Disclaimer: Esta es una Adaptación de la novela "Esta noche" de Kate Hoffman con los personajes que son propiedad de la gran Naoko Takeuchi. Espero les guste.


Serenity Moon no le caía muy bien. Pero tenía que admitir que le encantaba cómo se movía.

Seiya Kou colocó los brazos sobre el separador de su pequeño cubículo y apoyó la barbilla entre las manos. A su alrededor, los empleados del departamento de deportes de El Herald corrían para tener a tiempo las noticias del mediodía. En ese momento, casi todos estaban tecleando frenéticamente en sus ordenadores, dando lugar al familiar golpeteo de la redacción. Seiya, uno de los principales columnistas del periódico, había visto anteriormente los titulares y había escrito ya su columna. Y como todavía no había decidido el tema del día siguiente, se encontró sin nada que hacer, salvo pensar en los atributos físicos de Serenity Moon, otra de las columnistas del periódico.

Aunque siempre iba vestida con trajes discretos y remilgadas blusas, el cuerpo que ocultaba bajo su ropa se negaba a encajar con su imagen externa. Al ver una indumentaria como aquella, uno esperaba encontrarse una espalda recta como una baqueta y unos labios apretados en permanente expresión de desaprobación.

Y, sin embargo, Serenity poseía una gracia especial; mecía las caderas al caminar y alzaba la barbilla con un atractivo gesto de desafío. Los brazos le colgaban grácilmente a ambos lados del cuerpo y al extremo de sus delicados dedos brillaban sus uñas suavemente pintadas de rosa.

Y su boca... Vaya, había algo en aquella tentadora boca que convertía cualquier palabra de amonestación que de ella saliera en algo inútil, por mucho que Serenity intentara parecer una rígida profesora. Apenas podía dominar las ganas de quitarle cada una de las horquillas que sujetaban el moño con el que se recogía su rubia melena. O de tomarla entre sus brazos y besarla hasta hacerle perder el sentido. O de lamer lentamente cada uno de sus deliciosos dedos, o de...

—Echarle mal de ojo a Serenity no te va a servir para quedarte con el despacho de la esquina.

Seiya se volvió y descubrió a Yaten Kou a su lado, con la mirada fija en su mismo objetivo.

—¿Alguna vez te has preguntado qué aspecto tiene fuera de la oficina? —le preguntó Seiya. —Por ejemplo, ¿qué se pondrá para dormir?

Serenity desapareció en el interior de su despacho y Pete estiró el cuello, intentando no perderla de vista. No conseguía comprender aquella contradicción. ¿Cómo podía una mujer ser tan condenadamente sensual, tan irresistiblemente femenina y a la vez ser tan estirada? Aquella pregunta llevaba mucho tiempo inquietándolo, pero su relación con Serenity era demasiado distante para adivinar una respuesta.

—Si de verdad tienes curiosidad por saberlo, supongo que podrías preguntárselo a Mina —le sugirió Yaten.

Mina era la mujer de Yaten, además de la directora de ventas del periódico. También era, casualmente, la mejor amiga de Serenity Moon. Mina y Yaten se habían conocido en el periódico y llevaban casados un año.

—No tengo ninguna curiosidad —mintió Seiya y rió secamente. —¿Por qué voy a tener curiosidad en Serenity Moon?

—Sabes que tiene un nombre real, ¿verdad? —dijo Yaten.

—Tsukino —musitó Seiya. —Selene Tsukino, ¿o es Serena? ¿Selena quizá? Mantuvimos algunas conversaciones hace años. Una vez cuando ocupé su sitio del aparcamiento y en otra ocasión en la que ella me acusó de haberle robado su grapadora. Incluso llegué a besarla en la fiesta de Navidad. Y creo que soy el único de la sección de deportes que lee sus notas antes de quitarlas de la puerta del refrigerador.

Realmente no podía culpar a Serenity. Como era la única columnista sobre temas de sociedad del San Francisco Herald, no encajaba en ninguna otra sección. Serenity era, en ese sentido, una especie de huérfana y le habían asignado el único despacho disponible. Y ocurría que aquel despacho estaba en la sección de deportes, aunque ambos codiciaban un enorme despacho que estaba a punto de quedar vacío y se encontraba en el otro extremo de la planta.

