Hola, este es mi primer fanfic de Kuroshitsuji, espero que les guste, la verdad es que este sólo es el primer capítulo, y les aseguro que se irá poniéndo cada vez mejor.
Así que espero que posteen para motivarme y así seguir escribiendolo.
Como ya saben esta serie no es de mi autoría es de Yana Toboso, aunque el fic es míoLo que me gusta de Ciel
Aunque los días transcurrían sin mayores complicaciones y la vida del joven Ciel no se veía alterada desde que habían matado al asqueroso ángel, las cosas en el nuevo hogar del conde Phantomhive habían cambiado, ya no tenía a sus antiguos empleados y su mayordomo había desaparecido.
El presagio de la muerte que seguía al conde, había sido evitado por el increíble poder de Sebastian, pero tras esto el mayordomo había desaparecido de la vida del joven sin dejar rastro.
Ciel no le agradecía a Sebastian el hecho de que éste lo hubiera salvado de la muerte, sino al contrario, estaba sumamente indignado, porque nunca se lo había pedido, no deseaba deberle nada a nadie, mucho menos a un demonio. Además jamás le había temido a la muerte Como para escapar de ella cuando ya había cumplido su venganza.
El actuar de su mayordomo lo había dejado totalmente descolocado, pues éste no acostumbraba a desobedecer sus órdenes o a pasar por alto su voluntad. Ciel lo odiaba por eso, y deseaba con todas sus fuerzas poder verlo para decírselo y llamarle la atención por su intromisión.
Pero pasaban los días, las semanas y meses y el insolente mayordomo no aparecía. Un extraño temor se apoderaba por algunos segundos del conde cuando pesaba que tras salvar su vida el demonio podría haber muerto, pero este temor era fugaz y dejaba a en su lugar un inmenso sentimiento de rabia e impotencia. Deseaba ver a Sebastian como jamás lo había deseado, pero esto era sólo para calmar la inquietud de su mente.
En ese tiempo el joven Ciel había tenido que aprender a hacer varias cosas de las que jamás antes había tenido que preocuparse, como atarse los zapatos, abotonarse la camisa y ponerse la levita adecuadamente, pues no permitía que ninguno de sus nuevos empleados lo tocaran, eran demasiado incompetentes para atenderlo.
Aunque le dolía admitirlo, extrañaba las comidas que su mayordomo preparaba para él, nadie podía hacer el té de la manera tan precisa como él lo hacía, y aquellos pasteles eran absolutamente sublimes.
Ese día tenía una importante cena con el gobernador de Italia para hablar de asuntos empresariales y había dejado la cena en manos de sus empleados esperando que estos fueran capaces de responder adecuadamente a sus exigencias, pero para su asombro ocurrió todo lo contrario, la cena estaba arruinada debido a que habían empleado azúcar en vez de sal como aderezo. Como nunca Ciel había pasado una espantosa vergüenza ante su invitado, quien no puedo evitar reírse de la torpeza de los cocineros.
Pese a que las cosas mejoraron con el correr de las horas y su invitado se fue bastante alegre de la mansión el joven conde estaba furioso, las reprimendas a sus empleados no tardaron en hacerse escuchar, pero a quien más le gritaba con desatado enojo era a Sebastian.
-¡Hasta cuándo vas a estar desaparecido maldito!, ¡no olvides que soy tu amo! Ven aquí ahora mismo y hazte cargo de este desastre!
-Sebastian te lo ordeno!
-¡Sebastian!
-¡¡SEBASTIAN!!...
Ciel había gritado con todas sus fuerzas, pero aún así el demonio mayordomo no aparecía. Una risa amarga comenzó a salir de sus labios y fue acrecentado paulatinamente aumentando su volumen.
-No puedo creer que hayas muerto, pero que demonio más debilucho… ¿Por qué no sales y cumples tu palabra? Llévate mi alma, el plazo de nuestro pacto ya ha llegado, ¿o es que ya no te interesa? Maldito…
Pese a que sus empleados lo miraban sin entender nada, el joven amo no se inmutaba, estaba arto de mantener la compostura y aguantarse la incertidumbre de no saber qué pasaba con Sebastian.
