Como cada día, me levantaba a las 7.45.
Solía quedarme dormido siempre, pero no importaba, él se echaba -como cada día- encima mía y me aplastaba. Y debía reaccionar rápido, o entonces lo pagaría caro. A veces con cosquillas, otras veces con soplos en el oído. Todo eso me ponía de los nervios.
Así que, en la medida de lo posible, intentaba levantarme yo solo.
Me solía dar una ducha, casi siempre de agua fría para intentar despejar la mente. Me ponía cualquier cosa, aunque siempre me decía que debía ir más arreglado. Con mala cara le miraba y volvía a mi habitación a ponerme algo más elegante.
"Debes mostrar lo hermoso que eres, Emil", solía decirme con una sonrisa llena de malicia antes de darle un trago a su café. Yo solo le contestaba con un suspiro e intentaba no mostrarle mi sonrojo.
Aunque podía ir solo a clases, él siempre se ofrecía a llevarme. Más bien me forzaba a subir a su Mercedes-AMG GT. Aquel coche que, al montarme me embriagaba con el olor del cuero negro y el ambientador de pino que estaba situado en el aire acondicionado.
No sé realmente por qué lo hacía. Aquella sobre protección que incluso llegaba a ser enfermiza. Él me retenía, me secuestraba. Y yo, desde el principio, desarrollé un síndrome de Estocolmo casi enfermizo también. Estaba ligado a él, sabía que no podría separarme nunca. Y no quería eso... Yo quería estar a su lado...
Como cada día, me sentaba torcido en el cómodo asiento del coche y miraba por la ventana, ausente, los árboles que se encontraban a los lados de la carretera. Siempre hacía lo mismo, clasificaba los "ulmus" por su familia, su orden, su clase y su división.
"Ulmus, de bosque caducifolio. Del reino plantae. De la división magnoliophyta. De la clase magnoliopsida. Del orden de los rosales. De la familia ulmaceae".
Siempre lo mismo. Y siempre debía responder las mismas preguntas.
-¿A qué hora te recojo?
¿Por qué nunca me preguntabas si tenía planes? ¿Por qué no me preguntabas si iba a salir con algún amigo? ¿Si tenía alguna cita? Ja, estúpido, ¿cómo iba a preguntarme eso? Sabía perfectamente que yo no hacía ningún plan. Que yo me movía según sus intereses. Que era una de sus muchas marionetas.
-A la misma hora de siempre. No sé por qué siempre preguntas lo mismo.
Mentira. Sí lo sabía. Disfrutaba al hacer de su papel de hermano mayor. Y lo que buscaba era que yo respondiese lo que él quería. Maldición...
-Para saber si... -Y ahí estaba esa pausa. Esa pausa que me volvía loco. Esa pausa que buscaba que yo le mirase, que mirase aquella sonrisa llena de maldad. Esa sonrisa orgullosa y satisfecha. Esa sonrisa que hacía que todo mi cuerpo se estremeciera y mi garganta se secara.-...tenías algún plan, por supuesto.
¡Sabes perfectamente que no, maldito! Me hubiese gustado gritarle eso, o cualquier otra cosa. O decirle que parase aquel juego tan cruel y macabro. Pero no podía. No podía o mi castigo sería peor... Un castigo que esperaba desde las 7.45 con impaciencia y ansiedad. Dios, ¿por qué debía ir a la universidad...?
Finalmente, el coche se estacionaba frente a mi edificio.
La universidad... Me interesaba tan poco...
Pero él se había empeñado en que viviese una vida normal, tranquila, sin preocupaciones. Como un estudiante universitario normal de Biología.
Aunque... No era un universitario normal. No había hecho ningún amigo, no había entablado una conversación con ninguno de mis compañeros. Me centraba en atender en clase. O al menos intentaba eso.
Era todo su culpa, ¿cómo podría atender? ¿Cómo podría despejar la mente sabiendo lo que me esperaba al salir de clases? Y lo peor de todo.. Lo que más rabia me daba era saber que él iría al trabajo, tranquilo y sereno. De buen humor. O al menos, internamente. Sabía que su actitud cambiaba totalmente cuando había más personas delante. Sabía que era el único que había visto aquella faceta suya. Y Dios, sabía que me encantaba ser ese privilegiado.
Ni siquiera ese maldito danés había podido conocerlo como yo.
Sabía qué estaba haciendo en ese momento. Después de todo, él no era el único controlador de los dos. Yo había memorizado su agenda. Siempre la revisaba. Y sus mensajes. Y lo había tenido que hacer delante suya, y lo peor de todo... Había tenido que ser buen chico para conseguir revisar todo.
Pero no me preocupaba. Me había hecho un experto en usar bien mi lengua y mis labios. Él me había enseñado. Y no podía reprocharle nada, después de todo, yo era el que quería saber qué era lo que tramaba. Y cuánto más pensaba que descubría, menos sabía...
