Sangre, agua y vino
Sangre, agua y vino
Por Txelleta
Renuncia: Los personajes de Shingeki no kyojin no me pertenecen. Son de Hajime Isayama.
Calificación: 18+
Advertencias: Contenido sexual explícito. Palabras malsonantes.
Resumen: Levi ha tenido una pesadilla que le impide dormir. La culpa lo carcome por dentro y necesita aclararse las ideas. Para calmarse, decide salir a darse un baño a la orilla del río próximo al castillo, donde tendrá un encuentro inesperado. [Levi, Mikasa]
Capítulo 1
Ahí estaba. Su cabello rojizo atado en dos coletas, su sonrisa fácil, sus ojos verdes, con las manos cogidas detrás de la espalda, llamándome. Vestida con el uniforme de la legión. Se acercó hasta quedar delante de mí. Ladeó la cabeza hacia la derecha, a la vez que los dedos de su mano rozaban mi mandíbula. Estaba tan bonita. Isabel siempre había sido la niña que quise proteger... y no pude. Bajó su mano hasta apoyarla en mi hombro y acercó su rostro a mi oído. Susurró: "La culpa es tuya de que esté muerta. Te equivocaste, hermano mayor." Me quedé sorprendido por esas palabras, pero no pude reprochárselo. Toda la culpa era mía. Solamente mía. De nadie más. Cerré los ojos y los puños con fuerza. "Lo siento", susurré con un hilo de voz. Ella empezó a separarse de mí, acariciando otra vez mi mandíbula. Se iba. Retrocedió varios pasos, con su brazo levantado, tendiéndome la mano. "Isabel, no..." dije mientras alargaba mi mano para coger la suya. Pero cuando le rocé los dedos, lo único que quedó era sangre. Miré mis manos manchadas de aquel líquido carmesí. Me toqué las mejillas. Estaban pegajosas. A mis pies se había formado un charco rojo. Mi error la mató. Fue mi culpa.
"Sargento Levi." Giré en redondo al oír aquella voz suave a mis espaldas. Y ahí estaba ella. Petra, como siempre, irradiaba una aura de amabilidad a su alrededor. Me miraba con aquellos ojos de color ámbar sin reproche alguno. Separó sus labios para pronunciar una palabra más, pero empezó a manar sangre de su nariz y a escamparse por su mejilla derecha. Corrí hacia ella; sin embargo, la distancia que nos separaba no parecía acortarse. Cuando llegué a su lado ya era demasiado tarde. Yacía de rodillas con el rostro apuntando al cielo y su mirada estaba vacía. "Nos abandonó... Nos dejó morir, sargento... Fue culpa suya..." articuló con su boca inerte.
Abrí los ojos con un jadeo y me erguí repentinamente sobre la cama. Apreté con fuerza la sábana blanca entre mis dedos. Miré mis manos. No había sangre. Estaban totalmente limpias. No encontraba sangre por más que la buscara. "¿Entonces por qué me siento tan sucio?", me pregunté. Me toqué la nuca llena de sudor. Me costaba tragar mi propia saliva. Bajé mis piernas de la cama, quitándome la sábana de encima. Apoyé los codos en mis piernas y hundí el rostro en mis manos. Froté mi cara varias veces contra ellas. Nada. El dolor seguía ahí. Hundido en alguna parte de mi cuerpo, recordándome que había fallado. Mis amigos, mi escuadrón... estaban muertos. Ellos habían confiado en mí, habían depositado sus vidas en mis manos. Ellos habían hecho aquello que yo les había ordenado, y ahora... ahora estaban todos muertos. Todo por mi culpa. "Mi jodida culpa."
Mi cuerpo estaba sudado y pegajoso. "Qué asco." Me levanté, cogí un pijama limpio de la cómoda y salí de la habitación sin hacer ruido, dispuesto a darme un baño y cambiarme de ropa. Bajé los tres pisos del castillo, en el cual estaban alojados los soldados de la legión de reconocimiento, hasta llegar a la puerta de entrada. Al salir al exterior del edificio, noté la brisa suave del aire acariciándome la cara. La luna menguante iluminaba la oscuridad. Pisoteaba la hierba con mis pies descalzos a medida que avanzaba hacia el arroyo que había cerca del castillo.
