Marcas de nacimiento, por femmetroublee.
Después de la desaparición de Cecilia, Mary también desapareció.
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En el barrio decimos desaparecer porque morir es una palabra muy fuerte. Las vecinas dicen: la chiquilla ya está descansando. Necesitaba descansar del ajetreo de la casa. Su madre seguramente la tenía agobiada. Dictan. Esto es así. Esto es de esta manera. No preguntan sobre la composición de las cosas; las componen, a trazos brutos, y al final se caen solas a pedazos.
Nuestros padres hablan en murmullos. Nos acercamos y otra vez silencio. Se huele el miedo, nos miran dormir en nuestras camas, donde todavía descansamos con los ojos abiertos, esperando a que duerman, despreocupados. No somos Cecilia, no vamos a morirnos porque queremos, vamos a envejecer y el miedo que tienen de perder a lo más querido en el mundo va a terminar por ser inútil. Pero quién se los dice. Quién les dice que después de una bomba nuclear nos podremos concentrar de nuevo en mirar si las hormigas viven, o no. O no.
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Mary se volvió etérea.
Con la excusa de los casilleros conjuntos, la espié entre las rejillas, entre el aire y el calor de los corredores de la escuela; los cuadernos que se le caían al suelo y recogía al instante; las sobras de comida que olvidaba y apestaban a lo largo del día. Le espié los mismos calcetones, el cabello rubio y lacio, la marca de nacimiento que escondía mientras ladeaba la cabeza, las uñas mordidas.
Mary se volvió etérea. Su presencia olía a agua, a humedad, al olor de la lluvia sobre la tierra y, de pronto, a nada. Se desvanecía, caminaba. Los calcetones; un tropiezo, la mancha amarillenta sobre el talón, los zapatos más chicos que de costumbre. Los zapatos de Cecilia. En un momento le vi en el rostro la maldición que las chicas Lisbon cargaron hasta el último día. Lo olvidé a la mañana siguiente. Me pareció ver a Cecilia sentada en donde la vieja verja estaba. Busqué a Mary en la clase del señor Lisbon y contestó, apenado, que le había dado una diarrea terrible.
Mary se hubiera muerto de haberlo escuchado.
Mary se hubiera muerto.
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-No hay necesidad de que me hables.
O también:
-No hay necesidad de que hablemos.
O:
-Te conozco desde que tengo memoria. Y no tienes por qué hablarme.
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De cualquier manera, los mismos calcetones. Los zapatos empequeñecidos y tomados sin permiso, una barrera invisible entre Mary Lisbon y el mundo entero. Una barrera entre cualquiera de las cuatro hermanas: un fantasma que no deseaba quedarse, pero que igualmente arrastraban consigo.
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Mary desapareció y en los noticieros se siguió hablando de Cecilia.
"No hay necesidad", hubiera dicho alguien como rumor, afirmando, atrapando lo poco humano que le quedaba a Mary en los zapatos pequeños de Cecilia. Mary se volvió Cecilia. El resto de las Lisbon también. Nosotros, nuestros padres, la misma huelga de los obreros del cementerio.
Y aún así nunca fuimos ella, no en serio. Nos sabíamos de memoria su destino, o como lo llamaran las vecinas, el futuro brillante que podría haber tenido e incluso, para las más soñadoras, que sería una activista social aliada a Greenland, o como fuera que se llamara esa asociación que está en contra de que maten árboles y ballenas.
Nunca fuimos ella, ellas.
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Tampoco tienes por qué enterarte, pero todos morimos un poco cuando nos dimos cuenta de que también podíamos morir. Y huimos. Justo después de los señores Lisbon, huimos todos. De vez en cuando volvemos, pasamos por las casas con la intención de no quedarnos, de volver a huir antes de que el barco se hunda, y ahí está Cecilia, con el mismo vestido, una marca de nacimiento en la mejilla, descalza.
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