CAPÍTULO 1: REGRESO A NUNCA JAMÁS.

"¡He vuelto!" dijo Peter Pan de vuelta a casa.

Pero no obtuvo respuesta. Los niños perdidos habían regresado al mundo real. Wendy se había ido. Campanilla no estaba en casa.

"Que triste es esta casa si no tengo a nadie con quien estar." Dijo con voz triste.

Sabía que había hecho lo correcto dejando ir a Wendy, Jhon, su hermanito y a los niños perdidos, pero ahora estaba solo y se iba a aburrir. Además, por algún motivo… algo en su corazón le dolía como si estuviese enfermo, pero no lo estaba. Ya no más aventuras contra los piratas; Garfio había sido devorado por el cocodrilo. Como los niños perdidos se habían ido ya no tendría a nadie con quién jugar. Aún así se fue a volar un poco por el país. Lo recorrió de punta a punta. Pasó por la laguna de las sirenas, atravesó la hondonada de los piratas, el cabo del campamento indio… pero nada le ayudó. Así una y otra vez durante todo el día. Y por la noche… decidió volver a ver a todos al mundo real.

Durante años repitió la rutina, así pudo ver cómo Wendy crecía. A menudo se sentaba en su ventana a escuchar las historias que ella leía. Y de vez en cuando entraba a saludarla.

Un día durmió más de la cuenta, y cuando llegó a verla Wendy ya era una señora anciana, se había casado y tenía un precioso bebé en sus brazos.

"Peter…" le dijo ella cuando le vio su cara de sorpresa y decepción.

"¡Wendy! ¡Prometiste nunca crecer!" le dijo Peter. "¡Que yo sería el hombre de tu vida!"

"Peter… esto era un paso más para…" dijo Wendy.

"¡No!" dijo Peter apenado. "¡Lo prometiste!" añadió mostrándole el dedal.

"!Peter!" le dijo Wendy. "¡Estuve esperando el día de mi boda! Esperaba que llegases volando e impidieses que lo hiciese. Pero tú no llegaste… ahora estoy casada, tengo una hija Moira… y esta es mi nieta."

"¡No!" gritó Peter entonces lleno de rabia y dolor, tristeza. "¡Lo prometiste! ¡Prometiste que yo sería el único!"

Entonces se fue volando antes de que Wendy dijese una palabra más.

Cuando llegó a Nunca Jamás, Campanilla estaba allí. Peter lloró, lloró y durmió todo el día. Y la pobre Campanilla no sabía que hacer. Intentó alegrarle, le llevó los mejores manjares de todo Nunca Jamás, tesoros… le preparó aventuras nuevas con los indios e incluso con algunas hadas. Pero Peter no pudo volar.

Campanilla sentía cómo si en su pecho su corazón le estuviese siendo arrancado. Cuando Peter había dejado ir a todos ella se había sentido feliz de que él eligiese seguir viviendo en Nunca Jamás, con ella, en vez crecer junto a Wendy. Pero ahora ya estaba dudando qué hubiese sido mejor.

Le costó casi trescientos sesenta amaneceres con sus correspondientes noches a Peter volver a recuperar su habilidad para volar, justo lo que le costó desterrar a Wendy y el resto de su familia de su mente y su corazón y volver a recuperar su pensamiento alegre.

Y entonces lo primero que hizo fue cacarear, y su cacareo llenó todo el aire del país de Nunca Jamás, alegrando a amigos y haciendo un escalofrío recorrer la espalda de aquellos con un corazón envenenado.

"Creo que llevo mucho tiempo aquí." Dijo Peter sonriendo con los brazos en jarras en lo alto del acantilado. "Creo que ya va siendo hora de volver a volar hasta el mundo real, buscaré nuevas aventuras allí."

Sonriendo Campanilla alzó el vuelo y entonces cuando Peter consiguió volver a elevarse ella sonrió aún más. Una aventura en el mundo real era justo lo que Peter Pan necesitaba ahora. Alegría, eso era lo que volvían a sentir ambos tras muchos días y noches de profundo dolor.

Aquí comienza mi historia. Bueno, no aquí. En realidad empezó hace unos 16 años cuando mis padres me abandonaron o murieron o a saber que. El caso es que desde que nací y me encontraron en un cubo de basura he pasado mi vida en este orfanato que llamamos, por hacerlo de una manera, hogar.

No es que me queje, en el fondo he tenido suerte. La superiora se llama Madre Catalina. Una monja de la orden de las no sé qué que decidió que su verdadera labor social era hacerse cargo de los pobres huérfanos de la zona. Así que aquí estamos todos los menores de edad que hemos sido abandonados, o se nos ha quitado de nuestros padres o, por cualquier otro motivo, estamos solos.

Por cierto, me llamo Isabelle, no tengo apellido porque no tengo familia, de hecho, mi nombre me lo puso Madre Catalina en honor a Santa Isabel, la hermana de la virgen María.

La Madre Catalina nos acoge, y aunque ella no quiera decírnoslo, los niños que vivimos en el orfanato "la Esperanza" la perdimos hace tiempo.

