Título: Before I sleep
Pairing: Sam/Dean
Rating: Explicit
Palabras de éste capítulo: ~4534~
Resumen: Sam ha descubierto algo acerca de su hermano y después de eso nada volverá a ser lo mismo entre los Winchester.
Warnings: ~después de Southern Comfort~(temporada 8) AU a partir de ese capítulo.
Disclaimer:Por desgracia ni Dean ni Sam me pertenecen, son de Kriple y la CW.
Gracias a: ¡Hermione y Aura por el beteo!

Para Ana Tabora


Before I sleep

The woods are lovely, dark, and deep, but I have promises to keep,
and miles to go before I sleep, and miles to go before I sleep.

Robert Frost

1

Se suponía que habían salido para tomar una copa y relajarse un rato, vale, después de la pelea o lo que sea que hubiese pasado por culpa del jodido penique, habían decidido de tácito acuerdo darse un par de noches de descanso. Así que allí estaban, compartiendo unas cervezas, o ese era el plan. La luz azulada del fondo de la barra se reflejaba en la piel de Dean, iluminando sus facciones con sombras y claroscuros, poniendo de manifiesto lo jodidamente guapo que era. Sam observó de reojo el modo en que la nuez de adán de su hermano mayor subía y bajaba, subía y bajaba, mientras acababa la cerveza y pedía un par más. Dean dejó la botella, ya vacía y, con una calma desquiciante, masticó un par de cacahuetes, Sam le observó lamerse la sal de los labios, inconsciente de que le había imitado a su vez. La rosada punta de la lengua recorrió el carnoso labio inferior con una parsimonia exasperante, tan lenta que tuvo que apretar los dientes para no acercarse y simplemente, probarle. La camarera les entregó las bebidas con una sonrisa y —faltaría más—, no dejó pasar la ocasión para enseñar un poco de escote y, de paso, calibrar las posibilidades de que un tío como Dean estuviese todavía libre para cuando hubiese finalizado el turno. Quiso bufar y decirle que no se hiciese ilusiones, que para ese entonces el cazador estaría o demasiado ebrio o demasiado entretenido entre los muslos de otra u otro…

Aquella —aquella— era una de las cosas que parecían haber regresado junto con Dean después del Purgatorio. Dean con otros tíos. Tíos. Hombres. Hombres y Dean. La primera vez que se encontró con el asunto fue simple casualidad; un billar y un bar cualquiera, tomar unas cervezas y simular que todo estaba bien. Cuando entró al baño había un tipo de rodillas frente a otro, nada que no hubiese visto antes. Salvo por aquel pequeño detalle, era Dean,su hasta aquel instante miradmesoyunmachoalfa hermano, era Dean quien hundía los dedos entre los cabellos despeinados del desconocido. Era Dean quien se había apoyado contra la pared jurando obscenidades mientras se corría en la boca de otro tío. Sam se había largado de allí sin pagar, jadeando, asustado como si fuese un estúpido niño de doce años. La imagen de los labios rojos y entreabiertos subiendo y bajando por el miembro húmedo, grueso y oscurecido por la excitación parecía arder en su cerebro. La expresión entre depredadora y vulnerable en la cara de su hermano le había acompañado desde entonces. Y no es que no comprendiese o se espantase de aquello, ¿Quién no ha tenido una época en la que experimentar? Él mismo, antes de Jess, había disfrutado de algún que otro polvo rápido o de alguna mamada con otros chicos… Pero joder, aquel era Dean, Dean. Quizás ese era el momento de probar cosas nuevas para su hermano, se decía a veces, observándole entre sorprendido y enfadado. Dios, no quería ni pensar en los motivos que hacían que se agriase el humor por la simple idea de imaginarle con otros tíos. Ya había demasiada basura entre ellos como para plantearse profundizar en ese tema en particular. Así que Sam hizo honor a su apellido e intentó con todas sus fuerzas olvidar lo que había visto y de paso ignorar lo que había sentido. Como casi siempre, Sam estaba fallando por completo.

