Disclaimer: esta historia está basada en los libros de JKR. Por lo tanto, todos aquellos personajes que les resulten familiares, así como los lugares, objetos, etc. son propiedad de dicha autora. Simplemente los he tomado prestado para divertirme un poco. El resto de los personajes, son de mi autoría.
Memorias de Ted Remus Lupin
Capítulo 1: Las Tres Hermanas
Mi nombre es Ted Remus Lupin. Y ésta es mi historia.
Si tengo que elegir por dónde empezar, creo que el correcto comienzo sería remontarme hacia una época de la cual guardo pocos, o más bien nulos recuerdos. Pero que me marcó desde el comienzo. Sin duda, el Ted Lupin que soy hoy es en parte consecuencia de mi violento comienzo a la vida.
La muerte de mis padres.
Sus nombres eran Nymphadora Tonks y Remus Lupin. Pero nunca llegué a conocerlos en persona, al menos no como es debido. Murieron antes de que yo cumpliera un año de edad. Murieron en la Guerra contra Voldemort.
Voldemort… un nombre que todavía, veinte años después de su muerte, se sigue pronunciando en un susurro temeroso. La gente prefiere llamarlo Tom Riddle. Cuando le pregunto al respecto al tío Harry, el siempre suelta un bufido y pone los ojos en blanco. Según él, no tiene sentido tenerle miedo a un nombre. Según Ron, no era el nombre a lo que se le temía, sino lo que el nombre simbolizaba.
Los libros de historia intentan explicarnos qué fue lo que sucedió veinte años atrás, e incluso antes, para que la gente se estremeciera de pavor bajo el apodo "Lord Voldemort". Pero ningún libro es capaz de expresar en palabras lo que la gente vivió en aquella época. Son (somos) pocos los que podemos conocer la historia de primera fuente, de aquellos que pelearon cara a cara con el enemigo. Cientos de mitos y falsas historias se han alzado alrededor de la Orden del Fénix y sus integrantes. Y eso sin tener en cuenta las que rondan la enigmática y querida figura de mi padrino, Harry Potter.
Muchos hablan de la Orden y de Harry Potter. Pero pocos conocen. Lo que los libros no te cuentan es el terror, el dolor, el miedo que sintieron sus miembros. No te cuenta de las traiciones que se llevaron a cabo. No te cuenta de la cobardía de algunos. Ni de la valentía de otros. No habla de los sacrificios, de las muertes injustas, de las batallas internas que cada uno dentro de la Orden tuvo que vivir. No te hablan del amor y la amistad que unió a sus miembros, y que todavía hoy los une, incluso aunque algunos de ellos estén muertos. No, claro que no hablan de todo eso.
Puede que yo no haya conocido el reinado de terror de Tom Riddle. Pero sí conocí las ruinas que ese reinado dejó detrás de sí. Yo soy parte de esas ruinas. Yo soy un huérfano de la guerra. Pero hay algo que quiero dejar en claro desde el principio: puede que Voldemort matara a mis padres, pero jamás me los pudo arrebatar.
Conozco cada detalle de Tonks y de Remus como si los hubiera conocido toda mi vida. Puedo decir qué cosas les gustaban, y que no. Puedo enumerar todas sus cualidades mágicas y humanas. Puedo hablar horas enteras sobre sus virtudes, y aún más sobre sus defectos. Conozco de memoria las anécdotas de sus infancias. Sé quienes fueron sus amigos, y quiénes sus enemigos. Sé cómo se conocieron, y cómo se enamoraron. Tengo guardados los libros escolares de los dos, y hasta puedo imaginármelos de jóvenes, escribiendo las anotaciones que todavía se pueden leer al margen de los mismos. En mi mente, puede ver cada gesto, cada mueca, cada risa. Y por supuesto, también conozco cómo murieron, y quiénes los mataron.
Sé todo eso porque el resto de las personas que me rodean, los supervivientes como me gusta llamarlos, los han mantenido vivos en sus memorias, y de esa manera, en la mía. He escuchado hasta el cansancio la historia de cómo papá le enseñó al tío Harry (al famoso Harry Potter) a hacer su primer patronus. Me han contado cientos de veces sobre el día que mamá consiguió entrar a la Escuela de Aurores, gracias a sus habilidades como metamorfomaga que le permitieron superar a sus contrincantes.
