Hola chicas!
Una vez más yo, aquí, escribiendo una nueva idea y otra vez como mi temática algo juvenil, mmm porque parece que para allá va mi estilo, definitivamente, ¡es que es muy entrete! Jejeje.
Bueno, que les puedo decir ¡Espero que les guste y por supuesto, amaré si me dejan review para contarme qué les pareció el fic!
Besitos,
Karen
Summary
Bella, Alice y Rosalie son vecinas y amigas de la infancia y los siguen siendo aunque ya han salido del colegio. Gozan de la vida, de su soltería y sobre exponen permanentemente su amistad con apuestas. Éstas, son siempre con hombres. Continuamente se están probando y compitiendo por los chicos, pero sólo por el afán de jugar. Por supuesto, no todo será tan fácil.
Bella, a pesar de vivir la vida a concho y mostrarse muy liberal y sin ataduras, en su fuero interno carga con un secretito de su pasado que tiene relación a otro muchacho vecino de toda la vida: Edward Cullen. Pero, ni siquiera sus amigas saben cuál es el real escollo en el pasado de Bella.
Capítulo I
El vecinito
—Lo que quieras a que es mío primero —desafié a Rosalie y ella enarcó una ceja.
—Reto aceptado —extendió su fina y perfecta mano blanca para presionar la mía.
—¡Eh, chicas! —gritó Alice, obligando a voltearnos— ¡Vengan, vengan! Aquí viene nuestro vecino guapetón nuevamente— ¡Y va a lavar su coche! —corrimos hacia la ventana más grande de la habitación, donde estaba nuestra amiga y que daba justamente a la parte delantera de su casa y obvio, con la mejor panorámica al antejardín del vecino. Nos agolpamos las tres hacia el vidrio, donde quedamos casi estampadas como sardinas.
—¡OMG! —exclamó Rosalie, feliz y burlesca a la vez.
—¡Mira ese trasero! —me mordí el labio inferior, podía imaginarme pellizcando el fibroso y suave derrierre del vecino, más sensual del barrio.
—¡Qué el cielo lo cuida y lo proteja! —musitó Alice en un suspiro sarcástico y rompimos a reír las tres en carcajadas que rebotaron dentro de la habitación.
—¡Si está cómo quiere! —agregué finalmente y soltamos otra risotada que obligó a la señora Brandon a golpearnos la puerta. De pronto se entreabrió y en medio se asomó la mamá de Alice, su clon, sólo que con unos cuantos años de más, pero los mismos rasgos duendinos.
—¡Shhhhhhhhht! —elevó su dedo índice a la altura de sus labios juntos y volvió a cerrar la puerta, desapareciendo tras ella. Intentamos disminuir el volumen de nuestra conversación y por sobre todo, de las risas.
Nos volvimos hacia la ventana nuevamente. El chico ya había sacado la manguera y rociaba su cuatro por cuatro, empolvado. No llevaba camiseta, tan sólo unos bermudas artesanales de jeans, casi despedazados por completo. Andaba descalzo. Tenía una espalda enorme, fibrosa, muy marcada y fuerte, con algunas pecas en la piel. Llevaba el cabello oscuro, cortísimo, pero igualmente sensual. Cada uno de sus movimientos eran sexies y deliciosos. Aún no sabíamos su nombre, aunque ya llevaba un par de semanas siendo vecino de Alice. Rosalie y yo vivíamos a un poco más de una cuadra de allí, pero, un chico tan exquisito como él no pasaba inadvertido ni aquí ni en la China, así que ya todos, o más bien dicho, todas, nos habíamos pasado el dato de lo gratamente sensual que era aquel muchacho nuevo.
Completó de espuma la camioneta, inclinándose hacia delante y dejándonos su pomposo trasero en primer plano, luego, se agachó hacia las ruedas, mientras formaba círculos con sus musculosos brazos.
—Será mío, Bella —gimoteó Rosalie entre labios.
—¡Eso está por verse! —la volví a desafiar. Alice nos miró de soslayo y sonrió, negando con la cabeza.
—Mmmm, creo que voy por Bella, Rose ¡Lo siento! —musitó mi menuda amiga, a quien ahora le tocaba el turno de árbitro.
Por lo general, dos apostábamos y la tercera hacia de juez. Los resultados eran bastante variables, en verdad, teníamos las mismas oportunidades unas y otras. Nos quedábamos con los chicos hasta que nos aburríamos y luego, cuando aparecía una nueva presa, comenzaba la sana competencia nuevamente.
Nos iba bastante bien con las apuestas, tan sólo una vez tuvimos problemas y fue porque el chico con salía Rose se enteró de que era producto de una jugada y por supuesto, la mandó a freír monos al África. Fue un tanto complicado, porque a nuestra amiga le había empezado a gustar de verdad Royce King. Sin embargo, él, un tanto mayor que nosotras —cinco años— se sintió profundamente ofendido y por supuesto, se alejó por completo de nuestro lado. Después supimos que conoció una chica en su nuevo trabajo y se casó. Ahí finalizó, del todo, el amor que Rose sentía por él.
