Advertencia: es mi primera historia sobre Saint Seiya y seguro que tiene un montón de fallos, en cuanto a la trama, personajes, nombres y demás. Pero se trata de un regalo para mi amiga Sumi (L´Fleur Noir) que se lo merece, porque además de haber ganado su premio es una gran escritora y quiero obsequiarle con este pequeño fic.

Así que espero que al menos ella lo disfrute, porque lo he hecho con buena intención (y los demás no seáis muy duros conmigo!) No es muy original, pero espero que sirva para pasar un rato.

Ahí lo dejo…


La maldición de Athena

Maldición.

Soy una Diosa. Ni siquiera me podría dar el gusto de maldecir…

Me veo inmersa en un torbellino de abrumadoras sensaciones que no son nuevas para mí. Quizá si lo fueran, podría darme el lujo de ignorarlas. Como hice la primera vez que las sentí. La primera vez que noté la mirada de ese maldito (de nuevo me hallo maldiciendo) caballero de bronce… Una mirada que me retaba. Ni siquiera se trataba de amor, ni respeto… Su mirada solo expresaba desafío, prepotencia… Porque él ya me conocía de mucho antes…y sé que nuestra relación—si es que lo nuestro puede llamarse así—no empezó nada bien. Al menos cuando ambos éramos unos niños.

Con el tiempo él aprendió a respetarme, a apreciarme—tal vez—, a defenderme. Porque él se convirtió en mi más leal protector. Yo me sentía a salvo cuando lo tenía cerca… Y debo ser sincera con mis propios pensamientos, al afirmar que no se trataba solo de seguridad o un leve aprecio lo que yo sentía por él…

¡Madición!—ya van tres—Cómo describir la electricidad que recorría mi cuerpo de humana cuando lo tenía cerca, arrodillado ante mí. Podría haber decenas de caballeros a mis pies, pero yo solo le veía—le sentía—a él.

El ridículo hormigueo que notaba en mi estómago solo me recordaba lo estúpida que podía llegar a ser. Y me perdía en sus ojos y en sus palabras, cuando me hablaba, casi siempre sobre algún nuevo enemigo o una nueva batalla… Y yo le correspondía de igual forma, mostrándome fría, casi estática, asquerosamente irracional.

Qué decir de los pocos momentos distendidos que pudimos compartir… Pequeños momentos de diversión inocente, solos o en compañía, pero que llenaron mi imaginación de las más bellas—e imposibles—historias acerca de ambos. Aquellos momentos se convirtieron en mi vía de escape, en el baúl donde podía esconder mis más bajos deseos…

Y digo bajos, porque sé que no es propio de una diosa desear a un humano… Menos aún a su propio caballero protector… Pero yo no podía evitar pensar en él, soñar con sus ojos y con su cuerpo, con sus manos recorriendo mi espalda… con sus besos que jamás llegarían a mis labios…

Ya creía todo esto olvidado… A estas alturas, soy una mujer—y diosa—adulta, casi tengo treinta años, y si he pasado mi adolescencia y juventud controlándome… ¿por qué no podría seguir haciéndolo ahora?

La razón en sencilla… Toda—podría decir parte, pero debo ser sincera—la llama que creía apagada, se ha avivado esta tarde… Haber sentido de nuevo el roce de su piel, sus manos sosteniendo mi cuerpo, sus fuertes brazos rodeándome… Eso ha sido lo más increíble y excitante que me ha ocurrido en los últimos años.

Mi condición de diosa no me permite llevar otro tipo de vida… Y me parece tan patético—creo que esa es la palabra exacta—haberme sentido tan viva, tan ilusionada, tan mágicamente confortada… con un simple gesto de preocupación por su parte…

Sé que si no hubiera sido él, habría sido cualquier otro. Yo estaba hablándoles a todos mis caballeros, que me miraban expectantes y atentos, cuando de pronto sentí aquella debilidad—probablemente procedente de mi brazalate—y estuve a punto de desmayarme… Pero su rápido movimiento me salvó de caer al suelo…

¡Y de qué manera! Cómo pude sentir su hombría, su fortaleza, su preocupación por mí… ¿Por mí…? ¿Por Saori? Probablemente no… tan solo era preocupación por su diosa…

¡Maldición!—de nuevo—¿Cómo puedo ser tan tonta aún representando una deidad, y alimentar estas absurdas esperanzas?

Hacía ya muchos años que había cerrado ese baúl…

¡Maldito Seiya!

-¡Athena!—exclamó de pronto una voz, irrumpiendo los pensamientos de la deidad.

Ella estaba sentada en un banco dentro del santuario, simulando que rezaba por sus caballeros. Se vio terriblemente sobresaltada.

Giró la cabeza y se encontró frente a su pequeño Koga. Ella hubiera sonreído al verlo, debido al cariño que le tenía, pero el muchacho venía muy sofocado, y parecía realmente preocupado.

-¿Qué sucede?—le preguntó Saori.

-Es Seiya—dijo Koga entre balbuceos. No parecía el chico decidido de siempre. Saori lo miró con los ojos muy abiertos, asustada—Ha desaparecido.

-¿Cómo que ha desaparecido?—inquirió Saori, sin comprender.

-Nos estábamos organizando para salir a buscar a los palasianos, cuando hemos recibido un mensaje de uno de ellos—explicó Koga—Nos ha dicho que tenían a Seiya… y que jamás podríamos saber dónde estaba…

-¿Cómo dices?—exclamó Saori, poniéndose en pie—¿Pero eso puede ser cierto?

-No lo sé—musitó Koga—Pero nos ha dicho que te lo comuniquemos y que te demos esta carta…

Koga le mostró un sobre blanco a la diosa, y ella alargó la mano, dudando en cómo debía comportarse… Le temblaban las mandíbulas, pero debía contenerse.

-¿No habéis matado al palasiano?—preguntó Saori—¿Qué habéis hecho con él?

-Lo tienen retenido, tranquila—dijo Koga.

Saori tomó el sobre y lo abrió con demasiada presura.

Koga observó cómo las facciones de la diosa se endurecían conforme leía el mensaje.

Él ya lo había leído… Aunque sabía que no debería haberlo hecho.

Porque le dolía. Le dolía el contenido de la carta.

Mas todavía que la desaparición de Seiya, uno de los caballeros más poderosos y fuertes.

Saori suspiró como una… mujer asustada. A Koga le estremeció aquel suspiro… Hubiera querido llorar.

-Es un mensaje de la diosa Pallas—le comunicó Athena—Dice que no va a parar hasta robarme todo lo que aprecio… o amo.

Koga agachó la cabeza. No quería que Saori descubriera que tenía los ojos llenos de lágrimas.

Y también prefería fingir que no había visto aquellas lágrimas furtivas… asomando en los ojos de una diosa.