Al llegar a la orilla, me despojé de la camiseta blanca que usaba para dormir y luego me quité los pantalones negros. Dejé el pijama limpio al lado del sucio, procurando que no se tocaran. Por suerte, aquella noche no hacía frío. Me metí en el río y el agua me llegaba hasta las caderas. Estaba fría y era transparente. Hundí todo mi cuerpo en el agua, incluida la cabeza. Cerré los ojos y deseé abandonarme. Olvidarme de todo y de todos. Olvidar lo que había hecho y lo que tenía que hacer. Estaba allí, sentado en el río con el agua cubriéndome la cabeza. Ojalá el agua pudiera limpiar mi mente, además de mi cuerpo. Saqué la cabeza para respirar. Me acerqué a la orilla, donde el agua era menos profunda, y me recosté en su margen vertical. Rodeé mis rodillas con mis brazos y hundí la cabeza entre ellas. "Isabel, Farlan, Petra, Auruo, Eld, Gunther. Lo siento, lo siento tanto..." Tenía que protegerlos, mantenerlos a salvo, y ellos... ellos... habían muerto luchando contra los titanes. Devorados, aplastados... Noté que se me empezaba a formar un nudo en la garganta y me molestaba. Él era el hombre más fuerte de la humanidad. ¡Él! Menuda gilipollez. Sólo soy un hombre. Rodeé con más fuerza las rodillas para evitar llorar. Pero no pude contenerme. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas y morían en mis labios o en el río. "No puedo más. No lo aguanto más." Habían pasado varios años desde que mis amigos murieron y un par de años desde la aniquilación de mi escuadrón. Y aún dolía. Mordí la parte superior de mi rodilla para acallar los sollozos. El hombre más fuerte de la humanidad no podía llorar. No podía desmoronarse. No podía ser débil. "Porque llevo todas sus esperanzas en mis hombros. Por eso, no puedo... no debo ser débil."
Una mano cálida se posó en mi hombro izquierdo y me sobresalté. Giré la cabeza para descubrir de quién era.
—¿Se encuentra bien, sargento? —preguntó la chica de ojos grises y cabello negro que llevaba aquella sucia bufanda de color rojo. Se encontraba de cuclillas en el margen del arroyo.
Liberé las rodillas de mis brazos y las examiné como si fueran lo más interesante del mundo en aquel momento. Apoyé mis manos a mis costados y me removí para sentarme mejor. "La maldita mocosa estúpida me había pillado llorando. ¡A mi! Sollozando como un jodido crío que echa de menos a su mamá. Soy imbécil."
—Vete. —Me tembló la voz. "Absolutamente genial."
—¿Seguro que se encuentra bien? —Presionó ligeramente sus dedos contra mi hombro.
—Lárgate. —Usé mi mano derecha para sacudirme la suya de mi hombro. No quería que me viera así. La mocosa no pareció entenderlo, porque acuclillada como estaba, se acercó ligeramente más.
—¿Le duele algo, sargento? —Rozó mi hombro con el dorso de sus dedos—. ¿Necesita ayuda?
—Sólo esfúmate, mocosa de mierda.
Y esta vez lo entendió. Se levantó, giró sobre sus talones y apenas oí cómo sus pasos se alejaban por donde había venido. La mocosa era silenciosa como un mal bicho. Con el dorso de la mano me limpié las lágrimas del rostro. No era más que agua con sal. Aún así, continuaba con el nudo en la garganta. Y me repateaba el culo que aquella niña me hubiera visto así, débil. Estiré mis brazos hacia los costados, apoyándolos en la orilla del río. Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás. Miré las estrellas y la suave luz de la luna. Cerré los ojos. Quería dejar de pensar, pero me era imposible.
Hacía casi dos años que trabajaba con el nuevo escuadrón. El mocoso de Jaëger, que parecía un jodido perrito yendo siempre detrás de mí. El rubito, que a pesar de haber pegado un estirón, continuaba siendo demasiado delicado y bastante listo. El jodido caracaballo. Cómo me gustaba enviarlo a limpiar los establos con cualquier excusa. La señorita Braus, con aquel apetito insaciable. Era increíble que hubieran tenido que poner candados en los almacenes para evitar que esa mujer arrasara con toda la comida que se encontraba por delante. El mocoso rapado, que le iba detrás a la señorita Braus. La rubita, tímida y un poco temerosa. Esbocé el inicio de una sonrisa. Me complacía que hubiera alguien más bajito que yo. Y no debía olvidarme de la mejor: Mikasa Ackerman. Siempre calmada. Siempre fuerte. Siempre firme. Excepto, claro, cuando Eren estaba en peligro o siendo acosado o cualquier gilipollez. En esos momentos, desaparecía la mocosa número uno, y aparecía la celosa, leal y sobreprotectora hermana para aniquilar toda la amenaza que se cernía sobre Eren. Ya fuera un mosquito o un titán. La mocosa tenía que aprender a controlarse. Si no lo hacía, un día de estos acabaría muerta. Devorada o aplastada. Como todos los que habían estado a mi lado. Y yo no quería verla muerta. No quería que su muerte también pesara sobre mis hombros. Ella es la mejor, y con el tiempo será mejor que yo, de eso no tengo duda. No quería ver cómo la sangre rojiza resbalaba sobre su cuerpo inerte. "Mierda de pensamientos." Pensar en la muerte de Ackerman no me hacía ningún bien. Tampoco saber que algún día mi escuadrón moriría allí fuera, luchando contra aquellos bichos para defender a gente que se merecería morir. No era justo. Pero nada lo era en aquel mundo. Ya debería estar acostumbrado. Sin embargo, hay verdades a las que uno nunca se acostumbra.
