NAVIDAD CON LOS DURSLEY
Por Cris Snape
Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Esta historia participa en el reto "Solsticio de invierno" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".
1
La Flor de Pascua
Vernon Dursley siempre había considerado que cantar era cosa de vagos y saltimbanquis, los parásitos de la sociedad, pero aquella mañana de Navidad se sentía de muy buen humor. La cena de Noche Buena resultó ser un éxito rotundo y todos los vecinos le habían felicitado las fiestas estrechándole la mano y admirando la excelente decoración de su casa. Le gustaba saberse un referente de su comunidad y ser envidiado por todos le llenaba de orgullo y satisfacción.
Vernon Dursley estaba tan contento que no dudó a la hora de canturrear un par de villancicos mientras se afeitaba y bajaba las escaleras. Las tripas le rugieron cuando el aroma del delicioso desayuno que Petunia preparaba en la cocina le inundó las fosas nasales. Había muchas cosas de su esposa que le gustaban, pero sus guisos eran los que más. Apreciaba sinceramente que supiera manejar las tareas domésticas con tanta maestría y le enorgullecía saber que precisamente ella se encargó de decorar la casa. Prefería que los vecinos pensaran que él también había colaborado, por supuesto, pero no deseaba restarle méritos a su esposa.
Dio un pequeño saltito al llegar al último peldaño. Si hubiera pesado un poquito menos y hubiera estado algo más ágil, tal vez se hubiera animado a chocar los talones en el aire como hacían los actores en las películas, pero últimamente Vernon Dursley no estaba en muy buena forma. Consideraba que era un poco exagerado decir de él que estaba gordo, aunque tal vez no le viniera mal perder un par de kilitos porque ya no podía ponerse los pantalones que se había comprado en el mes de octubre. Nimiedades, en su opinión. Escándalos, si le preguntabas a los vecinos.
Aunque los comentarios sobre su supuesta obesidad solían ponerle bastante nervioso, Vernon estaba demasiado feliz como para pensar en ellos esa mañana. Entró en la cocina y vio a Petunia colocando un plato de tortitas sobre la mesa. Casi sin querer sus ojos se deslizaron hasta el fregadero y su ánimo se vino abajo.
El chico estaba allí, subido sobre un taburete y fregando los platos. Las mangas del jersey se le metían en el agua, signo inequívoco de que ese maldito inútil no sabía hacer nada a derechas. ¡Por Dios! El chico ya tenía siete años, él a su edad ya sabía hacer un buen puñado de cosas.
Arrugando la nariz como si estuviera oliendo algo especialmente desagradable, Vernon fue hasta Petunia para darle un beso de buenos días. Supuso que Dudley seguiría durmiendo y sonrió. Su hijo era un auténtico angelito. Había montado un pequeño berrinche por la noche para poder abrir todos los regalos de Santa Claus y había estado jugando hasta muy tarde, así que debía estar agotado.
—Buenos días, querida. El desayuno huele delicioso.
—He tenido que levantarme muy temprano para prepararlo —Petunia miró con desagrado al chico—. Este niño ni siquiera saber freír el bacon en condiciones.
—En serio, Petunia, no sé por qué insistes en que nos lo quedemos —Vernon vio como el chico se encogía un poco y soltó un resoplido de indignación. ¿Cómo se atrevía a escuchar las conversaciones ajenas?—. No nos trae más que problemas y gastos.
—Querido, ya hemos hablado muchas veces sobre eso —Petunia le dio un par de palmaditas en la mano y le dedicó una sonrisa conciliadora. Casi siempre discutían cuando trataban el tema y se le notaba que ese día no quería pelearse con él porque era Navidad y en Navidad todo debía ser perfecto—. Harry, termina con eso luego. Ahora quiero que subas a hacer la cama y a recoger el cuarto de baño.
El chico miró a Petunia de reojo y tardó más de lo deseable en obedecer. Vernon aún tenía la nariz arrugada, aunque se relajó un poco cuando escuchó a ese inútil subiendo las escaleras. Prefería que estuviera lo más lejos posible de él y de su familia.
—Maldito mocoso —Masculló entre dientes mientras se llevaba un par de tortitas a la boca—. Nos va a estropear las Navidades. Odio que esté aquí.
Petunia no dijo nada. Comenzó a desayunar ella también. Vernon ya no estaba nada contento. De hecho, si escuchara a alguien cantar un villancico bien podría tirarle un zapato a la cabeza. Le hubiera gustado poder comentar con su esposa los éxitos cosechados durante la noche anterior, mantener con ella una conversación normal y corriente, pero la presencia de ese anormal lo impedía, así que tuvo que conformarse con el silencio.
Un silencio tenso que duró hasta que se escuchó un golpe procedente del piso superior.
Durante un horrible instante, Vernon pensó que a su pobre Dudders le había pasado algo. Se puso en pie de un salto y subió las escaleras a una velocidad digna del mejor atleta del mundo. Aunque seguramente dicho atleta no hubiera terminado prácticamente asfixiado después del esfuerzo, claro. Un esfuerzo que, por otro lado, no mereció la pena.
A Dudley no le había pasado nada. Seguía durmiendo en su habitación, gracias a Dios. No. El que había interrumpido su agradable desayuno fue el chico, ese maldito anormal. De alguna manera que no alcanzaba a comprender, se las había arreglado para tirar al suelo la flor de Pascua que decoraba el mueblecito del pasillo de la planta superior y había manchado la moqueta de sangre porque se había cortado los dedos.
—¿QUÉ HAS HECHO, MALDITO ANORMAL? —Bramó totalmente fuera de sí, agarrando al chico por el brazo y sacudiéndole fuertemente. Le pareció que Potter sollozaba o algo, pero no le importó—. ¿NO TE CONFORMAS CON COMERTE MI COMIDA Y VIVIR BAJO MI TECHO QUE AHORA ROMPES MIS COSAS? ¡RECOJE ESTO AHORA MISMO Y VUELVE A LA ALACENA! ¡Y NO SALGAS DE AHÍ EN TODO EL DÍA! ¡ESTÁS CASTIGADO!
El chico le miró con horror un instante. El corte de los dedos seguía sangrando y parecía tener ciertos problemas para respirar pero. ¿A quién le importaba? El maldito anormal había destrozado su propiedad. Era un inútil irrespetuoso y arrogante. Un vago, exactamente igual que sus padres, ese par de chiflados odiosos.
Vernon Dursley se sintió aliviado cuando el chico reaccionó y salió corriendo escaleras abajo. Prefería no tener que verlo. Era tan desagradable saber que vivía bajo su mismo techo que a veces se ahogaba. Como en esa ocasión. Ya no había ni pizca de ganas de cantar y se le había quitado el hambre. Sin mediar palabra, se hizo con su abrigo y se marchó a dar un paseo. Con suerte, algún vecino le pararía por la calle para expresarle su admiración. Eso le ayudaría a sentirse mejor.
Se fue dando un portazo. Petunia, que estaba parada en mitad de la escalera, sacudió la cabeza y frunció los labios. Otra Navidad que se iba al garete.
Continuará…