Diablos, Serenity podría haber tenido más éxito con sus notas en la sección de estilo. O incluso en Sucesos. Pero intentar convertir a un puñado de pendencieros periodistas de deportes en un educado grupo de compañeros de trabajo era una tarea imposible. Aun así, ella nunca dejaba de intentarlo. No había un solo mes en el que no escribiera una nota sobre las normas de etiqueta en el comedor, o acerca de la higiene del frigorífico y la cafetera. De hecho, no había una sola norma de educación que Serenity Moon no intentara imponer en la sección.

Pero la Zona Caliente se llamaba así por una buena razón.

Los periodistas y fotógrafos deportivos del Herald, hombres y mujeres, eran un grupo extraño. Cabezotas y devotos de cualquier tipo de deporte... y ajenos a toda regla de cortesía. Para observadores externos, podían parecer un puñado de adolescentes pendencieros. Pero a él le encantaba aquel ambiente en el que, además, se trabajaba siempre duramente.

Seiya dejó de lado sus pensamientos sobre Serenity Moon regañándose a sí mismo por gastar neuronas pensando en ella, y centró su atención en las competiciones del día.

Los jueves siempre había un partido de béisbol en la propia redacción. Otros días eran de hockey, de golf o de baloncesto. Aquel día competía contra Yaten Kou y su equipo de reporteros.

Miró el reloj y se dirigió al comedor para sacar la pelota y el bate del armario. Mientras agarraba el equipo, echó un vistazo al frigorífico. Había una nota nueva, escrita con la cuidada letra de Serenity. Se acercó y leyó el texto: Derechos de propiedad sobre los alimentos. Al parecer, Serenity echaba de menos un yogur desde hacía días.

Seiya agarró el papel, lo arrugó en la mano, tiró la bola de papel al aire y la golpeó con el bate. La nota de Serenity salió volando por la habitación, chocó contra la pared y cayó en la papelera.

—¡Grand slam! —Seiya alzó la mano e hizo un gesto triunfal con el brazo antes de salir de la habitación. Para cuando llegó a la Zona Caliente, los equipos ya se habían formado y esperaban expectantes que se iniciara el juego. Seiya le tiró la pelota a Yaten y gritó:

—Los perdedores pagan mañana la cerveza en el Vic.

Yaten Kou golpeó la primera pelota alto y lejos y Seiya volvió a golpearla con el bate, lanzándola directamente a la puerta abierta del despacho de Serenity Moon. Un instante después, un grito desgarraba el aire. Seiya dejó caer el bate. Los jugadores se miraron unos a otros y terminaron fijando la mirada en Seiya.

Este hizo una mueca.

—Eh, no lo he hecho a propósito. Estaba justo en línea con el campo. Si la hubiera atrapado Zafiro, no habría pasado nada —señaló al fotógrafo. —Ha sido un error.

Yaten alzó las manos en gesto de burlona rendición.

—La has tirado tú, Seiya, así que eres tú el que tiene que ir a disculparse.

Seiya maldijo suavemente. Lo último que necesitaba en aquel momento era una regañina de Serenity Moon, especialmente cuando hacía solo unos minutos estaba fantaseando sobre su boca. Quizá si lo dejaba pasar, ella se limitaría a escribir una nota. Pero el partido no podría continuar a menos que fuera a recuperar la pelota.

—Iré por ella —dijo por fin. Se sentía como cuando era niño y la Hermana Angela, la directora del colegio, lo llamaba a su despacho por haber roto un cristal de la rectoría. —Si no he vuelto dentro de cinco minutos, podéis ir a buscarme.

Cruzó la Zona Caliente y se acercó lentamente al despacho. Asomó la cabeza, esperando encontrarse a una Serenity furiosa como un tigre hambriento y dispuesta a hacerlo trizas. Pero la encontró sentada en el suelo, al lado del escritorio, frotándose la ceja izquierda con expresión dolorida. Rápidamente, se agachó a su lado y posó la mano en su tobillo.

—¿Estás bien?