Acabó el chupito de tequila con una mueca, notando el ardor del alcohol en la garganta, seguido de un tibio hormigueo en el estómago. Tenía las manos más torpes y pesadas de lo normal, pero no quería pensar más en eso. No quería acordarse de como se había masturbado en la ducha aquella noche —y las de después—, casi caníbal, latigazos impacientes y certeros, dedos resbaladizos por el gel, el agua caliente metiéndosele en la boca y en los ojos. La frente apoyada contra los azulejos, sollozos ásperos que le ahogaban, la piel de gallina y el orgasmo palpitándole entre las piernas, espeso e interminable, sucio y perfecto. Se había corrido con toda el alma, con lágrimas de vergüenza en los ojos, mientras dejaba que el nombre de su hermano DeanDeanDeanDiosDean se le escurriese sobre la lengua, convertido en una suerte de obsceno conjuro. Sam sólo quería sacarse aquello de debajo de la piel. Hacía años que no sentía nada parecido; una tortura febril, cada vez que cerraba los ojos, podía ver de nuevo a Dean, con los gruesos labios entreabiertos en una muda súplica. Dean, dientes blancos y espasmos en las caderas, un quejido grave y Dean, pestañas que le ocultaban el jade de su mirada. Dean poniéndole de rodillas. Dean, almizcle y carne ardiente sobre la lengua, el fantasma de la más absoluta y deseable degradación. A Sam se le hacía la boca agua con la idea, hundir la nariz entre los cortos rizos ambarinos e inspirar hasta intoxicarse con la esencia de su hermano. Cristo Bendito, es tu hermano… Sam despertaba en las madrugadas, asqueado y excitado a partes iguales, deseando gritar, sudando la cama mientras se retorcía y jadeaba, los ojos clavados en el cuerpo que dormía a sólo unos metros, entonces la culpa se mezclaba con la más pura de las necesidades mientras cerraba un puño sobre su sexo, ya caliente y resbaladizo, mordiéndose la lengua para no dejarse oír, volviendo a caer en aquel interminable bucle de lascivia, manchado las sábanas entre ahogados jadeos, como cuando tenía catorce y todo era nuevo y excitante.

Se sentía enfermo, estaba enfermo, decidió tras una nueva ronda, enfermo de sí mismo, sucio, porque de todos sus pecados, desear a Dean, desearle de aquella forma, era el más imperdonable de todos. Le lanzó una nueva mirada que, por supuesto, no le fue devuelta. El cabrón hacía un buen trabajo ignorándole y no es que Sam no le comprendiese. Siempre lo hacía y eso, si cabía, era todavía peor. El silencio entre los Winchester era como el proverbial elefante dentro del salón. Desde que Dean supo que no le había buscado, su relación se había llenado de aquellos huecos, nada, distancia, rencor, el dolor de no ser capaz de poner en palabras que simplemente, era olvidar y correr o volverse loco. Sin Dean Sam no era nadie y eso dolía y asustaba, Sam había sido capaz de enfrentarse a Lucifer, pero la idea de tener que vivir, otra vez, sin su hermano le había desquiciado. Lo más fácil había sido mentir, a todos, incluso a sí mismo. Porque a pesar de lo que se había repetido durante todos esos meses en Kermit, lo mismo que por orgullo y puro pánico le había contado a Dean, su vida sin el mayor de los Winchester había sido una sucesión de días vacíos, cada uno igual al anterior, hasta que se habían confundido en una nebulosa que le mantenía a salvo del dolor, de la ausencia de su otra mitad.

