Levi terminó de dar la última clase de Cross fit a las seis de la tarde. Aunque pensó que ese día apenas acudiría gente, se sorprendió al ver que al menos la mitad de los asistentes habituales habían llenado la sala. Dirigió los estiramientos y se despidió deseándoles a todos unas felices fiestas.
Cuando la clase se quedó vacía, se dio media vuelta para dar un buen trago de su botella de agua. Se secó el sudor de la frente con su toalla y ordenó adecuadamente el material que habían empleado. No escuchó que la puerta se abría de nuevo a sus espaldas.
Unos brazos se cerraron en torno a su cintura y dio un respingo antes de girarse.
Eren le sonreía, con el rostro humedecido y la toalla sobre uno de sus hombros. Antes de que pudiera decirle nada, el más alto lo tomó de la barbilla y plantó un profundo beso sobre sus labios.
—Oye, creía que tenías prisa —dijo el mayor con tono acusador.
—Tengo que estar en casa de mis padres a las ocho, tengo tiempo.
Volvió a besarlo con más urgencia y Levi se entregó a esa sensación durante unos minutos. Después, temeroso de que los sorprendieran los encargados de la limpieza, puso un poco de distancia con el muchacho.
—Será mejor que vayas a arreglarte, no quiero que llegues tarde por mi culpa. Aún tienes que conducir una hora.
Eren se mordió el labio y extendió uno de sus brazos para acariciar el de Levi.
—Ven conmigo.
No había terminado de pronunciar aquellas palabras y Levi ya estaba negando fervientemente con la cabeza.
—Eren, no conozco a tu familia. Es demasiado pronto.
—Pero no quiero que pases esta noche solo.
Levi colocó un disco de veinte kilos en su soporte y se volvió hacia su pareja con expresión calmada.
—Oye, ya te he dicho que estoy acostumbrado. Para mí es una noche más, además no estaré solo, tengo gatos.
Eren compuso una mueca.
—Pero mañana es tu cumpleaños.
—Sí, y también es una fecha familiar y lo lógico es que estés con tu familia. —Palmeó de forma cariñosa la mejilla del castaño—. No te preocupes, estaré bien.
Eren atrapó esa mano antes de que se separara de su rostro y le dio un ligero apretón.
—Hazme el favor de afeitarte —añadió Levi con el ceño fruncido—. Puedo pasar el pelo largo pero esa barba...
Eren rió y meneó la cabeza ante el comentario. Dedicó una fugaz mirada hacia la puerta antes de depositar un último beso en los labios del monitor.
—Te llamaré esta noche. Te quiero.
El mayor sonrió.
—Sé bueno.
Le hizo un último gesto a Eren cuando abandonó la sala y suspiró hundiendo sus hombros. Procedió a colocar el resto de los discos en su sitio, refunfuñando cada vez que encontraba alguno en un lugar que no le correspondía. ¿De qué le servía que la gente los colocara si lo hacían mal?
Permaneció media hora más comprobándolo todo, hasta que Connie entró empujando el carro de la limpieza con un pie mientras mensajeaba a alguien con el móvil.
—No pensé que trabajarías hoy —dijo el joven sin despegar la mirada de la pantalla.
—Siempre trabajo durante las fiestas.
—Eso no es sano, pareces cansado.
Levi se encogió de hombros y recogió sus pertenencias.
—¿Tienes algún plan especial hoy?
—Sí, mi familia y la de Sasha se juntan para celebrar la nochebuena.
Levi acortó la distancia que lo separa con el joven y le arrebató el teléfono de las manos.
—Pues ponte a limpiar ya.
Connie protestó y el mayor dejó el móvil apoyado en una estantería al lado de la puerta. Se despidió con un cabeceo y se dirigió al vestuario de monitores para cambiarse. Saludó a sus compañeros por el pasillo, aunque la mayoría ya se habían marchado hacia sus casas. Solo estaba Petra en recepción, esperando a que todos se fueran para cerrar las puertas del centro.
