DISCLAIMER: Ninguno de los personajes (salvo dos) me pertenecen. Todos ellos y lo escrito en negrita(que se mostrará posteriormente) pertenecen a J. K. Rowling. Yo sólo escribo con ánimo de entretener, sin ningún fin de lucro.

ATENCIÓN: ¡Spoilers de los libros!

El sexto año de Harry no sólo contó con su relación con Ginny. Si bien me he decidido por un Harry solitario y, más importante, soltero, tuvo sus amoríos de adolescente. Los cuales honestamente voy a decir fueron muchos y de todo tipo. Más que nada para dejar a algunas personitas contentas con las escenas que tengo pensadas.


El Juego del Amo de la Muerte

Preludio

...

Aquella mañana había comenzado extraña. El aire estaba muy pesado y los alumnos veían sin demasiadas ganas la cantidad de clases que debían tomar ese día. Y era particularmente molesto para un estudiante en especial, siendo éste Harry Potter, puesto que sentía que si volvía a ver a Umbridge otra vez, explotaría. Y vaya que no sería del gusto.

El azabache se encontraba en la Sala Común de Gryffindor, observando cansadamente cómo sus mejores amigos, casi hermanos, parecían discutir por algo en especial. Algo que, simplemente, le era indiferente.

Se acarició inconscientemente el dorso de su pálida mano; la piel cortada dejaba poco y nada de ver la frase; no debo decir mentiras. Estaba cansado ya de tener que lidiar con todo junto: el mundo mágico acusándolo de mentiroso y mocoso que busca llamar la atención, su nueva profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras que parece disfrutar haciéndole la existencia imposible, sus constantes ataques de violenta ira y el flamante ardor en su distintiva cicatriz.

Suspiró.

Era mucho pedir ser un poco más normal, ¿verdad? Hasta había sido atacado por criaturas mágicas donde se suponía no iba a pasarle nada. Bueno, puede que no haya estado justamente en el lugar seguro, pero aún así…

Ron y Hermione continuaban discutiendo, ahora con un tono de voz más elevado, y él comenzaba a cansarse. No entendía por qué si ni siquiera los estaba escuchando.

Se sentía mareado; desorientado; su cicatriz hormigueaba pero incluso era una sensación que le provocaba cierto placer. Lejos del dolor, llegaba a gustarle.

Se horrorizó ante el pensamiento.

Sus dedos comenzaron a temblar con insistencia. Intentó sujetar sus manos pero entonces sus brazos comenzaron a temblar y tuvo la temeraria sensación de estar pronto a sufrir epilepsia. Pero aquello era ridículo, ¿verdad?

Hermione fue la primera en notarlo y se precipitó hacia él, suplantando su enojo por preocupación, tocando sus hombros. Éstos, ante el contacto, comenzaron a temblar por igual. Ron se acercó a ellos, asombrado por lo que veía. Su mejor amigo parecía sufrir un ataque de pánico.

—¿Harry?—escuchó y quiso responder mas le fue imposible. Su lengua no respondía, sus fracciones faciales tampoco. Sólo su cuerpo se mantenía en movimiento, temblando sin cesar. Hermione volvió a sacudirlo, ahora siendo ella la que entraba en pánico al verlo así, temerosa—. ¡Harry! ¿Qué sucede? ¡Harry! ¡Harry!

Algo tiró de su ombligo, ocasionándole un mareo y provocando que cerrase sus ojos con fuerza. Oyó gritos. Gritos que se fueron multiplicando con el paso de los segundos. Sintió sus temblores acabar y su cuerpo cayó contra el cimiento, gimiendo de dolor en el proceso. Más quejas semejantes lo imitaron, confirmándole que no estaba solo.

El golpe aún lo aturdía.

Harry abrió lentamente los ojos. Supo orientarse y reconocerse en el Gran Comedor. Las velas estaban apagadas y el techo encantado del salón reflejaba impresionantemente llamas de fuego ardiente. No había cielo que admirar, pero por suerte no se sufría ningún tipo de calor. Salvo la iluminación anaranjada del fuego, nada más le quitaba las penumbras al lugar. Poniéndose de pie con cautela y algo de dificultad, pudo reconocer las cuatro mesas de las casas, y al final del salón la mesa de profesores.

Grande fue su sorpresa al ver un trono detrás de ésta. Era enorme, inmenso y muy admirable. Podría llegar fácilmente a tocar el techo cualquier persona que se pusiese de pie sobre el gigantesco respaldo. Parecía estar hecho de árboles, aunque Harry bien podía distinguir estructuras de plata en varias extensiones.