A ella también le había fallado, porque aquél, aquél que había comido y dormido en el otro lado de la cama, no era el Sam real. No el Sam que palpitaba, se enfadaba y vivía de nuevo con la mera presencia de su hermano. No dejaba de ser irónico, un año subsistiendo para descubrir que la vida, al fin y al cabo, era más de lo mismo. Porque sin Dean, y no se engañaba, estar sentado a su lado no era haberle recuperado, sin Dean, Sam seguía en esa especie de limbo en el que se había visto sumido cuando su hermano desapareció frente a sus ojos. Estar sin estar, simular y fingir. Cada respiración transformada en un duro trabajo. Cada palabra, cada acusación, una nueva sensación de fracaso. Y ahora, para sumarse al desastre… Sam acabó un nuevo trago, luchando por no ponerse a sollozar como un completo gilipollas. Siempre había sido un borracho melancólico, cosa que tampoco le sorprendía demasiado si consideraba la mierda de vida que le había tocado en suerte. Sin embargo, en otra época Dean ya estaría pinchándole y llamándole cualquier idiotez que se le ocurriese hasta hacerle caer en su juego de pullas. Y Sam siempre acababa comportándose como un adolescente demasiado crecido, replicando idioteces que arrancaban carcajadas llenas de puro júbilo y malicia a su hermano mayor. Eres un puto grano en el culo, Dean. Yo sé que eso te encanta, Samantha. ¿Quieres que veamos juntos las Gilmore Girls, Sammy? Jódete, capullo. Te juro que no entiendo para qué quieres ese cuerpo, Samantha, no eres capaz de aguantar un par de chupitos. Lo que Sam nunca había confesado a Dean era que extrañaba esos momentos con tanta intensidad que le dolía. A lo mejor aquel despropósito era sólo eso, que quería ser de nuevo el centro del mundo de Dean, Sam era lo bastante mayor y estaba lo bastante borracho como para reconocer que eso, ser la prioridad de su hermano, era algo que le encantaba, algo que se moría por poder corresponder en la misma medida, con la misma insana intensidad. Sam ansiaba más, ansiaba tantas cosas de Dean que a veces pensaba que al final había acabado por volverse completamente loco.

A su derecha, los labios indecentemente hermosos de su hermano volvían a acunar el borde de la botella y Sam notó cómo se le aceleraba la respiración, sediento e incómodo, notando la piel demasiado sensible. Mirarle, mirarle de verdad, era insoportable pero, como bien había descubierto, era demasiado débil para resistir la tentación. Dean tenía ojeras y el pelo un poco más largo de lo normal, no demasiado, pero sí lo bastante como para hacerle preguntarse qué sentiría si pasase los dedos entre las hebras rojizas. Se mordió el interior de la mejilla para evitarse el bochorno de gemir allí mismo, como el estúpido adolescente cachondo en el que sus hormonas parecían haberle convertido desde lo del baño. Unas semanas atrás. Dean con un hombre. Agitó la cabeza, desechando la imperiosa necesidad de tocarle. Porque ellos ya casi no se tocaban. Nunca. Y la pérdida era casi criminal para Sam, ahora más que nunca, la distancia era como una suerte de diabólica tragedia. Le tenía a sólo un metro y bien podrían estar en galaxias diferentes.

Años luz. Mil vidas. La Muerte. El Cielo y El Infierno. El Purgatorio. Todo parecía separarles. Tenía un inoportuno nudo en la garganta que le impedía beber con normalidad. Dean jugaba con la etiqueta húmeda de su cerveza, de nuevo a medias, ¿o era otra ya? Sam no tenía idea, sólo sabía que en su pecho había un hueco del tamaño de su hermano y que cada latido del corazón era más un tormento que un alivio. Dean tan cerca, sonriendo distraído, Dean que seguía sin tocarle, sin mirarle, sin verle. Apretó las mandíbulas hasta que casi pudo oír cómo le rechinaban los dientes. Dios. Dios. Hostiaputa. Qué jodido desastre.

—Dean —exclamó, sin saber bien qué decir. Sólo quería que aquello acabase. Gritarle a aquel imbécil que sí, que la había cagado, pero que seguía siendo su hermano y que no se iba a ir a ningún lado sin él.

—Tengo que mear, tío —anunció sin mirarle, camiseta negra y piel dorada, postura indolente. Olor a espuma de afeitar y cuero. Sal y acero. Dean Winchester. Había algo predador en la misma postura de su hermano. Algo le que le ponía la carne de gallina y le dejaba sin aliento. Algo casi sanguinario, insoportable, algo que le atraía como la luna a las mareas, Sam sabía que era incapaz de soportar aquel statu quo un solo segundo más. Necesitaba tocarle, allí, donde el cuello acababa; hundir la punta de la lengua en ese hueco diminuto y descubrir al fin eso que incontables personas sabían. Sam necesitaba saber a qué sabía Dean Winchester y reconocerlo le estaba volviendo loco.