El Caballero Sombrío
CAPÍTULO I
Sorpresivo regreso a casa
Las nubes adornaban con diversas figuras etéreas el firmamento más azul que haya visto en su vida. Ladeaba su cabeza tratando de encontrarle forma a una esponjosa nube que acaparaba la mayor parte del cielo, a un lado y al otro, hasta que finalmente la línea de su boca se alzó en una sonrisa; «Un Dragón», pensó.
Sus labios se curvaron aún más. Admiraba como la forma se iba distorsionando conforme avanzaba el carruaje. Los árboles comenzaban a abordar los costados del sendero por el que la carroza pasaba, impidiéndole mirar el cielo.
La sombra de las frondosas copas de los árboles obstaculizaba la luz solar dejando colarse solo algunos rayos por los orificios. Luces danzaban en el suelo conforme el viento agitaba las ramas.
La fresca brisa entraba por la ventanilla del carruaje. El sonido estrambótico que emergía de las ruedas al avanzar sobre el sendero rocoso le parecía armonioso y melódico.
Después de una riña entre el deber de una dama y sus deseos personales, ganó la última. Decidió asomarse.
El olor de la naturaleza la embriagaba; el pasto mojado tenía un aroma único, las flores que pronto comenzarían a brotar mostraban sus capullos cernidos por los alrededores y la brisa se había convertido en una ventisca fresca que colisionaba contra su níveo rostro enfriándolo solo un poco, lo suficiente para disipar ligeramente el chapeado color rosáceo de sus mejillas.
A lo lejos, podía divisar la gran casona donde pasó su infancia. Nada había cambiado desde su partida: El color ocre de las paredes, las inclinadas y picudos techos color tierra; la gran extensión de tierra desde la entrada de hierro forjado hasta las compuertas de madera era lo bastante largo para demorarse varios minutos de trayecto a pie. Un Mansión en la Campiña; lo bastante lejos del Pueblo para silenciar los sonidos y lo bastante cerca como para ir a pie; si ibas temprano por la mañana podrías estar de regreso cuando el sol dominaba el cielo justo en medio.
―Señorita ―El conductor del carruaje le dirigió una mirada fugaz ―. Será mejor que regrese a su asiento, es peligroso
―Lo sé ―contestó enseguida―. Pero estar encerrada tantos años…
El chofer rió por lo bajo. La señorita exageraba un poco, sin embargo podía comprender un poco su situación. Cerca de seis años lejos de su familia siendo educada por monjas debió ser difícil.
―¡Quiero disfrutar de esto!
Alzó ambas brazos por la ventanilla, gozando de lo que se había perdido por tanto tiempo. Dejando que el frescor la entumeciera, dejando que su imaginación divagara lo bastante para sentir que volaba en el cielo junto a la nube en forma de dragón que había visto hace un momento atrás.
―Si usted toma asiento podré aumentar la velocidad
Ella volvió a sonreír y asentó la cabeza, obedeciendo al chofer de entrada edad. El conductor del carruaje apresuró el trotar de los caballos con un firme movimiento de muñeca.
La joven recargó sus manos sobre su regazo impacientemente.
El carruaje se detuvo y el bufar de los caballos se hizo presente; transcurrieron unos segundos para que la puertezuela de madera se abriera, mostrando al conductor con una sonrisa en su rostro; marcando las arrugas en la comisura de sus ojos y boca. El conductor le extendió la mano, ayudándola a bajar los tres escaloncitos del carruaje.
Clavó su mirada en las grandes compuertas de madera y dos figuras muy conocidas para ella, pero a la vez diferentes se hicieron presentes.
―¡Padre! ¡Madre! ―vociferó emocionada.
Guiada por sus instintos, subió el vestido color azul hasta su rodilla para no enredar sus piernas entre los faldones. Corrió hasta los brazos extendidos de su padre que firmemente la rodearon.
―¡Mi pequeña flor finalmente ha regresado!
El hombre de mediana edad oprimió solo un poco más de fuerza en sus brazos, con suma suavidad la apretó contra su pecho.
―¡Pero niña! ―dijo en tono de regaño la voz femenina.
Su madre ―una mujer de gran belleza― se encontraba detrás de su padre, agitando su cabeza en forma de reproche.