Serenity alzó sus ojos azules como el agua y pestañeó. En el momento en el que sus ojos se encontraron, los pulmones de Seiya dejaron de funcionar y respirar se convirtió en una tarea imposible. Había empleado una considerable cantidad de tiempo especulando sobre la mujer que ocupaba aquel despacho, pero tenía que admitir que con el pelo revuelto y sin las gafas, estaba mucho más guapa. Su complexión no tenía un solo defecto y su perfil era prácticamente perfecto. En aquel momento, entreabría sus labios llenos para respirar. Tenía una boca hecha para ser besada... Y si se hubiera tratado de otra mujer, Seiya lo habría intentado en aquel preciso instante.

—Bombón —musitó, deslizando la mirada por sus largas piernas y sus estilizados tobillos. Se llamaba Serena Tsukino, sí. Siempre había pensado en ella como Serenity Moon, pero mientras sentía su perfume flotando en el aire y el calor de su piel bajo la palma de su mano, le resultaba imposible llamarla Serenity.

Serena se aclaró la garganta, fijó la mirada en la mano de Seiya, entrecerró los ojos y le tendió la pelota de béisbol.

—Señor Kou. Creo que esto es suyo.

Seiya forzó una sonrisa. Apartó la mano del tobillo y tomó la pelota.

—Gracias.

Serena arqueó ligeramente la ceja, con gesto desdeñoso.

—¿Y?

—¿Y? —la mente de Seiya corría toda velocidad. ¿Y qué? ¿Y muchas gracias? ¿Sería eso lo que estaba esperando? Frunció el ceño y desplazó la mirada desde la pelota de béisbol hasta sus fríos ojos. Vio entonces el ligero moratón que comenzaba a salirle bajo el ojo. —Ah, sí, y perdón — aventuró. —Lo siento, de verdad, lo siento.

Serena suavizó su expresión y él dejó escapar un sonoro suspiro de alivio.

—Gracias. Disculpa aceptada. Y, quizá, la próxima vez, pueda cerrarme la puerta antes de empezar el partido.

—Hum... —musitó Seiya, dejando que su mirada vagara por su cuerpo y deteniéndose significativamente en los botones de la blusa. Podría desabrochárselos en cuestión de segundos. En alguna parte, bajo aquella anodina indumentaria se escondía un cuerpo de mujer que, por lo que él podía apreciar, no se merecía el ser encerrado en tan conservador disfraz. Seiya apretó los puños, descartó rápidamente aquella idea y volvió a mirarla a la cara.

Serena se frotó el ojo y tomó aire. Cuando intentó levantarse, Seiya posó la mano en su hombro para que volviera a sentarse.

—No se mueva. Déjeme ver eso.

—¿Estoy sangrando?

Seiya fijó la mirada en sus ojos. En aquellos ojos tan increíblemente azules. ¿Por qué no se habría fijado antes en ellos? Eran unos ojos grandes e inocentes. Tentadores. Fascinantes. Se agolpaban en su mente toda suerte de adjetivos. Un hombre podría perderse en aquellos ojos. Por un momento, no fue capaz de concentrarse en otra cosa que no fuera el batir de sus pestañas, o la forma en la que aquel pelo rubio como la miel caía por su frente. Serena se aclaró la garganta otra vez, arrastrándolo de nuevo a la realidad.

—No, no estás sangrando. Y el moratón no tiene muy mal aspecto. Solo está de color negro y azul.

—¿Negro y azul? —gimió Serena. —No puede ser.

Seiya se encogió de hombros. Después miró el moratón más de cerca.

—Puedes ponerte un poco de maquillaje, así no se notará.

—Pero... ¡pero no puedo tener un ojo morado!

Seiya fue incapaz de contener una carcajada.

—¿Por qué? ¿Tienes una ardiente cita esta noche? —cuando vio el sonrojo que tiñó las mejillas de Serena, se maldijo en silencio. —Lo siento, no debería haberme reído.

—No, no debería —musitó. —Ha sido muy grosero.

—Jamás habría pensado que tú, quiero decir... que Serenity... Bueno, ya sabes lo que quiero decir. Jamás habría pensado que Serenity tuviera una vida social que fuera más allá de dedicarse a hacer ganchillo o jugar a las cartas.