El barullo lo devolvió de nuevo a la realidad. A su alrededor, distinguió muchas personas poniéndose, o intentando hacerlo, de pie. Ron y Hermione lo buscaron con la mirada y corrieron a su lado cuando lo encontraron. Sus expresiones se veían preocupadas pero les sonrió para tranquilizarlos. Ambos se calmaron; al menos ya estaba mejor.

No pasó mucho tiempo para que el resto del alumnado estuviese enteramente compuesto y más de una mirada jadeó de asombro al ver el techo. No obstante, Harry pudo divisar cómo los adultos dirigían su vista al frente, justo donde se encontraba el trono.

—Dumbledore—oyó hablar a la profesora McGonagall, y todos los presentes observaron al anciano director. El mago dejó de mirar el trono con seriedad y contempló a la mujer—, ¿qué ha sucedido?—Minerva lucía confundida y algo preocupada. El Gran Comedor lucía diferente, bastante atemorizante.

Albus iba a responder pero el fuego del techo se sacudió con violencia y los presentes se agazaparon en gritos de sorpresa cuando las llamas se extendieron hacia el suelo. Las llamaradas crispaban y flameaban audiblemente, pero pronto se detuvieron, dejando la sala en silencio.

Nuevos gemidos se dieron a oír y Harry lentamente se incorporó, buscando con la mirada.

—¡Profesor Lupin!—llamó Hermione no muy lejos de su posición, y el último Potter observó con sorpresa a su antiguo profesor. Remus Lupin se sacudió la ropa cuando se puso de pie y miró en su dirección, tan desorientado como se pudiese estar. El hombre miró a su alrededor, confundido.

—¿Qué estoy haciendo en Hogwarts…?—su mirada se clavó en la mesa de profesores y lo que había detrás de ella.

Harry ignoró los murmullos de la gente. Observó cerca de Lupin cómo se ponía torpemente de pie una muchacha de cabello ahora verde; Tonks lucía mareada y algo pálida. Próximo a Dumbledore, se colocó Ojoloco Moody. El exauror tenía el ceño fruncido y una clara mueca de disgusto e incertidumbre. Cerca de ellos un grupo de cuatro personas de cabelleras rojas se hizo ver; Ron al instante corrió hacia ellos, donde también se reunió Ginny, incorporándose a los presentes Weasley; Molly y Arthur miraban a sus hijos, mientas que quienes reconoció como Bill y Charlie Weasley observaban a su alrededor con atención y precaución. Los miró compartir un par de palabras inaudibles desde su distancia, y regresó la mirada cuando otra figura se puso de pie. Cuando ésta se dejó ver, una niña de tercero gritó alarmada.

—¡Es Sirius Black! ¡Es él! ¡Sirius Black!—por si no fuese poco, el alarido atrajo la atención de todo mundo. El animago parpadeó realmente desubicado y encontró los ojos de su ahijado. Harry compartió su incertidumbre por un momento.

—¡Atrápenlo!—vociferó una voz que rebuscaba sonar autoritaria. Fudge se entrometió entre los estudiantes para dejarse ver, seguido de la indiscutible presencia de Percy Weasley. Lució confundido por unos segundos, cuando notó que no había nadie que acotase sus mandamientos, pero volvió a ponerse firme—. ¡Atrápenlo!

Harry se dejó guiar por sus pálpitos acelerados. Con prisa, se colocó delante del animago y dio frente al Ministro con el ceño fruncido. Fudge contempló al adolescente y arrugó el entrecejo.

—¡Ahora no, Potter! ¡Quítate del medio! ¡Apártate!

El aludido ni se inmutó.

Fudge parecía pronto iba a explotar. Su rostro comenzó a colorearse de rojo brillante y bufó casi como un toro. En cualquier otro momento, Harry se hubiese reído pero estaba demasiado nervioso como para hacerlo. Un hombre de mediana edad, de tez morocha y ojos oscuros, se aproximó al Ministro por detrás, murmurando algo al oído del político. Lo que sea que hubiese dicho, pareció calmar a Fudge. El mismo se recompuso y miró a su alrededor con suficiencia, acomodándose el traje.

El desconocido clavó sus ojos en él y le sonrió apenas. Harry de enderezó un poco, aún alerta.

—Kingsley Shacklebolt, señor Potter, encantado—saludó cordialmente. El azabache parpadeó sorprendido pero le otorgó un asentimiento mudo, correspondiendo al saludo.

El Ministro dio media vuelta, probablemente camino a quejarse con Dumbledore. El director tenía una significativa sonrisa en los labios.

Harry relajó un poco la postura y dejó escapar un suspiro ligero. Al voltear, se encontró con la mirada y la sonrisa cariñosa que le dedicaba su padrino. Se sonrojó al instante. Tal vez había sido algo impulsivo.