Él siempre había sido un enigma para mi, siempre había caminado detrás de él. Observando su espalda, una espalda que había marcado con mis uñas. Y sus hombros, los cuales había mordido para no hacer ningún ruido. Y su cabello, del cual había tirado inconscientemente.
Maldición, cada vez que pensaba en él, una descarga eléctrica recorría mi cuerpo. Desde las puntas de mi cabello hasta el final de todas mis extremidades. Era tan carismático... Tan tentador... Estaba prohibido, pero eso solo lo hacía más divertido.
La primera clase había terminado y yo sentía que iba a explotar. Tuve que ir a enjuagarme la cara para relajarme. Pero sabía que, una vez ésto había empezado, no iba a terminar hasta que le viese y le tocase.
Uno de mis compañeros de clase -o no, ni siquiera sabía quien era-, tocó mi hombro ese día para preguntarme si me encontraba bien. Parecía simpático, pero yo sabía que si me acercaba más de la cuenta a él, las cosas se pondrían feas. No debía jugar con fuego o terminaría quemándome. Eso fue una de las cosas que él me había enseñado.
"¿Sabes que pasará si me desobedeces Emil?" esa frase sonó en mi mente y tuve que apoyarme en la pared.
"Así me gusta. Me sentiría decepcionado si intentases engañarme" aquellas imágenes inundaron mi cabeza y sentí un nudo en la garganta. Entonces, miré a aquel chico y le dije, con aire hostil, que no era asunto suyo.
Todo era culpa de él. Sin estar presente incluso, sacaba lo peor de mi. Ese maldito asqueroso, egocéntrico y orgulloso.
Torcí los labios al pensar en él y fui junto a un grupo de universitarios a la siguiente aula. Ni siquiera escuchaba lo que decían, ni a dónde nos dirigíamos. Sentía recorrer pequeñas descargas eléctricas por todo mi cuerpo y cerré los ojos durante unos instantes. Unos instantes que se hicieron eternos en mi cabeza.
Por un momento, sentí que estaba con él, en aquella habitación, y que sus manos recorrían todo mi cuerpo y hacían que mi piel ardiese. Sentí que las puntas de mis dedos ardían y que mis labios buscaban el calor de aquel hombre. Pasé las yemas de los dedos por éstos para tranquilizarlos pese a sentirme de igual forma que ellos. Todo mi cuerpo se sentía ansioso. Necesitaba su dosis diaria. Me había vuelto un yonki intentando aguantar el síndrome de abstinencia unas horas que parecían meses, años, décadas...
Sin ser muy consciente de lo que hacía, me senté en una de las sillas y observé el aula. Todos estaban organizados en grupos, todos estaban hablando. Algunos reían y se empujaban. Todos juntos... Y yo, yo estaba solo. Pero realmente, y ahora que lo pienso mejor, jamás estuve solo. Le tenía a él. No necesitaba a nadie más. No quería más que estar a su lado.
Al parecer, esos deseos fueron transmitidos por todo mi cuerpo y sentí mi entrepierna arder. Joder...
Me llevé una mano a ésta, lo más disimuladamente posible que pude y la apreté levemente para que no se formase una erección. Pero con solo ese roce me estremecí y tuve que dejar salir un suspiro de mis labios. Me sobresalté en seguida, joder, esperaba que nadie me hubiese visto. Y al parecer así fue, pues cuando miré a los lados, todos seguían con sus temas de conversación. No podía estar pasándome ésto.
"No, aquí no, por favor" pensé rápidamente y enfrié mi mente lo mejor que pude. También seguí apretando el prototipo de erección que tenía entre mis piernas y conseguí que aquella zona se tranquilizase.
Maldito hombre, conseguía hacerme sentir todo ésto sin siquiera estar a mi lado.
Intenté centrarme en la clase todo lo que pude. Necesitaba tener la mente fría y centrarme en mis estudios, en tomar notas de lo que decía aquel profesor menudo y de acento extranjero.
Era un hombre con solo unos cabellos blancos adornando su cabeza, con un cuerpo arrugado, bajito, de tez morena y que nunca se cambiaba de traje. O al menos, siempre que iba a sus clases, le veía con el mismo traje color café y corbata de cuadros verdes y rojos que no pegaban en absoluto.
Entonces, volví a pensar en él. Siempre trajeado. Pero no como aquel profesor. Aquellos trajes estaban hechos para él. Eran de las mejores marcas. Massimo Dutti, Versace, Gucci, Boss.. Siempre de un color oscuro que quedaban en perfecta armonía con sus ojos. Unos ojos afilados, penetrantes, intensos,... Cada vez que me miraba con ellos, sentía que me un frío ardiente me envolvía y no podía moverme.