—Yo no soy Serenity —repuso Serena, sintiéndose herida. —Y... y quizá tenga una cita esta noche. No sé por qué resulta tan difícil de creer.

Seiya le acarició suavemente la mejilla.

—Bueno, pues me temo que vas a tener que salir con un bonito ojo a la funerala como no te pongas un poco de hielo —se incorporó y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. —Te traeré un poco del frigorífico. ¿Por qué no te sientas? Y no te lo toques. No tardaré.

Serena asintió y consiguió esbozar una sonrisa de agradecimiento mientras Seiya salía a grandes zancadas del despacho. Los muchachos ya habían formado un pequeño grupo, dispuesto a acudir a su rescate.

— Serenity está bien —les dijo Seiya. —Voy a buscar algo de hielo. Le he dado en el ojo.

El miedo paralizó las expresiones de sus compañeros de trabajo que se dispersaron rápidamente antes de verse implicados en aquel accidente. Seiya agarró lo más parecido a un paquete de hielo que encontró en el frigorífico y corrió al despacho de Nora.

La encontró recostada contra el respaldo de su silla, con los ojos cerrados y las piernas estiradas.

—Toma —musitó Seiya, inclinándose sobre ella y posando la mano en el respaldo de la silla. —Esto te ayudará.

Serena abrió los ojos y miró el paquete que le ofrecía.

—Pero si es un burrito congelado. Seiya se encogió de hombros. —Alguien se olvidó de rellenar la bandeja del hielo.

Serena le quitó el burrito de la mano y se lo colocó cuidadosamente encima del ojo.

—Otra de las normas que incumplen en la oficina, dos en realidad. Se roba comida y se deja vacía la bandeja del hielo.

Seiya le cubrió la mano con la suya y ajustó el burrito sobre el ojo. Un mechón errante escapó del moño de Serena y rozó la mano de Seiya. Este fue acusadamente consciente de su suavidad.

—Sí, supongo que esa nota se habrá caído.

—Seguro que la ha tirado usted, ¿verdad? —lo acusó Serena.

—No, yo no —mintió. —Pero tienes que admitir que a veces eres un poco...

—¿Insistente? ¿Autoritaria?

—Iba a decir remilgada —replicó Seiya, retrocediendo antes de ceder a la tentación de deslizar la mano por su pelo. En realidad iba a decir agobiante, pero la vulnerabilidad que había visto en sus ojos le había hecho cambiar de opinión. De pronto, le parecía infinitamente preferible la gratitud de Serena que su desaprobación. —En esta sección no nos gustan las reglas. Las únicas que deberían existir son las del juego.

—Una sociedad civilizada necesita ciertas normas —lo contradijo. —Si tenemos que vivir juntos, tenemos que respetarnos los unos a los otros. Y las normas de etiqueta son una muestra de ese respeto.

—Pero si siguiéramos las veintisiete reglas que has pegado en el frigorífico, terminaríamos todos locos.

Serena suspiró suavemente.

—Yo no pretendía volver loco a nadie. Solo estaba intentando... ayudar.

Seiya volvió a concentrar toda su atención en su boca, y luchó contra el impulso de inclinarse y borrar con los besos el dolor que reflejaba su voz. Él había dado por sentado que Serenity era una mujer fría y calculadora por cuyas venas corría sangre de hielo. Pero Serena Tsukino no se parecía en absoluto a Serenity Moon. Claro, era una mujer casi siempre tensa y excesivamente preocupada por comportarse con propiedad. Pero bajo su pomposa fachada, se escondía una mujer suave, vulnerable y absolutamente irresistible.

—Quizá pudiera invitarte a comer. Como una forma de disculpa —le sugirió.

Serena se irguió en su asiento, se quitó el burrito del ojo y lo miró con recelo.

—¿A comer?

—Sí, ¿por qué no? Eso no va contra las normas de etiqueta, ¿no? ¿O no lo he preguntado de forma apropiada? ¿Debería haber llamado primero? ¿O quizá debería haber escrito una nota? Supongo que quizá tendría que haber enviado una invitación grabada...

