"Ahora me doy cuenta de que no fue ella quien me dejó. Fui yo la que no la seguí. Elegí y me quedé. Condenado, convertido en faro, como en los cuentos que no acaban bien. Aprendiendo que la medida del cariño es la añoranza. Aprendiendo a saber estar. Yo. Conmigo. Estando."
Alejandro Palomas.
Capítulo 1: Rumbo a Francia
Hermione no sabía que hacer para hacerle entender a Ronald que necesitaba aceptar ese trabajo, que era la mejor oportunidad que podía tener para aumentar sus conocimientos.
—Ronald, Londres ya no tiene nada que ofrecerme. En Francia podré avanzar en pasos agigantados con la regulación de control de criaturas mágicas…
—¡Y un cuerno! ¡lo que quieres es cortar conmigo! —exclamó furioso el pelirrojo mientras daba una vuelta al rededor de la mesa de la madriguera Weasley.
Hermione se alteró con fuerza, ¿realmente creía eso de ella? ¿creía que lo abandonaría porque sí? ¿después de todo lo que habían pasado juntos? ¿después del calvario de una guerra tan atroz, que había destrozado a miles de familias?
—Ronald, sabes que eso no es cierto.
—Oh, vamos Hermione, no te hagas la inocente conmigo, ¡estás enfadada por que esa fan me besó! ¡por eso quieres alejarte de mí!
—¡¿Qué?! ¿¡cómo puedes tan si quiera pensarlo!? ¡esto no tiene nada que ver! —Hermione lo miró desesperada —¿Por qué eres incapaz de entender que esto será algo bueno para mí?… ¿porqué no lo ves?— articuló con un nudo en la garganta.
—No tengo nada que ver, es un echo, estás celosa y quieres castigarme por ello.
Hermione quiso hechizarlo, mandarle un cruciatus o incluso algo peor. Pero no lo hizo, la aparición de Harry en el marco de la puerta la paró en seco.
—Hermione tiene razón, Ron. Es trabajo, nada más.
El chico pelirrojo se giró encarando a su amigo.
—¿Estás de su lado?—manifestó con incredulidad— ¡todos estáis en contra de mí! ¡después de todo lo que hice por vosotros!
—¿Huir en mitad del valle de Godric Hollow, dejándonos a Hermione y a mi completamente solos cuando lo último que necesitábamos era tu abandono? —dijo Harry, pero sin rastro de rencor en su voz. Donde se podía denotar un profundo sarcasmo (Hermione empezaba a sospechar sobre quién prevendría).—o el echo de que me dejaras tirado en el quarto año cuando alguien quiso asesinarme, o el echo de que te enrollases con Lavender como un tonto y luego ir detrás de Hermione pero sin sincerarte. ¿Quieres que siga? —añadió con una simpática sonrisa de no haber roto un plato.
—Yo… —la voz de Ron se cortó de inmediato, sin poder buscar ninguna excusa suficientemente razonable como para explicar el motivo por el que huyo. —¡Eso no tiene nada que ver con esto!
—Eso mismo pensó Hermione con la fan que te besó.
Ronald abrió varias veces la boca, para volver a , y con el orgullo herido se marchó de la habitación para irse a lo que probablemente sería alternar en un bar para emborracharse con Weaskey de fuego, mientras lamentaba la exlcusión de su mejor amigo y su novia de sus "importantísimas" opiniones.
Harry miró con desaprobación a su amigo, donde por lo visto, la guerra le había cambiado demasiado.
—¿Hace cuanto que estabas escuchando? —preguntó Hermione algo más calmada y con una pequeña mirada de un discreto agradecimiento.
—Desde el principio.
—Lo lamento —se disculpó la leona, no tanto por su decisión, si no por que Harry tuviera que estar metido.
Hermione todavía estaba dando vueltas al asunto. ¿Debería de ir? ¿o debería renunciar? No quería perder a Ron por una discusión como esa, pero también era su sueño y un futuro muy prometedor si quería escalar en las leyes mágicas y no iba a renunciar su futuro por un chico, por mucho que lo quisiese.
—¿Que crees que debería de hacer harry? Ya no se que…
—Vete, vete a Francia y disfruta —dijo Harry acercándose a su amiga mientras tomaba su mano —Ron acabará entendiéndolo, ya sabes como es de cabezota.
—¿Pero y si…?
