CAPÍTULO 1
Notó el humo en su boca, en su garganta, y lo intentó reprimir el mayor tiempo posible antes de expulsarlo lentamente. Sintió un alivio que no había experimentado en meses, o incluso años. Maldita la hora en la que decidió hacerla caso y dejar de fumar. Una cosa más en la que su exmujer no tenía razón: sería ella quien acabaría matándole lentamente, no el tabaco.
Esa mañana había sido el último juicio después de tantos. Parecía que el proceso había durado una eternidad, aunque si se paraba a pensarlo sólo hacía unos cuantos meses que su mujer le había pedido el divorcio. Incluso se podía decir que habían tardado muy poco en comparación con otros. Por supuesto, había ayudado mucho el hecho de que ella admitiera ante el juez que le había sido infiel durante años. Años, y él no había sido capaz de verlo.
Echó otra calada al cigarrillo, lo único capaz de calmar esa sensación que notaba en su interior, esa sensación de pérdida que tanto se estaba esforzando por controlar. Cuando Susie le pidió el divorcio, llorando a lágrima viva sentada en la mesa de la cocina, sintió que la burbuja en la que estaba viviendo explotó. Esa misma burbuja que tanto se había esforzado por construir involuntariamente para no enfrentarse a los problemas de su matrimonio.
Era cierto que trabajaba mucho, no estaba en el rango más alto al que podía aspirar un oficial de policía por nada, pero nunca pensó que eso llevaría a Susie a los brazos de otro hombre. Aunque él no se lo hubiera mostrado tanto como debiera, la necesitaba. Después de un duro día de trabajo o de la resolución de un caso sumamente difícil necesitaba la estabilidad que le daba ella cuando pasaba el umbral de su casa. Necesitaba su sonrisa cuando le veía, su voz diciéndole que nada de lo que veía en su trabajo le pasaría a él, que todo estaría bien.
Y eso es lo que él había querido creer durante tanto tiempo. No veía la tristeza tras los ojos de Susie, el temblor de sus labios cuando le sonreía, su rigidez cuando la intentaba acariciar, ni la falsedad de sus palabras. Necesitaba creer que todo estaba bien, que el caos que enfrentaba en su trabajo todos los días no le afectaría a él. Pero pasó lo inevitable y sólo pudo firmar los papeles del divorcio que ella tenía sobre la mesa de la cocina.
A sus casi 50 años, Gregory Lestrade tenía que volver a empezar de cero. Lamentable.
Pero no era solamente por eso por lo que intentaba relajarse fumando de camino a New Scotland Yard. Si por la mañana había sido el último juicio, por la tarde-noche empezó la fiesta anual de la policía. Siempre había ido con Susie y nunca faltaba el sexo después de la fiesta. O incluso durante, como en un par de ocasiones. Los últimos años de su matrimonio, sobre todo desde que ella empezó a engañarle, no hacían mucho el amor pero era su tradición hacerlo siempre esa noche. Sin embargo ese año la tradición se había roto. No sólo no iba a hacer el amor, sino que seguramente se pasaría toda la noche trabajando. A mitad de la fiesta había recibido una llamada de su superior, mejor dicho la mitad de los que estaban en la fiesta la recibieron, y todos tuvieron que irse para trabajar en ese repentino nuevo caso. En parte se alegaba, la fiesta estaba siendo aún más insoportable que de costumbre. Greg pensaba que seguramente era por la falta de la promesa de sexo. Otra razón obvia era que se había sentado con un grupo de compañeros y amigos que apenas conocía, por lo que se perdía en todas las bromas que hacían. Incluso empezaba a echar de menos a Anderson cuando recibió la llamada de su superior. Tuvo que esperar treinta minutos interminables para que le trajeran el coche de donde fuera que lo aparcara el aparcacoches, y encima el sinvergüenza le había pedido una propina muy generosa porque se había calado varias veces el coche. Greg le dio un billete de diez libras a regañadientes porque sabía que su viejo vehículo era difícil de tratar, pero se dijo a sí mismo que el próximo año no dejaría que ese aparcacoches tocara su coche. Ni aunque fuera nuevo.
Mientras conducía por la autopista y mantenía el cigarrillo en la boca, se quitó la corbata con la mano izquierda y la tiró a la parte trasera. La camisa le ahogaba, se sentía atrapado en ella, así que se desabrochó los primeros botones. Y aunque también le sobraba la chaqueta del traje, no estaba acostumbrado a vestir tan formal, no se la podía quitar. Hacía un frío inmenso a causa de la ventanilla abierta. Que fumara no significaba que le gustara tener el coche lleno de humo.
