Página del diario de Vanessa.
Ferb Fletcher. Sólo un chico inglés en América. Era un muchacho divertido aunque callado, siempre con una aventura en la mira, siempre con una ambición y una meta. No hay un solo día que sea aburrido con Ferb Fletcher. Pero era sólo un chico inglés en América, nada más. Un niño, cuatro años menor que yo. Él es misterioso, silencioso, caballeroso, pero sería una locura, una demencia, pensar en él de otra forma. Sin embargo había algo embriagador y atrapante en él, algo magnético que no me permitía alejarme de él y de nuestras aventuras.
Los años pasaron y nunca pude dejar de verlo, nunca pude alejarme de él. Él siempre me mira en silencio, con su alborotado cabello verde y sus ojos dulces. Tras todo este tiempo debo confesar que lo que en algún momento catalogué de "imposible" se está convirtiendo en una realidad diaria. El remolino de ideas que gira en mi mente me causará un cortocircuito si no se lo digo pronto.
Creí por largo tiempo que lo mejor para mí era ignorar mis sentimientos, hasta aquel día en el que fui al museo con Ferb, su hermano Phineas y la bella Isabella, una joven vecina de ellos que sentía una fuerte atracción por su hermano pelirrojo a pesar de que él no se diera cuenta de sus claros indicios. No quería terminar así, como una enamorada secreta de alguien que jamás iba a verme con otros ojos, aunque en los ojos de Ferb siempre pude ver algo más.
Ese día viajamos al futuro. Es tan natural para Ferb tener aventuras como esas que no vale la pena fingir sorpresa o emoción. Pero algo salió mal, la máquina para regresar era inútil. La casa en donde solía vivir Ferb estaba ahora ocupada por su hermana y su familia, y aunque sus hijos no pudieron resolver el problema de la máquina nos dieron la clave para el regreso a nuestro tiempo. Al parecer los inventivos hermanos habían fabricado cinturones para viajar en el tiempo en algún punto del futuro, con ellos podríamos volver a casa.
Isabella se llevó a Phineas tironeándole de la ropa para encontrar al Phineas del futuro dejándome sola con el enigmático peliverde. No pude decir una palabra, sencillamente me aventuré en la casa y Ferb me siguió de inmediato. Una mujer de un familiar cabello pelirrojo se encontraba en la cocina y sin ningún tipo de sorpresa nos invitó una taza de café a ambos. Se trataba de Candace Flynn, una vieja conocida, la hermana de Ferb y de Phineas.
-Bueno, ¿qué les trae por aquí?- argumentó la pelirroja mientras bebía su café.
-Tus hijos nos dijeron que Phineas y Ferb de adultos crearon cinturones para viajar en el tiempo. –le contesté.
-Efectivamente. –respondió nuevamente. Candace hablaba con clase y refinamiento, toda una dama. Parecía muchísimo más madura que la adolescente nerviosa que yo conocía. –Pero tienen prohibido usarlos. –continuó- Es por el Consejo de Dimensiones. La última vez que fueron usados causaron caos.
-¿No hay una manera? –le pregunté ya con algo de preocupación.
-Tal vez. –respondió ella analizando la situación.- Tendrían que convencer a las esposas de mis hermanos, ellas fueron quienes guardaron los cinturones la última vez. Ferb tiene hoy una firma por su último libro en el centro comercial. Su esposa maneja su carrera.
-¿Ferb es escritor?- cuestioné con entusiasmo y sorpresa.
-Escritor, jefe de policía de la ciudad, científico… -enumeró su hermana como si se trataran de profesiones regulares. Probablemente lo eran para Ferb quien todo lo puede.
-Vaya, Ferb, estás lleno de sorpresas. Tu esposa debe ser una mujer afortunada. –y seguramente lo era, algo en mí me hacía desear ser ella, pero de todas las mujeres sobre la faz de la tierra las probabilidades de que yo fuera la esposa de Ferb era baja. La conoceríamos ese día, sería el final del misterio.
Luego Candace se ofreció a teletransportarnos al centro comercial para encontrarnos con Ferb y eso hizo. Nuestras moléculas se separaron una a una y en un instante reaparecimos materializados en el centro comercial. Ferb y yo estábamos maravillados de cómo era el futuro. Un holograma del Ferb del futuro anunciaba la firma de autógrafos. En ese momento un hombre vestido con un traje plateado se nos acercó.
-Señora Fletcher, ya estamos listos.
-¡¿Señora Fletcher?! –soltamos al unísono el chico y yo.
-¿Sucede algo?-preguntó el hombre.
-Um… No, nada. –le respondí, pero estaba confundida. ¿Significaba acaso lo que creía que significaba?
Tomé la mano de Ferb y ambos seguimos al hombre que nos guió hasta el sitio en donde su propio él futurista firmaba los autógrafos. Sentado en la mesa estaba el peliverde y junto a él había una mujer de cabello castaño y ojos azul profundo que pude reconocer como me reconocía a mí misma cada mañana en el espejo: porque se trataba de mí misma. Ambos nos quedamos atónitos viéndonos a nosotros mismos. Finalmente nos invitaron al pequeño Ferb y a mí a un lugar un tanto más privado para que pudiéramos charlar. Mi otra yo nos dijo que su apellido ahora era Fletcher, no podía creer lo que estaba viviendo realmente. Ferb permaneció callado, estaría tan asombrado como yo lo estaba.
-Sé lo que estás pensando. Puedo leer tu silencio. –dijo la otra Vanessa dulcemente al Ferb más joven que estaba sonrojado. –Mon amour. –susurró al joven Ferb al darle un beso en la frente.