Volví a quedarme sumergido en mis pensamientos. Y siempre me insultaba por ello. Estaba obsesionado, pero, ¿quién no lo estaría? Estaba viviendo un sueño que a su vez era una pesadilla. Por que sabía que aquello acabaría por destruirme, acabaría por abandonarme a él, por caer rendido a sus pies.
El profesor me llamó la atención con un pequeño golpe en la cabeza.
-La clase ha terminado hace cinco minutos, Emil. Veo que no me has estado prestando mucha atención. Dime, ¿hay algo que te preocupe?
Me quedé en silencio. ¿Qué debía decirle ahora? Debía inventarme algo rápido.
-Lo siento, profesor. Ayer discutí con mi novia...
Sin duda, era una sucia mentira. Me sentía fatal por tener que mentir, pero, ¿qué podía hacer si no?
-Oh, entiendo, entiendo. Pues arréglalo pronto, no es bueno que te quedes atrás. Es un tema muy importante del que he estado hablando. Concretamente...
En ese momento, me levanté y recogí todos mis libros. Me disculpé por interrumpirle y por tener que irme. Y sin dejarle hablar, salí corriendo de allí. Sentía mi teléfono móvil vibrar, y cuando pude ver de quien era... Tragué saliva y me apoyé en la pared nuevamente. Era él, había venido a buscarme. Y no le había cogido el móvil.
Hoy me llevaría un buen castigo, lo sabía, y mi cuerpo lo deseaba con toda su fuerza. Fui corriendo hasta salir fuera del edificio y, ahí lo vi. Vi el Mercedes de color negro y espejos tintados, esperando justo en frente.
Crucé la calle y me dirigí hacia él, y sin decir nada, me metí en el coche. Él tampoco dijo nada, simplemente arrancó y nos marchamos.
Entonces nuevamente la vi, aquella sonrisa.
-Siete minutos tarde. ¿Había algo que te retuviese?
Maldito, había sido todo culpa tuya. ¿Pero cómo podía decirle eso? No quería darle ese placer... no...
-He estado preguntándole al profesor Gunnar un par de dudas... -Callé para coger aire y ver si aquella respuesta le estaba agradando o no.- ….para el próximo examen, Luk. Lo siento.
Me disculpé, intentando sonar lo más arrepentido e inocente que pude, y él simplemente asintió mirándome de reojo con aquellos ojos que hicieron que me estremeciese.
De nuevo, sentí como mi entrepierna estaba despertando. Con solo una maldita mirada...
-No importa. Hoy quiero llevarte a comer a algún sitio. ¿Alguna sugerencia?
¿Cómo? Ese no era el plan. El plan era ir a casa. ¿Qué estaba tramando?
Entonces, caí en ello. Luk no era ningún estúpido y si había llegado tan alto era por su capacidad de observación. Y... sabía que se había dado cuenta. E iba a castigarme. Y yo, teniendo una lucha interna, le seguí el juego. Justo como él quería.
-S-si no te importa... -Quise sonar lo más normal posible e intenté tranquilizar mi voz.- ...prefiero comer cualquier cosa en casa...
-¿Por qué? Siempre comemos en casa, ¿no te apetece cambiar un poco de aires?
Su voz sonaba segura y orgullosa y yo le maldije en mi mente. Quería que le rogase, quería que le pidiese que nos fuéramos a casa y que me castigara allí. Y yo, como un idiota, como un estúpido, iba a hacerlo. Por que era la única forma de satisfacer mis deseos.
-Por favor Luk... -Finalmente le rogué, con mi labio inferior temblando.- Vayamos a casa... por favor...
Llevé mis manos a mi entrepierna, indicándole que algo estaba despertando. Y él, mirando, simplemente dio media vuelta. Parecía que se había quedado satisfecho. Lo había conseguido de nuevo. Había conseguido que hiciese lo que él quería una vez más.
No sentía hambre, ni estaba fatigado. Me preocupaba más controlar mi cuerpo. Debía ser menos impaciente, él siempre me lo decía. Pero no podía no serlo. Luk era alguien demasiado perfecto. Era imposible no excitarme al verle sin camiseta o cuando me sonreía, o cuando simplemente me revolvía el pelo para saludarme. ¿Acaso era un salido, un pervertido? No, cualquiera en mi situación se vería igual.
Por fin el coche quedó estacionado en el garaje y yo me bajé. Subí rápidamente a mi habitación, donde dejé la mochila y bajé nuevamente a la cocina. Le estaba esperando, y él iba con tal parsimonia que me entraban ganas de arrancarme la ropa y simplemente entregarme a él. Pero sabía que si hacía eso... Si hacía eso me haría esperar aún más. Ese maldito sádico.
Dejó las llaves junto a la puerta y entonces me miró, ladeando la cabeza y con aquel rostro frío, serio y calculador.
-No pienses mal... t-te estaba esperando para comer.
