¡BUENAS A TODOS!
¡Damas y caballeros! ¡Niños y niñas! ¡Perros y gatos! (?)
Bienvenidos sean a mi nuevo y humilde Fanfic. No es el primero que escribo, pero si el primero que escribo de Black Butler (Kuroshitsuji). El título «Akuma no Tengoku, Tenshi no Jigoku» se traduciría como: «Demonios del cielo y ángeles del infierno» o también como: «Demonios celestiales y ángeles infernales».
(Seeeeh, papeles opuestos, ¿no creen? XD)
Debo avisar a las fans del "Shonen-ai" o "Yaoi" que en este fic NO estarán incluidas ninguna de las "parejitas populares" de esos ámbitos (como SEBACIEL, o GRELLIAM, etc…) y que el fandom spamea. Personalmente no soy fan de ese género (ni del Yuri o Shoujo-ai), por lo que en mis fics no habrá nada de eso. No soy homofóbica, por lo que de haber teóricamente insinuaciones LGBT en mis escritos, serán entre personajes de MI autoría y MI creación. Aparte de que NO estarían ahí por cochino fanservice ni nada semejante.
Respeto a quienes sean fanáticos del Yaoi/Yuri y espero que me entiendan, respeten mi opinión y también este fic. Igualmente les invito a leerlo y comentar si gustan; pero si no, sólo cierren la ventana y ya (^w^) Nada de comentarios de odio, etc, etc.
Lo que si debo avisar es que aunque este fic será mayormente de categoría T (debido a que habrá violencia, algo de gore y palabras fuertes de algunos personajes) puede que algunas veces, en determinados capítulos, haya contenido de categoría M (es decir, para gente mayor de edad) ya que habrán escenas de Lime y/o Lemon. Ciertamente, será la primera vez que escribiré historias con esos géneros, por lo que si en esos aspectos lo hago aburrido o algo así, espero me perdonen y entiendan que soy principiante xDDD
Lo otro a explicar es, como dice el titulo, que este fic será mi propia continuación del final del Anime. Aviso que haré una mezcla entre el anime y el manga, haciendo aparecer tanto a personajes exclusivos del anime como originarios del manga; aunque de vez en cuando serían con diferentes o alternativas formas a comparación a las originales. Por ende, habrá Spoilers del anime/manga, así que los que NO hayan visto el anime completo ni vayan al día con el manga, absténganse de leer esta historia.
Lo último es… que también habrá inclusión de OC's (Original Characters) creados por mí. Las personas que no gusten de que se incluyan OC's, entiendo eso y no están obligadas a leer. Pero denle una oportunidad al fic y no lo desprecien SÓLO por eso, ¿de acuerdo?
Ahora ya, sin más explicaciones que acotar… ¡VAMO' A EMPEZAR~!
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DISCLAIMERS: Ni 'Kuroshitsuji' ni sus lindos personajes me pertenecen, sino a Yana Toboso-sama. Lo único mío es esta historia y los OC's (Original Characters) que aparezcan más adelante.
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ADVERTENCIAS: Continuidad alternativa al final de Kuroshitsuji II. Spoilers de la adaptación animada de Kuroshitsuji.
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Prólogo
"El final de un nuevo comienzo"
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El astro rey se asomaba por el horizonte como todos los días, iluminando los terrenos y los alrededores de la mansión donde comienza nuestra historia. Lo único que impedía a los rayos del sol colarse en la habitación del durmiente Conde Phantomhive, eran las gruesas cortinas que adornaban la ventana. Sin embargo, la puerta se abrió poco después y por ésta entró el mayordomo de cabellos y ropajes oscuros. Sebastián Michaelis era su nombre, al menos el que correspondía a su identidad en ese "plano".
—Es hora de que despierte, Joven Amo —Dijo con voz serena, encaminándose a la ventana.
Al principio el muchachito se negaba a abrir los ojos, aún estando adormilado. Aunque hubiera renacido como demonio, eso no le quitaba determinados hábitos humanos como dormir, alimentarse y su enorme gusto por los dulces, por supuesto. Al ver que pequeño Amo no iba a levantarse sólo por un aviso —como era de esperarse— Sebastián recurrió a correr las gruesas cortinas, dejando entrar los radiantes rayos solares que iluminaron toda la habitación. Además de que impactaron en el dormido rostro del Phantomhive. Eso acabó provocando que éste hiciera un gesto de disgusto, para luego rendirse y finalmente abrir sus ojos. No importaba qué tantos esfuerzos hiciera por parecer el "bello durmiente", el mayordomo nunca dudaba en despertarlo a la hora de siempre.
Aunque en esa ocasión, el condecito sabía que ambos harían esa rutina… por última vez.