Oí unos pasos a mi espalda. Otra vez la mocosa. Esta vez, por suerte, no me pilló llorando como un niño. Iba con el uniforme de la legión, la bufanda roja envolviendo su cuello, una botella de buen vino y dos vasos. La mocosa había forzado el candado del almacén para coger esa botella. "¡Será ladrona! ¿Dónde coño había aprendido a robar?" Yo no se lo había enseñado, de eso estaba seguro.
Dejó los vasos y la botella cerca de la orilla. Se sentó y empezó a quitarse las botas del uniforme. Se arremangó los pantalones hasta las rodillas y metió los pies y parte de las piernas en el agua con el trasero sentado en tierra. Cogió la botella de vino, previamente descorchado, y rellenó un vaso con dos dedos de aquel vino suave y carmesí. Me tendió el vaso, que agarré por la parte superior del recipiente. Repitió la operación, rellenando el segundo vaso. Depositó la botella en el suelo y tragó de un solo golpe el contenido de su vaso.
—Eres menor, Ackerman. No puedes beber alcohol —solté sin pensar.
—Pues debería darse prisa en beberse la botella, sargento —contestó ella mientras volvía a rellenar su vaso—, porque tengo intención de vaciarla entera. —Esta vez había llenado sólo medio vaso.
Bebí de un solo trago mi vaso de vino y le extendí el brazo para que lo rellenara de nuevo. Llenó mi vaso hasta la mitad, igual que el suyo. Volví a beber. El líquido dulce se deslizaba por mi garganta, dejando un regusto suave en mi boca. La miré de reojo. Estaba sentada a mi izquierda. Movía suavemente los pies sumergidos en el agua transparente. Su mano derecha estaba apoyada en la hierba, cerca de la mía. Sujetaba el vaso con la izquierda a la altura de su pecho. Miraba hacia las estrellas. Se acercó el vaso a los labios y sorbió suavemente.
—¿Qué haces despierta a estas horas? —inquirí. "Además, vestida con el uniforme. ¿No se había ido a dormir?"
—¿Y usted? —preguntó mientras sus uñas repiqueteaban contra el vaso.
—Nada que te importe. —Giré la cabeza hacia delante, evitando mirarla.
Me llevé el vaso a los labios para beber. Apuré el vaso y volví a extenderle el brazo. Obediente como nunca lo había estado, ella llenó, esta vez, tres cuartos del vaso. Me quedé observándola. La suave luz de la luna resaltaba su piel pálida y su cabello negro. Sabía que tenía los ojos grises, mas en aquel momento estaban ocultos bajo un reflejo blanco de la luz de la luna, y sus labios eran finos. Y yo, como un imbécil, me embobé mirándola. Ella se percató, porque clavó su mirada en la mía, sin pudor, sin vergüenza alguna. Que yo estuviera desnudo bajo el agua y observándola no la intimidó. Y luego me pregunté: "¿Cuándo aquella mujer se había sentido intimidada?"
—¿Me he manchado? —preguntó sin desviar la mirada.
—No. —Empezaba a avergonzarme, pero me negué a apartar la mirada. La jodida mocosa no iba a ganarme. Eso sí que no.
—Bien —fue su respuesta. Luego, al cabo de unos segundos, volvió a mirar al cielo.
"¡La he ganado! Ha sido la primera en apartar la mirada." Entonces, posó su mano derecha suavemente sobre la mía. Movía los dedos hacia delante y hacia atrás. Me acariciaba. La oí beber. Me mimaba. Bebí. Me consolaba. Le atrapé los dedos entre los míos y la acaricié con el pulgar. Ella me respondió con un suave apretón en la mano. Ella con las uñas largas. Yo con la uñas recortadas. La suya de tacto suave. La mía áspera. Ambas limpias y pálidas.