Le respondí rápidamente cruzándome de brazos y desviando la mirada. Sentía mis mejillas arder de nuevo y como mi mal humor aumentaba. ¿Qué hacía ahí parado?
-No he pensado nada.
Me contestó con aquella voz gélida. Entonces, se acercó a mi y, durante unos instantes pensé que íbamos a follar en la cocina. No sería la primera vez. Pero no fue así... Y yo sentía que cada vez estaba más ansioso.
-¿Y bien? ¿Qué es lo que te apetece comer?
Y de nuevo sacaba el estúpido tema de la comida. ¿A qué estaba jugando? ¿Quería que volviese a rogarle o simplemente me estaba castigando por haberle mentido? Por que, sabía que me había descubierto. No podía mentirle.. Solo rezaba por que se acercase a mi y me tocase como siempre.
Tragué saliva y comencé a jadear. Solo deseaba que terminase con esa tortura. No podría controlar por mucho tiempo mi cuerpo, y sabía que pronto tendría un bulto entre mis pantalones. Y se lo había enseñado también. Joder.
-Ahora... ahora mismo no... tengo hambre, Luk...
Le contesté tranquilo y sumiso, pensando que así podría hacer que se diese cuenta. Aunque sabía que ya se había dado cuenta.
-Ahora tengo sueño...
Le expliqué, dirigiéndole la mirada, rogándole con ésta. Y él, simplemente me miró y sonrió de medio lado.
-¿Sueño? Ya veo... Entonces, ve a dormir.
Maldita sea... Estaba ganando, ¿qué debía hacer?
Me levanté y dirigí hacia él y le miré a los ojos. Tenía que volver a rogarle. Tenía que arrastrarme, como una puta. Eso era. Su puta.
-Por favor... Luk... Acompáñame... por... favor...
Le dije, agarrándole su fría mano y llevándola a una de mis mejillas. Dejé que me la acariciase y entonces le besé la mano y, para culminar aquella patética escena, me metí dos de sus dedos dentro de mi boca. Lamiéndolos, intentando tentarle.
Y pareció funcionar, pues él me arrinconó sobre la pared y sentí como su cuerpo se pegaba al mío. Eso me hizo suspirar y ya no pude controlarme más. Sentía como mi miembro se estaba levantando, y Luk también lo sintió. Abrió lentamente mis piernas, sin despegar su mirada de la mía, y colocó una de sus piernas entre las mías. Entonces, con su rodilla hizo presión sobre mi entrepierna, lo que me hizo soltar un pequeño gemido. Comenzó a mover lentamente la rodilla y yo no pude evitar gemir y suspirar. Mientras me masajeaba, acariciaba mi cuello y mi rostro con las yemas de sus dedos y yo cerré mis ojos y me dejé hacer. Lo llevaba deseando durante todo el día.
Entreabrí mis labios esperando que me besara y cuando lo sentí cerca, me quedé inmóvil, estático, esperando que me callara con un beso. Pero no lo hizo. Rozó sus labios con los míos, lentamente y me mordió el inferior. Yo suspiré su nombre y comencé a desabrocharme la camisa de seda blanca, que marcaba mis pezones duros. Y él me paró, llevó mis manos por encima de mi cabeza y las sujetó con una de las suyas. Con la otra me volvió a acariciar la mejilla y entonces, me dio un beso en la mandíbula.
Yo me sentía lleno de júbilo. Por fin sus labios me tocaban. Esos labios que me habían arrancado gritos de placer en otros momentos, y que sabía que volverían a hacerlo ese mismo día.
Fue descendiendo besando mi cuello y haciéndome temblar, y se dirigió a uno de mis pezones. Por encima de la tela, comenzó a lamerlo y tuve que morderme el labio para no hacer más ruido del necesario. Lo hacía con una increíble experiencia. Sabía cómo debía moverla, sabía cuando debía morderme. Justo como estaba haciendo en ese momento. Lo había apresado entre sus dientes y ahora estaba haciendo presión con ellos, lo cual hizo que una descarga eléctrica invadiese todo mi cuerpo y un calor se acumulase bajo mi abdomen.
Entonces, me cogió en brazos, como a un mujer, y, sin quitarme la mirada de encima, me llevó a su habitación.
En ese momento quería gritar con orgullo y quería celebrar que por fin iba a acostarme con mi hermano, como muchas otras veces.
Me tumbó con suavidad en la cama y volvió a retomar aquel trabajo que tenía entre manos. La camisa estaba húmeda por una de las zonas del pecho, y eso no ayudaba a que me calmase. Volvió a lamer aquel pezón y a morderlo mientras dirigía una de sus traviesas manos a mi entrepierna. Mientras, yo, estiraba los brazos por encima de mi cabeza. Sabía que en ese momento no debía molestarle, que solo se me estaba permitido gemir y suspirar. Y no me importaba, solo quería satisfacer sus deseos. Y tiene gracia, por que hasta hacía unos cuarenta y cinco minutos lo maldecía sin vacilar.