Ese fue el principal motivo por el cual Levi se apresuró en ducharse, porque no tenía una prisa real, ni un evento al que acudir. Connie había sido muy observador, se sentía cansado y un poco desanimado. No era capaz de contagiarse del ambiente festivo que había a su alrededor, y aunque estaba acostumbrado a la soledad, a veces se volvía demasiado asfixiante.
Su madre había fallecido cuando aún era un niño y su tío Kenny se había ido a vivir a otro país desde hacía cinco años. No se quejaba, al menos tenía un trabajo y tres maravillosas gatas que lo esperaban en su domicilio. Sin embargo, en aquellas fechas donde todo el mundo parecía tener un plan, donde todos se reunían con sus seres más queridos, él permanecía solo en su apartamento, viendo una película o leyendo.
Se vistió con rapidez y abandonó la zona de vestuarios. Se dirigió con paso ligero hacia la salida, deteniéndose en el mostrador para desearle a Petra una feliz Navidad. Ella aprovechó para darle un abrazo, felicitándolo también por su cumpleaños. Se sintió un poco incómodo ante el repentino contacto, pero lo disimuló con media sonrisa. Después, avanzó hacia la zona de parking donde tenía estacionada su moto y abandonó el centro deseando no encontrarse atascos de camino a su casa. Por suerte, no había demasiadas retenciones en la carretera, aunque tampoco pudo disfrutar de una conducción fluida.
Aparcó la moto en su garaje y utilizó el ascensor para subir a la séptima planta. Sacó las llaves del bolsillo de su cazadora y abrió la puerta. Sus gatas acudieron a recibirlo con la cola en alto mientras restregaban sus cabezas de forma afectuosa en sus pantalones.
—Hola chicas.
Se dispuso a encender el equipo de música y eligió algo de Jazz para crear un ambiente más acogedor. Guardó el casco en el armario de su habitación y se cambió de ropa para ponerse algo más cómodo, un chándal y una sudadera. A pesar de que pasaba la mayor parte del día vestido de esa manera, a Levi le pareció que aquella era la mejor elección para estar en el sofá de su casa.
Se dirigió a la cocina y llenó los cuencos de sus gatas. Les había comprado unas golosinas y unas latas de comida húmeda a modo de cena especial de Navidad. Una de ellas, Rose, maullaba impaciente mientras Levi lo preparaba todo.
—Ya voy.
Colocó los tres cuencos en el suelo y sus mascotas se enredaron unas con otras para acceder al que tenían menos próximo. Levi puso los ojos en blanco pero sonrió ante la escena. Hacía tiempo que había desistido en buscarle una explicación a algunas de sus manías, ellas tenían su propia manera de hacer las cosas.
Abrió la puerta de la nevera y sacó un tupper donde había guardado un trozo de pescado del día anterior. Encendió la vitrocerámica para preparar una sopa de marisco que le hiciera entrar en calor y pronto estaba sentado en la mesa del comedor, con una vela aromática encendida y una serie de fondo en la televisión. Detestaba los programas de galas que echaban por la tele, detestaba los petardos que resonaban en la calle y que molestaban a sus mascotas, detestaba los cientos de mensajes que recibía en su teléfono, copias unos de otros, tan impersonales, tan fríos.
No obstante, se veía obligado a comprobarlos aunque no los contestara todos ya que, entremezclados con esos mensajes, habían algunas felicitaciones de cumpleaños adelantadas. Miró el reloj de pared, marcaba las once y media. Fregó su plato y se dejó caer pesadamente sobre el sofá. Cambió de canal sucesivas veces antes de decidirse por apagar la televisión.
Su apartamento era modesto, suficiente para una persona. La cocina era minúscula, pero como no era su fuerte tampoco le importaba demasiado. Poseía un baño, un salón-comedor y un dormitorio con terraza. Las vistas daban a un parque, un pequeño pulmón en aquella ciudad que parecía no descansar nunca.
