Sus pasos hacían eco. Las paredes mohosas del callejón hacían resonar cualquier pequeño crujido producido por el movimiento, y fricción, de sus ropas. Apresurando el paso se dio cuenta de que estaba totalmente desubicado en aquel lugar.

Nada le era familiar. Esa pequeña cafetería que había pasado hacia minutos estaba llena de rostros, sin embargo, desconocidos. Frotó sus manos tratando de hacerlas entrar en calor. Su aliento producía una insignificante nube al entrar en contacto con el frio de la mañana.

Su vestimenta no era adecuada para la época. Su delgada chamarra apenas le brindaba un poco de calidez. Era verano, sin embargo, no parecía serlo en aquel lugar.

La gente de ese lugar se ataviaba con largas túnicas, de distintos colores, en especial oscuros. Al frente se le dibujo otra calle, personas circulaban por allí. Apresuró el paso.

Suspiró agitado aun por su carrera en llegar. Algo lo golpeó en el hombro. Fue un hombre, igualmente encapuchado en una túnica. Este le vio unos segundos y, torciéndole el gesto, retomo su camino.

Sacudió la cabeza tratando de espabilarse. Era obvio el porqué del mirar desaprobatorio de aquel individuo. Con unos pantalones de mezclilla, rasgados, y una sudadera cuatro tallas más grande que su complexión, desentonaba en ese mar de finas telas y hermosos diseños. Le restó importancia, le había pasado antes.

Se decidió, como siempre, a recorrer el lugar. Lo único que identificaba era el clima de Inglaterra, lugar que piso antes. Al igual que las tiendas, ese toque y gusto ingles desbordaba por doquier.

Una campanilla sonó por encima de su cabeza al pasar el umbral. Una biblioteca, las tapas de los libros gruesas y de tonos oscuros. Trazos en relieve por encima de los lomos de cada ejemplar. Tomos gruesos y de páginas tintadas de amarillo, dándoles un aspecto antiguo, pero no deteriorado. Entre la multitud de personas logro divisar, al frente, una masa de cabellos negros, desordenados y largos. Se acercó.

Muchos murmullos alrededor, un hombre de tez clara y un ligero tono rojo en sus cabellos abrazaba a ese pequeño niño por los hombros. Ese señor parecía una celebridad o algo parecido, entregaba varios ejemplares de libros a algunos jóvenes.

Logro una pequeña conversación con un chico, Harry. Ojos verdes deslumbrantes. Parecidos a los de una piedra preciosa, la cual, no recuerda como se llama o donde vio.

Alejó la vista de todo ese ajetreo. Debía ir a algún lugar en el cual le informaran en aquel lugar esta, que continente, país o mundo.

Salió y continúo caminando. Le desconcertó el cabello rubio platinado de un niño e, indudablemente, quien era su padre. Nunca antes tuvo la oportunidad de presencia ese tono tan blanco de cabello. Pareció que aquel callejón, de forma extraña acogedor, se fue alejando de su persona. Se abrazó a si mismo con fuerza. Otra larga calle creaba una intersección.

Un sumo edificio creado en mármol se erguía orgulloso frente a sus ojos. Su curiosidad y necesidad le hicieron acercarse. Las puertas principales de bronce bruñido, dos figuras bajas pero imponentes y a cierto grado aterradoras se postraban a cada lado. Sus uniformes de color escarlata y oro, y sombreros en punta. Trago grueso pero siguió avanzando.

Al estar cerca ambos vigilantes se giraron hacia él. Sus rostros estaban cubiertos por mascaras lisas y blancas. Las cuencas en los ojos estaban oscuras por lo cual no podía ver los ojos de los pequeños seres.

De un momento a otro se movieron abriéndole paso a la gran construcción. Alzó la mirada encontrándose con dos gárgolas, facciones filosas al igual que las orejas y, además, alas semejantes a las de los murciélagos. Y en medio de estas se esculpía una G.

Se adentró, el lugar a diferencia de su fachada, por dentro, era muy luminoso. En los laterales de ese vestíbulo se extendía una larga fila de grandes bancos y taburetes, en los cuales se mantenían sentados varias criaturas. Duendes, fue lo que pensó. Con elegantes y discretos trajes negros, trabajaban pesando y contando monedas, escribiendo de la manera más reservada y examinando piedras preciosas.