Serena sacudió la cabeza. La sombra de una sonrisa asomaba a sus labios.

—Yo... no creo que sea una buena idea. Al fin y al cabo, trabajamos juntos. La gente podría hablar.

Aunque su reputación se debía más a los rumores que a los hechos, Seiya era conocido en El Herald como el Casanova de la redacción, algo de lo que, obviamente, Serenity se habría enterado. La verdad era que él no se esforzaba en absoluto en atraer a las mujeres, pero siempre tenía al menos a dos o tres pendientes de él. Aun así, desde aproximadamente hacía un año, estaba cada vez más desencantado tanto con sus citas como con la reputación que había cultivado. Desgraciadamente, su reputación parecía mantenerse y su vida personal continuaba alimentando los rumores de la oficina.

Y no era que ya no le gustaran las mujeres. Continuaba teniendo alguna cita de vez en cuando, pero quizá fuera ya demasiado viejo para aquellas escenitas de soltero. A los treinta y tres años, tampoco podía decirse que estuviera a punto de comenzar a declinar, pero había llegado a la conclusión de que una buena relación no consistía solo en disfrutar del sexo. Aunque tampoco estaba muy seguro de en qué consistía en realidad.

Seiya suspiró. En ese momento, se descubrió deseando verdaderamente almorzar con Serena Tsukino, por extraño que pudiera parecer.

—Es solo una simple comida —le dijo con una sonrisa. —¿Qué podrían decir sobre que tú y yo fuéramos a comer juntos una hamburguesa? —aunque era una pregunta retórica, volvió a advertir trazas de dolor en su expresión y comprendió inmediatamente lo que Serena había interpretado. Por supuesto, una cita con Serenity Moon no podía terminar en nada que no fuera un postre y cuentas separadas. Ella tenía una reputación que mantener. Pero su reacción no había sido la prevista y Seiya no sabía si debería disculparse o intentar expresarse de otra forma.

—Yo... no tengo hambre, pero gracias de todas formas —contestó Serena con la voz repentinamente fría y distante. Le tendió el burrito. —Toma —pasó a tutearlo sin previo aviso, —será mejor que dejes esto en el frigorífico. No me gustaría que nadie lo echara de menos.

Seiya sacudió lentamente la cabeza y tomó el burrito. Durante unos minutos, creía haber llegado a una especie de tregua con Serena, incluso pensaba que aquello podría ser el principio de una amistad. Pero después de haber metido la pata, no una, sino dos veces, iba a ser casi imposible convencerla.

—Bien —musitó. —Pero si cambias de opinión, dímelo —se acercó a la puerta y antes de salir se volvió para dirigirle una última mirada. Serena lo miraba desde detrás del escritorio con los ojos abiertos como platos. Debería haber insistido en que comiera con él, pensó Seiya, o al menos mostrarse ofendido con su negativa. Pero algo le decía que no debía quemar todos los puentes con Serena. —Te veré más tarde.

Serena asintió en silencio, tomó la última carpeta que tenía encima del escritorio y extendió ordenadamente los papeles que contenía frente a ella. Al cabo de diez segundos de sentirse ignorado, Seiya salió, cerrando la puerta tras él.

Los equipos habían vuelto a formarse en la Zona Caliente y el partido comenzaba de nuevo, con el equipo de Yaten bateando.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó Yaten.

—Al diablo si lo sé —musitó Seiya. —Normalmente comprendo bastante bien a las mujeres, pero Serenity Moon es una mujer muy complicada —ocupó su lugar en el campo y se frotó las manos contra los muslos. Su mente reproducía la sensación de la piel de Serena bajo sus dedos. No iba a ser fácil renunciar Serenity Moon, ni a Serena. Además de confusa, caprichosa y condescendiente, la encontraba increíblemente intrigante.

Y había pasado mucho tiempo desde la última vez que Seiya Kou había encontrado intrigante a una mujer.

Querida Serenity Moon.

Mi novio y yo hemos estado haciendo eso desde nuestra primera cita. El sexo es fantástico, pero ahora que se acerca la fecha de nuestra boda, me gustaría practicar el celibato para hacer de la noche de bodas algo especial. ¿Pero cómo podré convencer a mi calenturiento prometido de mi decisión?