Cuando su mano llegó a mi entrepierna, la apretó, arrancándome un ronco gemido lleno de deseo. Volvió a apretarla y por fin, me desabrochó un botón de la camisa. Con toda la parsimonia del mundo. Yo me limité a esperar y a controlar mi respiración. Algunas veces lo habíamos hecho rápido, y había sido maravilloso, pero no podía negar que, follar de ésta manera era mucho más placentero. Por que sabía que haríamos todo tipo de cosas, y estaba deseoso por probar a Luk de nuevo.
Finalmente desabrochó la camisa por completo y sentí que el frío me erizaba la piel, pero no tanto como lo hacía el frío de sus ojos. Aunque, ésta vez estaban nublados por el deseo.
Mi interior se estaba humedeciendo poco a poco y solté un pequeño jadeo. No podía permitir que se diera cuenta de que estaba deseando saber a dónde iba a llegar a parar todo ésto. Pero no pude, volvió a darse cuenta.
-¿Ansioso?
Preguntó, con una media sonrisa llena de orgullo. Yo, gimoteé levemente y desvié la mirada frunciendo el ceño. No podía mentirle, no cuando mi cuerpo se movía por sí solo.
Sentí que su peso dejaba de aprisionarme contra la cama y volví a mirarle. Se había levantado y ahora estaba sirviéndose una copa. Yo me incorporé y no le quité ojo de encima. Hasta sirviéndose un vaso de whisky era tremendamente sexy.
Le dio un trago y atrapó un hielo con los labios, entonces supe para que se había levantado. Rápidamente me tumbé y me quedé inmóvil. Esperé a que él volviese a mi, y en pocos segundos lo tuve de nuevo encima. Me besó, pasándome el hielo con la lengua y no lo pude retener durante mucho tiempo, ya que me lo arrebató y comenzó a pasarlo por mi cuello.
Yo me estremecí y ahogué un gemido. Fue haciendo un camino con aquel trozo de hielo, dejando húmeda esa zona de mi piel, y en unos segundos, mis pantalones y mi ropa interior fueron arrebatados. Estaba desnudo por fin. El hielo ya se encontraba por debajo de mi abdomen, casi tocando mi miembro y yo arqueé mi espalda notando como la piel se me erizaba nuevamente.
Recorrió con el hielo mi entrepierna y yo solté pequeños gemidos, indicándole que me gustaba esa sensación. Y quería más, y quería hacérselo saber. Pero ya lo sabía.
El hielo se estaba haciendo cada vez más pequeño y ya estaba recorriendo mis testículos. Era una sensación estimulante. Hacía que mi pene palpitase de dolor.
Y, de repente, abrí los ojos. No podía ser. Iba a hacerlo. Había apartado el trozo de hielo de sus labios y ahora estaba estimulando mi entrada, dilatándola.
-No, Luk... ahí no...
Pero sabía que no me haría caso. Y entonces lo sentí. El frío del hielo en mi interior. Entreabrí los labios y dejé escapar un quejido. Todo mi cuerpo sintió un escalofrío y empecé a temblar levemente. Entonces lo miré y me encontré que sonreía con satisfacción.
-Deja de quejarte, Emil. Sabes que no me gusta que me engañen.
Sí, lo sabía. Sabía que no le gustaba que le engañasen. Y yo lo estaba haciendo. Aquella sensación fría no hacía otra cosa que calentarme aún más. Y quería más.
Y volví a sentir su lengua, escarbando en mi interior para retirar aquel pedazo de hielo que ya a penas estaba. Abrí más mis piernas y me dejé hacer, sin dejar de gemir ni por un instante. Su lengua era cálida y la sentía mucho más placentera tras el frío gélido de aquel hielo. Me retorcí de placer y cerré con fuerza mis ojos cuando finalmente me vine.
Me encontraba jadeando cuando él se incorporó para mirarme, entonces, volvió a besarme. Solo como él sabía hacerlo. Aprisionó mis labios con los suyos y agarró mis muñecas mientras irrumpía con su lengua dentro de mi boca y luchaba con la mía. Me rendí rápidamente a él y dejé que controlase todo mi cuerpo. Gemí de nuevo entre beso y beso y de nuevo notaba como una nueva erección se aproximaba. ¿Qué nuevos estímulos me proporcionaría mi hermano mayor ésta vez?
Se levantó y se desabrochó lentamente la camisa. Yo sentí que mi miembro se endureció con solo ver su pálido y fino torso. Entonces, sin importarle lo más mínimo el estado en que quedaría su camisa, la enrolló y ató mis muñecas al respaldo de su cama.
Inconscientemente -o no-, abrí mis piernas y esperé a que me hiciese lo que quisiera. Era suyo. Todo mi ser le pertenecía, y ambos lo sabíamos bien.