Tiró la colilla por la ventana justo a tiempo para entrar en el parking de NSY, (a sabiendas de que estaba prohibido, no podía dejar la colilla en ningún sitio dentro del coche), pero había un pequeño problema: el cristal no quería cerrarse. Automáticamente Greg dio dos puñetazos estratégicos en la puerta y la ventanilla terminó de subirse. Cuando salió se aseguró de cerrar todo bien, pero sin saber muy bien por qué la alarma empezó a sonar. Los compañeros que como él también habían venido de la fiesta y estaban aparcando sus coches le miraban de reojo, preguntándose qué estaba haciendo. Greg empezó a maldecir por lo bajo mientras intentaba que el coche se callara, pero no había manera. Al final, de la impotencia que sentía, le dio tal patada al coche que se calló sumiendo al parking en un silencio repentino. Advirtió varias sonrisas de camino al ascensor, pero se contuvo de decirles nada a sus colegas. Sabía de sobra que tenía que cambiar su coche, pero el divorcio le había dejado con lo puesto y poco más.
Cuando salió del ascensor paró un momento a comprar un café de máquina, que falta le iba a hacer, y como siempre el maldito cacharro no reconocía las libras de Greg. Llegaba a pensar que esa máquina lo hacía a propósito, a los demás les daba su dosis de cafeína. Pero él ya tenía un truco al igual que con la ventanilla de su coche. Dos golpes estratégicos en el lado y... Nada. Volvió a golpear la máquina, esta vez un poco más fuerte y esa vez sí cayó el vaso de plástico, la cucharilla, el café, la leche y el azúcar. Lo agarró por el borde con cuidado de no quemarse y entró en su planta para hablar con el superior.
Lo que le sucedió a continuación ya fue la gota que colmó el vaso de Greg. Él tenía muchísima paciencia, más que los demás. Y se enorgullecía de ello. Pero ese día había sido desastroso, uno de los peores que recordaba en mucho tiempo y había gastado la reserva especial de paciencia en el cacharro del café.
Alguien se había chocado con él, y el líquido ardiente había aterrizado sobre él. Notó cómo el café le quemaba el torso y no pudo evitar gritar del dolor.
—Lo siento mucho. ¿Se encuentra bien?
Habría podido soportar la quemadura, pero no el tono tan tranquilo con que le preguntó el hombre.
—¡Por supuesto que no, maldito idiota! —dijo gritando todo lo que pudo. No le importaba que todos pararan lo que estuvieran haciendo para verle—. ¿Te crees que estoy bien, eh? ¿Te parece que estoy bien? ¡Me acabas de tirar un puto café ardiendo encima! ¡En mi único traje bueno! —estaba tan enfadado y tan ofuscado que Greg sólo pudo ver que ese hombre era más alto que él, y que llevaba un traje caro de tres piezas por lo que también vendría de la fiesta—. ¡Deberías haberte quedado en la fiesta, grandísimo imbécil! ¡Vete ahora mismo, y más te vale que no vuelva a verte en esta planta!
Greg vio a la cara del hombre, pero no la miró. Sabía de sobra que no se acordaría de ella de lo enfadado que estaba. Nunca trataba de esa forma a sus compañeros, pero a ese le había tocado pagar todo lo que había tenido que aguantar ese día. Bajó la mirada y vio que el hombre sujetaba un paraguas con las dos manos, y eso también le hizo enfadar.
—¿¡Y se puede saber por qué cojones tienes un paraguas!? ¡Por una vez que no llueve en Londres, por Dios! —Greg vio que el hombre seguía sin moverse, estaba como clavado en el suelo y además no le dejaba pasar a través de la puerta—. ¡He dicho que te vayas! ¡Venga, vete, muévete!
El hombre tardó un segundo en reaccionar a los gritos de Greg, pero finalmente se echó a un lado. Un poco más calmado porque el hombre le había hecho caso, no le gritó nada más y fue caminando furiosamente a su despacho, donde por suerte guardaba una camisa de recambio. Sus compañeros le miraban al pasar, sin trabajar.
—¡A trabajar! ¡Tenemos un caso que resolver!
Sus subordinados, al ver que su jefe podría enfadarse con ellos también, volvieron en seguida a trabajar como si les fuera la vida en ello. Greg gruñó satisfecho antes de cerrar la puerta de su despacho para cambiarse la camisa. Gotas de café caían sobre el suelo de su despacho, y no tuvo más remedio que meterla en una bolsa de plástico. Lo más práctico sería tirarla.