Sí, conozco a mis padres. Aunque no tengo verdaderos recuerdos de ellos, el resto de mi familia se ha encargado de proveerme de infinitos recuerdos suyos, de forma tal, que ahora, también son míos.
No intento decir con esto que los simples recuerdos de terceros pueden suplir la falta de padres. Claro que no. Sería un estúpido, y un increíble mentiroso, si les dijera eso. Solo aquel que es huérfano es capaz de entender lo terrible y triste que es crecer sin padres. Nada puede suplir el abrazo de una madre, o la sonrisa de un padre. Pero por suerte, nunca he estado solo. Creo que, con veinte años, puedo afirmar que nunca me ha faltado amor. Mi familia ha estado ahí siempre para mí. Y todo lo que soy hoy, se lo debo también a ellos.
Y ya que traigo a colación a mi familia, creo que ha llegado el momento de presentárselas. Es una familia de lo más peculiar, y de lo más divertida.
Tras la muerte de mis padres, mi pariente más cercana viva era mi abuela, Andrómeda Tonks, antes conocida como Andrómeda Black.
Y he aquí que debo detenerme y dedicarle un capítulo especial a esta mujer que representa el primer ejemplo de por qué yo creo que mi familia es peculiar.
Andrómeda Black fue la segunda de tres hijas del matrimonio de Cygnus II Black y Druella Rosier. Y la única de las tres que lograría escapar del oscuro sendero impuesto por la Noble y Antigua Casa de los Black. Pero escapar tuvo su precio: Andrómeda fue expulsada de la familia, y repudiada por sus hermanas.
Incluso después de tantos años, y luego de tantas adversidades que ha atravesado, si le preguntan, Andrómeda les responderá que no se arrepiente en lo más mínimo de aquella decisión que tomó cuando sólo tenía veintidós años. Lo hizo por amor a un hombre. Y volvería a hacerlo si tuviera la oportunidad de repetir la historia.
Pero nadie hiere el orgullo Black y sale indemne. Los Black son gente orgullosa y rencorosa. Gente cuyas heridas tardan mucho tiempo en cicatrizar. E incluso, algunas heridas, no cicatrizan nunca. Bellatrix Lestrange es la prueba de ello. Fue ella, la hermana mayor de mi abuela, quien mató a mi madre. Y así como mi abuela no se arrepiente de haber dado la espalda a la familia Black, estoy seguro de que, si Bellatrix todavía viviera, no se arrepentiría tampoco de haber matado a mi madre. Como ya les dije, los Black son personas orgullosas. Sobre todo las mujeres.
Narcissa Malfoy es otra historia diferente. Ella y Andrómeda siempre habían sido las más cercanas de niñas. Fue justamente por eso que a Andrómeda le dolió tanto que Cissy la desconociera por casarse con Ted Tonks. Pasarían muchos años, dos guerras, y varias muertes hasta que las dos hermanas volvieran a hablarse.
Y sería una tarde de otoño, cinco años después del fin de la Guerra. Lo recuerdo porque esa fue la primera vez que ví a Narcissa Malfoy.
El timbre de nuestra casa retumbó entre las paredes del distribuidor y trepó por las escaleras, hasta llegar incluso a la puerta de mi dormitorio.
—¡Teddy! ¡Abre la puerta, cariño! —pidió Andrómeda, desde la cocina.
—¡Pero estoy viendo la tele, abuela! —me quejé, mientras que fruncía el ceño, y mi cabello viraba inmediatamente a un color negro profundo.
—¡Y yo estoy preparando la cena, Ted! ¡Así que abre la puerta! —volvió a gritarme Andrómeda, pero esta vez en un tono que no dejaba lugar a réplicas.
Enojado, y lanzando insultos por lo bajo, abrí la puerta de mi habitación y me dispuse a bajar las escaleras, asegurándome de pisar fuerte en cada escalón, de manera que el escándalo que estaba haciendo llegara hasta oídos de mi abuela. Como si ella no hubiera notado ya que yo estaba molesto.
El timbre volvió a sonar, esta vez con más insistencia.
—¡Ya voy! —exclamé, mientras que me apuraba a bajar los escalones que faltaban y llegar hasta la puerta. Una cosa era hacerse en enojado, y otra era hacer enojar a la abuela. Salté los últimos tres escalones y me abalancé sobre la puerta, abriéndola de sopetón.