Apagó la luz del pasillo y colocó una manta sobre su cama. Aquella noche hacía más frío y él siempre mantenía la calefacción al mínimo por temor a ponerse malo con los cambios de temperatura. Poseía una salud de hierro, pero aquel calor artificial le resecaba la garganta y le generaba malestar. Se tumbó sobre la cama y contestó unos pocos mensajes más. Ya eran pasadas las doce y Hange, Moblit, Nanaba, Mike y Erwin se habían acordado de felicitarlo. Se sintió un poco decepcionado al no ver señales de Eren, pero se convenció de que estaría liado con la cena familiar. Además su hermana, Mikasa, tenía un hijo de tres años, por lo que alargaban la velada para que pudiera recibir sus primeros regalos en casa de los abuelos.
Levi enchufó el móvil y lo dejó sobre la mesita de noche. Después, agarró el pesado volumen que estaba leyendo, una novela bélica en la cual se desarrollaba un intrincado romance entre dos personas de distinto bando. Demasiado cliché quizás, pero lo cliché le gustaba, aunque lo negara la mayor parte del tiempo.
Sus gatas subieron con facilidad a su cama. Se trataba de un diseño japonés que apenas levantaba unos palmos del suelo, sin embargo, para Levi era lo más cómodo que había probado nunca. Las tres se enroscaron en sus habituales puestos de forma ordenada: Rose, a sus pies, Sina al lado de su costado y María un poco más apartada, aprovechando la espaciosa cama.
Levi se sumergió en las trepidantes aventuras de la protagonista, una mujer que dirigía a un pequeño grupo de rebeldes que planeaban infiltrarse en territorio enemigo para obtener información. A pesar de que poseían pocos recursos, a los personajes les sobraba coraje, aunque sus discursos acerca del enemigo le resultaban un tanto hipócritas. Ambos bandos consideraban que su verdad era absoluta, de que había buenos y malos, de que el fin justificaba los medios.
Sin embargo, el romance le daba un vuelco a toda aquella determinación. En cierta medida, la protagonista le recordaba vagamente a Eren.
Cuando paró para restregarse los ojos, se percató de que llevaba tres horas leyendo. Se levantó para hacer pis y aprovechó para ir a la cocina a por un vaso de agua por si le entraba sed durante la noche. A menudo se desvelaba leyendo y dormía muy pocas horas al día. Hange le había advertido de que con la cantidad de ejercicio que hacía no duraría ni cinco años más con ese ritmo, pero era algo a lo que se había acostumbrado.
Regresó a su cama y miró esperanzado el móvil, sin embargo, no había recibido ninguna notificación desde que lo puso a cargar. Suspiró y trató de no darle importancia, ignorando el vacío que se había instalado en su pecho.
Se quitó la sudadera y se metió en la cama vestido con una camiseta y el pantalón que llevaba puesto. Apagó la lámpara y se acurrucó sobre un costado, observando la luz que se colaba a través de la terraza de su habitación. Escuchó los murmullos de sus vecinos y el retumbar de unos tacones en el piso superior. Acarició de forma distraída el pelaje de una de sus gatas y entrecerró los ojos en un intento de conciliar el sueño.
Al cabo de unos minutos, un sonido lo sobresaltó. Parpadeó, afinando el oído y frunciendo el ceño, seguramente se habrían confundido de piso.
Su timbre resonó una segunda vez. Levi resopló molesto, maldiciendo al graciosillo que se hubiera puesto a joder tocando los timbres de las viviendas. Miró de reojo la pantalla de su móvil, eran las cuatro de la mañana.
—Hijo de puta.
Trató de ignorar la tercera llamada, aunque por un momento pensó que también podía tratarse de alguien que se encontrara mal o que tuviera algún problema. Vaciló antes de retirar con resignación la manta que lo cubría y se incorporó algo mareado sin ser consciente de que su móvil había empezado a vibrar.
Dos de sus gatas bostezaron y lo miraron de forma acusatoria. Levi evitó encender la luz del pasillo y avanzó de forma inestable hasta llegar al salón, donde encendió una pequeña lámpara.