Solo los más pequeños conservan la esperanza. Los mayores y la gente de mi edad ya están intentando organizarse la vida para cuando cumplan la mayoría de edad poder empezar una nueva vida. Al parecer, solo yo parezco desear aferrarme a algo con la esperanza de encontrar una familia. Aunque la verdad es muy diferente.

No quiero crecer.

No quiero ser mayor. No quiero tener que trabajar en una oficina y llevar un maldito horario ni que la gente me mire al pasar compadeciéndose de mí por haber crecido en este maldito y deprimente lugar.

Yo quiero seguir siendo pequeña, poder evitar todo lo que sucederá dentro de dos años exactamente. Y es que hoy es mi cumpleaños. Hoy se cumplen 16 años desde que mi familia me abandonó en la basura. Aquí en el orfanato de los que no saben el cumpleaños se fija por el mismo día que fuimos encontrados. Y de hecho, yo soy famosa. Salí en los periódicos nada más nacer.

"Recién nacido arrojado al arroyo." Esa soy yo, una niña a la que nadie salvo Madre Catalina y mis compañeros huérfanos quieren.

En el orfanato otros tienen la labor de limpiar, yo ayudo en la cocina cuando no estoy en clase, y por las noches, cuento historias a los que quieren oírlas.

Esa es mi forma de mantener la esperanza, huyo de la realidad, me encierro en mi mundo de fantasías. En él soy una princesa, o una guerrera, una heroína… creo que una vez llegué incluso a ser una temible pirata.

Pero los mayores me llaman "Rosa helada", la cuenta-cuentos del orfanato de la calle Morgue.

Creo que conozco como unos 120 cuentos diferentes, y si no están inventados yo los invento. Creo que desde que comencé a contar cuentos no he contado el mismo dos veces. Pero mi favorito es el de Peter Pan, el niño que no quería crecer.

Hay una anciana, Wendy, que viene de vez en cuando a contarnos historias sobre ese chico. Me gusta esa anciana. Dice que ella conoció a ese Peter Pan del que habla, que antes le solía contar sus aventuras a su hija y luego a su nieta, pero como todos, ellas también crecieron así que ahora solo le quedan los niños perdidos.

Luego yo cuento mis propias historias sobre Peter Pan a mis compañeros huérfanos. Nos gustan sus aventuras; hasta tal punto que ahora nosotros nos llamamos a nosotros mismos "Niños perdidos". Aunque lo más correcto sería llamarnos "Niños del vertedero". No, lo de Niños perdidos suena mejor.

Desde que la anciana Wendy nos contase los cuentos de Peter Pan, hemos dormido con la ventana abierta, por si algún día a Peter se le ocurriese venir a visitarnos.

De hecho, el pequeño Darcy rompió el cierre de la ventana hace unos meses y desde entonces la ventana no se ha podido cerrar.

No sé cuantos días me he asomado a la ventana con la esperanza de ver a ese muchacho volador después de que el último de los enanos se durmiese con mis historias. Son tantas noches que ya he perdido la cuenta. Son tantas las veces que he soñado que venía y le conocía que ya hasta me parece un personaje real. Pero aunque en el fondo de mi mente supiese que era solo una invención de Wendy para entretenernos, en el fondo del corazón, muy muy al fondo, tengo el sentimiento de que Peter existe, aunque nunca pararía a visitar a estos niños y niñas desesperados que somos.

Lo que no esperaba es que, el mismo día de mi 16 cumpleaños, una de mis fantasías se hiciese realidad.

"Isa, isa, cuéntanos un cuento." Me pedían los más pequeños.

"Vale, ¿Y mi linterna?" pregunté divertida. "No puedo comenzar una historia sin mi fiel antorcha."

Al instante tenía mi linterna y mi disfraz de Isabelle "Pan", así que comencé mi historia, sobre el increíble Peter Pan, el valiente niño que no quería crecer y vivía increíbles aventuras en el País de Nunca Jamás.

"Y de nuevo Peter había ganado la pelea, así que lanzó su cacareo de victoria que llenó la isla y todo el mundo supo que Peter Pan había vuelto a ganar otra batalla. Fin. Y ahora… Hora de guardar silencio, mi querida antorcha. Cierra tus ojos y deja que mis amigos vuelen al país de los sueños para ver a sus amigos." Dije apagando la linterna tras comprobar que todos los niños dormían tranquilos.

Madre Catalina me había dado permiso para dormir con ellos, pero antes de meterme en la cama, hacía una ronda arropando a mis compañeros pequeños, deseando que todos ellos tuviesen su final feliz aunque solo fuese cada noche en sus sueños.

Porque solo para nosotros existíamos, para el resto de Londres no existíamos salvo por los pocos afortunados que habían tenido una familia. Yo ni siquiera existía oficialmente. De hecho, creo que si alguno de nosotros muriese o desapareciese, nadie salvo el resto de compañeros le echaríamos en falta.

Ya iba a acostarme cuando encontré un bicho y lo tiré por la ventana.