Se limpió como pudo el café que tenía encima pero sabía que hasta que no se duchara el olor se mezclaría con el de su colonia. Un olor bastante desagradable, desde luego. Tendría que evitar acercarse a la gente. Mientras se abrochaba la camisa nueva llamaron a la puerta, y ya más tranquilo Greg dio permiso para entrar. Era su superior, Daniel Bickerton, y no tenía cara de buenos amigos.
—Lestrade, tenemos que hablar.
—Siento mucho los gritos de antes. He tenido un día bastante...
—Me lo puedo imaginar, Lestrade—dijo Bickerton en un suspiro. Estaba al corriente de su divorcio, y aunque no eran amigos cercanos sabía que podía contar con él en caso de necesidad—. Pero los asuntos personales no pueden interferir en tu trabajo, lo sabes. Y menos aún con el caso que tenemos entre manos.
—Lo sé, y lo siento mucho.
Greg terminó de abrocharse los últimos botones y se sentó en su silla. Bickerton cerró la puerta tras él, se sentó tras el escritorio y le dejó una carpeta sobre la mesa. O se había librado de una bronca bastante fuerte o Bickerton no tenía ganas de hablar. Greg optaba más por lo segundo, así que decidió empezar a hablar sobre el caso antes de que le entraran ganas de hablar sobre el espectáculo de los gritos.
—¿Tanto jaleo por el robo de varios coches?
—Robo no, secuestro. Han secuestrado a tres embajadores de camino a la reunión con el Primer Ministro.
Greg frunció el ceño. Nunca le habían gustado ese tipo de casos, sobre todo porque el gobierno se metería de por medio y entorpecerían la investigación.
—¿Qué ha dicho el gobierno? —preguntó Greg mientras leía por encima el informe preliminar del caso.
—Acabo de hablar con un "amigo" del Primer Ministro, o así se ha hecho llamar. Te puedes imaginar que están tirándose de los pelos intentando que no se les escape el rumor, y nos han pedido la mayor discreción posible. O les encontramos en 24 horas o habrá un escándalo mundial con... ¿Cómo ha dicho?—dijo pensativo Bickerton con la mano en la barbilla—. Ah, sí: "sería un escándalo mundial con unas consecuencias terribles para Gran Bretaña, como si hubiera perdido la II Guerra Mundial"—el superior volvió a suspirar y Greg le miró por encima de la carpeta. La preocupación que debía sentir le hacía parecer mucho más viejo de lo que era, y eso que tenía muy pocas canas—. Toda New Scotland Yard está implicada con los mejores, y eso te incluye a ti. Haz que esta división no quede en ridículo.
Greg no supo si la última parte era más una súplica o una amenaza, así que se lo tomó como las dos. Empezaba a notar la presión en el pecho y sobre los hombros que sentía siempre al empezar un caso de tal envergadura, más le valía no fallar. Y eso sólo significaba una cosa:
—Con un caso así, el gobierno exigiendo y amenazando con catástrofes horribles y un límite de 24 horas... Creo que debería contactar con Sherlock Holmes.
Bickerton le echó una mirada asesina nada más oír el nombre. A su superior no le gustaba tener que pedir ayuda, pero los dos sabían que no había más remedio. Bickerton se levantó de la silla como si toda su vida le pesara, y Greg pensó que su superior debía estar sintiendo mucha presión con ese caso. Una tensión en tal grado que se alegraba de no estar en el lugar de Bickerton.
—De acuerdo, pero solamente por ser un caso excepcional.
Greg asintió como toda respuesta y Bickerton le dejó solo en su despacho. En seguida encendió su móvil y buscó en la agenda el número de Sherlock. Se paró un momento, dubitativo, en el nombre de Susie, más por costumbre que por otra cosa (o eso quería creer él), y finalmente marcó al detective consultor.
Un pitido, dos pitidos y descolgó.
—Ya estoy en ello, Lestrade.
— ¿Cómo?
—Los secuestros de los embajadores. ¿No llamabas por eso?
—Esto... Sí, ¿cómo lo has sabido?
—Te veo en el puente Wandsworth en media hora—dijo Sherlock ignorando completamente su pregunta, y después colgó.
Greg maldijo por lo bajo, agarró la chaqueta aún apestada de café del respaldo de la silla y bajó al parking, esperando que su coche no le dejara tirado como al aparcacoches.
O-O-O-O-O
Cuando Greg llegó, Sherlock y John estaban investigando lo que podían en el puente sin que les atropellaran.