Era una imagen confusa, irreal y de alguna manera, cómica. Observo todo de forma atenta pero discreta, imaginando si acaso había presenciado algo más extraño y, eso era posible.

Tres suaves toques en su hombro y se giró lentamente. Otra capa de un azul marino lúgubre, en las orillas pequeñas y casi imperceptibles series de diseños en color plata. La vestía un hombre de cabellos largos y rizados. De ojos grises, vivases, amables. Y una barba perfectamente cortada.

Por precaución dio un paso hacia atrás. Había personas en las que debía confiar y otra que no. Por la apariencia del hombre no sabía que deducir.

- Te encuentro de nuevo… veo que estas confundido – le dijo con tono grueso pero lento y cordial.

- Se equivoca, estoy perfectamente – contestó de inmediato, debía mentir para no caer en redes infestadas de peligro.

- No te preocupes en tratar de defenderte, conmigo estas a salvo.

Con un tranquilo y cariñoso gesto, le colocó sobre los hombros una capa. Alego que le protegería del frio y, además, no sería víctima de miradas entrometidas y groseras.

- Eres muy pequeño – comentó con tono afectuoso.

El hombre mayor le extendió una mano y tomándola, por primera vez se dio cuenta de que realmente era chico. Al pasar al frente de altos inmuebles brillantes y reflejantes, se observó. Su mismo rostro, reconoció sus facciones a pesar de lo aniñadas que estaban. Sus cabellos azabaches estaban crecidos y sus ojos cafés tenían una máscara de ingenuidad e inocencia que parecían genuinas.

Se detuvieron frente a uno de esos duendes que, con sosiego, dejo su trabajo de lado para atenderles.

Se dispuso a prestar atención. Dejando de lado el tomo de voz raspado del duendecillo y concentrándose en las palabras, de las cuales, desconocía significado o no sabía relacionar

Gringotts. Galeón. . Varitas. Pociones. Hogwarts. Callejón Diagon.

Después de eso el gnomo bajo de su lugar y los guio pasando a través de una puerta plateada. Una frase decoraba su frente.

Entre, extraño, pero preste atención

A los que tienen el pecado de la codicia

Para aquéllos que toman, pero no ganan,

Deberán pagar en su vuelta.

Así si usted busca bajo nuestros suelos

Un tesoro que nunca fue suyo,

Ladrón, usted está advertido, tenga cuidado con

Encontrar algo más que un tesoro allí.

Lo leyó con rapidez, apenas pudo procesar algunas palabras y se encontró en una caverna, un cuarto oscuro de piedra, vetusto y con un camino de riel.

Les fue indicado subir a una pequeña carreta que viajo con rapidez entre los estrechos túneles. Le fue imposible tratar de memorizar algún camino. Dicho medio de transporte se detenía por infinitamente cortos segundos cada tanto dejándole observas muchas puertas custodiadas. El viento se hacía más frio indicio del aumento de velocidad. Si no se equivocaba, ya estaban en un lugar subterráneo.

Al fin se atajaron frente a una de esas varias puertas, esta también con su guardia. Se bajaron de la tartana. El duendecillo que los dirigió hasta allí colocó en el suelo la lámpara de gas que había tenido en mano durante el trayecto.

Con sus manos huesudas y arrugadas acaricio la piedra de esa puerta no delineada. Desvió la mirada dándose cuenta de las estalagmitas que colaban del elevado techo y otras que nacían del empedrado.

Le halaron con delicadeza del brazo y se adentró en la bóveda aun junto al extraño que le dio la capucha. Sus luceros se abrieron con sorpresa al ver en medio de esa habitación de matices grises y negros una gran pila de monedas.

Doradas relucientes, plateadas deslumbrantes y bronces que creaban contraste. Sin duda eran de materiales preciosos.

Le acariciaron de manera descuidada la parte trasera del cuello. Los otros dos dejando su presencia excluida de la conversación, cruzaron un par más de palabras. El ente enano los dejo solos en el aposento.