"Puagg…" dijo una voz de chico.

"Hay… ¿quién hay ahí?" pregunté asomándome a la ventana.

Entonces, una luciérnaga se coló por nuestra ventana y comenzó a agredirme. Me molestó tanto que intenté golpearle una y otra vez hasta que la atrapé entre mis manos.

"Jo, es la primera vez que una luciérnaga me ataca." Dije sujetándola entre mis manos mientras sentía cómo se movía intentando escapar.

"Oye, creo que tienes algo que es mío." dijo la voz de chico susurrando desde la ventana. "¿Te importa soltarla, por favor?"

Entonces le vi. Estaba sentado en el alfeizar de la ventana y no me había dado cuenta de su presencia por el ataque de la luciérnaga.

"Claro, yo no mato bichitos." Dije llevando la luciérnaga hasta la ventana para soltarla. "¿Quién eres?" pregunté entonces. "¿Cómo has llegado hasta aquí?"

"Me llamo Pan, Peter Pan." Dijo. "Y he venido volando, claro. Me gusta escuchar tus cuentos. A mí y a Campanilla."

"No puede ser…" dije sorprendida. "¿De verdad eres…?"

"Aja." Dijo elevándose en el aire cabeza abajo. "Puedes creértelo. Siento haberte… asustado."

"No… No pasa nada." Dije yo.

La verdad es que no sabía qué hacer o decir. Ni siquiera podía creerme lo que estaba viendo. Lo había soñado tantas veces que seguramente fuese solo una fantasía más.

"Te he estado escuchando todas las noches." Me dijo sonriendo mientras se sentaba en la ventana. "Me gustan tus historias."

"Gracias." Dije sonriendo. "Pero… no sé si podrás oírlas mucho más tiempo. Dentro de poco me trasladarán a otro pabellón donde están los chicos mayores…"

"¡Ah, no!" dijo. "¡No pueden hacer eso! ¡¿Cómo voy oír tus cuentos si dejas de contarlos por las noches?!"

"No lo sé… podría dejar la ventana abierta, pero… como es la planta baja hay enrejados para que no entren ladrones…"

"¡Ya lo sé!" me dijo. "¡Vente al País de Nunca Jamás!" añadió cogiéndome de la muñeca. "¡Ahí no se crece nunca, y no te cambiarán de área! ¡Podrás contarme cuentos todas las noches!"

"Eso… me encantaría." Dije sonriendo. "Pero los niños… Madre Clara…"

"¡Campanilla podría hacer que viniesen todos!"Dijo Peter cogiéndome y tirando de nuevo de mí. "¡Vamos!"

Me sentaba mal, por Madre Clara. Pero ella también sabía que para nosotros quedaba ya poca esperanza. La gente que quería adoptar, la poca que de verdad quería, no venía a nuestro orfanato para coger a los niños del arroyo.

"¿Podrán volver algún día?" le pregunté a Peter.

Él entonces aterrizó en la ventana y me miró serio. Yo no lo sabía, pero le dolía oir tan pronto que se había vuelto a equivocar.

"¿Por qué?" me preguntó entonces. "¿Por qué todos prefieren esta vida corta en vez de ser siempre niños?"

"Porque aún tienen esperanzas." Contesté. "Ellos conocen solo esto. La vida no ha sido amable con nosotros, pero ellos aún conservan un poco de esperanza en que serán adoptados y tendrán un futuro."

"Está bien." Dijo "Podéis venir y luego si quieren irse podrán volver."

Por alguna razón me sentía mal por él, y eso que no habíamos hecho más que conocernos.

"Dame un segundo." Dije girándome. "Madre Clara ha sido siempre buena con nosotros, no quiero causarle ningún dolor. Le escribiré una nota diciendo que nos iremos de viaje unos días."

"Claro." Dijo sentándose en la ventana. "Lo que quieras, total no importa esperar uno poco más."

No me costó apenas cinco minutos escribir una carta de despedida a Madre Clara explicándole que habíamos ido de vacaciones con Peter Pan, el auténtico, el que decía la anciana cuenta cuentos Wendy.

Para entonces los niños ya estaban despiertos, a medias. Pero como no eran más de diez les hicimos tumbar en una enorme sábana y Campanilla me roció con polvo de hadas. Me costó un poco encontrar un pensamiento lo suficientemente fuerte como para elevarme y poder llevar a mis pequeños amigos.

Pero al final lo conseguí, con ayuda de Peter, por supuesto. Lo que nunca pensé fue que unos niños tan pequeños pudiesen pesar tanto.

Pero al final, tras parar tres veces a descansar un poco los brazos conseguimos llegar al País de Nunca Jamás.

Y allí Peter me indicó para parar en la casa que según las historias que conocía de él, habían ocupado durante años Peter Pan y los niños perdidos.

Allí abrimos la sábana y mis niños parecieron desvelarse un poco.

Cuando se dieron cuenta de dónde estábamos todo fue algarabía y alegría.

Pero debo decir que eso no duraría mucho.