La mujer alta y rubia que estaba parada en el umbral me miró con detenimiento, como si quisiera descifrar algo en mí. Sus ojos azules me escrutaron desde aquel rostro pálido y afilado, intimidándome. La primera impresión que tuve de aquella dama era que se trataba de una reina desterrada. Una mujer que alguna vez había sido grandiosa, pero que ahora simplemente era una plebeya más que conservaba el orgullo y la elegancia de antaño. Más tarde me enteraría de que no estaba tan equivocado al respecto.
—¿Está Andrómeda en casa? —preguntó la mujer finalmente, completamente seria. Ni siquiera pude responderle de lo intimidado que me sentía. Simplemente asentí con la cabeza. —¿Puedes llamarla? —volvió a hablarme, esta vez, dejando escapar una especie de sonrisa. Tragué saliva mientras que intentaba recuperar la voz.
—¡Abuela! —llamé finalmente, aunque mi voz apenas logró elevarse un poco por encima de lo normal—. Te buscan…-agregué luego.
—Si es uno de esos vendedores ambulantes…—comenzó a decir Andrómeda, a medida que salía de cocina camino a puerta. Pero nunca me enteré qué se suponía que debía hacer si es que un vendedor ambulante tocaba a la puerta. Mi abuela se interrumpió en mitad de la frase al percatarse que no se trataba de un vendedor, sino de su hermana.
Creo que cientos de emociones pasaron por Andrómeda Tonks en ese momento. Pero si sentía sorpresa, enojo, fastidio, alegría… nunca lo demostró externamente. Otra característica de las Black: ellas siempre son imperturbables. Siempre. Una máscara de hielo contenía sus emociones en aquel momento.
—Narcisa, que sorpresa —comentó finalmente Andrómeda. La mujer rubia asintió con la cabeza.
—Hola, Andrómeda —saludó finalmente Narcisa, en tono tranquilo y formal. La misma expresión inmutable que mi abuela. Yo miraba alternativamente a una y a otra mujer, sin comprender absolutamente nada.
Afuera, un viento sopló, elevando del suelo las hojas secas que el otoño había arrancado de los árboles. El aire frío revolvió el cabello platinado de Narcisa, y ésta se ajustó mejor su abrigo.
—Talvez sea mejor que pases, Narcisa. Hace bastante frío afuera —la invitó finalmente Andrómeda, haciéndose a un lado de la puerta. Narcisa pareció vacilar en la puerta, pero finalmente, dio un paso al frente, y entró en la casa. —Ted, ¿por qué no llevas a Narcisa hasta la Sala de Estar mientras yo preparo algo de té? —sugirió Andrómeda, hablándome por primera vez desde que la invitada había llegado. Me dedicó una de esas sonrisas que solo se guarda para mí. Y obviamente, como siempre que me dedica esa sonrisa, no puedo decirle que no.
—Por aquí, Señora…—dije, esperando a que la invitada completara la oración, tal como la abuela me había enseñado.
—Malfoy. Mi nombre es Narcisa Malfoy —respondió ella. Asentí, cada vez más nervioso, mientras que la guiaba por la casa, hacia la Sala de Estar.
Narcisa tomó asiento en uno de los sillones frente a la chimenea. Su mirada recorrió el ambiente, analizándolo todo, y finalmente, se detuvo una vez más en mi.
—Tú eres el nieto de Andrómeda —dijo Narcisa.
No era una pregunta, así que no respondí. Hoy, ya más grande, comprendo que posiblemente, tendría que haber dicho algo frente aquella afirmación. Pero con cinco años, lo único que yo quería, era salir corriendo de allí. No lo hice. Y no sé porqué. Posiblemente fuera la curiosidad. Una mujer extraña y desconocida había tocado a la puerta de nuestra casa, y para mi sorpresa, la abuela parecía conocerla. Necesitaba saber quién era.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó Narcisa. Sí, esta vez fue una pregunta.
—Cinco —respondí brevemente, pero de a poco, iba cobrando confianza. Ella asintió pensativamente.
—¿Y cómo te llamas? —volvió a preguntar Narcisa, seria e firme sobre el sillón. El tono en que me hablaba me resultó extraño. Era casi una orden. Y no parecía haber curiosidad en sus preguntas.
—Teddy —respondí, recuperado ya del shock inicial del encuentro y listo para atacar—. Como mi abuelo. ¿Lo conoció usted a mi abuelo? —pregunté repentinamente. Narcisa pareció tensarse un poco en el asiento pero yo no le di importancia.