- Mi nombre, es Sirius Black – dijo mientras se ponía de cuclillas frente a el - ¿El tuyo?... – cuestionó, sin embargo, tenía conocimiento de la respuesta a eso.

- He tenido dos… -manifestó indeterminado – Pero… uno de ellos tienes su mismo apellido, Sirius – con un ademan de mano, el aludido alentó a que prosiguiera – Jacob Black.

- Esto te lo he dicho, pero, te lo repito – comenzó a decir aclarándose la garganta – El nombre que me has dicho y el otro que sabes… ese no lo digas aquí – advirtió – son los únicos por los cuales, al ser nombrado, debes responder… ¿Entendido mi querido, Jacob?

- Si… - aceptó sumiso. La figura de Sirius le imponía dominancia y sabiduría.

- Ahora… - reanudo sus palabras –…en ese baúl de la esquina… – apunto hacia el lugar – hay una pequeñas caja, un estuche de cristal, ve por el… - ordenó y sin replicas, fue obedecido.

Al abrir la pesada tapa del cofre una aglomeración de polvo, acumulado por los años, invadió el aire a su alrededor. Tosió cubriéndose la boca con la mano empuñada. Podía adivinarse, sin precisión, la forma de varios objetos por debajo de un manto negro. Quiso destapar dichas cosas, pero, sintiendo la mirada atenta del otro, no lo hizo.

El elemento de su búsqueda se mantenía por sobre esa manta nublosa. Parecía un simple prisma conformado por espejos.

Regresando al lado del otro Black, quien se había recargado con gracia en la pared, le entrego el cofre reflector.

No supo identificar algún tipo de palanca por el cual, Sirius, haya podido abrirlo.

Sonriéndole, con sus manos pálidas puso alrededor del cuello de Jacob un relicario, sujeto por una larga y delgada cadena.

- Nunca te lo quites… toma – le dio un sobre percudido, seguramente por tanto tiempo en un lugar tan húmedo – te enseñare que es cada cosa en esta realidad, como lo he hecho desde que naciste en alguna de las diferentes dimensiones en las que hemos vivido…

Una imagen algo difusa se asomó en su mente. Era cierto, de edades diferente, lo reconoció. Sirius Black. Dos nombres al igual que él, uno que aún no evocaba.

Tomando una, de las tres diferentes monedas, en sus manos. Dijo.

- Este es el mundo mágico, Inglaterra Mágica, mejor dicho - esa revelación no le impresiono, ya casi nada lo desconcertaba a esas alturas – Si, la magia es completamente real. Soy un mago, un animago, pero eso te lo explicare después. Tú igualmente eres un mago.

- Yo era un licántropo, anteriormente claro. Aun no comprendo cómo es que sucede todo aquello – Sirius le dedico una sonrisa fascinada y encantadora.

- Yo tampoco, pero he aprendido a lidiar con todo esto, tu pronto lo harás aun eres joven…

- No sé qué edad tengo realmente, tengo conciencia de 19 años…

- No nos desviemos del tema – las monedas en su mano tintinearon – Aquí hay distintas reglas y normas que seguir. También hay seres hermosos que conocerás, no dejes de aprender. Ahora, tienes 11 años… Hogwarts, la Escuela de Magia y Hechicería, te espera.

- Yo no sé nada de eso… - protestó alterado.

¿Cómo se suponía que controlaría todo aquello? La magia que supuestamente poseía, ¿Cómo se utilizaba?

- Yo seré tu maestro, ya me he graduado – separó su vista. Su aura se hizo densa, atormentada pero al fin, resignada. Sus palabras destilaban rencor y dolor - Harry Potter. Mi ahijado. Sus padres, mis amigos, murieron. – aclaró son una sutil sonrisa melancólica – a pesar de cada lugar al que vamos, no podemos evitar encariñarnos con alguna personas…

Lily y James, cuanto los extrañaba.