De uno de los cajones de su mesa, sacó unas especie de bolas negras unidas por un cable, y yo le miré interrogante.
-Ésto es sumamente placentero, Emil. Hará que te corras de inmediato, puedo asegurarlo.
Aquello que dijo solo hizo que me excitase el doble de lo que estaba, si eso era posible, y abrí aún más las piernas.
-Mira, Luk... Mis piernas se han manchado, estoy tan mojado... Por favor, hazme sentir bien...
Le supliqué, ya habiéndome abandonado al deseo, y ansioso por querer volver a retorcerme de placer. Él, sin más dilación, se acercó a mi e introdujo uno de sus dedos en mi interior. Solté un largo gemido y un pequeño "sí" en voz baja... Me avergoncé en seguida, pero Luk simplemente me sonrió y me premió con un segundo dedo. Entonces supe que no debía reprimirme. Y no lo hice ésta vez, gemí en cuanto esos dedos se movieron dentro de mi con rapidez. Abriéndose de vez en cuando para que mi interior se ampliara y alcanzando un punto sensible que se había aprendido de memoria. Al rozar aquel punto, todo mi cuerpo se tensó y solté un pequeño grito de placer. Cerré los ojos con fuerza y le pedí que metiese de una jodida vez el tercero. Pero él no lo hizo. Entonces, me retracté de lo que había dicho y de nuevo le rogué.
-Por favor... Luk...
Y él, satisfecho con esa nueva petición, metió el tercero, y lo hundió junto a los otros dos lo más profundo que pudo. Yo estaba extasiado, aquel placer que me estaba proporcionando era demasiado para mi mente. Todos aquellos estímulos, recogidos por los receptores de mi cuerpo y enviados a mi cerebro, hacían que me marease. Eran tantas las sensaciones que me provocaba con solo tres jodidos dedos. No podía esperar a que me metiese esas bolas de color negro.
Sacó los dedos, manchados con mi esencia y los lamió sin ningún pudor. Y lo peor fue, que me los dio a probar a mi. Los lamí rápidamente para ganar mi premio, degustando aquel sabor salado que sus dedos me proporcionaban y que mi propia esencia tenía.
Por fin, como premio, fue introduciendo poco a poco la primera bola. No era demasiado grande, pero aún así sentí dolor. Él me dijo que me relajase o dolería aún más y así lo hice. Intenté tranquilizarme lo más que pude y simplemente centrarme en las maravillosas sensaciones que eso me proporcionaría.
Poco a poco fui dejando de sentir dolor y comenzó a gustarme. Volví a gemir y eché a un lado la cabeza, sonriendo levemente. Dios... era tan gloriosa esa sensación...
Finalmente, la bola estaba dentro de mi y sentí la pequeña vibración que me proporcionaba, aunque solo fue durante unos instantes.
-Te meteré la segunda y las sacaré lentamente.
Me informó, mientras introducía la segunda bola. Estaba igual de fría que su hermana, pero ya no dolía. Ahora me sentía en el cielo.
Las bolas se quedaron en mi interior, unidas únicamente por un cable que sobresalía y con el que me las sacaría. Mientras tanto, él se acercó a mi miembro y lo acarició con los labios. Entonces entreabrí los labios y dejé que un hilo de saliva escurriese por la comisura de mis labios.
Pero eso no fue lo mejor. Cuando empezó a masajear mi glande con la lengua. Fue en ese entonces cuando volví a gemir como un loco. Lo hacía tan bien... Se sentía tan bien... Quería más.
Y como si hubiese leído mi mente, introdujo todo mi pene dentro de su boca, provocando que ahogase uno de los muchos gritos que era incapaz de contener, y empezó a mover la cabeza hacia arriba y abajo, introduciéndolo completamente dentro de su boca. Y mi cuerpo temblaba y mis piernas se tensaban. Y yo sentía que iba a perder la cabeza, que no quería que jamás terminase.
Comenzó a hacer presión sobre todo el cuerpo con sus labios, sin usar sus dientes y eso solo hizo que el orgasmo estuviese a punto de llegar. El segundo ya... No sabía cuántas veces me hacía llegar al clímax cuando lo hacíamos. Nunca lo había contado. Pero sabía que cada vez eran más y que hacía que llegasen antes.
No dejaba nada, en cuanto el líquido preseminal comenzaba a salir, él lo chupaba con hambre. Entonces, tiró del cable y comenzó a sacar las bolas de mi interior. Y yo... la mente se me nubló. Tal era el placer que en unos segundos llegué al clímax, en su boca, tal y como había planeado. Las sacó por completo y yo me volví a estremecer como un condenado. Le miré a los ojos, con lágrimas en los míos de puro placer, y él, con aquella sonrisa de autosuficiencia, tragó el semen -o al menos eso pareció- y se limpió la comisura de los labios.