—No —respondió finalmente.
—Yo tampoco. Murió antes de que yo naciera —comenté con esa liviandad que solo los niños pequeños tienen—. ¿Y de dónde conoce a mi abuela? —arremetí velozmente. Narcisa me observó largamente antes de responder.
—Ella y yo nos conocemos de pequeñas —respondió.
—Nunca antes había escuchado hablar de usted —dije con completa falta de tacto. En mi defensa, tengo que decir que he mejorado mucho al respecto. Hoy suelo hacer mis preguntas y observaciones con un poco más de delicadeza.
—Tu abuela y yo no nos hemos visto en muchos años —explicó Narcisa, mientras sus labios se curvaban en una sonrisa de lado.
—¿Por qué? —insistí. Narcisa no respondió de inmediato. En cambio, sus ojos vagaron hacia la entrada del Salón, posiblemente esperando la llegada de mi abuela para salvarla de mi.
—Tuvimos una… pelea —explicó.
—¿Por qué? —Sí, como verán, yo me encontraba en la edad de los "por qués".
—Pensábamos diferente acerca de algunas cosas —trató de evadirme Narcisa.
—¿Entonces ya no pensamos diferente? —habló una tercera voz. Andrómeda entró en ese momento, haciendo levitar una bandeja con un juego de té encima. Narcisa clavó su mirada en mi abuela, pero no dijo nada hasta que ésta no se hubo sentado frente a ella.
—Las cosas han cambiando mucho…—dijo Narcisa finalmente, mientras que tomaba una de las taza de té. Andrómeda alzó las cejas.
—Sí, ya lo creo. Pero algunas cosas nunca cambian, Narcisa —puntualizó Andrómeda. Y antes de que la invitada pudiera responderle, giró a mirarme—. Ted, cariño, ya puedes subir de vuelta a tu cuarto. Gracias por tu ayuda —me despidió repentinamente.
Me tomó completamente por sorpresa, y abrí mi boca dispuesto a quejarme y a decirle que no quería irme. Pero la mirada de advertencia que acompañó a esas palabras de mi abuela me detuvo. Bufando, comencé a caminar de regreso hacia las escaleras.
—Perdona que te haya interrumpido, Narcisa, pero creo que tú y yo nos debíamos una charla privada desde hace mucho tiempo —explicó Andrómeda su comportamiento. Alcancé a escuchar las palabras poco después de cruzar el umbral de la Sala de Estar.
No sé porqué lo hice. Nuevamente, creo que fue la curiosidad. La realidad es que nunca subí esas escaleras. Por el contrario, me quedé agazapado contra la pared, escondido lo suficiente como para no ser notado pero para poder escuchar lo que decían del otro lado.
Las dos mujeres se quedaron un largo rato en silencio, y por un momento, pensé que ya no hablarían más. Fue mi abuela la que lo rompió.
—Leí en el periódico lo de tu esposo —dijo Andrómeda—. Lo siento.
—Podría haber sido peor. Cuarenta años es mejor que el Beso —opinó Narcisa. Su voz sonaba segura, talvez demasiado segura. Ahora que lo pienso, creo que ese día Narcisa pretendía aparentar una seguridad que no poseía.
—Sí, han tenido suerte. En especial tú y Draco —coincidió Andrómeda. Y nuevamente, el silencio incómodo y posiblemente acusador.
—Sé que tú piensas que nos hemos salido con la nuestra… que no hemos recibido nuestro castigo por lo que hicimos…—estalló repentinamente la voz de Narcisa, tomándome por sorpresa. Parecía haber perdido un poco esa calma que la cubría como un velo.
—Yo no he dicho eso —la interrumpió rápidamente Andrómeda, con cierta dureza en su voz.
—Pero lo piensas —la contradijo Narcisa.
—¿Y ahora te importa lo que yo pienso, Narcisa? —disparó Andrómeda. Narcisa tardó en responder, posiblemente estaba pensando sus palabras mientras que fingía tomar de su taza de té.
—Nunca me ha dejado de importar, Drómeda —respondió finalmente, recobrando su calma. Un suspiro surcó el aire, salido de los labios de Narcisa. —Sé que te he dado la espalda muchas veces. Pero créeme cuando te digo que jamás hice algo con la intención de lastimarte —le aseguró ella.
