Suaves pisadas golpeaban la superficie de tierra y césped, mientras que el olor de la vegetación era transportado por el reconfortante viento; este mecía con delicadeza las ramas y hojas de los abundantes árboles, los cuales se iban despegando unos de otros conforme posabas la vista en el horizonte. Las lunas iluminaban con cariño todo cuanto la noche deseaba esconder, y las estrellas formaban las más diversas constelaciones adueñando con sus místicos poderes el alma de quienes habían sido bendecidas por ellas.
El animal, de un gran tamaño que no era de esperar en los de su especie, posaba sus ambarinos ojos en lo que el frente le deparaba. Alzó su hocico hacia el manto nocturno, regocijándose en aquella escena que en pocas ocasiones podía apreciar, y relamió sus finos y negros labios para después elevar sus orejas repentinamente.
—Esto es cada vez más frío, que los divinos nos amparen. —Aquella voz, gruesa y entrecortada por la helada que se iba adueñando del clima, hizo a la bestia retroceder hasta ocultarse en unos pequeños arbustos—. ¡No deberíamos ir hacia ese lugar! Ya sabes los rumores que corretean por la capital, y ninguno de ellos es bueno.
Dos hombres, envueltos en abundantes capas de piel de cordero andaban en dirección al este. Apenas sus rostros eran visibles, no obstante el lobo pareció sonreír ante tal espectáculo.
—Deja de decir estas cosas Sheevara, ¿acaso crees en esas mentiras? ¡Hasta los niños saben que los dragones no existen! —La segunda voz era más suave y serena, como si proviniera de la raza felina que residía al sur de Cyrodiil—. ¿Deseas ayudar al Imperio? O, ¿te echan para atrás los bulos de las viejas?
El lobo avanzó, dejando atrás su escondite y provocando que la extraña pareja desenvainara unas dagas de hierro, que parecían resquebrajarse por la acción del viento. Observaron al animal, asustados y con el corazón desenfrenado. Fue como si la luna lo hubiera bañado de plata, como si el aire lo hubiera envuelto en un aura impoluta que cegó por unos instantes a los aterrados hombres. El animal había desaparecido, no había rastro de aquella misteriosa figura lobuna.
Miradas nerviosas fueron las que inundaron los rostros del khajiita y argoniano, y nerviosismo el que invadió sus grisáceas almas al escuchar numerosos aullidos.
La caza había iniciado, el señor de Oblivion los había señalado.
