La celta viajaba a caballo hasta la casa que tenía el imperio Otomano en la península ibérica. Se llevaba preguntando todo el camino como seria vivir con ese hombre enmascarado, no se le veía un mal hombre, con el joven Al-Ándalus se le veía amable y buen hermano, incluso lo había visto jugar con los pequeños Antonio y Paulo. Aun así, le gustaría verle la cara completa para poder confiar plenamente en él.
Por fin, tras varios días cabalgando, llego al palacete que tenía el árabe. La recibieron unos soldados que la miraron extrañados por sus ropajes. Vera miro a unos mujeres cuando se bajó del caballo, ellas llevaban ropa fina y corta, típicas de las mujeres en esos tiempos, frunció el ceño suavemente, si Sadiq esperaba que se vistiera asi no la conocía demasiado bien.
La llevaron hasta una sala enorme donde vio al otomano, este estaba sentado al fondo de la sala sobre unos cojines, mientras fumaba de su cachimba con tranquilidad. Cuando la vio, una sonrisa se instaló en su cara e hizo señas para que se acercara.
Vera se acercó y se sentó en unos de los cojines que quedaban enfrente de su anfitrión.
-¿ha sido un largo viaje?
-Un tanto cansado pero estoy bien
-Diré que te preparen un baño para que te relajes, Vera
-Muchas gracias Sadiq
La celta no sabía que temas tratar con su anfitrión con el que tendría que vivir a partir de ahora, sin saber cuándo podría volver a su casa, pero había sido un trato, ella se quedaba con él en su casa y él no dañaba a sus hermanos. No sabía cuál era el propósito de este trato, pero no podía rechazar algo así, sus hermanos eran lo más importante para ella, eran su única familia.
-Espero que disfrutes de tu estancia en mi casa, Vera
-Eso espero….
Sadiq se levantó de su cojín y le dio un suave beso en los labios, haciendo que Vera se sonrojase. Nadie la había besado así en mucho tiempo, ni siquiera Roma. Se separó de Sadiq y lo miro con el ceño fruncido.
-Sera una estancia interesante~
Después de eso salió de la habitación, dejando allí a Vera con el sonrojo y los dedos acariciándose los labios. Ahora sí que no sabía cómo sería su estancia en la casa del árabe.
Sadiq salió de la sala con una sonrisa en los labios, la estancia en la península se había tornado más interesante ahora, lo único malo es que no podría tocarle un pelo a esos dos niños, pero le valía la pena, la celta le gustaba y él siempre obtenía lo que quería