—Hoy... —empezó a decir Mikasa— no podía dormir. —Negó con la cabeza—. Retiro lo dicho. Hoy sé que no podré dormir. —Sus labios formaron una sonrisa irónica.
—¿Puedo preguntar el porqué, Ackerman?
—Adelante. Pregunte si tiene curiosidad. —Esta vez, sus labios formaron una sonrisa triste.
—¿Por qué sabes que no podrás dormir? —Bebí otro sorbo del vaso.
—Porque... —se mordió suavemente el labio inferior— hoy hace ocho años que asesinaron a mis padres. —Cogió aire por la nariz. Me acarició con el pulgar—. Mis padres biológicos, claro. —Volvió a beber. Un sorbo y después otro. Luego, de un solo trago, vació el vaso.
—Lo siento, Mikasa —y lo dije de verdad. La chica esbozó una suave sonrisa en su rostro y rellenó su vaso usando una sola mano mientras aún sujetaba la mía con la otra—. Supongo que hoy yo tampoco podré dormir. —Ahora fui yo quien vació su vaso.
—¿Una pesadilla? —preguntó mirándome. Su mirada era suave. Carecía de aquel matiz amenazador que solía tener en los ojos.
—Malas decisiones que se convierten en pesadillas —respondí.
Ella me acarició la mano. Pasaron algunos minutos sin que dijéramos nada. Nos bebimos la botella entera y durante ese tiempo no dejamos de acariciarnos las manos mútuamente. Había cierta ternura en aquel sencillo contacto. Era agradable. La calidez que emitía su mano era reconfortante. Entonces, separó su mano de la mía y se puso de pie. Dijo algo que no había esperado:
—¿Le importa si me baño con usted, sargento Levi?
—Como desees.
Se alejó de la orilla y empezó desnudarse. Se quitó la bufanda roja con mucho cuidado, doblándola y posándola sobre la hierba con suavidad. Estaba muy sucia y no entendí por qué la trataba tan bien. Esa prenda se merecía unos cincuenta lavados al menos. La siguiente pieza que se quitó fue la chaqueta con las alas de la libertad en la espalda. La tiró al suelo con poca delicadeza. Luego empezó a desabotonarse la blusa blanca. La trató con la misma desconsideración que la chaqueta. Ahora podía ver su espalda blanquecina a la luz de la luna. Quizás debido al vino, o porque me había vuelto un pervertido en segundos, su espalda desnuda me excitó. "¡Mierda! Sólo es una mocosa." A continuación, se desabrochó el pantalón y reveló unas braguitas de color claro sobre un perfecto trasero redondeado. Tragué saliva. Había visto aquel par de nalgas, enfundadas en sus pantalones del uniforme, millones de veces. ¿Por qué ahora se me antojaba una visión tan sumamente apetecible? Se llevó las manos a la espalda para desabrocharse el sujetador. Un sencillo clic y la prenda acabó junto a las otras. Después deslizó sus braguitas por aquellas largas y probablemente sedosas piernas. Ackerman empezó a girarse para volver a mi lado y yo aparté la vista. "Soy un jodido pervertido. Llevo demasiado tiempo sin echar un polvo. Eso es todo. Seguro."
Vi cómo uno de sus pies comenzaba a deslizarse dentro del agua. "Ella es una mocosa y yo un pervertido por pensar así". Se sentó a mi lado. Encogió las piernas y apoyó sus brazos sobre sus rodillas. El agua le mojaba las puntas del cabello negro que, con el tiempo, había crecido y ahora le llegaba hasta sus hombros. Nunca me había fijado en ella. Nunca le había tenido especial interés porque era una mocosa. "Los mocosos sueltan mocos y están sucios." Pero ahora no me parecía una mocosa, sino una mujer. Tenía curvas allí donde había que tenerlas. Su piel parecía tersa y suave. Quería tocarla. Cerré mi mano en un puño para evitar mis impulsos. Contemplé su tórax y las curvas donde nacían sus pechos firmes y turgentes. Quería lamerla. Podría agarrar uno de aquellos bonitos senos y envolverlo completamente entre mis dedos. Quería ver más. Pero los brazos y las piernas de Mikasa ocultaban sus seductoras partes y me fastidiaban. Chasqueé con disgusto la lengua. No me había percatado que, para poder ver unos centímetros más de su piel, me había inclinado hacia ella, acercándome. Separó los brazos de sus rodillas y se examinó el cuerpo entero.
—¿Dónde me he manchado, sargento? —y me miró con aquellos ojos plateados llenos de picardía.
—No... —Tragué saliva al saberme descubierto—. No te has manchado. Te veo completamente limpia. —"Qué manía con si se había manchado. Ni que yo fuera un maniático de la limpieza. Por favor."
