía mucho tiempo que no tenía un rival a su altura. Pero, entonces, descubrió que no estaba a su nivel ni de lejos.

Al principio, Videl se mostró renuente ante el chico. Sí, era guapo, pero no le veía nada del otro mundo y estaba tan centrada en sus estudios y en sus planes de futuro que no estaba buscando una relación –aunque fuera esporádica– en ese momento.

Después de mucha insistencia, ella acabó cayendo en sus redes. Era atento, culto, cariñoso y guapo. ¿Qué más podía pedir? Siempre estaba atento a ella, además. Pronto, cada uno conoció a sus respectivas familias y afianzaron su relación. Su padre pensaba que era la persona perfecta para su hija y que, a su lado, nunca le faltaría de nada. Y qué equivocado estaba. Porque si bien no le faltaba estabilidad económica, sí carecía de lo que ella más ansiaba: cariño, dedicación; amor, en definitiva.

La primera noche que hicieron el amor pensó que no volvería a sentir algo así en todos los días que le restaban de vida. En cada caricia podía sentir algo exacerbado, un sentimiento parecido a la devoción. Quería que ese sentimiento la acompañara para siempre, por eso, cuando una noche le pidió matrimonio después de una cena romántica, no dudó un segundo en contestar afirmativamente.

Todo parecía de ensueño; la típica historia «chico conoce a chica en la universidad, se enamoran, se casan y viven felices por siempre». Pero como la vida real no es un cuento, pronto esa historia desapareció, se esfumó sin dejar rastro; como el humo de un cigarro que se pierde con el viento.

Los primeros dos o tres años fueron bien. Ambos vivían sumergidos en una luna de miel interminable y la cual Videl no quería que acabara nunca. Es cierto que, de vez en cuando, observaba ciertas actitudes posesivas o celosas en su esposo, como el típico «llevas mucho maquillaje» o «la falda esa es muy corta». Pero, enceguecida por el amor que le profesaba, lo dejaba pasar. Los veía como pequeños detalles sin importancia, totalmente normales en una relación. Sin embargo, ella nunca mostró la misma actitud.

Era muy normal que Videl lo acompañara a distintas cenas de negocios pues, con el paso del tiempo, se había convertido en un empresario exitoso con un puesto importante en una gran multinacional. Al ser cenas de etiqueta, ella siempre usaba sus mejores galas, pues quería causar buena impresión.

La noche en la que le pegó el primer bofetón fue después de una de esas cenas. En esa ocasión, ella llevaba un espectacular vestido rojo con abertura en la pierna izquierda. Uno de los directores de la competencia con los que estaban reunidos ese día no dejaba de posar su mirada sobre ella y eso irritó tremendamente a Hiro.

El camino en coche fue silencioso, algo que llamó la atención de Videl, pues su esposo siempre era muy hablador. Lo achacó al cansancio y lo dejó estar. Al llegar al apartamento que habían comprado en una zona cercana al centro de la Capital del Oeste, ella comenzó a descalzarse y a intentar entablar una conversación con él. Cuando volteó curiosa porque no le respondía, vio sus ojos brillando, pero no era un brillo especial ni cariñoso; era el reflejo más absoluto de furia que había visto alguna vez en su vida.

Se acercó, la sostuvo fuertemente de los hombros y le susurró un «eres una zorra» que hizo que su cara se desencajara de la sorpresa. No entendía esas palabras y, sobre todo, no entendía el tono de las mismas y la mirada que le dedicaba. No le había hecho falta gritar para asustarla. La empujó y su espalda dio contra la pared provocando un sonido hueco. De pronto, sintió un ardor en su labio y como la sangre resbalaba por él. El impacto de la mano sobre su cara había sido tan fuerte que le había roto el labio.

Sin articular ninguna palabra más, Hiro se marchó y no volvió en toda la noche a su casa. Videl, temblorosa, se acostó en la cama que solía compartir con Hiro, pero no durmió nada. Tampoco se desmaquilló ni se desvistió, ni siquiera lloró. No estaba triste ni decepcionada por la actitud de su esposo; estaba rota.

A la mañana siguiente, él volvió, tirándose a sus brazos, llorando, prometiendo que nunca volvería a hacer eso, explicando que los celos le habían nublado el juicio, que no hacían más que mirarla, que no podía sopórtalo. Porque ella era suya. Suya. De él y de nadie más.