Por lo que al despertarse por completo, el de cabellos cenizos se sentó en una esquina de la cama y el de ojos carmesíes se arrodilló frente a él, comenzando a desabotonarle los botones de su camisón de dormir uno a uno, poco a poco, con calma y perfección. El Phantomhive notaba al Michaelis ciertamente extraño, como perdido en sus pensamientos; pero decidió no darle importancia.
Una vez el mayordomo acabó de cambiar los ropajes del demonio más joven —por una camisa grisácea debajo de un abrigo negro, junto a pantalón y zapatos oscuros— lo único que faltaba era ponerle el parche. En ese momento se apreciaba su ojo derecho, y a su vez, plasmado sobre éste, el símbolo del contrato entre él y Sebastián. Pero además de eso, los dos ojos del conde Phantomhive estaban distintos. Durante unos segundos, estos poseyeron un color violeta brillante y su pupila se contrajo como la de un reptil —similares a los ojos naturales del demonio más longevo— pero cuando el derecho fue cubierto por su típico parche, el izquierdo recuperó su tono azul zafiro de siempre.
—¿Gusta un poco de té antes de marcharnos, Joven Amo? —Preguntó Sebastián con expresión seria.
—No, debemos marcharnos lo antes posible… —Respondió el menor con tono autoritario—. No quiero que nos encontremos con alguno de los sirvientes. Prefiero que nos ahorremos las explicaciones… y despedidas…
—Ya veo… —El adulto seguía con semblante inexpresivo y hablando con serenidad—. Iré a preparar el carruaje lo más pronto posible.
—Bien… por mi parte, creo que recorreré la mansión por última vez… —Aunque lucía serio, el tono de voz del chico sonaba un poco nostálgico—. Búscame para marcharnos cuando tengas todo listo, Sebastián.
—Entendido —Sebastián se inclinó con una mano sobre su pecho, para luego retirarse de la habitación.
Quedándose solo, el joven de trece años pasó una mano por el cabezal de la cama y luego bajó su mirada, centrándola en el anillo —del mismo tono azul de su ojo visible— que tenía entre sus manos. El anillo símbolo de todo líder del clan Phantomhive y que atestiguó el final de cada uno de sus portadores, al menos de los dos antecesores del actual. Acarició la piedra preciosa por unos segundos, para proceder a posarla sobre la mesita de noche junto a la cama y después salir del cuarto.
Comenzó a caminar con pasos lentos y silenciosos por los pasillos de la mansión, hasta que llegó a uno adornado por varios cuadros. Miraba nostálgicamente los cuadros colgados en las paredes del pasillo a medida que avanzaba. Había una gran variedad de pinturas y cuadros de todo tipo, la gran mayoría de ellos eran de los "Pre-Raphaelistas".*(1) El más destacado de esa colección era un cuadro de «La muerte de Ofelia», perteneciente a la obra de Hamlet y cuyo artista eran John Everett Millais.
No tardó mucho en llegar al salón de entretenimiento, donde abundaban los juguetes de peluche o madera, clásicos juegos de mesa y otros de toda clase. Se acercó a la mesa del centro y donde reposaba bien guardado el juego monocromático de ajedrez. Podría decirse que era el juego de mesa que más gozaba jugar, a pesar de no seguir las reglas la mitad de las veces. Recordó las personas más importantes para él y con las que había jugado. Su fallecida tía, Angelina Durless —más conocida como Madame Red— aunque le hubiera "ganado" esa vez, fue por "distorsionar" las reglas del juego a conveniencia. También jugó con su prima y prometida, Elizabeth Essel Cordilia Middleford; aunque en esa ocasión él más bien le enseñó a jugar y memorizar los nombres de cada una de las piezas.
El conde suspiró. En el fondo realmente echaba de menos a su tía, también extrañaría a la pequeña, algo alocada pero encantadora Lizzy. Y si había una única cosa de la que se arrepentía, fue de todos aquellos secretos que no le reveló y le ocultó, fuese por la razón que fuese.
Una vez dejó de recordar, pasó sus dedos por la cajita de ajedrez hasta que —quizás por un impulso— no pudo evitar abrirla. Sujetó las piezas blancas y negras entre sus manos enguantadas, contemplándolas unos instantes antes de guardarlas nuevamente, de dos en dos, dentro de la cajita del tablero. No fue hasta que sólo faltaban dos piezas, ambas de color negro, que esbozó una expresión de cierto fastidio. Se trataban de las piezas del "Rey" y del "Caballo".
La molestia se debió a que de cierta forma y en ese mismo orden, esas piezas representaban al conde Phantomhive y a su mayordomo a la perfección.
Suspiró cerrando la cajita de ajedrez de un golpe seco, posando el par de piezas oscuras sobre la caja y siendo las únicas no guardadas en su interior. Finalmente, salió de la sala de juegos con pasos firmes.