—¡Ah! Como me estaba observando tan fijamente, pensé... pensé que me había manchado. —Esbozó una suave sonrisa muy dulce. "¡Qué demonios! ¿Desde cuándo Ackerman podía parecer adorable? Definitivamente, si Hange se enterara de esto, se burlaría diciendo que soy un enano pervertido."
—Perdona —empecé a decir—, es sólo que... —"¿Sólo qué? ¿Que me he puesto algo caliente por verte desnuda? ¿Que no me había fijado en que has crecido? No, no, espera. Ésta es mejor: ¿Que tengo ganas de hacerte cosas muy sucias? Sí, seguro que con eso la seduzco"—. Nada —acabé por soltar, negando con la cabeza.
—Puedo... —se humedeció los labios con la lengua. "¿Esta mocosa sabe acaso lo que me está haciendo?"— ¿Puedo hacerle una pregunta personal? —preguntó mientras clavaba sus ojos plateados en los míos.
—Claro. —"Eso, pregúntame si me apetece revolcarme contigo. Ya verás qué gran sorpresa te vas a llevar."
—Usted... —apartó la vista de mi. "Avergonzada ¿quizás?"— ¿Usted cree que soy atractiva? Quiero decir, si cree que puedo gustarle a los chicos. —Se toqueteaba los dedos. Estaba nerviosa—. Es que, bueno, con el cuerpo que tengo. Con mis abdominales, pues, no sé. Y, bueno, como usted es un hombre, quizás podría decírmelo. —Hundió las manos bajo el agua, dejándolas reposar entre sus muslos.
—Claro que les gustas a los chicos, Ackerman. —"Por favor, si supiera que probablemente la mitad de los chicos se tocaban pensando en ella, se le acabarían esas estúpidas dudas."
Se abalanzó sobre mí. La parte superior de su cuerpo quedó al descubierto. "Joder, Levi, no mires. No le mires los pechos. Mírale los ojos. Eso es. Buen chico." Ella apoyó su mano en mi hombro y con la otra agarró una de mis manos para ponérsela encima del vientre.
—¿Ve? —Frotó mi mano contra esos abdominales duros y firmes. "Qué piel tan suavecita."— Tengo los abdominales de un chico.
—Tsk, mocosa. —Ahora fui yo quien le cogió la mano para que me tocase la entrepierna. Se sonrojó al comprender qué era lo que estaba palpando—. Esto —moví mi otra mano para rozarle suavemente los pliegues de su intimidad. Ella abrió los ojos con sorpresa— y esto es la diferencia entre un hombre y un mujer. No unos jodidos abdominales. —"Muy bonitos, por cierto."
—Sargento, usted es demasiado directo a veces. —Esbozó una sonrisa cálida. La dejé ir y ella retomó su posición inicial—. Entonces, como hombre, ¿usted se acostaría conmigo? —Había diversión en sus ojos y noté que el vino nos había afectado a ambos, así que le seguí el juego.
—¿En el agua o en la hierba?
—En la hierba.
Y, por tercera vez en esa noche, la chica me sorprendió. Se levantó, salió del río, y se sentó no muy lejos de allí, con las rodillas dobladas a cada lado del cuerpo. Me esperaba. Así que hice lo que se me pedía. Me levanté para acercarme a ella. Mikasa, como si fuera la criatura más preciosa que había en aquel mundo, se tumbó hacia atrás, estirando las piernas y dejando los brazos por encima de su cabeza. Parecía uno de aquellos seres de los cuentos para niños. "Aunque un niño no debería leer estas cosas, claro está." Estaba acostada, como si supiera que tenía todo el poder del mundo y toda mi atención sobre ella. Y bien, la tenía, para qué negarlo.
Me tendí sobre ella, separándole con suavidad las piernas para meterme entre ellas. Toda su piel estaba húmeda y suave. "Qué agradable." Me apoyé sobre uno de mis brazos para evitar que ella aguantara todo mi peso y acaricié su mandíbula con la mano libre. Luego la coloqué en su mejilla y acerqué mis labios hacia ella. La besé con suavidad. Sólo juntando los labios. Lo repetí otra vez. Le presioné con el pulgar la mandíbula para que separara los labios y, esta vez, el beso mejoró. Con la punta de mi lengua humedecía sus labios para luego besarla. Ella captó el ritmo y respondió. "Sí, ahora sí que nos besábamos de verdad." Mi boca se movía sobre la suya, intentando devorarla. Capturé su labio inferior entre mis dientes y tiré de él. Volví a besarla. Mikasa tenía sus manos enterradas en mi pelo y me estaba despeinando. Sin poder controlarlo, empecé a frotar todo mi cuerpo contra el suyo. Necesitaba esa fricción. Ella dejó salir un suspiro de entre sus labios. Aproveché el momento para besarla e introducirle mi lengua dentro de su boca. Iba a comérmela. Nadie me lo impediría. Deslicé la mano hasta su oreja para apartarle el pelo. Dejé de besarla en los labios y recorrí su piel con besos hasta llegar al lóbulo de su oreja. Lo envolví entre mis labios y lo chupé. Lo sujeté con los dientes y tiré suavemente de él. Mi aliento chocó contra su lóbulo humedecido y se le puso la piel de gallina. La besé detrás de la oreja. Fui bajando por su cuello dejando un rastro de besos húmedos y mordiscos.