-Mon cherie- respondió él.
-¿Hablas francés? –me vi obligada a argumentar en mi asombro. Ferb Fletcher escondía más de mil secretos de los que no tenía ni idea. Mi corazón latía a toda velocidad y cada vez sentía más deseos de saber más de él, de saberlo todo sobre él.
-Oui. –respondió el callado peliverde.
-Ameiz-vous Adams. –continué preguntando.
Asintió con la cabeza.
-Personnage preferé?
-Gómez Adams.
-Morticia Adams es mi favorita. –le respondí. De repente las cosas comenzaban a tener más sentido del que creía. Si realmente era mi destino ese, entonces me alegraba de que así fuese.
Aunque estaba bastante ansiosa por saber más del enigmático Ferb, sentía que debía compartir unas palabras conmigo misma. Así que les pedimos a ambos Ferbs que nos dejaran a solas.
-Hay tantas cosas que quisiera preguntarte. –le dije. No sabía por dónde comenzar.
-Te comprendo, querría preguntarme todas las mismas cosas en tu lugar. Pero no puedo responder todas las preguntas que quieres saber.
-¿Por qué? Es decir, mi vida es tan distinta.
-Vanessa, confía en lo que te digo, una vez que tengas la experiencia que yo tengo entenderás. La vida no es para que se te revele por adelantado, ni en una bola de cristal, ni en cartas, ni siquiera por ti misma en un raro viaje en el tiempo. Las cosas llegarán todas a su debido tiempo, todas tomarán forma y todo tendrá sentido cuando llegues a este punto. Sé que debes estar sorprendida por lo de… -se detuvo.
-Algo. No voy a mentirte.
-Sé que es raro. Entiendo que pueda llegar a molestarte. –nuevamente frenó en medio de la oración y me miró directo a los ojos. –Pero no lo hace.
-¿Cómo lo sabes?
Sonrió.
-Porque yo te conozco mejor que nadie, Vanessa Doofenshmirtz. Soy tú.
-¿Esto cambiará algo? Es decir, ¿cómo evito ahora salir de mi destino? Suponiendo que el destino exista, suponiendo que esto sea lo único que puede haber sucedido en la vida y que no pueda escapar de él.
-No sé si existe el destino o si nosotros somos capaces de intervenir, de crear nuestros propios destinos. Honestamente no lo sé, y nadie lo sabe.
Una pequeña tristeza me invadió. ¿Y si lo echaba a perder? ¿Y si en un absurdo error cambiaba todo y mi vida no fuera a ser la misma?
-Pero puedo dar fe de una cosa. –dijo ella. –No sé si el destino exista, pero el amor es real, y el verdadero amor no puede equivocarse nunca. Si dejas que una fuerza mayor a nuestras voluntades te rija y te defina en la vida, deja que esa fuerza sea el amor.
Sonreí. Tenía razón. Ahora estaba tranquila. Porque siempre que lo que hiciera lo hiciera por amor no podría equivocarme jamás, sin importar lo que pase.
Charlamos durante horas más. No me dejaba saber mucho acerca de lo que estaba por pasar en mi vida, "la vida es mejor con algunas sorpresas", me respondía a prácticamente todo. Sin embargo pudimos compartir algunas anécdotas que ambas habíamos vivido, porque ambas éramos una.
-Toma este cinturón. –me dijo antes de despedirse. Luego ambas salimos y nos reencontramos con Ferb. Tome la mano del Ferb más joven y viajamos por el tiempo nuevamente a nuestra época.
Hubo un largo silencio. Ninguno de los dos se atrevió a decir nada. Le agradecí la aventura, le di un beso en la mejilla y me fui sin decir más nada. Después de eso no me atreví a pasar por su casa en algún tiempo. Sin embargo me llegó el rumor de que organizaban una de sus maravillosas fiestas. San Valentín era la ocasión, un baile de disfraces. Sonaba interesante. Estaba decidida a ir, pero no sabía qué debía vestir. Entonces recordé nuestra pequeña aventura en el futuro y tenía en mente exactamente qué era lo que vestiría.
Una vez en la fiesta vi pasar a algunos de los viejos conocidos. Candace y Jeremy iban vestidos en un estilo vampiro muy Drácula. Phineas e Isabella como el Conde de Montecristo y Haydee.
En la entrada del castillo que habían construido los hermanos Flynn-Fletcher en su patio trasero estaba él. Como si estuviésemos conectados: llevaba un traje extravagante, un bigote postizo, el cabello engominado, un habano falso de chocolate, zapatos negros de baile… era Homer Adams. Lo cual era bastante cautivante y curioso, ya que había decidido ponerme una larga peluca negra de cabello lacio, un vestido gótico de color negro y los labios rojos. Por mera casualidad estábamos vestidos como pareja.
-Cara mía. –dijo él.
-Mon amour. –respondí.
Él me besó la mano y me ofreció el brazo. Ambos caminamos hacia el interior del castillo mientras los demás nos miraban un tanto atónitos. Isabella y Phineas estaban boquiabiertos.
-Bien…- oí decir a Phineas cuando al fin logró articular palabra.
-¿No es Ferb un poco joven para salir con ella? –preguntó el jovencito hindú de voz chillona.
-Sí, sí lo es. –respondió su hermano de cabeza triangular.
Isabella le dio un pequeño codazo en las costillas a su compañero.
-Claro que no, nunca se es muy joven para el amor, chicos.