Volvió a acercarse y a besarme, y sentí como algo salado llenaba mi boca. Ese maldito sádico me estaba haciendo tragar mi propia esencia... Y yo, como el sumiso que era, tragué sin rechistar y me relamí, pues sabía que eso le encendería aún más.
-Quiero follarte, duro.
Me dijo al oído antes de morder el lóbulo de mi oreja y arrancarme otro gemido. Yo, quise abrazarlo pero la camisa me lo impedía y me quejé levemente.
-Pero quiero jugar contigo un poco más. ¿Qué debería hacer?
Me preguntó, aunque yo sabía perfectamente que lo tenía todo planeado. Una mente tan calculadora no dejaba que las cosas ocurriesen por azar. Estaba seguro que incluso había planeado el momento de correrme.
-Hazme... -Intenté controlar mi voz y mis jadeos.- Hazme... todo lo que quieras...
Luk, sin duda iba a hacerlo. Ni siquiera había razón para decírselo. Yo era su presa y él mi depredador. Aquel día iba a devorarme. Ni siquiera tenía noción de la hora que era. Ni siquiera me importaba. Me daba igual si tenía clases o no. Simplemente quería que me poseyera aquel hombre. Mi hermano.
-¿Acaso lo dudabas?
Finalmente me preguntó dirigiéndose a uno de sus armarios y sacando una fusta, y yo supe en ese entonces que ahí venía mi castigo. Y lo esperaba con impaciencia.
Suspire cuando sentí el tacto del cuero sobre uno de mis muslos manchados con mi esencia y gemí al sentir como me dio el primer azote en éste.
-¿Sabes por qué te estoy castigando?
Me preguntó con una voz, ronca de deseo y yo asentí. Hoy le había mentido y él me había descubierto. Entonces, debía ser castigado, debía ser castigado severamente. Por favor, quería ser castigado severamente.
-Sí...
Contesté con un hilo de voz y recibí un azote en uno de mis glúteos lo cual hizo que volviese a gemir.
-¿Sí?
Me preguntó elevando una voz y acariciando mi abdomen con el extremo de la fusta. No sabía si era mi imaginación o no, pero en ese momento creí poder oler el aroma a cuero que desprendía aquel objeto.
-Sí, señor...
Me retracté y esperé el tercer azote con ansia, pero no vino. Lubricó con su saliva el otro extremo de la fusta, donde no había cuero, si no metal y el final del extremo era redondo. Yo me estremecí. Me iba a meter eso y yo lo estaba deseando.
Sin preparación -ni la necesitaba, yo mismo podía lubricar ese objeto-, me lo metió y yo volví a dejar escapar un hilo de saliva. Cerré los ojos con fuerza y mi pene una vez más se elevó y endureció.
-Ésta vez no dejaré que te corras con otra cosa que no sea yo. Si te corres, te castigaré duramente. ¿Me has entendido?
Me advirtió, y yo sabía que hablaba completamente en serio y trague saliva, por que sabía que terminaría haciéndolo.
Entonces sacó una pequeña barra de plástico y lo miré interrogante. El agarró mi pene e introdujo aquella barra. Yo me quejé y eché un poco a llorar, pero él me ordenó que guardara silencio.
-Tú solo no serás capaz de aguantarte. Considéralo una ayuda.
Y sonrió de medio lado, con superioridad y malicia. Y yo, cerrando los ojos unos segundos intenté relajarme. Sus labios volvieron a aprisionar los míos sin haberme dado cuenta e intenté corresponder como pude mientras su lengua volvía a atacar la mía. Algo tapó mis ojos, un antifaz. Y temblé levemente, más por ansiedad que por miedo. Y supe que él lo notó.
Comenzó a mover la fusta en mi interior y yo gemí con fuerza mientras aquella sensación cálida bajo mi abdomen aparecía de nuevo, anunciando que se acercaba el orgasmo. Pero no llegaba, era incapaz de llegar. Aquella estúpida barra de plástico impedía que llegara al clímax. ¿Pero qué podía hacer?
Simplemente me limité a gimotear y a rogarle que me dejase terminar, pero él contestaba con un tajante "no". Quería escuchar mis gemidos, mis quejas, mis suspiros, quería escucharme gritar. Y yo se lo proporcioné a medida que aceleraba el movimiento de la fusta que simulaba un consolador. Sentía que mis entrañas pronto explotarían, que me ardían. Pero todo eso se vio envuelto en una corriente de placer y descargas eléctricas que hacían que me olvidara del dolor. Aunque ese propio dolor era el que me proporcionaba ese mismo placer.
En un segundo, las embestidas con el objeto cesaron y mis manos fueron desatadas. Escuché como un peso muerto caía a un sillón frente a la cama. Y cuando me quité el antifaz, lo vi sentado con la fusta, indicándome que me acercase. Yo, sin rechistar, lo hice.
-¿Quieres correrte, no es así?