―Esa actitud es inaceptable para una señorita de tu estatus social
La señora de la casa se abanicó simultáneamente abochornada de furia. Su hija seguía siendo la misma que cuando se fue. Ahora se reprochaba haber sido tan condescendiente con su segunda hija y haberle cumplido algunos caprichos; ahora estaban las consecuencias y de esa forma ningún hombre de buen renombre se interesaría en ella.
―Mebuki, ¿no te alegras de ver a tu hija? ―acarició su cabello rosáceo con vehemencia, protegiéndola aún entre sus brazos ―. Hace casi seis años que inicio sus estudios
―No la educaron adecuadamente esas monjas ―reprochó.
―¿Sakura?
La melodiosa voz de una mujer resonó a través de las compuertas de caoba. Una hebra del cabello rubio caía en un prolijo bucle por su hombro izquierdo, teniendo un hermoso recogido. Pasó su mano acomodando su cabello ―por pura costumbre― al lado de su sien.
―¡Hanako! ―se soltó de los brazos de su padre para rodear a la joven―. Creí que no te vería
―¿Qué te hace pensar eso?
Sakura se ruborizó. Bajo su mirada al suelo avergonzada.
―Eres recién casada
―Eso no impide que reciba a mi hermanita menor
Sakura sonrió. Hanako miraba a su hermana detenidamente. El color rosa de sus cabellos ―heredado de su bisabuela― estaba más largo, recogido solo por la mitad en un sencillo moño mientras en las puntas sus distintivos y grandes bucles naturales rebotaban, jugando con el movimiento del viento. Los grandes ojos color verde estaban igual de brillantes a como recordaba. Las pequeñas pecas habían desaparecido casi por completo a excepción de su nariz, le daba un toque de inocencia y pureza.
Esa no era la tonta hermana menor que se había ido, llorando a mares cuando partió a iniciar sus estudios. Había algo distinto en ella que no le agradaba a Hanako… sin duda, Sakura se estaba convirtiendo en una belleza y aunque no lograra ―ni lograría― estar al mismo nivel que Hanako, no le gustaba lo que veía; mas bien la única que podía ser el centro de atención era ella, nadie más.
―Haz crecido mucho, Sakura
―¡Si! Ya casi cumplo los dieciséis años ―sonrió juntando sus manos en la espalda y meciéndose sobre sus tobillos.
Su madre se frotó la sien, arrugando ligeramente la comisura de sus ojos. Desaprobaba completamente el comportamiento de su hija menor.
―Y con eso su presentación en sociedad ―suspiró su madre.
―Familia ―interrumpió su padre―, continuemos esta conversación en la sala de estar
El vestíbulo mantenía el mismo estilo lujoso que recordaba. La gran araña colgaba en medio del lugar majestuosamente, con pequeños esferas de cristal en hileras que colgaban y se engarzaban en ondas desde el su eje hasta las puntas.
Columnas de mármol se postraban en una fila desde la entrada hasta donde empezaban las anchas escaleras de mármol que ondeaba por detrás de una pared con la pintura familiar de los Haruno.
―¿Sucede algo Sakura? ―preguntó su padre desconcertado por el ensimismamiento de su hija menor.
―No ha cambiado casi nada ―contestó con una sonrisa―. Sigue siendo la misma que en mis recuerdos
―¡Por supuesto! Por estos lugares nunca cambia nada ―Le devolvió la sonrisa―. Aunque el pueblo si lo ha hecho
―¿De verdad? ―Los ojos de Sakura brillaron ante las palabras de su padre― ¡Cuántas ganas tengo de ir!
―Deberías darte cuenta que esos lugares no son apropiados para los de nuestra clase ―profirió la Señora Haruno en tono despectivo―. Lo prohíbo ―Se adelantó ante cualquier queja de su hija menor.
Sakura instintivamente miró a su padre. Quien a pesar de sus duras facciones y fachada era más permisivo y cariñoso con sus hijas.
―Tu madre tiene razón mi pequeña flor, el pueblo es un lugar peligroso ―Acarició los cabellos rosáceos de Sakura―. Ahora deberías descansar un poco, debió ser largo el viaje
Mebuki observó cómo su hija menor subía los escalones acompañada de la mayor. Era imposible no compararlas. Aunque en el fondo le doliera, Sakura nunca llenaría sus expectativas por más que se esforzara, no teniendo como modelo a Hanako.