Esa noche Ciel se acostó sin cambiarse la ropa estaba demasiado enojado y no quería hacer nada, estaba seguro de que ese maldito demonio aparecería pronto, el sello de su ojo no había desaparecido, pero le hubiese encantado que hubiese pasado lo contrario para no tener que acordarse de él.
Se tiró sobre la cama sin cubrirse con las mantas dejándose acariciar por los dobleces que su cuerpo producía en ella y cerró los ojos. Los recuerdos del incendio de su mansión con sus padres adentro llegaron a su mente, y con ellos el de la noche en la que hizo el pacto con el demonio… Sebastian, ese sería su nombre en este mundo, desde ese día se convirtió en su mayordomo, en su escolta, su mano derecha y su verdugo…
Ciel pensó: *Sebastian, hasta cuándo estarás desaparecido, ven y cumple nuestro pacto, la venganza ha sido llevada a cabo y no tengo más motivos para vivir, si no vienes esta alma se perderá en el infierno y no podrás hacerla tuya… Sebastian…*
Y así se quedó dormido, acompañado nada más que de sus pensamientos y la oscuridad de la noche.
Esa misma noche, un demonio entró por la ventana y al ver el cuerpo del pequeño conde destapado, lo abrigó con las mantas sin hacer el menor ruido. En su rostro se dibujo una sonrisa de satisfacción. El demonio pasó sus demos por entre los cabellos del conde y con un rápido movimiento se marchó sin dejar vestigio alguno de que había estado ahí esa noche.
A la mañana siguiente Ciel despertó y se sentó en su cama como acostumbraba, al notar que estaba tapado sus ojos se abrieron asombrados, pues no recordaba haberlo hecho. Si pensarlo dos veces pronunció el nombre de quien creía había sido el culpable.
-¡Sebastian!-
-Sebastian ven aquí ahora mismo-.
Pero nada, el mayordomo no aparecía ante sus llamados.
El joven notoriamente consternado soltó una risita nerviosa y se desordeno el cabello.
Pensaba que era evidente que cualquiera de sus empelados había podido taparlo, o el mismo se había cubierto durante la noche al sentir frío sin recordarlo. Se sintió estúpido y se vistió, con toda la prontitud que podía, ya que sus habilidades para hacerlo eran muy malas por la poca costumbre.
Así pasaron los meses hasta que transcurrieron dos años sin ninguna novedad de Sebastian.
Ciel no había cambiado mucho, su cuerpo seguía igual de delgado y aunque estaba un poco más alto su rostro seguía siendo el del niño de hace dos años atrás, en su ojo aún permanecía la marca del pacto sellado con el demonio, y su mirada continuaba siendo igual de suspicaz y fría.
En esos años Elizabeth había acompañado a su prometido fielmente, siendo el único vínculo que le quedaba al joven conde con algún familiar.
Elizabeth se había desarrollado maravillosamente y poco a poco iba dejando ver las curvas y los gestos típicos de femineidad. Su sonrisa jovial y sincera era lo único que hacía sentir al corazón de Ciel un poco más cálido.
Pero por lo único por lo que Ciel Phantomhive seguía con vida era por Sebastian, esperaba que este llegase por él y se llevase su alma como habían prometido, no quería deberle nada a nadie y mucho menos a un demonio. Era sólo por esto que el conde continuaba con una vida sin sentido y agobiante.
Sin desearlo y a pesar de todos los intentos por quitarlo de su mente, los recuerdos de Sebastian llegaban a su mente cada noche y lo acompañaban en sueños en los que éste aún era su mayordomo y lo servía fielmente. Estos sueños terminaban habitualmente con sangre y dolor, un dolor intenso que recorría todo su cuerpo.
Al despertar, el pequeño sudaba o tiritaba incontrolablemente mientras algunas lágrimas caían por sus mejillas con suavidad.
Ciel sólo deseaba que ese no fuera el anhelo de su corazón y se golpeaba el pecho para hacerlo desaparecer.
