ADVERTENCIA: Esto es una precuela del fic Guerra. Se puede leer de manera independiente, pero son escenas que quedaron por fuera del espacio temporal de la historia principal. Sí, algo así como Ecos. Es todo.

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Reclutas


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Primer acto

Caradoc

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15 de Octubre de 1975

Había solo una máxima dentro del Escuadrón que nadie discutía.

«No tengas familia

Caradoc lo había tomado en serio mientras estudiaba en Hogwarts y aunque había sido tildado de exagerado, había rechazado de plano la invitación que le había hecho Violeta en sexto para ir a Hogsmeade. No porque le cayera mal o porque no se hubiese fijado en ella —que lo había hecho, cada vez que pasaba con ese perfume de primera hora en la clase de Encantamientos—, sino porque no quería distraerse.

Entrar en el Escuadrón de Aurores era su objetivo más grande y por eso había hecho todo lo que estaba a su alcance. Solía pedirle a la Profesora McGonagall que le repitiese lecciones o incluso que le enseñase hechizos avanzados que no entraban en el programa, porque sabía que podría controlarlos. Quería lucirse.

Quería demostrar de lo que estaba hecho.

Por eso siempre había dejado su sueño por encima de cualquier otra cosa. Había sido la persona más feliz del mundo el día que había recibido la lechuza de confirmación proveniente del Ministerio. Había creído a pies juntillas las recomendaciones de sus superiores y se había esforzado por brillar, sin formar lazos profundos con nadie.

Tener amigos era debilidad. No podía permitirse ser débil, porque él quería ser el más valeroso de todos.

Despreciaba a sus compañeros, que salían a tomar algo al terminar la práctica, como si se tratase de otra lección más. A Caradoc en cambio, no le importaba llegar a su piso vacío al caer la noche.

Era lo que tenía que hacer para poder ser un Auror respetable.

Sin embargo, no había podido deshacerse del perfume de Violeta.

Al final, se habían cruzado en Londres y no había podido resistirse a un café. Que se convirtió en otro. Y otro.

Habían quedado para la semana siguiente. Y luego la otra. Y la que le siguió a esa.

Caradoc llegaba a su piso oscuro y prácticamente desamueblado con el perfume de Violeta en la ropa, como si quisiese adherirse a su piel. Le inundaba todo el sitio, a pesar de que hacía horas que se habían despedido.

Se acostaba pensando en la práctica del día siguiente y en cómo esa vez, dejaría de claudicar y no volvería a acudir a la cita.

Nunca lo hizo.

A pesar de que la máxima era esa, Caradoc permitió que Violeta se mudase con él, bañando cada hueco con su perfume. Había descubierto por qué olía así de bien, porque la joven dedicaba una cantidad ridícula de tiempo desnuda frente al espejo luego de ducharse, pasándose crema por las piernas y luego el dichoso perfume, despacio, por detrás de las orejas, los pliegues del codo y hasta los tobillos.

Nunca había recreado una imagen tan erótica como la de Violeta al cerrar el grifo del agua. Ella se había quejado, entre risas, la primera vez que había interrumpido su ritual de belleza, pero muy pronto Caradoc se habituó a llegar al trabajo con la ropa oliendo a su piel.

Había logrado forjarse un nombre, a fuerza de empeño. El mismísimo Ojoloco Moody lo había felicitado, al concluir su formación, asegurándole que era una de las promesas de su generación.

Caradoc lo creía, porque para eso había dedicado su vida.

El perfume de Violeta seguía inundándole el aliento, incluso en la oficina.

Ella no había llorado la primera vez que Caradoc no regresó a la hora habitual. Sabía que las misiones empezarían y que su trabajo era peligroso, pero no había mediado palabra con él al respecto.

Había permanecido en la cama revuelta que no habían tendido en la mañana, aguardando toda la noche.

Al final, él había cruzado la puerta al día siguiente, luego del mediodía, con la sonrisa rota y rastros de sangre sobre la frente.

—Vale —había atinado a farfullar, quitándose las botas con los pies. —Esto es todo —sentenció, sabiendo que tendría que haberlo sido mucho antes.

Que nada de eso tendría que haber comenzado, y que el perfume de Violeta jamás tendría que haberse habituado a su túnica.

Ella se había bajado de la cama de un salto, para besarle la barba incipiente, sujetándole el rostro con las dos manos.

—No.