Separé mi cuerpo del suyo. La respiración de Mikasa era algo forzada. Tenía los labios más rojos y en sus ojos se leía el deseo. Deslicé la yema de mis dedos por la curvatura de su cuello hasta llegar a su pecho. Envolví uno de sus senos con mi mano y lo estrujé. Luego lo acaricié y noté su suavidad. Rodeé su pezón entre mi pulgar y mi índice y tiré suavemente de él. Agaché mi cabeza hasta alcanzar su punta con mi boca. Lo lamí, lo bufé y se endureció. Sonreí. El cuerpo de Mikasa era muy obediente. Me lo metí en la boca para lamerlo y tiré otra vez de él succionando con mis labios. Mikasa suspiró con fuerza. Froté mi abdomen contra la intimidad de ella y noté que se sentía lisa. Eso me sorprendió y proseguí mi camino para descubrir aquel misterio. Me aparté de su cuerpo caliente y me senté entre sus piernas. Le cogí las piernas por las rodillas, con sus pies colgando, y las separé hasta que su intimidad quedó exhibida. Tragué duro ante aquella visión. Aquello encendió mi cuerpo, quemándolo por dentro. Ahora entendía por qué la piel de la mocosa se sentía tan lisa. No había ni rastro del vello púbico característico de una mujer. Todo el sexo de ella, rosado y húmedo, estaba despejado.
La miré a los ojos. Ella estaba sonrojada. Y yo demasiado excitado. Sin más preámbulos, incliné mi cara hacia su sexo para ofrecerle placer. Ella me sujetó el rostro con ambas manos para impedírmelo, pero no pudo detenerme. Separé con un par de dedos los pliegues de ella y hundí mi cabeza. Estaba húmeda y caliente. Pegué un lametón de abajo a arriba y sentí su sabor salado. Mikasa gimió. Volví a lamerla y ella repitió el ruido. Aquello me complació más de lo que esperaba. Y me excitó. Desplacé ligeramente mi boca hacia arriba para lamer su clítoris. Usando la punta de mi lengua comencé a estimularla. A excitarla. "¡Joder! Quiero ponerla tan caliente como estoy yo." Las manos de ella se desplazaron de mi rostro a mi pelo y me acarició la cabeza. Yo sacaba y metía mi lengua en un movimiento repetitivo, rozando aquel botón erecto. Ella suspiraba. Su cuerpo se calentaba a mí alrededor. Sus manos empezaban a empujar mi cabeza contra su sexo. Quería más. Acerqué mi mano hacia su vagina, acariciando su entrada con mis dedos. Sin dejar de lamer, introduje el dedo índice en aquella cavidad estrecha, caliente y húmeda. Resbaló hacia dentro sin oposición. Mikasa soltó un jadeo de placer. Le había gustado. Sonreí. Saqué mi dedo índice y lo junté contra el dedo corazón. Luego introducí ambos dedos a la vez. Mikasa respondió con otro jadeo, arqueando un poco su espalda y tirándome del pelo hacia ella. Me encantaban sus reacciones. Me excitaba saber que el placer que sentía en aquellos momentos era gracias a mí. Aceleré el ritmo de mi boca y ella removió las piernas inquieta. Mi cuerpo se calentaba y mi miembro se endurecía. Las yemas de sus dedos empujaban mi cabeza contra su sexo para crear una mayor fricción. Estaba ansiosa. "Yo también estoy ansioso por hundirme entre tus piernas, mocosa." Con mis dedos busqué aquella zona rugosa dentro de su estrecha cavidad. Un punto de placer dentro de ella. Cuando lo localicé, froté mis dedos contra su pared caliente. Mikasa gimió más alto y levantó sus caderas, ofreciéndose a mí. Sus manos me presionaban contra ella a la vez que mecía sus caderas contra mi rostro. A este paso iba a ahogarme, pero estaba húmeda y dispuesta, y ya no le faltaba mucho para correrse. Sus paredes internas palpitaban alrededor de mis dedos. Todo su cuerpo estaba en tensión. Pero no iba a darle el gusto. En contra de sus deseos, me aparté de ella. Mikasa bufó enfadada porque no le había dado lo que quería. La cubrí con mi cuerpo y me apoyé sobre mis brazos. La miré a los ojos. Estaba encendida.