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Mientras tanto, en los establos de la mansión, Sebastián iba preparando todo lo necesario para el carruaje. Ya había alistado el cuartero de caballos cafés y de negras crines, así como preparado el carruaje, guiando a los animales que lo tiraban al enfrente de la salida principal.
Ahora sólo faltaba llamar a alguien para que condujera el carruaje, por lo que se dirigió a la entrada trasera de la mansión. Pasó por la cocina y cruzando el pasillo que salía de ésta, llegó al oscuro salón dónde yacía un antiguo, pero muy funcional teléfono. Una vez contestó el hombre que siempre contrataba para que llevara el carruaje —cuando iba y venía de la ciudad con su Joven Amo— Sebastián habló uno momentos con él.
Con voz firme y seria, le indicó que llegara a la mansión lo más pronto posible. A juzgar por la forma tan nerviosa en que el hombre exclamó: «¡A-ahora mismo voy para allá!» desde el otro lado de la línea, el mayordomo estaba seguro que no tardaría mucho en alistarse para llegar.
No dijo más nada y colgó. Como el tiempo estimado de llegada del sujeto a la mansión era de veinte a treinta minutos, decidió ir a recorrer —por última vez— los jardines de la mansión de su Amo.
Recorría y observaba con sus ojos carmesíes todos los alrededores del jardín, estaba verdoso y bien cuidado. Se extendía bastantes metros desde el inicio de la mansión, hasta separarla del camino que llegaba a la ciudad. El demonio debía admitir que Finnian, a pesar de ser un jardinero algo torpe por su "fuerza bruta", sabía bien lo que hacía… al menos cuando no usaba fertilizante ligado con cloroformo para con las plantas.
Fue entonces cuando un agudo sonido hizo que el mayordomo girara la cabeza, centrando su vista en un árbol cuya mayoría de hojas ya habían caído. Era curioso… el otoño aún no se aproximaba y ciertamente, comparado al resto del verdoso jardín, ese árbol desnudo era una vista un poco deprimente. Sobre una de sus ramas yacía posado un pequeño cuervo, el cual miraba fijamente al mayordomo y viceversa. Cuando el ave de plumajes negros lanzó un segundo graznido, Sebastián sonrió levemente y se acercó al árbol, teniendo que alzar la vista para seguir contemplando al pájaro.
—Vaya, ¿acaso me llamaste, muchacho? —Preguntó el pelinegro, extendiendo su brazo derecho hacia el ave. Ésta lo miró unos segundos a los ojos, para luego revolotear y posarse sobre su mano. Sebastián rió levemente, pasando con gentileza su otra mano enguantada por las plumas de una de las alitas del animal—. Puede que te sientas algo solo ahora que "este cuervo" se marcha. Pero así lo quiere mi Joven Amo…
El cuervo tan sólo le veía con sus pequeños orbes grisáceos, centrándolos en el par de rubíes ajenos, casi como buscando más explicaciones a lo que el otro decía. El Michaelis sonrió de lado, casi con sarcasmo, elevando un poco el brazo sobre el que yacía el ave más cerca de su rostro, y volvió a hablar:
—De todas formas… espero que te pases más por los alrededores de la mansión y que vigiles que los sirvientes no causen destrozos, ¿me harías ese favor~?
Al final de esa oración, le dedicó una más ligera y casi triste sonrisa al cuervo. Casi como respondiendo y aceptando la petición del mayordomo, el animalito lanzó un tercer y más leve graznido; aleteando y revoloteando en círculos alrededor de él, para volar hacia el árbol desnudo y posarse exactamente sobre el mismo punto de antes.
—Muy bien, entonces… dejo la vigilancia de la mansión a tu cargo~
Poco después, el mayordomo notó que llegó el hombre que siempre conducía el carruaje, entrando por el camino que daba hacia la mansión. Por lo que sonrió satisfecho, y dándose la vuelta para dirigirse hacia el mismo, añadió una última cosa para el cuervito:
—Hasta siempre, muchacho. Cuídate mucho.
El ave lanzó un cuarto y último graznido, casi como despidiéndose del mayordomo de negro, viéndolo dándole la espalda y alejándose del árbol muerto.
Pocos minutos después, cuando finalmente todo estaba listo para la partida de ambos demonios, Sebastián y su Amo ya iban saliendo de la mansión. El primero abrió las puertas del carruaje, dejando pasar primero al jovencito y luego entrando él, cerrando la puerta a sus espaldas. Ya con ambos pasajeros adentro, el cochero tiró con un poco de fuerza de las riendas de los caballos, haciendo que estos comenzaran a caminar y tirar del carruaje.
