Abriste los ojos y lo sentiste. Aclaraste tu mente y recordaste lo que había sucedido la noche anterior.
Te apurabas en terminar de tenerlo todo listo por que no tardarían en llegar, y "tener todo listo" significaba para ti cervezas suficientes y muchos nachos; y eso ya estaba listo. Entonces ¿por qué te sentías tan ansioso?, si claro, esa noche el vendría a tu casa. Desde algunos días atrás te habías obsesionado con sus labios rojos y sus ojos azules; con su piel que se veía fría y sus largas piernas contorneadas que terminaban en ese magnífico…
El sonido del timbre te sacó de tus alucinaciones, ya estaban llegando. Abriste la puerta y fue tu desilusión grande cuando no lo viste; Artie y Mercedes pasaron y observaron todo a su alrededor, no lo desaprobaron pero tampoco lo aprobaron – Está en algo – fue el comentario de Mercedes y Artie solo asintió. No le diste mayor importancia y cerraste la puerta tras ellos y te dispusiste hacia la cocina para traer algo de beber. La música aun no era estruendosa y sonaba acompañante lenta y sentida.
El timbre nuevamente y tu corazón dio un vuelco, seguías preguntándote por que la ansiedad, después de todo solo querías intentar tener sexo con él, lo embriagarías, lo calentarías un poco y clavarias tus garras sobre él; si no tenías éxito siempre estarían Santana o Britanny o ambas para calmar tus ímpetus, aunque deseabas obsesivamente tener éxito sino la decepción seria mayúscula aquella noche.
En la puerta Rachel, Finn, Quinn y Sam esperaban por ti. Los viste y los saludaste con un austero movimiento de cabeza, los condujiste a la sala y les ofreciste cervezas que solo aceptaron tus amigos, las chicas te pidieron soda, entonces recordaste que no todo estaba listo: No tenías sodas.
Con mucho pesar decidiste ir a comprar sodas, sabias entonces que no lo verías llegar tendrías que esperar a tu regreso para verlo. Anunciaste que saldrías a buscar las sodas y nadie se ofreció a acompañarte, tendrás que hacer el viaje solo pensaste. Abriste la puerta y lo viste parado ahí pretendiendo tocar la puerta – Hola – dijo él – Estoy yendo por sodas, olvide que no tenía sodas, aprovechando el viaje ¿no deseas que te traiga algo? – respondiste, él sonrió y se ofreció a acompañarte después de saber que nadie se había ofrecido, tu corazón se emocionó y sonreíste, claro que querías que te acompañara, estarían solos y hablarían sin tanto alboroto.
Al principio el viaje fue incómodo y es que aparentemente no tenían mucho en común; él era un fanático de la moda y tu apenas si lograbas colocarte la playera correctamente – Me hubiera gustado tener una hermana menor – La declaración te sorprendió, lo miraste de reojo aun no comprendiendo – Tú tienes una hermana menor ¿no es así?, a mí me gustaría tener una – comprendiste – Yo no tolero a mi hermana, si gustas puedes llevarla contigo – tu comentario le hizo reír y tu sentiste que ese momento era el mejor de tu vida. El camino se hizo corto, querías que no acabara, no solo eran sus ojos, no eran solo sus labios, era también su sonrisa, su amplia sonrisa que querías seguir contemplando, por siempre.
Pusieron las compras en la parte trasera del auto y emprendieron el viaje de retorno, 30 minutos después de haber salido estabas de vuelta con él, y cuando lo notaste ya no estaba a tu lado, estaba junto a sus amigas, la distancia te afectó pero te recompusiste, la noche acababa de empezar.
Dos horas después todos estaban ebrios, menos tu obviamente, y ya la reunión había perdido un poco de sentido, no veías a Santana y a Britanny cerca lo que te hacía suponer que estaban besándose y tocándose en algún lugar de tu casa. Rachel intentaba cantar alguna canción, y solo lo intentaba porque estallaba en risas cada que abría la boca. El miraba hacia ningún lado te acercaste y tocaste su brazo para que notara tu presencia, confirmaste en ese toque lo que suponías, su piel era las más suave de todas las que habías sentido, pero también las más fría.
Y ahí estaba nuevamente aquella sonrisa y sus ojos verdes – ¿no eran azules? – Y sus labios rojos. Le preguntaste como se sentía y el respondió que todo le daba vueltas y que eso le parecía muy divertido – como si me bajara de una montaña rusa – la comparación te pareció divertida y le ofreciste tu cama para que descansara hasta que se sintiera mejor, el acepto.
Lo condujiste hasta tu habitación ayudándolo a sostenerse – una súper montaña rusa – lo oíste decir. Lo recostaste en tu cama y lo contemplaste cerrar los ojos. – Puedo pedirte un favor Noah – y después de escucharlo aceptaste.
Por eso estabas ahí, con su cuerpo al lado. Lo volviste a abrazar, porque ese era el favor que te había pedido: abrazarlo hasta que se quedara dormido, y aunque prontamente empezó a roncar tú no pudiste dejar de abrazarlo olvidando todo lo demás, a todos los demás; y puede que esa noche no hayas cumplido tu propósito, sin embargo te sabias exitoso e inmensamente feliz.