Las tres éramos íntimas, partner, desde pequeñas. Habíamos ido a la misma escuela y al salir, a pesar de que cada una escogió áreas muy distintas de las otras, seguíamos siendo inseparables. Estábamos en la misma facultad, pero Alice estudiaba enfermería; Rose, literatura y yo, ingeniería. Pero seguíamos siendo las mejores amigas de la vida.
Esa noche habría fiesta de inicio de año en la universidad y por supuesto, iría nuestro saludable vecinito. Ya estábamos en segundo año y las súper mega inauguraciones de años ¡Prometían! La del año anterior había sido ¡formidable! Aunque había terminado tan ebria que acabé vomitando en el baño, pero en fin, hasta lo que recuerdo —las cuatro de la madrugada— había sido fenomenal. Tenía la vara muy alta para este nuevo año, sobre todo considerando mi nueva apuesta.
Seguíamos en la ventana, cada una alucinaba con un "¡Oh!", "¡Guauauuuu!", "¡Uf, tan sólo unas horitas con él!". De pronto, y contra todo pronóstico, el chico que ya estaba del otro lado del coche, elevó la vista y nos dedicó las más pícaras de las sonrisas, marcando unos hoyuelos en sus mejillas que lo hacían aún más sexy.
—¡Nos vio! —exclamé avergonzada.
—¿Te retractarás? —me desafió Rose de inmediato.
—¡Nada que hacer! —susurró Alice sin despegar la vista de la ventana y elevó su mano para corresponderle el saludo. Él levantó la mano y abrió aún más su sonrisa sexy. ¡Nos tenía a sus pies! Y lo sabía… mmmm, eso lo haría aún más divertido.
—Nos vemos en la noche rico súper sexy —exclamó Rose para sí misma.
—Así es… y serás mío, ¡miísimo! —al oír mi aseveración, mi contrincante me dedicó una sonrisa torcida queriendo decir "eso–está–por-verse". Reí y enarqué ambas cejas.
—¡Y empieza el duelo! —Alice soltó una risita.
A las nueve en punto Alice nos pasó a recoger. Tenía un descapotable rojo que, aunque antiguo era de lo más llamativo, nada que ver con mi camión antiquísimo, ruidoso y con más desperfectos que funciones activas. Rose ya venía de copiloto y con ropa tan ajustada que parecía latex, pero había que reconocerlo la chica era guapísima, se parecía a gatúbela en sus mejores tiempos.
Alice tenía un estilo más romántico, aunque no menos sensual. Se había hecho rulos en la punta de su cabellera castaña, llevaba una blusa blanca, pero que arriba tenía una especie de corsé que realzaba su pequeño busto y le formaba una cintura aún más diminuta, y por supuesto, los infaltables jeans ajustados, acompañados de tacones aguja. Por mi parte, había escogido un top sin espalda color plata, sólo amarrado en el cuello y con un par de tiritas que cruzaban mi cintura, jeans ajustadísimos, azul petróleo y tacones, obvio.
Aparcamos en uno de los tantos estacionamientos de la facultad. La fiesta era en el gimnasio. En cuanto entramos un par de chicas, especie de recepcionistas, nos recibieron con antifaces platinados, negros, rojos y dorados; cabelleras brillantes de papel metálico, collares, pitos, cornetas y un golpeadito. Éste era pre-requisito para ingresar. Nadie que rechazará el trago podía entrar. Bueno, bueno ha decir verdad, habían excepciones, pero nadie en su sano juicio se negaba, era una manera de "calentar motores" para lo noche.
Una vez que pasamos las puertas, la música se nos introdujo por los oídos y las vibraciones nos erizaron la piel.
—¡Genial! —exclamé embobada.
—Esto está aún mejor que el año anterior —continuó Rose.
—¡Esta noche es nuestra, chicas! —aulló Alice.
De la nada, aparecieron un par de chicos, morenazos y sensuales, vestidos de esclavos egipcios, por supuesto una ironía, que nos abanicaron con unas inmensas ramas de hojas verdes.
"¡Bienvenidos al paraíso!" se leía en la pantalla gigante instalada en el fondo y que daba directo a la pista de baile. Las luces jugaban sobre las miles de cabezas que movían los cuerpos al ritmo de Dj Jaruja. Caminamos cuidadosamente por el costado de la pista en dirección hacia la barra. Miles de pedacitos metálicos volaban sobre nuestras cabezas, al igual que caras eufóricas de música, alcohol y vaya a saber uno cuánta cosa más…
Llegamos a la barra y un muchacho de quinto grado la atendía, era Jasper Whitlock. Un rubio guapísimo, con facha de soldadito de la guerra de Secesión. Trabajaba arduamente junto a una chica, que probablemente era su compañera de grado. Ambos parecían muy compenetrados. El rubio encandilante jugaba con las botellas para entretener al público, mientras varios pares de ojos, sobre todo de mujeres, lo miraban con atención y quizás, admiración, él tenía fama de inteligente, cauto y metro sexual. Sin embargo, era serio, estoico y misterioso.