El camino hacia el "destino" fue ciertamente neutral, ni muy corto ni muy largo, aunque para los dos demonios fue casi eterno. Cuando el carruaje se detuvo, fue unos cuantos metros lejos de una colina. Un poco antes de ésta, cubierto por algo de musgo, había un viejo cartel de madera seca y que recitaba: «PELIGRO: ACANTILADO MÁS ADELANTE»
El chico y el hombre bajaron del carruaje, el segundo le entregó la bolsita de paga al conductor. Éste se sorprendió por la cantidad de monedas y al preguntar por ello, sólo recibió la simple respuesta de que "podía quedarse con el cambio". Se alzó de hombros y decidió no hacer más preguntas, agradeciéndoles por su "amabilidad" ante dicha paga, y marchándose de allí.
Ahora sólo quedaban Sebastián y Ciel en dicho lugar.
Habían dado tanto dinero por la simple razón de que no lo necesitarían más…
En el lugar al donde pensaban ir no haría falta…
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Sobre un acantilado al borde del mundo, rebosante de curiosas rosas blancas y azules —de las cuales algunos pétalos salían volando debido a leve brisa que soplaba— caminaba Sebastián, con una cara de seria y triste resignación. Entre sus brazos cargaba a Ciel, sin ningún esfuerzo como de costumbre.
—Dígame, ¿a dónde deberíamos ir ahora? —Preguntó el mayordomo de ojos carmesíes, mirando fijamente al jovencito que tenía al descubierto su ojo derecho, dónde se apreciaba el símbolo del contrato.
—Eso no me importa ahora… —Respondía el recién renacido demonio, observando unos segundos al frente antes de continuar—. Porque donde vamos a terminar para ambos, demonios y humanos… es ése lugar donde todos somos iguales…
Sebastián seguía caminando, escuchando hablar al demonio más pequeño hablar y aún conservando su semblante serio. Fue entonces que el mayordomo se detuvo, estando ya a sólo un paso frente al risco del acantilado, mientras que a su lado seguían volando pétalos azules y blancos. Al sentir la agradable sensación que la brisa provocaba al impactar y acariciarle su rostro, el Phantomhive cerró unos segundos sus ojos… disfrutándolo.
—Se siente bien… como si se me fuera retirada una larga maldición —Decía con una sonrisa.
—Sí… y a cambio, se me ha otorgado una eterna maldición —Opinó el mayor, con su semblante serio cambiando ligeramente a uno de melancolía, aunque no por eso que había dicho.
Pudo sentir que el agarre en uno de sus hombros aumentó repentinamente, cortesía de la pequeña mano de su "Amo y Señor". Pero su aparente tristeza no era por eso, sino por "otra" razón muy distinta. Una que, como mayordomo, únicamente podía reservarse para sí mismo y no decir nada, lamentándose internamente. Ciel se giró serio hacia el de ojos rojizos, diciendo con tono autoritario:
—Tú eres mi mayordomo.
—Sí, lo soy… —Afirmó el adulto tras salir de sus pensamientos, con apariencia todavía seria y hasta cierto punto fría—. Soy su mayordomo… por toda la eternidad.
—Entonces… de ahora en adelante, sólo deberás darme una respuesta… —A medida que hablaba, el conde Phantomhive se sujetaba más fuerte a los hombros de su mayordomo—. Lo sabes, ¿no?
Sebastián cerró sus ojos, sujetando a su Joven Amo con algo más de firmeza. Eso fue para evitar que se le cayera de los brazos, una vez que saltó al vacío del acantilado. Ambos fueron rodeados por un torbellino de pétalos a la vez en que, perdiéndose en el vacío, la melancólica voz del Michaelis resonó:
—Yes, My Lord…
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Nota de Autora:
*(1) La hermandad de "Pre-Raphaelistas", creada en el año 1848 y siendo Sir John Everett Millais uno de sus fundadores, es un grupo de pintores, poetas y críticos ingleses.
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Bueno, ése fue el prólogo… o mejor dicho: el capítulo 00 (ewe)
Siendo mi propia versión del final de "Kuroshitsuji II", pero quitando los detalles de que Sebastián les enviaba esos "regalos" a los amigos de Ciel, ni el Phantomhive ni el mayordomo se despidieron, y se fueron sin decirle nada a nadie.
Con el paso del fic, se irán viendo ciertas diferencias comparadas al anime/manga.
Puede que algunas personas no simpaticen mucho con esas ideas, pero sólo les pido que si van a criticar, sean críticos pero no criticones (nope, no es lo mismo) todo consejo, comentario de aliento y/o crítica CONSTRUCTIVA se aceptara con gusto, siempre que no haya nada de insultos de ningún tipo. ¡Gracias~!
¡NOS LEEMOS!
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Fecha de re-edición: 10 de abril de 2019