Me preguntó haciendo que me pusiera de rodillas frente a él. En seguida supe qué debía hacer para ganarme eso. Como ocurrió cuando le pedí ver sus mensajes y su agenda.
Asentí lentamente y lo miré con decisión a los ojos. Él me acarició el cabello y yo cerré los ojos al desabrochar su cinturón, el botón y la cremallera del pantalón de ejecutivo. Se podía ver a distancia la erección que él mismo tenía, y yo me sentí feliz de poder haber hecho que se excitara. Comencé a lamer su miembro por encima de la tela, al principio con timidez, pero finalmente lo hice con hambre.
Me lo metí en la boca, aún teniendo la ropa interior y empapé por completo la tela. Escuché como pequeños suspiros salían de su boca y eso me excitó.
Aparté la ropa interior y al descubrir su pene, me lancé a él para proporcionarle el placer que él me había proporcionado a mi.
Volví a metérmelo en la boca y mientras intentaba introducirlo todo en el interior de ésta, lo recorría con la lengua en el interior.
Luk echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, soltando de vez en cuando algún suspiro y alguna palabra que halagaba mi trabajo. Acariciaba mi cabeza lentamente mientras yo seguía chupando, y, de repente, comenzó a controlar los movimientos de mi cabeza. La empujaba hacia abajo y arriba haciendo que llegase hasta el fondo. Sentí pequeñas arcadas pero me calentaba el ser controlado de esa manera. Hubo un momento en que me sentí mareado por la rapidez con la que controlaba mi cabeza, y, cuando llegó al clímax, la empujó hacia abajo, al mismo tiempo que su semen inundaba mi boca y la llenaba por completo. Yo me eché hacia atrás y tragué y él me dedicó una sonrisa.
-Buen chico...
Se palmeó las piernas y me senté en ellas y, cuando liberó mi miembro de aquella barra infernal, me sentí en el cielo. Entonces le miré suplicante.
-¿Sí? ¿Necesitas algo?
Otra vez quería que le dijese eso, quería que se lo rogara. Y no iba a hacer nada hasta que se lo suplicase. Y eso iba a hacer por que no aguantaba más. Mi trasero necesitaba ser follado.
-Por favor... Luk... Fóllame... Fóllame ya... No puedo más...
Y Luk, satisfecho con aquella súplica, asintió y me cogió en brazos, agarrando con fuerza mi cadera. Me besó en los labios y se acercó a una de las paredes, donde apoyó mi espalda.
-Lo haré duro, Emil. No me contendré.
Me advirtió cuando se separó de mis labios y yo, jadeando por la falta de aire, le miré extasiado.
-Llevo esperando eso todo el día.
Le contesté ido de deseo y él, agarró con fuerza mis caderas y entró dentro de mi, de una sola vez y rápidamente.
Es cierto que sentí dolor en la zona baja de mi espalda, pero nada comparado con el gusto que me estaba dando. Me pegó más contra la pared y, cuando comenzó a embestirme con fuerza y rápidamente, calló mis gemidos con un gran beso. Ésta vez era diferente, devoraba mis labios, apretaba con fuerza los suyos sobre mi, y pude notar el sabor metálico de la sangre en mi boca.
Las embestidas comenzaron a ser mucho más brutales y arqueé mi espalda gritando. Gritaba su nombre, casi drogado, casi llegando al orgasmo. Tiraba de su cabello y él marcaba mi cuello con sus dientes, incluso hiriéndome.
Los dos nos habíamos convertido en animales en ese momento. Mi espalda chocaba contra la pared y me dolía, pero me gustaba.
Terminé viniéndome en abundancia, uno de los mejores orgasmos que había tenido y lo grité, junto con su nombre. Y por fin sentí como él había terminado en mi interior, llenándome. Me sentía cansado, mi cuerpo no respondía, estaba entumecido. Caí encima de mi hermano y él me agarró. No recuerdo más de aquella mañana, tarde o noche. Lo que fuese.
Al despertar, estaba vestido y tumbado en la cama de Luk. Se había marchado y me había dejado un mensaje donde únicamente ponía "Trabajo". Cuando me incorporé sentí todo mi cuerpo dolorido y tuve que volver a tumbarme.
Entonces, recibí una llamada.
-¿Emil?
Por supuesto, era la voz de Luk. Se escuchaba que estaba en el manos libres. Yo intenté estirarme como pude y bostecé.
-Acabo de despertar. ¿Cómo lo haces?
Me atreví a preguntar y únicamente recibí como respuesta una pequeña carcajada cargada de maldad.
-Ve preparándote para una segunda ronda. He comprado cosas nuevas.
Y colgó. Y yo sonreí. Me tapé la cara con la almohada y suspiré. Pese a tener el cuerpo magullado, pese a no poder casi moverme, sabía que quería más. Necesitaba más.
¿Qué nuevas cosas me habría preparado ésta vez?