—¿Qué ocurre, señorita Ackerman? —pregunté con socarronería. Rocé con la punta de mi erección la humedad que tenía ella entre las piernas. Su flujo mezclado con mi saliva.
—Eres exasperante. —Cogió aire y se reacomodó debajo de mí. Pasó sus brazos por debajo de mis axilas y me envolvió, sujetándome los hombros con sus manos—. ¿Qué? ¿Vas a hacerlo o no?
No esperé más respuesta por su parte. Me deseaba y me necesitaba. Metí mi mano entre los dos para separarle los labios. Rocé intencionadamente su clítoris y ella separó más las piernas. Metí la punta de mi miembro en su cavidad estrecha y me deslicé de un solo golpe hasta el fondo. Gruñí de puro y duro placer. Mikasa se quejó por la intrusión y me enterró las uñas en los hombros.
—Bruto —me reprendió.
Me retiré ligeramente para volver a entrar. "¡Oh! Por favor, qué gustazo." Su estrechez me apretaba y me envolvía completamente. Retiré gran parte de mi sexo para entrar con más fuerza. Jadeé. Mikasa me araño la espalda a la vez que arqueaba la suya. Repetí el movimiento para obtener más placer. Un quejido se escapó de entre los labios de ella. Sin embargo no me pidió que fuera más delicado. Volví a introducirme en su interior con vigor, notando el calor que me envolvía. No pude evitarlo: gemí. Enterré los dedos en la tierra para sujetarme y hacerlo más fuerte. Con cada embestida, la chica gemía y se revolvía. No obstante, aquello no era insuficiente. Necesitaba entrar más adentro. Llenarla con todo mi ser. Con las manos manchadas de tierra, le puse sus piernas alrededor de mis caderas. Mirándola, me relamí los labios. Ella se apretó contra mí. Me retiré casi por completo y me enterré con fuerza en la tierna carne de su sexo. Mikasa se tensó a mi alrededor y jadeó. Yo le mordí el hombro a la vez que destrozaba la tierra con mis manos. Tenía demasiado calor y no podía parar. Empecé a penetrarla con fuerza, aumentando cada vez más el ritmo. Ella cada vez estaba más húmeda y lo noté porque podía deslizarme con más facilidad. Notaba un cosquilleo en todo el miembro que me instigaba a ir un paso más allá. La oía gemir. Me arañaba la espalda. Me rodeaba las caderas con sus piernas. Sus talones presionaban con fuerza en mi trasero para que me hundiera más y más en ella. Para que la llenara por completo. La embestía con fuerza y rapidez. Estaba palpitante, húmeda y estrecha a mi alrededor. Para mí. Ella jadeaba. Me llamaba. Pedía más. Más rápido. Más fuerte. Más adentro.
Escondí mi rostro entre sus pechos. La cogí por los muslos, levantándola unos centímetros, y la penetré, tal y como su cuerpo me suplicaba. Duro, fuerte y rápido. Mikasa enterró sus manos en la hierba mientras se contraía con fuerza al llegar al orgasmo que tanto ansiaba. Entonces soltó un gemido alto y agudo que fue mi perdición. No debía acabar en su interior. Estaba mal. Pero no pude contenerme. Me sobrevino el orgasmo, liberando toda la tensión acumulada. Mi miembro erecto se contraía con fuerza. Con cada espasmo, notaba el semen caliente saliendo a presión de mi cuerpo para depositarse en el de ella. Jadeé, gemí, gruñí, pero no fui consciente de ello. Con unas últimas estocadas, lo descargué todo en su interior.
Necesitaba aire. Intenté aspirar, pero me costaba. Mi respiración era forzada. Relajé todo mi cuerpo para tumbarme encima de Mikasa. Ella también respiraba de manera agitada. Yo aún tenía la cabeza entre sus pechos. Me sentía cansado y aliviado. Las manos de ella acariciaban mi cabello. Estaba a gusto. De alguna manera, aquella chiquilla me hacía sentir protegido. Y aquello me tranquilizaba. Me sentía vivo en aquellos momentos. Cerré los ojos para descansar sobre el pecho de Mikasa. Y volví a verlos a todos. A todos ellos. El nudo en la garganta que había desaparecido volvió a formarse. Noté cómo se me humedecían los ojos. "Definitivamente, soy imbécil." Y un murmuro de Mikasa lo rompió todo:
—No fue culpa tuya...