Serena Tsukino leyó la carta repetidas veces. Tachó la palabra «calenturiento» y la sustituyó por «ardiente», después intentó encontrar alguna otra forma de referirse a «eso» sin cambiar el tono de la carta. Suspiró y se frotó la frente. Cuando había aceptado aquel trabajo tres años atrás, la habían contratado para contestar preguntas sobre las buenas maneras. Pero desde hacía seis meses, todo había cambiado.

Para entretenerse, había contestado a la pregunta de un hombre que quería saber si debería pedirle permiso a su esposa antes de tomarle prestada su ropa interior o si la lencería se consideraba un bien común en el matrimonio. Serenity había contestado con sarcasmo y desaprobación y había publicado la carta para ilustrar los límites de la verdadera etiqueta:

La única excusa de un hombre para no llevar ropa interior masculina es no llevar absolutamente nada encima», había escrito, «y los únicos lugares en los que prescindir de ella puede considerarse una opción son la ducha y la consulta del médico.

Aquella única y tonta columna había sido el fin de su vida como columnista sobre las buenas maneras. Las líneas de teléfono se habían bloqueado y llegaban cartas de admiradores de cada rincón del país. Sus lectores querían más, más suciedad, más basura, más vulgaridad. Y más reprimendas con la afilada lengua y el sutil desdén de Serena.

—Magnífica columna la de ayer.

Serena alzó la mirada. Su editor, Diamante Black se asomaba por la puerta de su despacho con una amplia sonrisa en el rostro. Aunque rara vez descendía de la décima planta, últimamente bajaba a menudo a ver a Serenity. Y aunque otro periodista más ingenuo habría pensado que empezaban a ser amigos, Serena sabía que Diamante Black no tenía amigos. Para él todo eran beneficios y oportunidades. Y quería que Serenity se mostrara de acuerdo en anunciarse en televisión.

Diamante rió suavemente.

—Sexo, eso es lo que quiere la gente. Acabo de hablar con Seattle. Quieren tu columna. Y con Biloxi y Buffalo estamos ya en negociaciones —Diamante alzó el pulgar. —Buen trabajo. Y todavía estoy esperando tu respuesta para lo de televisión.

—Gracias —musitó Serenity. Pero Diamante ya se había marchado, seguramente en busca ele otra fuente de dinero.

Para él, Serenity no era un faro en medio de un mar agitado, ni un modelo de conducta. Para él se había convertido en el signo del dólar. Cuanta más basura, más lectores. Y eso significaba más dinero para su columna. Las normas de etiqueta pertenecían al pasado, le había dicho él. Todo eso habría estado bien para la primera Serenity Moon, que había comenzado a publicar en mil novecientos veintiuno, pero el mundo estaba cambiando.

Si al menos no hubiera contestado a aquella carta... Desde entonces, Black había insistido en que escribiera al menos tres columnas a la semana dedicadas a problemas «modernos», a preguntas sobre la moralidad y las relaciones.

Con aquel repentino crecimiento de su popularidad, Serenity había llegado a convertirse en una celebridad en la ciudad. Y si en algún momento Serena tenía la sensación de estar entrometiéndose en la vida personal de sus lectores, desde luego ellos parecían más que dispuestos a meterse en la suya. Las compras, las visitas a la lavandería e incluso la sala de espera del dentista, se habían transformado en sesiones permanentes de consejos. Y sus lectores parecían apreciar la impecable conducta de Serenity incluso más que ella misma: estaba siempre pendientes de lo que hacía, siempre observándola, esperando pillarla en un desliz moral. Se suponía que Serenity tenía que ser absolutamente virtuosa.

Para asegurar la pureza de Serenity, su editor había incluido algunas cláusulas especiales en su contrato. Serenity no decía tacos ni mascaba tabaco. No podía ponerse ropas excesivamente indiscretas ni frecuentar determinados bares. Y, desde luego, no podía dormir fuera de casa. En realidad, aquella última cláusula no le había costado demasiado cumplirla. Apenas podía recordar la última vez que había conocido a un hombre en el sentido bíblico.