—Bueno, al menos eso es más de lo que se puede decir de Bella —comentó Andrómeda. Y pude notar perfectamente que había tristeza en esas palabras. Por tercera vez en la velada, el silencio.
—Me ha tomado mucho trabajo decidirme a venir hasta aquí, Andrómeda —le confesó finalmente la señora Malfoy—. Sé que Bella y yo te hemos causado mucho mal. Y conociéndote, sé que posiblemente tú nunca me perdones. Pero necesitaba decírtelo.
—¿Decirme qué, Narcisa? —suspiró Andrómeda, casi resignada.
—Que lo siento —respondió Narcisa, las palabras costaron en salir.
—¿Qué fue lo que nos pasó en el camino, Cissy? ¿Cómo fue que terminamos las tres así? —lamentó Andrómeda, quebrándose por primera vez en toda la tarde. Casi pude escucharla sollozar. O talvez lo imaginé. Andrómeda no es el tipo de mujer que llora. Y estoy convencido de que tampoco lo es Narcisa Malfoy. Una vez más, ahí tienen una característica de las mujeres Black. Son fuertes. Cada una a su manera.
—No lo sé, Drómeda… no lo sé —se lamentó también Narcisa.
Fue todo lo que quise escuchar. O al menos, todo lo que recuerdo. Con el correr de los años, tendríamos otras visitas por parte de Narcisa Malfoy. E incluso, mi abuela la visitaría a ella en su inmensa mansión. Es el día de hoy que ambas hermanas se encuentran cada tanto en el Caldero Chorreante y conversan un poco sobre la vida.
Sí, sé la pregunta que tienes en mente: ¿Perdonó finalmente Andrómeda a su hermana Narcisa? Y lamento decirte que no conozco la respuesta. No sé si mi abuela la ha perdonado. No sé siquiera si algún día la perdonará. Como he dicho, las Black tardan mucho tiempo en cicatrizar. Y hay algunas heridas que nunca cicatrizan…
Tardé muchos años en comprender verdaderamente de qué trataba aquella charla en la Sala de Estar. En aquel entonces, yo solo era un crío de cinco años interesado en conocer más sobre la nueva visitante. Pero creo que el misterio que encerraba aquella charla fue la razón por la cual todavía la recuerdo.
Años más tarde, ese misterio por fin se me revelaría. Un día conocería una historia que talvez hubiera sido mejor que permaneciera en el olvido: la historia de tres hermanas. Que crecieron juntas, en la misma casa. Que recibieron el mismo trato y la misma educación. Que asistieron todas a Hogwarts. Tres hermanas que se amaban. Y que en algún momento de sus vidas, tomaron caminos separados. Caminos que, un día, volverían a cruzarse. Con catastróficas consecuencias.
Un día conocería la historia de cómo una de las hermanas mató a su sobrina. Mató a la hija de una de sus hermanas. De cómo otra de las hermanas negó a la segunda nacida, y la relegó al olvido, abandonada y sin protección.
Siempre he pensado que no hay lazos más fuertes que los de sangre. Creo que las tres hermanas Black son un vivo ejemplo de ellos. Unidas por un Lazo de Sangre tan fuerte que fue capaz de suscitar tanto amor como odio.
Bien... esto que acaban de leer es el resultado de una noche de insomnio y una deuda pendiente con Remus Lupin. La verdad es que la muerte de Tonks y de Remus me causó mucha tristeza... más pensando que dejaron huérfano a Teddy. En fin, éste es mi intento de hacer honor un poco a dichos personajes fallecidos e intentar darle un final feliz a la historia. Me gusta pensar que, a pesar de todo, Teddy pudo ser feliz. Espero que les guste.
Vale aclarar que nosé cuantos capítulos tendrá esta historia. Voy escribiendo los capítulos a medida que se me ocurren situaciones de la vida de Ted. Por lo tanto... tampoco se cuando actualizo. Pero prometo hacerlo lo más rapido posible.
Segunda aclaración: puede que con el tiempo vayan apareciendo algunos personajes de mi autoría... los cuales, no solo pertenecen a este fic, sino que también es posible que aparescan en los fics mios pertenecientes a la Saga Albus Potter. No, no se trata de dos personajes diferentes con el mismo nombre. Sí, son el mismo personaje que aparece en dos fics diferentes.
Dicho esto... me despido.
Saludos,
G.