Y, en ese preciso instante, Videl cometió el error más grande de toda su vida: le creyó.

Decidió olvidarlo, seguir viviendo su vida de felicidad y ensueño juntos y pasar esa negra página en su historia como pareja.

Con el paso del tiempo, Videl pensó que quería ser madre. Lo intentaban una y otra vez, pero nunca resultaba. Y las peleas cada vez se intensificaban más y pronto volvieron los golpes para dar paso después a las palizas y llegó un punto en la vida de Videl en el que no sabía si quería escapar de esa situación o morir.

En varias ocasiones había huido a casa de su padre, argumentando que Hiro estaba en un viaje de negocios y que no quería quedarse sola. Pero todo era una farsa. Porque, claro, no quería que se enterara de que el yerno perfecto no lo era tanto. Sin embargo, después de unos mensajes y llamadas de arrepentimiento, siempre volvía. Una y otra vez caía de nuevo en el mismo error.

Entró en una especie de espiral sin salida.

Se convirtió, así, en la sombra de lo que alguna vez había sido. Ya no había Videl guerrera ni entusiasta ni decidida ni, mucho menos, valiente. Él la convirtió en un despojo. Su personalidad cambió tanto que ni siquiera se le había pasado por la cabeza enfrentarse a su esposo, algo que en el pasado hubiese hecho sin dudar un instante.

No trabajaba, puesto que Hiro siempre le decía que estaba ahorrando y que él mismo le financiaría su escuela de artes marciales, pero ese momento nunca llegaba. Se pasaba el día sola –aunque, sinceramente, lo prefería– y ya ni siquiera lo acompañaba a sus cenas como antes porque él no quería. Nunca pensó que su vida le llegaría a dar tanto asco. No creía que fuera a ser perfecta pero así, exactamente así, no se imaginaba que iba a ser.

Videl terminó de vestirse, se maquilló un poco, lo suficiente para disimular la hinchazón de su pómulo izquierdo, provocada por los últimos golpes, y salió del apartamento. Eran sobre las diez y media de la mañana, así que iría al supermercado a hacer la compra. Aunque pareciera una tontería, era una situación que le daba oxígeno porque le permitía salir de su encierro. Solo salía para hacer la compra y para ir a visitar a su padre, por tanto, esas dos eran sus actividades favoritas.

Decidió acudir al supermercado de siempre, el que estaba a unas dos calles de su casa. Una vez allí, comenzó a seleccionar los distintos productos que le hacían falta y a meterlos en una cesta.

Lo que la sorprendió y que, sinceramente, no se esperaba era encontrarse con él, precisamente allí y después de tantos años. Había estado aproximadamente quince años sin verlo porque se había marchado a estudiar a la Capital del Sur con una beca de investigación.

Pero ahí estaba. Delante de sus ojos. Gohan. Son Gohan, el compañero de clase que le había hecho esa enigmática pregunta que había recordado precisamente aquella mañana. Como él no se había percatado de su presencia, comenzó a mirarlo de arriba a abajo. Llevaba unos pantalones marrones, un jersey y una camisa. Su rostro era adornado, además, por unas gafas que no recordaba que llevara antes. Le pareció incluso más nerd que en sus días de instituto. Sonrió. Seguía siendo igual de guapo que entonces.

Gohan, de repente, se giró y se sorprendió por la mirada clavada en su persona por parte de una mujer joven, de unos treinta años más o menos. Al principio, no la reconoció, pero al observar sus ojos lo supo; no había duda. Ante él estaba Videl Satán, a la que le había perdido la pista años atrás.

Le sonrió y se acercó a ella. Le dio un beso en la mejilla y observó que miraba hacia ambos lados nerviosa. Le restó importancia, aunque le había parecido raro.

–Videl, ¡cuánto tiempo! Pensaba que no te volvería a ver.

–Ho-hola –respondió ella, abrumada por tanto entusiasmo; hacía tiempo que no la trataban así.

–¿Qué tal te va? ¿Qué es de tu vida?

Buena pregunta. Ni ella misma sabía qué era de su vida a esas alturas; mucho menos iba a saber qué demonios contestarle. Se quedó callada y desvió la mirada al suelo. Gohan, ante la reacción de la mujer, se dedicó a observarla, pensando en algún tema de conversación que quebrara el silencio imperante. Pudo apreciar el anillo que llevaba.

–¿Casada? –volvió a preguntar con su mejor sonrisa.