Serena gimió y enterró la cabeza entre las manos. Su falta de contacto con el sexo opuesto se había hecho dolorosamente evidente en su inesperada reacción al contacto de Seiya. Y desde que este había salido de su despacho, tenía serias dificultades para concentrarse en el trabajo, prefiriendo en cambio, recrearse en el color de los ojos de Seiya Kou y en el calor de su sonrisa.

Pensó en su conversación, en la inquietante reacción provocada por la mirada de Seiya sobre su cuerpo. Reprodujo mentalmente todo el incidente, intentando recordar cada una de las palabras que había dicho. «Remilgada», musitó. ¿De verdad era eso lo que pensaba de ella?

Frunció el ceño y tomó otra carta. Serena siempre había encontrado cierto confort en el mundo de Serenity, un lugar en el que las reglas eran obligaciones, en el que la gente se comportaba con propiedad y decoro. En el que canallas y picaros como Seiya Kou eran capaces de comprender lo errado de su conducta y terminaban sentando cabeza junto a una mujer.

Seiya Kou era un hombre encantador y atractivo y un réprobo confirmado. Era todo aquello contra lo que Serenity Moon predicaba: un hombre que practicaba el arte de la seducción y un experto en evitar compromisos. El típico hombre que Serenity encontraba perturbador y otras muchas mujeres irresistible.

Serenity nunca había prestado atención a los rumores que corrían por la oficina y pensaba que la mayor parte de lo que se decía eran especulaciones o puras exageraciones. Pero por los suaves gemidos y las risas disimuladas de otros miembros femeninos de la redacción, se veía obligada a creer que algunas de las cosas que habían oído eran ciertas. Al menos las suficientes para que Serena dedicara parte del día a preguntase qué le haría Seiya Kou a una mujer después de meterse en el dormitorio. Aunque nunca lo averiguaría. Cuando ambos se tomaban la molestia de comunicarse, ella trataba a Seiya Kou con desdén y Seiya la miraba con burlona diversión.

Aun así, no le resultaba difícil imaginarse el poder que ejercía sobre otras mujeres tras considerar su propia reacción a su contacto. Seiya tenía unas manos hermosas, dedos largos y fuertes y una caricia delicada. Un escalofrío le recorrió la espalda y de pronto se encontró pensando en el aspecto que tendrían aquellas manos mientras la desnudaban lentamente, lo que sería sentirlas sobre su piel... y todo el tipo de cosas que podrían desencadenar en su cuerpo.

Se rozó el labio con el dedo pulgar. Aquel no había sido el único contacto físico que habían compartido, reflexionó. La había besado una vez, en el aniversario de El Herald, justo después de que la hubieran contratado como Serenity. Aunque probablemente él ni siquiera lo recordara, la vivida imagen de aquel momento acudió a su mente: estaban debajo del muérdago, sintió su dura boca sobre sus labios y la delicada caricia de su lengua...

Había sucedido tan rápidamente, que no había podido protestar. Además, en cuanto la había besado, Serena recordaba haber abandonado toda resistencia. Cuando al final Seiya se había separado de ella, le había dirigido una tentadora sonrisa y había hecho algún comentario sobre las viejas damas y las supuestas vírgenes antes de ir a buscar otro tipo de diversiones. Serena había evocado aquel beso miles de veces en la soledad de su cama, cuando el sueño se negaba a acudir.

En ese momento, tenía otro gesto que añadir a sus fantasías. Pensó en el instante en el que Seiya había posado la mano en su tobillo, en el calor de sus dedos sobre su piel... el primer contacto físico con un hombre desde hacía tanto, tanto tiempo. Recordó cómo le había acariciado el rostro, y su cálido aliento contra su mejilla, y la intensa fragancia de su colonia...

Serena maldijo suavemente. ¿Cómo lo hacían? ¿Cómo conseguían aquellos hombres hacer perder el sentido común a una mujer? Serenity había recriminado a sus lectoras una y otra vez y ella acababa de caer en la misma trampa: había perdonado a un hombre todos sus pecados por la simple razón de que le había rozado la mano. Se acercó el teclado y su indignación comenzó a crecer con todo el espíritu de la Serenity del pasado.

