Llega a sus habitaciones cuando no puede retrasarlo más, nueve horas después de aterrizar en Coruscant.
Espera que no se de cuenta. Siente que le brilla la verdad en los ojos y que su alma está gritándoselo a través de la Fuerza a cualquiera que se moleste en escuchar.
Anakin Skywalker. Aprendiz de jedi. Esposo de Padme Amidala.
Genocida.
Espera que no se de cuenta. Utiliza toda la pericia que ha reunido en el uso de la Fuerza para ocultarlo, procurando controlar sus emociones y esconder sus secretos bajo un frágil manto de luz falseada.
Las puertas se cierran tras él, con un sonido suave de aire comprimido, y le ve junto a la ventana del cuarto común, observando la luminosa noche de Coruscant.
Con pasos más cortos de lo habitual, se acerca hasta el centro de la habitación y aguarda a unos metros de él. Sonríe nervioso a su espalda, con todos los músculos en tensión.
Abre la boca, coge aire, se aclara la garganta. Intenta un tono conversacional.
-¿Todo bien, maestro? Llegué por la mañana. Lamento no haberme acercado antes, he estado ocupado.
Obi-Wan se gira y le sonríe. Y bajo la sonrisa, con mucha más pericia en el disimulo, gracias a una conexión entre ambos mucho más fuerte de lo común, Obi-Wan ya se ha dado cuenta, por supuesto.
-¿La senadora Amidala se encuentra bien?
Un titubeo casi imperceptible y la sonrisa vuelve a controlar sus labios.
-Sana y salva. La dejé a las puertas del senado poco después de llegar.
Se deja caer en el sofá y procura no pestañear cuando le mira a los ojos y procura no desviarlos cuando los de su maestro descansan sobre él, inescrutables.
Sabe que la mejor defensa en una batalla que no puede ganar no es una buena defensa y tampoco es un buen ataque. Sabe que todo depende de evitarla.
Alza las cejas. La clave está en fingir naturalidad.
-¿Me pones al día?
Pero Obi-Wan ya se ha da cuenta. Muchísimo antes de volverse hacia él, antes de mirarle y verlo en sus ojos, pobremente camuflado. En el preciso momento en que la besa por primera vez, en que se une a ella, en que asesina, Obi-Wan, desde el otro extremo de la galaxia, se da cuenta.
Por supuesto.
Medita durante horas. Medita qué hacer, a quién decírselo, si decírselo a alguien. Piensa en el Consejo, busca una respuesta en la Fuerza, una y otra vez.
Obi-Wan medita. Durante horas. Siente que lleva años haciéndolo.
Semanas después de su vuelta, cuando todo vuelve a una deshilachada apariencia de normalidad, lo nota en el sexo. Sabía que lo notaría también ahí. Sobre todo ahí. La diferencia.
La respuesta nunca llega. Pasa a hacerse otras preguntas. Algunas le susurran por las noches, oscuras y pegajosas. ¿Es ese el camino marcado para el elegido de la Fuerza? ¿Por eso la respuesta nunca llega?
A veces, a oscuras, se pregunta cómo la besa. Supone que sabe la respuesta.
Más suave.
Nunca planeó decírselo. Hubiera jurado que era innecesario. Es uno de los errores de los que se percata en ese momento, cuando Anakin le grita la respuesta.
-¡Te odio!
O tal vez no quería decírselo. Tal vez era lo único que nunca había pronunciado antes, a lo único que había tenía siempre miedo. Tal vez pensaba que diciéndolo podía perderse a sí mismo, en vez de evitar su pérdida.
Y cuando finalmente lo pregunta, es más una medida estratégica que la necesidad de ninguna confirmación. Es el momento idóneo para despejar cualquier duda e intentar mantenerla a ella de su parte, antes de que desaparezca con lo que queda de él en su vientre, lejos de todos ellos.
-¿Es de Anakin?
Aunque siempre lo ha sabido, por supuesto.
Fin