—Justo a tiempo, Lestrade—dijo Sherlock mientras observaba absorto la acera tumbado en el suelo.
—Buenas, Greg—dijo John sonriéndole, y Greg le devolvió el saludo.
Miró el puente detenidamente, sin terminar de creerse que fuera la escena de un caso. Apenas una hora y media antes allí habían interceptado tres coches oficiales del gobierno, pero parecía como si no hubiera ocurrido nada. Los coches pasaban tranquilamente por el puente, iluminándoles con sus faros como si fueran simples peatones sin nada mejor que hacer un jueves de madrugada. Y esa aparente normalidad sólo podría conseguirla el gobierno.
—Sherlock, ¿me vas a decir cómo has sabido lo de los secuestros? No ha dado tiempo a que se filtrara nada.
—Tengo más fuentes, Lestrade.
Greg miró a John para ver si él podía responderle, con él sí se podía hablar.
—Su hermano le pidió ayuda hará una hora. Trabaja en el gobierno.
Greg no pudo evitar sorprenderse.
—¿Sherlock tiene un hermano?
—A mi pesar, sí—contestó el que aún estaba mirando el suelo, esta vez con una lupa de bolsillo. La cerró y se levantó de golpe, aparentemente contento—. Habría trabajado en este caso me hubieras llamado o no, aunque lo prefiero con tal de no colaborar con el Anderson de turno.
A Greg no le gustaba que hablara así de su equipo, pero hacía ya mucho tiempo que se había dado por vencido y lo dejó a un lado. En ese momento lo importante era encontrar a esos embajadores.
Sherlock arrugó la nariz y empezó a olfatear el aire:
—Creo que el café no es una buena colonia, Lestrade—Greg le perforó con la mirada y John le susurró por lo bajo algún comentario que le hizo cambiar de expresión. Sabía por experiencia que era mejor no saber qué se traían esos dos entre manos—. Está bien, vamos con el caso. Suecia, Ucrania y Egipto. ¿Por qué a ellos y no a los demás?
— ¿Había más gente?
— ¿Es que no has leído el informe, Lestrade? —dijo irónico Sherlock, pero no esperó una respuesta y siguió hablando—. Les iban a alojar en el hotel junto a otros tres embajadores para la reunión con el Primer Ministro, pero sólo a ellos tres se los han llevado. ¿Por qué?
Greg se encogió de hombros.
—A lo mejor porque iban a decidir algo que los secuestradores no querían que pasara.
— ¿Y quiénes son los secuestradores? —Sherlock tenía ese brillo en los ojos que daba a entender que eras idiota y él más listo que nadie.
—No lo sé.
— ¡Todo está aquí, Lestrade! —exclamó abriendo los brazos para abarcar todo el puente.
—Creemos saber quiénes son los secuestradores—dijo John en un tono confidencial.
—Creemos no, sabemos. Es uno de los grupos terroristas más activos de este país.
— ¿Terroristas? ¿Estás seguro?
—Sólo ellos podrían usar el tipo de pólvora que hay en la acera. Tranquilo, no parece que hayan matado a nadie—dijo antes de que Greg pudiera decir nada—. Seguramente se están dirigiendo ahora mismo a algún pueblo cercano a Chichester, y durante el camino seguro que encontráis los tres coches oficiales abandonados. Debéis buscar un vehículo grande y tintado. Una furgoneta, lo más probable, aunque aún no sé la marca...
Greg ni se cuestionó cómo supo Sherlock todo eso, pero en cuanto le cogieron el teléfono dio orden de busca y captura a cualquier furgoneta o vehículo con cristales tintados de camino a Chichester. A esa hora de la noche, no debería haber muchos.
—Gracias una vez más, Sherlock. ¿Seguirás con esto?
—Por supuesto que sí—el brillo seguía en sus ojos, lo que era buena señal—. Si sé algo más, te llamo—se giró para irse, pero antes mencionó una última cosa—. Por cierto, siento que hoy no vayas a tener sexo esta noche.
Greg se puso rojo como el tomate. Estaba dispuesto a gritarle en medio de la calle, pero Sherlock ya se estaba yendo por el puente. John disculpó a su amigo y se fue tras él, echándole la bronca.
Odiaba cuando hacía eso, adivinar lo que parecía imposible. Pero se lo pasaba por poder mantener su puesto.
¡Muchas gracias por leer este Fanfic! Es el primero que escribo, y espero que os guste ^.^ Os dejo también el siguiente capítulo para ver si consigo engancharos a la historia… Jajaja. Dejadme reviews con lo que penséis, sea lo que sea :D
¡Un beso!