- Decía… - alegó alejando cualquier pensamiento entristecedor – De nuevo, no sabemos cuándo cambiemos de lugar, pero, debes estudiar, poder defenderte de cualquier peligro, en todo lugar lo hay. – Esto… - mostró la moneda dorada – Es un Galeón… esto – alzó la medalla plateada – Es un Sickle y esta… - lanzo al aire la pieza color bronce haciéndola girar por un santiamén, y tomándola de nuevo – Un Knut…

Le explicó el valor de cada una. Un Galeón son 17 Sickles. Un Sickle son 29 Knuts. Salieron de la bóveda con un total de 234 galeones. Lo que le era permitido tomar por el momento.

Sirius le indico una tienda de grandes ventanales, en los cuales se veían el contorno de varias y pequeñas cajas apiladas. Ollivanders, leyó antes de cruzar la puerta. Cuando entro escuchó de nuevo el resonar de una campanilla por sobre él. Tantos estantes llenos y vacíos, estuches regados por el suelo al azar y más filas ordenadas. Le intrigaba saber que contenían tantas fundas.

Prestó oídos a un cuerpo que pareció ser deslizado, como las rudas de la carretilla en la que estuvo antes. Entre todo el desorden apareció la silueta de un hombre mayor. Sus cabellos blancos desgreñados, lentes que posaban por debajo de donde deberían estar, arrugas se notaban junto a los ojos al igual que en la frente.

Con movimientos casi exagerados, el anciano, pegó su cuerpo al mostrador. Pareció examinarle, parece que se dio cuenta de sus ropas por debajo de la túnica.

- ¿Eres muggle?... – inquirió. Sirius le habló de esa palabra. Le parecía una etiqueta discriminatoria, pero, nada podía hacer.

- Soy mago, me gustan estas ropas… me parecen más cómodas que las túnicas…

- ¿Te mordió un licántropo?... tus ojos fieros, parecen los de una bestia… - al momento de esa declaración, rememoró. Una fiebre intensa, la sangre en sus venas parecía ser lava, la opresión en el pecho y, por último, un lobo de pelaje rojizo. Quielenue.

- No…

- Oh, mi error, perdona mi indiscreción… ahora busquemos…

Después de exclamaciones varias como ¨No, esta no¨, ¨Posiblemente¨, ¨No será fácil¨, y un susurró que no comprendió, el matusalén puso frente suyo uno de esos esbeltos y, al parecer, livianos estuches. Con lentitud retiro la tapa encontrándose con una varita.

Madera de tono apagado con el mango enredado en lo que parecía ser alambre lustroso, dicho hilo creaba una enredadera con formas varias hasta la mitad de la longitud y solo una hebra se extendía hasta la punta creando un aro a su alrededor. ¨Tómala¨ le indico el vejestorio. Sin vacilar, acató el pedido.

No alcanzó siquiera a rozar el objeto. La varita salió eyectada de su cómodo lugar sobre la almohadilla de gamuza. Por acto reflejo encogió en brazo apoyándolo sobre su pecho. El hombre negó con la cabeza un par de veces regresando a su busca de un objeto mágico apropiado.

- ¿Por qué sucedió eso? – preguntó Jacob alzando la voz.

- No es la indicada para ti… deberías haberlo visto, hace unas horas tarde en encontrar una para Harry Potter, ese niño será un gran mago… parece que contigo será igual…

- ¿Indicada?...

- Si, la varita y el dueño crean un lazo, aunque las varitas no se expresan con palabras, pueden llegar a actuar por su cuenta si lo consideran necesario… la varita elige al mago…

- Debería ser al contrario…

- Te aseguro que si fuera asi, todo sería un desastre. Aquí, prueba esta… - agregó, otra vez poniendo una caja en el mostrador – Madera de espino, diez pulgadas, y núcleo de cabello de unicornio…

El diseño simple, perfectamente lijada, la base ancha se hacía más aguda conforme la varita se alargaba. Pudo sostenerla, y al agitarla como se lo pidió el anciano, un rayo de luz azul causó una pequeña explosión. Pedazos de papel, quemados a los extremos, cayeron con gracia como hojuelas de otoño.

Para no crear más destrozos la dejo en su lugar rápidamente.

Otras dos varitas, y ninguna era la suya. Comenzaba a hartarse de mantenerse en ese lugar. Mientras el viejo continuaba con su odisea, se paseó por la tienda.