—¿Recuerdas la vez que Ronald te llamó sabelotodo en primer año?—La joven bruja asintió.—Pero luego recordando lo imbécil que fue, y yo me incluyo, fuimos a buscarte para patear el trasero de ese troll.
—Pobre varita tuya. —expresó ya, con una emergiente risita aniñada.
—¡Oh, si, no sabes el trauma que sufrí con eso! ¿te puedes creer lo que suponía para mi, ¡yo, Harry Potter! El niño que no la palmó, salvado de las garras de la muerte, tener que usar una varita untada en los mocos de un troll?, no mi querida Hermione, no sabes lo horrible que fue para mi. —dijo el ojiverde poniéndose una mano en el pecho parodiando la situación. —fue tritísimo.
Harry quitó las lágrimas que se asomaban por los ojos de la chica con sus pulgares.
—No dejes que un bobo como Ronald te arruine tus sueños, sabes que él ya razonará, es cabezota, pero lo entenderá.
Hermione asintió mientras las lágrimas de sus ojos se deshacían en las yemas de los dedos de su amigo. Sintiéndose como una tonta por llorar por un motivo como ese. Después de todo lo que habían pasado, después de todo el calvario que suponía guerra, después de todas las horribles pérdidas que habían sufrido... y ella lloraba por un motivo tan tonto como el que su novio no quisiera apoyarla.
—Gracias Harry.
El chico de los ojos verdes, besó la frente de su amiga y la envolvió en un cálido abrazo.
—No te olvides de enviarme cartas y darme todo lujo de detalles sobre tu trabajo ¿de acuerdo?
Hermiones asintió en silencio.
—Y no olvides de mandarme algún regalo francés y si quieres a alguna francesa.
—Que tonto eres. —dijo con una suave risa.— Ginny te mataría.
Harry se tocó la cicatriz con una expresión tan graciosa que Hermione aguantó una sonrisa.
—¿Sabes? por esa misma razón no debes de hacerlo, prefiero enfrentarme a una quimera con la regla que hacerla enfadar.
Al escuchar aquella frase, Hermione soltó una fuerte risotada, olvidando por completo, el berrinche de Ronald.
...
Presente
Hermione miraba con asombro su boleto ferroviario dorado que iba rumbo a Francia. Donde se podía leer con un delicadísima letra, propio de los antiguos dramaturgos Europeos:
"Nicolos Station les alchimistes"
En definitiva, una de las estaciones más antiguas del mundo mágico.
Y vaya que si estaba nerviosa. De echo, ni siquiera estaba del todo segura como describir sus emociones. Se sentía contenta, ansiosa, vogorosa u una agitación similar al dar cintos de vueltas en una montaña rusa. Miró con una arrebatadora felicidad a Harry, a Luna y a toda la familia Weasley que se habían reunido para sacar algo de tiempo en despedirse de Hermione. Incluso Ginny, que había pospuesto un campeonato de las Arpías contra las Águilas de plata. ¡Incluso Ron! Aunque su cara era una donde estaba en completo desacuerdo, había accedido (a regañadientes por las amenazas de su madre) a despedirse de Hermione como se debía.
La joven bruja se vistió de manera casual y sencilla. Unos simples pantalones negros y un jersey blanco y un abrigo del mismo color que los pantalones. Llevaba una enorme maleta, la misma que había llevado a Hogwarts durante ese largo y corto periodo de tiempo de pura felicidad. Era una auténtica paradoja como de niña, había pasado a una adulta de tal calibre.
Miró a lo lejos el tren mágico que la llevaría directa a la ciudad de París, en una estación que tenía el mismo mecanismo que la estación que la llevaba al colegio de hechicería.
Se fue despidiendo de Harry, de Ginny, de Molly, de Luna, de George (a quién por cierto le entrgó una tierna caricia en la mejilla)… y pasó por todos los Weasleys hasta llegar a Ron. Le dio un beso en los labios donde a regañadientes accedió al gesto. No fue hasta que recibió un fuerte pellizco en la espalda (muy bien disimulado) por parte de Harry que lo hizo dar finalmente un fogoso beso. Algo, que sin dudas animó mucho más a Hermione.
Una campana empezó a sonar con fuerza por toda la estación. Avisando que el tren se pondría en marcha en unos minutos
—¡Corre Hermione, perderás el tren! —advirtió preocupada Ginny.
—¡Os escribiré todas las semanas! —exclamó Hermione mientras se despedía de ellos con la mano, saliendo a toda leche del pasillo concurrido. Se fue corriendo a lo más profundo de la estación donde estuvo peleando un buen rato con todos los pasajeros.