El timbre sonó una cuarta vez.
—Joder, ya voy —gruñó con evidente enfado.
Ni siquiera se molestó en comprobar la mirilla. Accionó el cerrojo y abrió con brusquedad la puerta, dispuesto a cagarse en la madre que parió al que lo molestaba a esas horas. Las palabras se atascaron en su garganta cuando descubrió que el culpable no era otro que un sonriente Eren con un absurdo gorrito navideño y un paquete mal disimulado a su espalda.
—¡Feliz Navidad! —exclamó el joven mientras depositaba un beso en la mejilla de su atónita pareja—. Y feliz cumpleaños.
Depositó el paquete sobre las manos de Levi y permaneció expectante a que el otro lo abriera, o al menos, a que lo dejara pasar. Levi lo miró perplejo, aquella era la primera vez que lo sorprendían de verdad.
—Son las cuatro de la mañana —murmuró con voz enronquecida.
—Lo sé.
—Deberías estar en casa de tus padres.
—Lo sé.
—Mierda, has conducido tan tarde para esto.
Levi cerró los ojos y se mordió el labio, luchando con una tremenda emoción que hacía mucho tiempo que no sentía. Él que siempre era fuerte, él que siempre dominaba sus sentimientos.
—Eres idiota —consiguió decir.
—Lo sé -contestó Eren una vez más.
Levi lo agarró del cuello de la chaqueta con brusquedad y tiró obligándolo a inclinarse para estampar sus labios con los del muchacho. Era un beso un tanto agresivo, pero Levi se expresaba con esa agresividad cuando no sabía qué decir, cuando no sabía gestionar el tumulto de sensaciones que se agolpaban en su pecho. Colocó el regalo sobre la misma mesa sobre la que había cenado solo unas horas antes y cerró la puerta con llave antes de enroscarse de nuevo en el cuello de Eren.
Avanzaron a trompicones a lo largo del pasillo sin parar de abrazarse, de besarse, de acariciarse. Las gatas, molestas por la tardía intromisión, miraron a Eren con desconfianza, aunque se apartaron a tiempo.
Levi se tumbó sobre la cama con Eren aún enredado entre sus brazos. Se besaron apasionadamente a pesar del cansancio. La ropa no tardó en salir volando en todas direcciones.
El mayor entrecerró los ojos, dejando que aquella noche Eren lo amara, dejando que el castaño espantara aquella soledad con el constante movimiento de sus caderas, con las certeras embestidas que le arrancaban contenidos gemidos, con las caricias que mimaban su piel y con los besos que sanaban heridas que no sabía que tenía. Se dejó amar hasta que el cansancio venció a sus cuerpos.
Eren apoyó su sudorosa frente contra la suya, respirando aún con dificultad. Levi acarició la espalda del muchacho y apartó los mechones que se habían adherido a su rostro.
—Al menos te afeitaste —comentó casi sin aliento.
Eren se echó a reír y se recostó a su lado, tapando sus desnudos cuerpos con las sábanas.
—Solo porque venía a verte después.
Levi acarició su rostro con ternura.
—Gracias.
Atrajo a Eren hacia su cuerpo y lo abrazó con fuerza.
—Aunque sigo pensando que eres idiota.
Eren gruñó.
—Romántico.
—Un idiota romántico.
—Pero me quieres —aventuró el castaño.
Levi tardó unos segundos en contestar. Sin liberarlo de su abrazo, trató de evitar que le temblara la voz.
—Sí. Te quiero.
Aquella nochebuena no se sintió tan vacío, ni tan solo, ni tan ajeno al ambiente festivo. Aquella nochebuena la compartió con sus seres queridos, con sus mascotas y aquel chico tan especial que formaba parte de su vida desde hacía unos meses. Y apenas fue consciente, mientras se dejaba vencer por el sueño, de que aquella, la número treinta y cuatro, sería la primera de todas las nochebuenas que pasaría tan acompañado.