Un estruendo se volvió a oír desde el techo. Vieron con horror cómo el fuego creaba un tornado que poco a poco iba descendiendo hacia ellos. Las llamas se doblaban y conducían hacia la mesa de profesores, siendo observada y admirada por los espectadores. El tornado se estrelló contra el suelo, detrás de la mesa principal, y todos se vieron privados de mantener una expresión normal.

Era inaudito.

Había aparecido un hombre, cosa que pudieron comprobar cuando el fuego desapareció. Pero no era eso lo que había causado estupor. El sujeto debía medir alrededor de ocho metros de alto. Era enorme, y el hecho de que estuviese cubierto con una túnica negra no mejoraba la cosa. A Harry, esa túnica le recordó a la de los dementores, lo que le causó un estremecimiento involuntario.

Los profesores se posicionaron delante de la masa estudiantil y Harry sintió los brazos de Sirius rodeándole los hombros. Alzó la cabeza, viendo la expresión aturdida pero severa de su padrino.

De pronto, el hombre suspiró con cansancio. El sonido retumbó en el salón y el aire de pronto se tornó frío. La sensación era como estar en presencia de un dementor; y los que sabían cómo era se alarmaron.

El error más grande los seres humanos es creerse capaces de triunfar sobre lo que sea—habló el hombre, que fácilmente podía ver desde arriba a los gigantes. La voz de ultratumba le caló en los huesos a todos, causándoles un escalofrío. Incluso Harry oyó uno que otro sollozo ahogado.

Dumbledore, haciendo uso de toda su paciencia e intelecto, dio un paso al frente sin sacar su varita. Le habló con voz amable.

—¿Con qué finalidad está haciendo esto?—cuestionó. El anciano parecía estar completamente seguro de algo que Harry ignoraba. Acusaba implícitamente al desconocido de ser el causante de todo. El azabache bien pudo ver cómo una sonrisa se formaba en el rostro, cubierto oscuramente por una capucha negra.

Evaluar—respondió, causando un nuevo escalofrío en quien lo escuchase—. Busco evaluar este mundo para confirmar mis sospechas—lucía tranquilo al hablar, si bien todos podían observar cómo sonreía con sorna; burlándose—. No voy a otorgarle protección o destruir un mundo, sin sentido.

—¡Tonterías!—bramó una voz entre la multitud. Los jóvenes vieron a Fudge con detenimiento y algunos con miedo. El hombre era ignorante de todo eso—. ¿¡Quién es el causante de ésta broma de mal gusto!? ¡Le acarreará una costosa multa en el Ministerio!

Se oyó un bufido y todos volvieron a ver al altivo. La admiración pobló los ojos de todos y Fudge fue rápidamente olvidado. El mago político volvió a bramar con indignación pero nadie le hizo caso.

Se debe mostrar el respeto que se merece—dijo el enorme. Entonces, extendió la mano y sobre ésta comenzó a trazarse una línea recta en diagonal.

Harry, aún apegado a Sirius, observó, como los demás, la forma que iba tomando la línea. Iluminado de dorado brillante, había un triángulo. Luego apareció un círculo, ubicado dentro de la otra figura. Y finalmente una línea recta vertical, que atravesaba el círculo por la mitad, uniendo el triángulo desde la cúspide hasta la base; igualmente en el lado interno de la forma.

Antes que alguno pudiese preguntar o siquiera hablar, el altivo los silenció.

Terribles catástrofes le esperan a este mundo en un futuro demasiado cercano—habló imponente, aún con la mano extendida debajo del extraño símbolo suspendido en el aire—. La ignorancia de los magos, su ambición, codicia y deseo de poder no sólo perjudicarán el mundo mágico sino que acarrearán problemáticas; tempestades y caos; que el mundo no mágico jamás mereció—se silenció un momento. En la enorme sala nadie fue capaz de emitir sonido alguno—. Estoy aquí porque, me temo, sólo una persona fue capaz de ver el desastre antes de tiempo pero nada estuvo en sus manos para evitarlo, porque fue sólo otra víctima más de todos ustedes—aseveró la voz, con furia hacia los adultos presentes. Éstos se encogieron por instinto; parecía que el altivo iba a echárseles encima—. Pérdidas importantes acarrearán su ignorancia.

—¿Gringotts?—se oyó entre la multitud y Harry frunció el ceño, sintiendo la pregunta como un insulto.

¡Vidas!—rugió el enorme, sintiendo lo mismo que el azabache; aparentemente—. ¡Su estupidez causará millones de muertes de gente inocente que no buscaba nada sino la paz!—para ese entonces, todos estaban mínimamente encorvados. La fuerza de la voz era tal que no podían mantenerse derechos como quisieran. El altivo se tranquilizó un poco y dejó escapar otro suspiro. Harry sintió su cabello sacudirse por el aire helado—. Para lograr la victoria, deben conocer la historia de quien la conseguirá a base de esfuerzo, por sí mismo, en el futuro—continuó—. De principio a fin, leerán lo que todos ignoran para comprender lo que causarán, no sólo en el mundo sino en una vida en particular—volvió a aseverar la voz—. Al final, sólo ustedes dirán si merecen seguir o abandonar.

