Algún día

De Vale Sensei/Tinta Roja

Estaba harto y la única solución que le veía a su vida era acabar con ella. Las responsabilidades que se le habían impuesto sólo eran una carga que llevaba con odio en el alma. Él quería vivir libremente, sin ningún tipo de ataduras. Se consideraba un alma libre, así como el viento, y deseaba de todo corazón que su vida fuera guiada por la leve brisa que acariciaba su cabello. Era infeliz. Lo fue desde que sus padres y su tan adorada hermana decidieran emprender el viaje hacia el infinito mucho antes que él. Por lo se volvió un chico rebelde, indomable como una fiera, un dolor de cabeza para la tía Elroy.

Desaparecía por días sin que nadie supiera de él. Se dejó el cabello largo y la barba crecía desordenada. Recorría el bosque que quedaba detrás a la mansión, que quedó para él. Lo único que le recordaba la mansión eran recuerdos amargos por la partida de ellos y quimeras que se materializaban en lágrimas de rencor. Por eso, prefería irse a caminar libremente y dormir bajo la intemperie. Incluso, adoptó a un zorrino al que le llamó Pupé.

Por más que lo intentaba, no conseguía ser feliz. De modo que un día tomó la decisión de amarrar una soga a un árbol y ahorcarse. No sería una muerte soñada, pero sí segura. Había intentado otras tantas cosas, pero el miedo lo vencía. Una vez brincara dentro de la soga, ya nada lo salvaría y se reuniría con ellos en cualquier lugar donde las almas iban a reposar.

Preparó el nudo fuerte, así como lo aprendió desde pequeño. Sabía hacer todo tipo de nudos y éste tenía que quedar perfecto. Puso un tronco justo debajo de la soga para luego empujarla y quedar guindado. Sentía una rara calma, pero también tenía ansias de terminar con todo. Se despidió de Pupé, lo envidiaba y muchas veces deseó estar en su lugar. Los animales estaban ajenos a esta carga que le imponía la sociedad de llevar hacia adelante la responsabilidad del patriarcado de los Andrew.

Trepó, se puso la soga en el cuello. Decidió escuchar todos los ruidos que le ofrecía la naturaleza, todos los colores que quizás no vería jamás; escuchar el río que lo acompañó durante tantos días y noches de soledad. Pero el sonido del río vino acompañado de los gritos de desesperación de alguien. Se asustó. No estaba en los planes que alguien atestiguara por accidente su suicidio, por lo que se bajó y se acercó al río. Allí vio a una chica que caía con un bote pequeño por la quebrada.

Su primer impulso fue rescatarla y así lo hizo. La trajo hasta la ribera del río, junto a una pequeña fogata que allí se reducían a cenizas. Y la observó. Su rostro le resultó familiar. Quiso tocarla y trazar con sus dedos cada línea que la definía. Se acordó de aquella niña particular que lo hizo reír en una ocasión en la que se sentía infeliz. Pasó un largo rato y la chica despertó. Al verlo, peludo y barbudo gritó llena de pavor y se desmayó. La inocencia de ella lo llenó de ternura y aquellos ojos verdes le quitaron todo deseo de quitarse la vida porque éstos le inspiraban una nueva ilusión, una esperanza de que algún día sería feliz como lo fue aquella vez que la vio en la colina…