Y aquí estamos otra vez. Me he tomado una semana de descanso, y finalmente vuelvo al asunto de los fics. Este de aquí, bueno, tiene algún que otro toque de ciencia ficción, y es más que probable que haya más de una referencia a alguna serie de este género. En cualquier caso, espero que os guste ya que intento hacer algo distinto, como siempre hago.
Tercera persona
Humeaba. Un gigantesco y enorme cráter en mitad de Maine. Como si una gigantesca bomba atómica hubiese caído justo en medio de lo que, segundos antes, había sido una ciudad. Sólo quedaba un mudo testigo. En uno de los bordes del cráter, arrastrado por el viento, había un cartel, en el cual podía leerse "Bienvenidos a Storybooke", si uno se esforzaba por leer aquella quemada entrada. Hubo un resplandor dorado, y dos figuras hicieron acto de presencia.
Ataviadas con una armadura que recubría todo su cuerpo, incluido el rostro. ¿Cómo podían ver a través de lo que parecía ser metal sólido? Sólo esas personas podían saberlo. Parecían caballeros medievales... pero a la vez, daban la impresión de ser seres de un futuro cercano. Las armaduras llevaban una larga capa, que en aquellos momentos hondeaba con el viento. Una de ellas se adelantó, observando en derredor. Por un momento pareció ver algo brillante que se reflejaba en el brazo de la armadura dorada, pero cuando se giró, no vio a nadie.
Se llevaron las manos, cerradas en un puño, al hombro, y dieron un leve golpe sobre la hombrera izquierda. Hubo un resplandor y cuando cesó, la armadura se quedó dentro de dicha hombrera, dejando libre el resto del cuerpo. Se trataba de dos mujeres. Una de ellas tenía la piel del tono del chocolate, y el cabello azabache. Observaba por todo el borde de aquel gigantesco cráter con ojo crítico. La otra, pelirroja y con la piel pálida con la leche, estaba distraída y parecía, de hecho, bastante aburrida.
_ Me habías prometido que iríamos a Londres._ Reiteró la pelirroja.
_ Iremos cuando haya resuelto esto._ Dijo la morena, seria, mientras tomaba algo de ceniza y la observaba caer entre sus dedos._ Esto huele a magia negra. De la peor.
_ Creía que decías que esas cosas no existían._ Se burló la pelirroja.
_ Tu sabes tan bien como yo que todo es posible. La gente de aquí te tomaría por loca si les dices de dónde vienes.
_ No eres la más indicada para quejarte sobre la procedencia._ Dijo la pelirroja._ A ver lo que pensarían si...
_ Calla._ Dijo la morena, chistando._ Hay alguien aquí.
De hecho, sí que lo había. Entre las sombras había alguien observándolas. Una criatura que parecía humana... hasta que uno fijase la vista en sus ojos. No había la mas mínima humanidad en ello. La oscuridad que yacía en ellos, ocultos tras una máscara, era infinita.
La pelirroja no pudo reaccionar a tiempo cuando aquella criatura se lanzó sobre ella y, de un tirón, le arrancó su hombrera. Cuando intentó recuperarla, recibió un puñetazo que la hizo caer al suelo como una muñeca rota. La morena se giró instintivamente, y sus ojos se encontraron con los de la criatura.
A simple vista, vio a una mujer con el cabello blanco. Un blanco brillante, platinado. Sus ojos eran azules, manchados por líneas rojas, que parecían conformar una celda para confinar una locura, que, sin embargo, se percibía en ellos. Todo el resto de su rostro estaba atrapado bajo una capa de acero, que era la primera piezas de una armadura ligera. Los brazales de esta llevaban cuchillas, que probablemente disuadirían a cualquiera que quisiera acercarse. La mujer se colocó la hombrera en su sitio y le dio un golpe. Desapareció, emitiendo un brillo dorado, y la morena se quedó mirando la nada, frustrada al saber que todo aquello era una trampa. Se acercó a la pelirroja y la tomó en brazo.
_ Lo siento, Anzu. No la vi venir... salió de la nada..._ Murmuró. La morena le puso el dedo sobre los labios.
_ Tranquila. Arreglaremos esto... siempre lo hacemos.
Emma Swan
Llevaba ya mucho tiempo temiéndome aquello. Había pasado un año desde que derrotamos al escritor, y no habían ocurrido más incidentes. Y por eso estaba allí, en mitad de aquel restaurante. Todas las miradas convergían en mí, y yo, quería rebobinar y que no me hubiese hecho aquella pregunta. Pero allí estaba, colocada ridículamente sobre el garfio, una cajita, y en ella, un anillo con un diamante, que parecía mirarme amenazador.
_ ¿Y bien Swan? ¿Te casas conmigo?