–Sí… –Videl decidió ser un poco más simpática para no dejar una mala impresión a Gohan; después de todo, se reencontraban después de mucho tiempo y no quería ser borde–. Pero, bueno, cuéntame de ti. Lo último que supe es que te fuiste a estudiar con una beca muy buena.

–Sí, estuve unos años en la Capital del Sur, pero me han ofrecido un puesto aquí, en la universidad, y he decidido mudarme.

Así que era profesor. Y de universidad, por lo tanto, lo más probable es que fuera un investigador reconocido. La recorrieron dos sentimientos en ese momento: por un lado, la alegría por ver que todo le iba bien, pero, por otro –y de manera mucho más acentuada y profunda– la envidia porque él había cumplido sus metas y ella estaba estancada en un sinsentido del que no había escapatoria posible.

–Bueno, pero tú estudiaste en la universidad, ¿no? No recuerdo lo que era... ¿estás trabajando? –insistió de nuevo Gohan, preguntando muy interesado en lo que había estado haciendo su excompañera en los últimos años.

–Educación… –farfulló de forma incomprensible. Se aclaró la garganta–. Estudié educación, pero ahora mismo no trabajo. Ya sabes, las ocupaciones del hogar –esbozó una sonrisa falsa al final, mientras se señalaba el anillo de casada.

–Ya veo… –a Gohan le sorprendió que Videl no trabajara y verla con esa actitud tan sumisa y decaída, pues ella siempre había sido alguien con un carácter fuerte y admirable y, aunque le dieron ganas de preguntar por el tema, no indagó. No creía que fuera de su incumbencia.

–Bu-bueno. Me tengo que ir. Ha sido un placer volver a verte. Me alegro de que todo te vaya bien.

–Gracias. Yo también me alegro por ti –se quedó pensando en sus palabras. ¿Realmente a Videl le iba bien?– Espero que podamos vernos en otra ocasión. Me acabo de mudar y no conozco prácticamente a nadie, solo a mi hermano que vive por aquí cerca.

Videl sonrió con melancolía. No iban a volver a verse, al menos, no de forma intencionada. No podía arriesgarse a eso. Si Hiro se enteraba de que se estaba viendo con un hombre –aunque fuese un antiguo compañero de clase al que no veía desde hacía años– tendría problemas. Y ella intentaba evitar a toda costa que su marido se enfureciera.

–Claro. Que vaya bien, Gohan. Adiós –y se fue disparada sin esperar siquiera a la despedida de su acompañante.

Gohan la observó saliendo del supermercado y adoptó un gesto pensativo. Tenía la idea de pedirle su número de teléfono pero se había despedido e ido tan deprisa que no le había dado tiempo a reaccionar. De todas formas, pensó que se la volvería a encontrar por el vecindario, así que ya aprovecharía más adelante para pedírselo y poder retomar la vieja amistad que habían tenido en sus tiempos de estudiantes.


Nota de la autora:

Bueno, la verdad es que este fic es un proyecto que me hace mucha ilusión. Tengo algunos capítulos ya escritos e intentaré ir actualizando con la mayor brevedad posible. Tenedme paciencia.

Me gustaría hacer algunas aclaraciones: en este fic los eventos de Majin Boo sucedieron pero sin participación de Videl, es decir, ella nunca se enteró de que Gohan era un saiyajin, no hubo tanto acercamiento entre ellos ni nada del estilo. Se separaron en el momento en el que él se fue a otra ciudad con su beca de estudios y llevan sin verse quince años, por tanto, ya son adultos, así que espero poder ofrecer una visión de un amor más maduro. Por otra parte, puede que las personalidades de los personajes se vean afectadas (en especial la de Videl) por los acontecimientos que se van a ir desarrollando y por los acontecimientos pasados que les han sucedido. Y por supuesto: drama, drama y más drama (lo siento, de verdad, no lo puedo evitar).

Este fic tiene un mensaje claro: nunca dejes que nadie te obligue a hacer algo en contra de tu voluntad (tanto si eres hombre como si eres mujer), ya sean amistades, parejas o incluso padres (que también se equivocan a veces, aunque les debamos mucho). Las relaciones tóxicas son muy destructivas y, por desgracia, son muy comunes hoy en día.

Nada más que añadir. Espero que disfrutéis leyendo tanto como yo lo he hecho escribiendo.

Muchísimas gracias por leer; después de todo, vosotros, lectores, hacéis esto posible.