Y apenas llevaba unas horas en ese universo. Se centró en pensar en ese lapso de recuerdo que lo invadió cuando el vendedor le pregunto si era un licántropo. Lo fue, o lo era, no estaba seguro. Tal vez si lo intentaba volvería a ser esa fiera de cuatro patas y aspecto amenazante.

La velocidad… el viento golpeándole la cara, la adrenalina que le provocaba dar grandes saltos. Cuando, siendo humano, se lanzó por un acantilado hacia el mar. Tantas sensaciones que quería revivir. Deseo, con infinitas fuerzas, liberarse de su maldición.

Asi lo tomaba, una maldición. Ir y venir de un lugar a otro, cosas que no conoces, lugares que no vuelves a ver, personas a las que extrañas, es doloroso. Enamorarse, es lo peor que le podía pasar.

Estuvo al borde de las lágrimas, su vista se nubló y sus globos oculares ardieron.

Juntar pedazos del pasado, era duro.

Cerró los ojos para tranquilizarse. Se abrigo más con las capa, recordando a Sirius. Lo quería a su lado, le transmitía la paz que necesitaba en esos momentos. Se sentó en el suelo, abrazando sus piernas que se mantenían en contacto con su pecho. La ropa que tenía puesta era demasiado grande. Seguramente antes tenía mayor edad.

El hecho de tomar otro cuerpo, hablando en años, era frustrante. Tener que aparentar la inocencia de un niño, se le dificultaba. Ya no tenía en mente preguntas ingenuas e ilusas. Conocía temas relacionados con el sexo. Política. Religión. Una mente adulta.

Y estaba atrapado en su cuerpo infantil.

Levanto la vista al sentir una presencia perturbadora a su lado. Una fuerza que lo llamaba. En el estante que le era más lejano, algo se movía. El estante temblaba y el metal de las patas hacia bullicio.

A pasos cortos, se aproximó. Se sostuvo de lo que tenía alrededor, como si aquello le diera fuerza o confianza.

Escuchó el llamado del vendedor, era distante, le restó importancia. A corta distancia, estiró la mano para tomar uno de esos estuches, el que más se movía y parecía ser el causante de todo eso. Dicho objeto salió disparado en su dirección, trastabilló hacia atrás y, enredándose con sus propios pies, cayó con fuerza al piso.

Con la cabeza dándole punzadas en la parte inferior abrió los ojos. Una varita se mantenía suspendida sobre él. Un brillo enceguecedor le hizo entrecerrar sus parpados y colocar una mano entre la cosa resplandeciente y su rostro.

Dejo de brillar y tenía la varita en mano. Se adhirió sola, la empuño como era debido. La agitó un par de veces. Unas cajitas se levantaron por instantes y cayeron enseguida. Sonrió, había encontrado la indicada. Se quedó tumbado y no fue hasta que el anciano lo encontró, entre el laberinto de estantes, que se levantó. Los ojos grises y apagados, por la vejez, le miraron entre sorprendidos y complacidos. Aunque no fue el quien halló la varita, el chico pudo encontrarla.

Pluma de Fénix. Hecha de madera de olmo, un color rojizo uniforme y, con diferentes diseños y decoraciones en el mango. La secuencia se bosquejos, de alguna forma, simulaban una serpiente liada a la viga.

Querido Jacob:

Hijo mío, lamento si lees esto. Es culpa mía todo lo que te pasa. Es de la sangre Black, que has heredado eso. Si pudiera, te arrebataría ese poder.

¿Magia? Te has de preguntar. Y yo te respondo, sí. Créeme que, a mí, me desconcertó que fuera real. Pero, es extraordinario. Espero que tengas el tiempo suficiente para conocer todo o, siquiera, poder regresar.

Durante el tiempo que me mantuve en Inglaterra mágica. Me gradué, no de Hogwarts. Existen otros colegios, sin embargo, es a mi pedido que asistas ahí.

Sirius, es difícil, pero, debes confiar en él, nunca te traicionara. Te ama, tanto como yo.