Le había quitado toda la ropa pesada y sucia, para llevarlo hasta su sitio sagrado de belleza, lavándole las heridas con mimo y en un silencio absoluto. Caradoc se dejó hacer, agotado.

Estaba rabiosamente feliz. La emboscada había funcionado y Moody confiaba en él. Estaba viviendo su sueño, al fin, y las marcas que se le habían impreso en la piel eran la prueba de ello.

Pero Violeta no se marchó, ni aquel día ni el siguiente.

Y siguió esperándolo, todas y cada una de las veces, con su perfume de siempre y el botiquín listo para auxiliarlo.

Caradoc sabía que iba a astillarse si intentaba echarla. Era egoísta, y quería seguir abrazándola las noches más oscuras.

La amaba.

Creyó que estaría bien. Jamás había hablado de ella, y nadie en el Escuadrón conocía su situación, por lo que aprendió a vivir en una forzada ficción de seguridad. Era él el que se ponía en peligro, solía repetirse en cada misión, recreando la imagen de Violeta sobre la cama, a salvo.

Esperando.

Sin embargo, la máxima seguía allí, flotando sobre su cabeza, acusándolo de haber fallado en la directiva universal, inequívoca.

—No quiero que dejes de ser quien eres. Te amo así, y te amo como Auror. Déjame quererte, por favor. Déjame...

«No tengas familia. No crees lazos. No tengas amigos

Esa noche, estaba furioso. Había deshechado aquel axioma hacía años, guardado bajo polvo en el cofre más oscuro de su mente. Ya ni siquiera lo recordaba.

Estaba enojado porque llevaba tres generaciones de reclutas nuevos que no prometían una mierda, y no podía entender cómo era posible que esa juventud fuese la que debería salvarles el culo. Solo unos bulliciosos gemelos pelirrojos le habían llamado la atención, pero iban a requerir una disciplina que no estaba seguro si soportarían. Aún se preguntaba por qué había aceptado el trabajo, cuando enseñar definitivamente no era lo que mejor sabía hacer.

La mueca de desagrado de Cassidy había regresado a su mente, enfureciéndolo aún más.

Parte de su mal humor también se debía a ella. No hacía ni una semana que había regresado de Hogwarts y ya llevaba chillando como una loca.

—El fin de semana saldrás con nosotras, papá —le había espetado nada más dejar el baúl en su habitación. —Me importa una mierda lo que tengas que hacer.

—Cas, la lengua —le había advertido Violeta, sin alterarse.

—Claro que quieres ir, ¿verdad? —insistía la maldita cría, frunciendo la nariz. —¡Vives aquí encerrada! ¿No puedes dejar ese maldito trabajo y hacerle compañía un rato?

Caradoc había resoplado, masticando la tostada aprisa. Estaba llegando tarde, y no tenía tiempo de volver a discutir eso por décima vez en la semana.

—Cariño, deja a tu padre en paz —había vuelto a intervenir Violeta con su sonrisa pequeña. —Tiene responsabilidades.

—Su familia es su responsabilidad.

—Lo es —había terciado Caradoc, huraño. —Y por eso tengo que cumplir mis obligaciones.

—¿Dejándonos tiradas?

—No, trabajando para que puedas comprar la maldita ropa que quieres.

Violeta había suspirado, intentando en vano frenar la discusión que se sucedía cada vez con más frecuencia en su casa. Cassidy parecía querer enfrentar todo el tiempo a su padre, a pesar de que había logrado llevarse bien con él de niña. En parte había sido mérito de la mujer, pues Caradoc nunca había estado muy de acuerdo con todo aquello.

—Nunca te pedí nada —había susurrado una madrugada sin luna, jadeando, aguardándolo acezante. —No quiero pedirte nada, solo... —Caradoc había resoplado de excitación, demasiado turbado para comprender lo que quería decir. —Solo esta vez. Intentémoslo esta vez.

Violeta se había salido con la suya, y el resultado estaba allí, demasiado temperamental como su padre.

Ese verano Cassidy cumpliría quince años y Caradoc se debatía entre echarle un silenciador o devolverla a Hogwarts por lo que quedaba de las vacaciones. Con un padre ausente y una madre extremadamente permisiva, la niña había moldeado un carácter explosivo, demandante. Era caprichosa, altanera y muy ruidosa.

Se había empeñado en que Violeta se aburría en casa, y había iniciado una cruzada por parecer una maldita familia, en el momento en el que Caradoc más trabajo tenía, con los inútiles que habían ingresado en el Escuadrón y la merma incuestionable de Aurores, sobre todo de los buenos.