Extendió la otra mano y un diminuto libro cayó sobre la palma. Lo dejó sobre la mesa de profesores, y los que estaban más cerca pudieron ver que era de un grosor tediosamente ancho, para deleite de Hermione y los Ravenclaw.

El vencedor, aquel que triunfará y reinará sobre la gloria y el dolor, será marcado en este instante para otorgarles la segunda oportunidad—habló el altivo.

Y Harry sintió como si le estuviesen quemando la mano. Gritó de dolor y cerró el puño, sujetándose el antebrazo. Sus ojos se empañaron y sintió dos manos sostenerlo desde los hombros. Abrió la mano y observó la misma figura rectangular en la palma, marcada en rojo a carne viva. Las manos en sus hombros apretaron el agarre.

—La marca de las reliquias—oyó y levantó la mirada hacia Albus Dumbledore, el cual lo veía con una tristeza oculta en sus ojos. Luego pareció captar algo, pues se giró con sorpresa hacia el enorme—. ¿Usted es…?

El Amo de la Muerte—respondió, cortándolo. Removió la mano y la marca dorada se disolvió en el aire—. Harry Potter—llamó. El aludido levantó la cabeza para ver al altivo y abrió sus ojos cuando éste se removió la capucha. Sintió que la mandíbula se le desencajaba. Era…—, sólo tu existencia da fin a milenios de sufrimiento en cualquier mundo que tengo que observar. Sólo tú acabas por sanar el dolor de los seres, aún cuando el sufrimiento ha sido impuesto a ti. Es necesario exponer tu vida para salvar la de los que amas y amarás los días que están de venida.

Harry comprendió y asintió, pero no pudo salir de su estupor. Sus ojos verdes encontraron otros iguales pero más atemorizantes. Era como verse a un espejo y saberse diferente. Incluso a su alrededor parecían tan sorprendidos como él. Aquel ser enorme, altivo y temeroso no era sino otra gran réplica adulta del último Potter que quedaba en el mundo mágico.

—Eres…

¿Tú?—sonrió con sorna el autonombrado Amo de la Muerte. Los que jamás habían visto a Harry sonreír así se hicieron hacia atrás—. Hace mucho, mucho tiempo que no soy conocido por el nombre de Harrison James Potter Evans—aclaró—. En todo caso, el que es similar a alguien… eres tú—finalizó.

El menor quedó sin palabras pero confió; jamás recordó haber confiado tanto y supo que no tenía nada que ver con, quizá, tratarse de él mismo.

—¿Qué es exactamente lo que debemos hacer?—preguntó Dumbledore, mirando hacia la mesa de profesores, donde se encontraban los libros. Se lo veía muy inquieto por alguna razón.

Por el momento, leer—respondió el más grande—. Mis hijos estarán presentes en cada segmento que yo les permita leer—explicó con calma—. Uno por un período de seis capítulos, ni más ni menos, y sólo ellos dirán al final de cada uno si Harry Potter merece su recompensa.

—¿Recompensa?—el nombrado salió de su estupor inicial, con desconcierto.

Recompensa—afirmó el Amo de la Muerte—. Ésta vivencia es para evaluar a todos, en especial a ti y a los que te rodean. Impongo varias pautas, que sólo mis hijos conocerán, para determinar si cada prueba, en este caso lectura, ha sido cumplida en su mayoría. Al final de cada período, se obtendrá una recompensa merecida… sólo a ti.

El silencio reinó, en lo que Harry sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. No veía a nadie, ni escuchaba a nadie, salvo a quien le hablaba.

El altivo tomó el silencio como un punto para seguir.

De momento, ofrezco sólo dos impedimentos—aseveró la mirada, causando temor—. Cualquiera que atente contra la vida de otro, esté este presente, será castigado como merezca serlo—a todos les recorrió un escalofrío a lo largo de la columna vertebral—. Y como el libro narra desde el punto de vista en la vida de Harry Potter, lo que suceda en la lectura… sucederá a él, en simultáneo.

Se oyó un "¿¡QUÉ!?" poderoso que fue secundado por jadeos y protestas. Harry empalideció al instante, con un inquietante malestar en el estómago. El Amo de la Muerte, sin inmutarse, pisó fuerte, haciendo temblar el suelo.

Qué esto dé comienzo—sentenció y su cuerpo se consumió en fuego, dejando otro en su lugar.

Tanto Harry como Sirius temblaron al verlo.

Era demasiado conocido a sus ojos.