Ella le había otorgado aquel nombre: "Sakura"; no solo por el color extraño de sus cabellos: rosa pálido, sino para que cómo su hermana; Sakura brotara de su capullo como una hermosa flor de cerezo que desperdigara belleza, vivacidad e iluminara por completo sus alrededores con una simple sonrisa; igual que Hanako quien con una simple mirada podía derretir un glacial, no había hombre que no sucumbiera ante ella. Era su más preciado tesoro. Hanako; "Niña de la flores" y tal y como el significado de su nombre… ella era la más esplendorosa flor.
Sakura era una decepción para su nombre y su madre.
La noche había caído inesperadamente, las luces de las velas se apagaron. Sakura se encontraba en sus aposentos, sentada en el alfeizar de la ventana; observando el terreno que le pertenece a su familia desde hace varias generaciones, perdida en el titilar de las estrellas en la cúpula celeste y en el movimiento lejano de los árboles a las afueras de la propiedad a merced del susurrante viento.
No pensaba en alguna particularidad o algo especial, solo observaba el paisaje. Divagando, como solía hacer en las noches silenciosas en el convento antes de acostarse a dormir.
.
Mediodía había llegado, estaba tan cansada que había dormido más de lo usual y le pareció extraño el hecho de que su madre la dejara dormir hasta tarde. Ahora su hermana la esperaba en el jardín para «hablar».
Sakura admiraba a su hermana en todos los aspectos y a pesar de que su vida siempre la vivió a la sombra de su hermana, ese afecto no disminuía.
En el jardín, Hanako sostenía una sombrilla acorde con el hermoso vestido color amarillo claro. La piel blanca resplandecía con los rayos del sol y sus bucles dorados parecían avivarse cuando un escurridizo rayo osaba con tocarlos. Los ojos de Hanako, tan parecidos a los Sakura se posaron en ella y sonrió.
―Hermana ―Sakura apresuró sus pasos acortando la distancia entre las dos―, ¿Me hablaste?
―Sí, quería pasar tiempo contigo Sakura, han sido tantos años separadas que quisiera reponerlo lo antes posible
―¿De verdad? ―Una enorme sonrisa surcó el níveo rostro de Sakura.
―Por supuesto
―Sin embargo, quisiera dar un paseo por el pueblo antes ―sus mejillas se sonrojaron ante sus palabras.
Hanako roló los ojos y suspiró. Ella sabía lo que significaba tal reacción, a Hanako no le agradaban muchas cosas y entre ellas el pueblo. Personas de clase social inferior a la suya, mugrosos y apestosos según a palabras de su hermana mayor. A ella le parecía fascinante y le intrigaba saber que tanto había cambiado en estos años.
―No entiendo como es que te agrada tanto mezclarte con esas… ―la palabra se le atoró en la garganta―, personas
―No es tan malo como parece ―Sakura sonrió―, el aroma a pan recién salido que inunda las calles, el sonido de las voces de las personas que se distorsionan en murmullos inentendibles, el bazar, hasta el aire…todo es tan magnífico
―Al parecer no has cambiado en lo absoluto ¿verdad?
Sakura negó con la cabeza. Hanako soltó un suspiro y recobró la compostura, con la sombrilla amarilla tapando todo rayo de luz ultravioleta que osara con acariciarla.
―Estaré en mis aposentos, espero no tardes demasiado pequeña flor
Sonrió con júbilo y espero hasta que su hermana mayor estuviera fuera de su vista para subirse las enaguas por arriba de los tobillos y correr hacia los establos donde esperaba con ansias y después de tanto tiempo encontrarse con Claro de Luna.
CONTINUARÁ...
¡Hola a todos!
Se que no tengo perdón de dios, subir otro fic con algunos esperando continuación, pero esta idea tiene mucho tiempo en mi cabeza y no había querido subirla por la falta de tiempo que tengo y las subidas tardías que va a tener pero no pude evitarlo. Este fic en especial me gusta mucho, es mi primer ItaSaku y espero que a ustedes también.
uNo se cuando pueda subir conti pero bueno, espero sean pacientes no porque tarde en subir quiere decir que abandone, solo que he estado ocupada y a falta de ideas.
Sin más, nos vemos en la próxima.
¡Adiosin!