Vio un montón de manos al aire donde la respondían con el mismo cariño. Hermione ya tenía una sonrisa permanente en los labios, estaba más tranquila, mucho más segura de lo que hacía, y más importante aún. No se sentía culpable por cumplir sus deseos.
Entregó su ticket dorado a un señor de mediana edad que llevaba un uniforme azul índigo, junto con unas charreteras doradas que al mínimo movimiento los flecos de estas se movían al son de los hombros de su portador. Probablemente, lo que más le llamó la atención a Hermione, fue el protuberante bigote que llevaba el con cara de pocos amigos y además, tenía un ligero parecido con el dictador Losif Stalin.
—Rumbo a París ¿cierto? —preguntó con una voz gruesa y estricta.
—Si, señor, trabajaré por un tiempo.
—¿Cuanto pesa su maleta junto con el gato? — señaló con la mirada.
Hermione sacó del bolso de su abrigo un pequeño papel donde indicaba el peso de todos los objetos.
—Más o menos unos diez kilos, tiene un hechizo que facilita su…
—No me diga más.
El hombre sacó un extraño artilugio metálico, similar a una grapa, con la diferencia que en vez de lanzar grapas, hacía agujeros.
—Que tenga un excelente viaje señorita Granger. —profirió con una agradable sonrisa. —París en invierno es un lugar muy hermoso.
Hermione agradeció aquellas reconfortadoras palabras y tras volver a recibir su ticket con un montón de agujeros que conformaban una cara sonriente.
¡Vaya! Como engañaban las apariencias. Aquel hombre que tenía una expresión tan exageradamente seria que al final resultó ser todo un campechano.
Miró con simpatía su boleto dorado con la carita sonriente, no lo tiraría, desde luego que no. Lo conservaría, lo guardaría en algún lugar especial. Jamás olvidaría ese día.
Y eso, que ni siquiera había empezado.
La joven bruja miró la puerta de la gigantesca locomotora, era muy similar a la que le llevaba a Hogwarts, con la diferencia de que esta; estaba chapada en oro y plata, con delicados detalles esculpidos donde se mostraban un unicornio perfectamente tallado al milímetro.
La campana sonaba con fuerza, pero de algún modo los oídos de Hermione habían sido tapados con un velo. Incluso sus ojos, donde ahora el gentío continuo de personas hiendo y viniendo por los pasillos de la estación dejaron de ser molestos y perceptibles. Se habían convertido en fantasmas, en simples espectros… simples manchas. ¿El motivo por el que se quedó petrificada delante de esa puerta, tirando de su maleta junto con su gato?
Simple añoranza.
¿Que le habría dicho su madre si la viera ahora? ¿su padre estaría orgulloso de ella? ¿cómo sería unos padres estando a su lado? ¿la habrían abrazado? ¿que la habrían dicho?
Una presión amarga empezó a emerger de su pecho, algo la empujaba hacia atrás, algo oscuro y tenebroso quería llevarla a un agujero oscuro de dolor y tristeza. Sus propias emociones estaban empezando a jugar en su contra. Y la verdad, Hermione no sabía que hacer, quería llorar la pérdida de sus padres. Esa pérdida tan dolorosa que ni ella misma se atrevía a alzar la mirada. Unos padres sin el más mínimo recuerdo de tener una hija. Sin… nada.
"Al menos, están vivos." pensó con fuerza.
La campana ahora se hizo más sonora, y la gente se hizo más de notar. Hermione se quitó las lágrimas, alzó la cabeza y con una sonrisa triunfadora se adentró en el vagón.
La imagen de unos padres con recuerdos la ayudaban algo, aunque fuera amargo. Ayudaba.
Miró a su gato Croockshanks, que la observaba con empatía, como si pudiera comprender el dolor por el que estaba pasando.
—Miauuu.
—Lo sé, lo sé. Pero tienes que aguantar, pronto estaremos en Francia, y comenzaremos desde cero, ¿Te parece bien?
Por como bufó el gato, pudo hacerse una idea de la clase de respuesta que le estaba dando. Sin embargo, lo único que pudo hacer Hermione fue reírse y buscar la cabina que la correspondía.
La idea de este relato, proviene del fic; "Los Malfoy" de Natalys, yo solo me tomé la libertad de crear el origen y de como se conocieron estas dos personas. Para entenderlo mejor, recomiendo que visiten la historia original.
s/9767034/1/Los-malfoy