Regresando a casa, esperaba que Cassidy se hubiese salido con la suya y se hubiese marchado con su madre, o aún mejor, que simplemente se hubiese esfumado con sus amigos. Necesitaba un poco de paz. Tal vez incluso, si la niña no estaba, podría volver a espiar descaradamente a Violeta en su salida de la ducha, el viejo ritual que no se dormía ni con los años. La piel de la mujer ya no era tersa, pero a Caradoc el aroma de su perfume seguía poniéndolo a mil, como la primera vez.

Entonces, la máxima encerrada en lo más profundo de su memoria se agitó, saltando disparado sobre su coronilla.

Paladeando la victoria.

Cayó como una daga certera, directamente a su cabeza.

Había llegado a casa.

No sacó su varita, se permitió hacerlo todo con las manos, abriéndose la carna a medida que iba quitando los escombros de su paso. No había Marca resplandeciendo en el cielo.

«No tengas amigos

Debajo de la mesa donde había desayunado esa misma mañana, estaba Cassidy. El cuello se le había torcido y todavía tenía fresca la expresión de pánico. La varita quebrada estaba sobre su brazo, había dado pelea.

Tenía catorce años, y había dado pelea. Lo llevaba en las venas.

Caradoc la tomó por los hombros para sacarla de allí, consiguiendo recostarla sobre el suelo cerca del pasillo, donde estaba menos destruido.

«No crees lazos

Se había tambaleado hacia atrás al ver el cuerpo allí tendido, macabro, imposible. Había tardado en comprender que tenía que buscar algo más que eso, con los codos sangrantes, debajo de lo que alguna vez había sido su hogar. Cuando cayó en la cuenta, volvió a la carga, desesperando, intentando dar con alguien más.

No tengas familia.

Violeta estaba en la puerta del cuarto, todavía tenía el cabello mojado. Parecía que había querido correr en auxilio, a juzgar por la expresión de terror que le quedaría tatuada por toda la eternidad.

Caradoc cayó de rodillas, dejándose atravesar por la maldita máxima que jamás tendría que haber ignorado.

«No tengas familia

El perfume de Violeta todavía podía olerse, suspendido sobre los escombros y la miseria.

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Bueno, bueno. ¡No vayan a matarme! Ni a hartarse de mi explosión de productividad, por favor.

No quería subir esto hasta dentro de otro rato, pero las cosas se fueron dando y... ya estaba listo para ser mostrado. No sé si alguna vez lo comenté, pero soy un fracaso guardando cosas que escribí para esperar el momento indicado. Siempre quiero compartirlo apenas di el último punto.

Como les había prometido, esta es la historia que quiero regalares por los cuatrocientos reviews de Guerra. Ya sé que no llegamos aún, pero como Reclutas será una colección de viñetas, pues no me pareció tan malo empezar ahora. Tengo calculado que serán entre siete y diez capítulos, todos sobre los acontecimientos previos a 1977 que es donde da comienzo el fic.

También les dije que profundizaría más sobre la relación de Dorcas y Benji cuando niños, y eso haré. Pero quería empezar por un personaje que yo francamente adoro —sí, en verdad adoro a todos mis personajes, no puedo negarlo— y que llevaba demasiado tiempo sin que su historia se diese a conocer.

Tenía lista la vida de Caradoc desde que apareció como el entrenador de los futuros Aurores. Cómo había llegado hasta ahí, por qué y qué es lo que lo hacía ser tan malhumorado y sobre todo, reacio a los fuertes lazos que mostraban Alice y los demás, todo eso queda ahora explicado con esta pequeña introducción. De cualquier manera, tenía pensado también incluirlo en Guerra, en boca de los demás, pero quería que conocieran de primera mano la historia de uno de los pilares de la Orden, al menos en mi cabeza.

Ojalá les haya gustado tanto como a mí, y, como siempre, hayan podido comprender un poquito más al personaje.

GRACIAS POR TODO SU APOYO. De verdad, son fantásticos y no sé si mis inagotables ganas de seguir contándoles la enorme historia que tengo en la mente existirían de manera tan enorme de no ser por todo su cariño.

¡Felices 350 reviews a Guerra y gracias por seguirme en cada maldita historia que quiero contar!

Me dan alas, se los juro.

¡Nos estamos leyendo muy pronto!

Y si llegaste hasta aquí, un océano infinito de gratitud.

Ceci Tonks.