Aquel dolor que había contenido durante tanto tiempo empezó a liberarse en forma de lágrimas silenciosas que iban cayendo desde mis ojos hasta sus pechos. Ella continuaba acariciándome el pelo. Amasándolo. Ofreciéndome consuelo. Por primera vez, llorar no me pareció incorrecto o de débiles.
Unos minutos más tarde, me sequé el rastro húmedo que habían dejado las lágrimas. Salí de ella con suavidad, con mi pene ya flácido, y me arrodillé entre sus piernas. Había semen y sangre. Tragué saliva. Probablemente era la primera vez que la mocosa se había acostado con un hombre y yo no había tenido miramiento alguno. La había usado para liberarme. Ackerman se incorporó y se frotó suavemente los huesos de la pelvis.
—¿Te... te duele? —pregunté con cierto temor. "Claro que le dolía, idiota."
—Para ser tan enano pesas bastante. Me has clavado tus huesos durante un buen rato y ahora duele un poco. —Me miró de una manera extraña.
Vi cómo se dirigía al río para asearse. La imité. Una vez limpios, nos vestimos en silencio. Yo era el adulto y tenía que decir algo. Disculparme. Cogí el pijama sucio e hice una bola con él. "Eso estaría bien. Pedirle perdón por hacerle daño. Exacto. Levantaré la vista, la miraré y me disculparé. No es tan difícil."
—¿Me está escuchando, sargento Levi? —Había un tono de reproche en su voz.
—No. ¿Qué decías?
—Nada. —Suspiró—. Volvamos. —Me cogió de la mano y, como si fuera un niño, me llevó hasta el castillo.
Entramos en el edificio. Ella, al andar, apenas hacía ruido. No se podía decir lo mismo de mí. Comenzó a subir las escaleras. Aún me tenía cogido de la mano. En el segundo piso estaban las habitaciones de las mocosas. No obstante, ella no se detuvo y continuó subiendo hasta que llegamos al tercer piso. Recorrimos el pasillo hasta llegar a la puerta de mi habitación. Abrió la puerta con suavidad para no hacer ruido. La cama estaba deshecha, tal y como la había dejado antes de salir. Ella me dejó en medio del cuarto. Me quitó de las manos la bola de ropa sucia que traía y la lanzó al cesto de la ropa sucia. Volvió a cogerme y me guió hasta la cama. Con un movimiento de la mano, me indicó que me metiera dentro. La obedecí. Me tumbé sobre mi costado, mirándola. Ella me cubrió correctamente y se sentó encima de la almohada. Apoyó su espalda en la pared y subió los pies encima del lecho. Se había sentado y acomodado tan tranquilamente. Entonces me tendió una mano. Se la cogí entre las mías. Tenía la mano suave.
—Aunque me llame mocosa, soy lo suficientemente adulta para saber qué ha pasado. No se sienta culpable. Ambos lo necesitábamos.
—Te he usado. —Apreté su mano entre las mías.
—Yo también le he usado. —Se inclinó sobre mi oído para susurrarme—: Y, al fin y al cabo, lo he disfrutado. —Se separó de mí con una sonrisa—. Vamos, duérmase. Me espero. —Me dio un suave apretón.
Cerré los ojos y relajé mi respiración. Unos minutos más tarde, noté que separaba su mano de las mías. Se levantó, me colocó correctamente un mechón del flequillo y susurró:
—Buenas noches, Levi —seguido de un beso en la frente.
La vi marcharse tan silenciosamente como había aparecido. Desplacé mi cuerpo hasta el lugar donde ella había reposado. Estaba caliente. Acerqué mis manos a mi rostro y aspiré. Había dejado su olor. Con un esbozo de sonrisa en los labios, noté que el sueño me vencía. Mi último pensamiento fue que... Mikasa... Mikasa olía muy bien.
Hola!
Soy Txelleta y esta es la primera vez que escribo un fic. Espero que hayáis disfrutado leyendo la historia tanto como yo he disfrutado escribiéndola. Cualquier opinión será bien recibida :)
Nos leemos!
Txelleta :3
P.D.: Hace tres años que publiqué este fic, así que hemos decidido revisarlo y mejorarlo (básicamente mi beta-reader me obliga ). Hemos arreglado algunos errores ortográficos (no sé escribir "prenda" xDDD) y mejorado su narración.