Como decía, logre hacer una pequeña fortuna con mi trabajo y el de tu padre. Esos galeones, al completo, los podrás utilizar como desees cuando cumplas la mayoría de edad. Te quedaras en la mansión Black mientras no estés en Hogwarts. O si lo prefieres, en Hogsmeade.

Quisiera ser yo la que te acompañara a abordar el tren, pero, me es imposible.

Quiero verte, no sabes cuánto te he extrañado, mi pequeño.

Ahora, este universo es tranquilo, no existen peligros mayores. Cuídate las espaldas aun asi. No le digas a nadie tu secreto. Como yo nunca lo hice.

Te amo.

Atentamente. Sarah Black.

P.D. No importa lo que te digan, enorgullécete de la casa en la cual quedes.

Las yemas de sus dedos se deslizaron por sobre la pared. Tocando los ligeramente notorios relieves. Delineo, con parsimonia, la extensión de lo que era la rama de un árbol. El área al completo conformaba ese árbol genealógico. Repaso mentalmente los nombres. Buscando en su, aun difusa, infinidad de alusiones.

Encontró, por descuido, la imagen de Sirius. Rostro impávido sin sonrisa. Las lagunas de plata que eran sus orbes grises, apagados. Quien fuera el que pintó ese semblante, no capturó la llama astucia de aquel hombre. Se encontró a si mismo acariciando el retrato. Apartó su mano y la observo. Sus dedos estaban cubiertos de polvo.

- ¿En qué fecha nos encontramos? – preguntó.

Sirius se había mantenido mirándoles desde el marco de la puerta desde hacía minutos. No había descuidado su tarea ya que la presencia de su mayor, le tranquilizaba.

- 31 de Agosto de 1991… - declaró.

- Entonces… mañana mismo debo ir hacia ese lugar, a Hogwarts – se giró hacia Sirius y este le asintió con un ademan de cabeza – quisiera quedarme más tiempo en esta casa…

- Mientras no estés en el colegio, esta será tu casa – dijo. Jacob camino hasta quedar cerca de él. El niño le abrazó por la cintura, recargando su cabeza en el abdomen del animago.

- Me va a ser difícil. Aparentar, es a lo que me refiero.

- ¿Por qué tendrías que aparentar? – preguntó mesando abstraído las hebras, de la cabellera, del otro.

- He estado en situaciones… unas que un joven de 11 años no debería experimentar, aun. Odio tener que mantenerme como alguien iluso y risueño, no lo soy. – suspiró apretando las ropas de Sirius. Tonos oscuros, perfectos para él. – Tu y yo… - antes de poder continuar el otro se apartó poniéndose en cuclillas, como en la bóveda de Gringotts. Posó su mano grande y delgada en la mejilla de Jacob.

- Te pido, que no lo digas. No me tientes. Soy peor de lo que puedo parecer. – dijo con voz baja mientras su pulgar pasaba, repetidas veces, por la parte baja del pómulo del niño.

- Lo diré… fuimos amantes, ¿No puede volver a ser asi?...

- Pensé que tus memorias no regresarían, a menos no con tal rapidez… - alegó en un vano intento de cambiar el tema de conversación.

- Eres Black al igual que yo… - continuo sin prestar atención a la vacilación de Sirius – pero es solo una coincidencia. No compartimos lazos sanguíneos.

El animago se incorporó, y salió de la habitación. Empezó a subir las escaleras, los pasos ligeros del joven, le seguían sin retraso. Era una reacción exagerada el dejarle con la palabra en la boca, pero, no supo que más hacer.

Era verdad, no eran familia. El cosmos fue amable e hizo que se encontraran en más de una ocasión, quien sabe cuántas veces más lo harían. El conocerse en tal magnitud, tuvo consecuencias. Aun, estremeciéndose, rememora aquellas ocasiones, unas muy escasas, en las que se entregaron sin contemplaciones, a la pasión.

Pero ya no. Ya no deseaba sufrir de mal de amores. Él no había sido el único para Jacob, y eso le irritaba y lastimaba.

No obstante, no le pudo negar a su amado – no amante – el dormir en la misma cama esa noche. Además era para placer de ambos.