—Tres roncolas —pidió Rosalie al barman sexy, gritando por el ruido. Él asintió, bajando las manos en busca de las botellas adecuadas. Colocó los vasos sobre el mesón de la barra, luego les puso hielo y los llenó de ron y bebida cola, más unas hojas de mentitas.
—¡Gracias! —espetó Rose con una de sus sonrisitas más seductoras. Yo también lo hice, pero sólo cuando tocó el turno de Alice, él respondió.
—¡De nada! —guiñó unos de esos maravillosos ojos verdes, mientras le sostenía una sonrisa. Mi amiga quedó sin aliento.
—¡Vieron, vieron! —exclamó eufórica, moviendo las manos como energúmena, simulando que se hiperventilaba.
—¿Y eso? —enarcó Rosalie con una sonrisa un poco envidiosa, por supuesto, no se convencía que el chico le hubiese dedicado una risita a Alice y no a ella.
—Le gusté yo —aseguró Alice.
—Eso está por verse… —los ojos de la rubia se llenaron de competencia.
—¡Eh, Rose, olvídate! Ahora estás en otra apuesta ¿o acaso lo olvidaste? —le recordó Alice, torciendo una risa burlesca, en tanto Rosalie soltó algo parecido a un gruñido.
Hicimos el respectivo salud y nos condujimos a la pista de baile. De fondo se oía una música muy sensual. Bailamos las tres sólo para atraer las miradas de nuestras potenciales presas. Cada una sabía mover las caderas de modo muy sensual, tanto como para dejar con la mandíbula en el suelo al cualquier hombrecito corriente. Además, ellos por sí solos, se hacían una falsa idea de nosotras, una, que les quitaba el sueño y les revolvía las hormonas: lesbianas.
Por supuesto, no lo éramos, ni pizca, pero nos encantaba jugar con la idea cuando bailábamos, sólo para que ellos cayeran como conejos recién cazados. Era parte de nuestro plan perversito, pero nada muy malo. ¿Qué hombre no soñaba con un trío? ¡Y para que hablar de uno contra tres! ¡Uf! Les aseguro que el sexo fuerte amaba esa idea. Bueno, nosotras le hacíamos creer que podían hacerla realidad.
Nos terminamos la primera ronda de tragos y seguimos moviendo nuestros cuerpos de manera sensual, al borde, de la indecencia. A estas alturas teníamos varios mirones que nos rodeaban con sus ojos y nos penetraban con su deseo. De pronto, se me desvió la mirada directo a un par de ojos color almendra y una corpulencia física deliciosa: ¡El vecino!
Le di un codazo a Rose y ella a su vez a Alice. Con su dulce picardía, Alice caminó hacia el muchacho y le extendió la mano para que la siguiera. No dudo en hacerlo, mientras al resto, se los comían los celos.
El guapetón se comenzó a mover sensualmente, rodeando con sus brazos a Alice y a mí, mientras Rosalie le movía las caderas, quien mantenía una risita de satisfacción. Sabía que era la envidia de muchos en ese momento. Los ojos de nuestra apuesta se clavaron en mi rubia amiga. Supe que era mi turno. Lo rodeé por el cuello y lo obligué a poner sus manos en el límite entre la cadera y mi derriere. Sus dedos se apretaron en mi carne. Era mi momento. Moví las caderas de modo que él las sintiera menearse bajo sus dedos. Noté que Rose hizo un gesto de disgusto y continuó bailando para que él la mirara. Alice sonreía, ahora era árbitro.
Sus manos se deslizaron un poco más allá del borde redondeado de mis caderas. Reí y él enarcó una ceja, descendiendo hacia un pedacito de mi glúteo, mientras me daba una leve palmadita. Rose lo notó y se interpuso entre nosotros sin mayores tapujos. Los ojos del vecino se llenaron de malicia, había notado que nos "peleábamos" por él, aunque ignoraba que era debido a una apuesta.
Cuando la cosa se puso medio tensa llegó tierra neutral a salvarnos: Alice. Se interpuso entre nosotras y finalmente se quedó bailando con él.
—Iré por un ron —le avisé a Rose al oído. Ella asintió y me siguió. Llegamos a la barra y mientras esperábamos nuestros tragos se acercó Edward Cullen.
—¡Ahí viene de nuevo! —me susurró Rose al oído.
—¡Valor! —exhalé irritada. Él venía con una sonrisa en los labios. Cualquier mujer en el mundo moriría por él… menos yo. Lo nuestro había quedado atrás, hace mucho, mucho tiempo y él se resistía a entenderlo.