Yo entendía que Killian había intentado hacerlo todo lo mejor posible. Entendía que, durante aquel año, se había esforzado porque nuestra relación funcionara. Pero sólo había una respuesta posible a aquella pregunta. Y si se hubiese dado cuenta de cómo cogía mi bolso discretamente, se habría dado cuenta en seguida.
_ No... lo siento, pero no.
No le di tiempo a reaccionar. A ninguno de los que estaba en aquel restaurante a decir verdad. Me bajé de aquellos enormes tacones que tan poco me gustaban y empecé a correr descalza, alejándome lo más posible de aquel restaurante. No quería verle. Y es que me sentía culpable. Porque había aprovechado sus sentimientos no correspondidos durante demasiado tiempo.
_ ¡Swan!
Maldita sea... sí que era rápido. Había corrido hasta perder el aliento. Y sin embargo el pirata había llegado y no se le veía para nada cansado. Su expresión hablaba por sí sola. Acababa de romperle el corazón en un millar de pedazos.
_ Lo siento Swan... entiendo que no estás preparada... pero... no hacía falta que salieses corriendo de esa manera.
_ Sí hacía falta._ Reconocí, más para mí misma que para él._ Tenemos que dejar de vernos, Killian. Esto es una mentira. Creo que lo sabes tan bien como yo.
_ Yo creía que si me esforzaba lo suficiente._ Me miró a los ojos._ Llegarías a quererme.
_ Yo también lo creía._ Me sinceré._ Pero... no es cierto. Es mejor que me vaya. Para los dos.
_ ¿Esto es por Neal?_ Preguntó. Notaba como me clavaba la mirada.
_ No... no tiene nada que ver con Neal.
Era otra persona la que me había hecho empezar a salir con aquel hombre estúpidamente para intentar darle celos. Una mujer. Una mujer que me perdía hasta límites insospechados. Una mujer casada. Y ese pensamiento era el que me quemaba por dentro.
Regina Mills
_ No... esta noche no..._ Murmuré, apartándome.
Me puse de espaldas a él, en el otro lado de la cama, y finalmente me puse en pie. Llevábamos meses sin hacer nada. No me apetecía. Nunca lo hacía. Y cuando lo hacíamos, pensaba en todo menos en él. No quería estar con Robin en aquel momento. No podría mirarla a los ojos.
Y es que, una vez más, había acudido a mí aquel pensamiento, aquel recuerdo. Recordaba a la rubia, a Emma Swan. No podía sacármela de la cabeza. Había hecho lo que creía correcto, y sin embargo, ahora me sentía desdichada otra vez. Quería una familia, y eso tenía. Pero no me sentía bien.
Me sentía exactamente igual que cuando estaba con Leopold. Atrapada, enclaustrada en mi propia casa. Se suponía que Robin era mi amor verdadero, y sin embargo, no me sentía plena con él. Suponía que era mi destino. Estaba condenada a ser infeliz, hiciera lo que hiciera. Lo había aceptado, y era por ello que ya no me esforzaba en luchar. Ya no había nada contra lo que hacerlo.
A hurtadillas me dirigí a la habitación que Henry compartía con Roland y cogí el libro que tantas cosas había hecho por mí, tanto buenas como malas. Quizá necesitaba recordar algo del pasado. Me fui al salón, y abrí el libro. Y entonces, me invadió la incomprensión, y comencé a pasar las páginas sin entender. Estaban todas en blanco. Se me aceleró el pulso, porque la última vez que ese libro había estado así había sido cuando Emma había estado en el pasado. ¿Acaso había alguien jugando con el tiempo?
Anzu Stealer
Los viajes locales siempre me daban mareo. Atravesar portales era extraño. Antes no tenía esos problemas. Suspiré, pensando en el pasado, y ayudé a Cinder a ponerse de pie. Al principio pensé que se había dislocado el hombro, pero estaba bien, era una guerrera y sabía exactamente como sobrellevar aquella situación. Aún recuerdo cuando la encontré, perdida, sola y combativa. No se podía ser más encantadora.
Sin embargo, ahora teníamos otros problemas. Y no me refería sólo a la limitación para viajar que teníamos dado que Cinder no tenía su armadura. Estaba más bien pensando en lo que esa cosa podía hacer con su armadura. Había seguido su rastro y, sin embargo, me había llevado allí, a aquella ciudad, que parecía en plena actividad.
Storybrooke. Cinder estaba observando el recorte de los edificios. Era como una niña pequeña. Desconocía todo lo que había a su alrededor, y todo le parecía nuevo y brillante. Extrañaba eso. A mi edad, pocas cosas me sorprendían ya. Me encontraba mirándome en el espejo, mirando a esa mujer morena que me devolvía la mirada. A veces no me conocía.
