Adagio del Tiempo
Primera parte.
Prólogo.
Había silencio, una paz que aunque sabía que era efímera, el rey saboreó como haría un goloso con un caramelo en la boca. Casi ni se acordaba de lo que era estar sentado en la hierba, disfrutando del sol de primavera. A su lado, había un libro con una señal colocada y una flauta plateada. Por encima de la hierba, dispersas, estaban algunas hojas de una partitura que había tratado de componer. Hacía tiempo también que no se sentía capaz de crear ninguna nueva melodía. En los últimos años, era raro el momento que podía dedicar a relajarse. Había tanto que hacer, tanto que leer, firmar, aprobar, juzgar... Delegaba sus funciones a gente que contaba con su confianza, pero siempre había algo para lo que necesitaban su autorización. Miró a su alrededor: el jardín privado de su pequeño palacio, a dónde se había mudado tras su decisión de vivir en Kakariko. Estaba rodeado por una verja de hierro y macizos de flores salvajes. Sentado bajo un sauce llorón, pasaba las horas libres que podía rescatar. El velo de hojas le cubría del resto del mundo, le alejaba de sus problemas. Allí, se quitaba la corona, que dejaba en una rama. Cerró los ojos y se recostó cual largo era. Había crecido bastante, ahora llegaba al metro setenta y cinco. Eso sí, seguía con la cara redonda y dulce de niño, y la piel blanca y suave como la porcelana. En las manos femeninas lucía callos de tocar, practicar con el arco y también de firmar y escribir.
El rey Link V Barnerak tenía 17 años. Como muchos chicos de su edad, deseaba crecer, conocer, experimentar... Sin embargo, las tareas reales no le permitían alejarse ni un día. "Por fortuna, tengo a Saharasala, Leclas, Kafei... Ellos me ayudan con los nobles, los impuestos, los niños huérfanos..." Pensando en los sabios de la Sombra y del Bosque, recordó a Zelda, el único caballero que había ordenado. En esos momentos estaba en Labrynnia. La heroína de Hyrule recorría el país, siempre enfrascada en sus aventuras como protectora de los débiles. De vez en cuando recaía en Lynn, su ciudad natal, para descansar y ver a su querido padre. Era su único lugar fijo de residencia, y allí recibía las cartas de Link, su amigo, el rey de Hyrule.
"Ojalá viniera más a menudo a verme. La echo de menos..." Link acarició la piedra telepatía en forma de estrella. "Es curioso, antes teníamos una relación más estrecha, cuando estábamos en peligro y había que luchar... Ahora que vivimos tiempos pacíficos, apenas nos vemos.
Apoyó las manos detrás de la cabeza y entrecerró los ojos, para captar mejor los rayos de luz que iluminaban las hojas. El viento sopló y las agitó. Vio... Raíces, unas raíces enormes que cruzaban la tierra. Le estaban buscando. Alteza... cuidado... cuidado.
- ¡Link!
El rey se sobresaltó tanto que se dio un golpe contra el tronco.
- Aquí estás.
Una sombra le tapaba la luz del sol que tanto le había reconfortado. Link se frotó los ojos.
- Buenas tardes, Leclas.
El sabio del Bosque apartó la cortina de hojas y penetró en el santuario.
- Menudo rey que estás hecho... Ahí, tirado. Si ese viejo cursi que tienes por secretario viera que haces con la corona, le daría un ataque.
- Ya le dan cada vez que te ve con esas ropas. – comentó Link mientras recogía su corona.
Leclas no era el más elegante vistiendo en Kakariko. Desde que tenía su cargo real, y dinero para sus gastos, se compraba ropa extravagante de colores imposibles: como era primavera, llevaba ropas naranjas con estampados de topos amarillos. Pantalones largos que le cubrían hasta los tobillos, unas botas magníficas con hebillas relucientes y una larga camisola eran su atuendo habitual. Además, no había perdido la costumbre de llevar un gorro puntiagudo y una maza colgada del cinturón de metal.
- Siento molestarte en tu día libre, pero hay un asunto que te requiere. He intentado disuadirles, pero son muchos y más fuertes que yo.
Link guardó la corona en los pliegues de su exquisita túnica azul.
- El pueblo me reclama, entonces. – Link cogió también un libro que había dejado entreabierto. – Diles que les recibiré con gusto en este salón del trono natural.
Leclas silbó, y una algarada de pillos invadió el refugio. Link volvió a sentarse con la espalda apoyada en el tronco del sauce. Contempló a su audiencia y preguntó:
- ¿Por dónde nos quedamos el otro día, alguien me lo dice, por favor?
Leclas observó la escena desde un lugar alejado. Con los brazos cruzados sobre el pecho, contempló el rostro del rey. "Cada vez está más pálido, y esas ojeras... Debería descansar más, y no hacer estas cosas"
El sabio se llevó la mano al pecho. Había sentido un pinchazo, un leve dolor que le indicó que algo se avecinaba. Pero en aquel luminoso domingo de primavera todo parecía lejano.
