Prólogo.
Venganza.
Esa palabra que alguna vez le pareció tan sucia y repugnante ahora rondaba su cabeza todo el día. No podía evitarlo, después de todo el dolor que sentía era insoportable. El dolor de la traición carcomía su alma y solo la hacía desear sangre, la sangre de los bastardos que destruyeron su vida. En verdad hubiese preferido que la mataran, pero acabar con su mundo del modo en que lo hicieron y por una razón tan estúpida era imperdonable.
Si, ellos lo merecían, después de todo en sus manos estaba la sangre de todo un clan y en el mundo en el que estaban la sangre se pagaba con más sangre.
Durante mucho tiempo fue débil y tonta, nunca entendió los negocios de su clan, de hecho todavía se le hacía imposible. Recordaba como nunca pudo usar un arma bien, apenas podía defenderse y luchar contra un oponente promedio. Siempre fue la vergüenza del clan.
No era ni tan fuerte ni tan inteligente como sus objetivos, pero lo intentaría, se esforzaría al máximo, no se rendiría y haría lo que fuera para dar la batalla. Definitivamente no dejaría que las cosas se quedaran así. Los Uchiha pagarían por lo que hicieron, pero si no lograba hacer mucho, que era lo más probable, al menos le daría un golpe a esa maldita perra faldera de los Uchiha, la principal responsable de su tragedia.
Si, lo haría, se vengaría y dejaría atrás a la niña débil e ingenua. No se daría por vencida. No retrocedería a su palabra, ese era su camino.
Ese 25 de Septiembre juraba sobre la tumba de su hermano que correría sangre Uchiha. Eso o se dejaba de llamar Hinata Hyuga.