Entonces vi a una mujer corriendo, con un libro en las manos, y me sonreí. Había encontrado un cabo. Me giré y cogí a Cinder del brazo. Ella se quejaba de que siempre estaba corriendo, pero era parte de mi personalidad. Al menos esta vez.
_ ¡Oiga!_ Llamé a la mujer morena, que se giró, a pesar de su aparente prisa._ ¿Qué le pasa exactamente?
_ El libro... está vacío._ Dijo, enseñándome un volumen con las hojas en blanco.
_ Sí... eso a veces pasa._ Dije._ ¿No solía estar vacío, verdad?
_ No... no solía estarlo..._ La mujer pareció darse cuenta de algo._ ¿Por qué estoy hablando esto con usted? Ni tan siquiera la conozco.
_ Tengo una de esas caras._ Dije, cogiendo el libro.
_ ¿Una de esas caras?
_ Una de esas caras que hacen que la gente le cuente cosas._ Dijo Cinder._ Soy Cinder, y esta es Anzu. Es un poco gruñona, pero ha venido a ayudar.
_ Soy Regina._ Dijo la mujer._ ¿Sabes lo que está pasando?
_ Es que... somos viajeras del tiempo._ Dijo Cinder, dándole misterio._ Y... me han robado mi transporte.
_ Alguien interesado en cambiar esta historia, al parecer._ Dije, devolviéndole el libro._ Vamos a tener que encontrarla... y corregir lo que haya hecho, antes de que sea tarde y la realidad se desmorone.
_ Muy bien... entonces vayamos._ Dijo Regina, cruzándose de brazos.
_ Ah... ¿Pero es que quieres venir?_ Pregunté, extrañada._ Será peligroso, la verdad.
Regina tenía en sus manos su móvil, y en ese momento se encontraba enviando un mensaje de texto, o al menos eso pensaba. Pensaba venir, desde luego. Se le veía en la mirada. Tenía el brillo de la aventura en los ojos. El mismo que tenía yo, a decir verdad.
_ La Sheriff y yo os acompañaremos._ Sentenció.
_ Muy bien. Se agradece, supongo._ Dije, sonriendo.
?
Hacer estallar toda la ciudad había valido la pena con tal de conseguir aquella hombrera y poder comenzar con mi plan. Mi tiempo estaba perdido. De modo que la tarea era sencilla. No restaba más que reescribirlo por completo. Empezaría por el principio. Tendría mi propia historia, y mi final feliz. Sí, haciendo trampas... Pero eso hacía mucho que había dejado de importarme.
El bosque encantado mostraba el mismo perfil que en su día tuvo. El aire olía del mismo modo, la tierra bajo mis pies tenía el mismo tacto. Nada había cambiado. Lo cual tenía sentido, después de todo. Me observé en un charco que había formado la lluvia, y me di cuenta de que así iba a desentonar. Alcé la mano, y quedé envuelta en bruma roja durante unos segundos.
Cuando la bruma se disipó me encontré como reflejo a una dama de piel pálida, cabello oscuro y, en apariencia, bastante inofensiva. Baja y delgada. Nadie me daría importancia con esa cara y vestida de campesina. La ropa era algo que ya arreglaría según la situación.
Me acerqué a la entrada de la ciudadela, observando alrededor. Cualquiera diría que era una campesina cualquiera, ignorante incluso, que desconocía por completo en el mundo en el que vivía. Me acerqué a las puertas, y uno de los guardias me retuvo con el brazo.
_ ¿A dónde crees que vas, niña?_ Me preguntó.
_ Sólo quiero entrar en la ciudadela... Me han dicho que el príncipe Leopold va a asistir a los festejos.
_ ¿Y puedes pagar la entrada?
En ese momento me percaté de que no llevaba dinero. Era algo que desde hacía tiempo no necesitaba para nada. La verdad, no sabía que hubiese que pagar para entrar en la ciudadela... pero mi maquiavélica mente ya tenía un plan. Bastante sencillo, en realidad.
_ Quizá podría pagar con... una visita a sus barracones... soldado..._ Me mordí el labio.
El soldado no necesitó mucho fuelle. Lo más probable es que llevase toda la mañana allí. Intercambió unas palabras con su compañero y le tomó del brazo para llevarme a una habitación en las almenas. Yo me dejé llevar, pero en cuanto nos quedamos a solas, las tornas cambiaron. Le empujé contra la pared, y alcé la mano, haciendo aparecer una llamarada blanca. El hombre la miró, con temor, y yo sonreí.
_ Está mal aprovecharse de las jovencitas._ Alcé la mano y le lancé la llamarada, observándolo arder.
Había mucho que hacer, y no podía perder más tiempo. Había una jovencita llamada Cora que necesitaba que yo le resolviese la vida.