Querida lectora:

Abriste la puerta del establo en tu primera cita y ahora te resulta difícil meter nuevamente al semental. Serenity cree que deberías mantenerte firme en tu decisión. El celibato es una virtud y tu cuerpo un premio que debe de ser cuidado como un tesoro. Si ese hombre no es capaz de respetar tus sentimientos, olvídate de él. Y, por favor, prométele a Serenity que no volverás a montar hasta que hayas dicho «sí, quiero.

La metáfora del caballo estaba un poco trillada, pero era típica de Serenity: ingeniosa, descarada y con un toque de sarcasmo. Serena pulsó la tecla que enviaría una copia de su columna al editor. Aunque los tiempos habían cambiado, el lenguaje que ella empleaba podría haber sido utilizado por la primera Serenity, una mujer llamada Setsuna, encargada de aconsejar sobre normas de etiqueta en los bulliciosos veinte.

Serena había sido contratada como ayudante de Serenity IV. Con una diplomatura en arte medieval, sus perspectivas de trabajo eran bastante limitadas. Pero tenía algo mucho más valioso que una licenciatura: ser miembro de una de las familias más importantes de San Francisco le proporcionaban una predisposición casi genética hacia las normas de etiqueta. Serena había nacido en Sea Cliff, el bastión de las buenas maneras.

Tras la jubilación de Serenity IV, Serena había firmado cinco años de contrato como la nueva Serenity. Había aceptado aquel trabajo porque... bueno, porque no había muchos puestos de trabajo en San Francisco para una experta en tapices medievales. Pero, además, había pensado que podría inyectar un poco de clase y buenos modales a la vida cotidiana de sus lectoras.

Se quitó las gafas, se frotó los ojos y tomó el montón de cartas que su ayudante había seleccionado para posibles columnas. Se levantó de la silla y comenzó a pasear por el despacho.

—Infidelidad —leyó en voz alta, tirando la primera carta al suelo. —Decepción —mientras iba lanzando las cartas, encontraba nuevos problemas que sustituían a los que acababa de resolver. —Enfado. Resentimiento. Fantasías Sexuales.

Serena se acercó a la ventana desde la que se veía la Zona Caliente. Curioseó a través de las tablillas de la persiana. Continuaban jugando a aquel juego estúpido y Seiya Kou estaba en medio de todos ellos. Lo vio estirarse para agarrar la pelota. La camisa se ajustaba a su torso. Y todo pensamiento razonable escapó de su mente.

—Fantasías sexuales —musitó.

De acuerdo. Quizá encontrara a Seiya Kou increíblemente atractivo, pero aquello solo era una reacción física. No tenía nada que ver con el hombre en sí, sino solo con su cuerpo. Un vientre plano y un bonito trasero no mitigaban todos sus defectos. Y tampoco su perfecto perfil, ni su pelo oscuro, siempre despeinado como si una mujer acabara de revolvérselo y peinado en una coleta baja. Y quizá tuviera una sonrisa capaz de derretir el corazón de una mujer, pero rara vez se la dedicaba a ella. Serena había oído que las mujeres encontraban irresistible su malicioso sentido del humor, aunque, cuando él se había molestado en dirigirle una gota de su encanto, ella normalmente le había respondido con alguna regañina.

—¿Alguna carta jugosa?

Serena se apartó rápidamente de la ventana y se volvió hacia la puerta, desde donde la estaba mirando Minako Aino. Avergonzada al haber sido sorprendida espiando, Serena le dirigió a su amiga una mirada de desaprobación y le tendió una carta.

—¿Tú también? ¿Ya te has unido a aquellos que consideran que la vulgaridad se traduce en más ventas?

Mina había empezado a trabajar en El Herald el mismo año que Serena y desde entonces habían sido amigas inseparables, por lo menos hasta que Mina se había casado con Yaten Kou un año atrás.

—Yo soy la directora de ventas, así que es lógico que me guste que aumenten. ¿Pero por qué estás tan nerviosa, Serenity?

—¡No me llames así! —Serena suspiró, sorprendida por su reacción a la amistosa pregunta de Mina. Se derrumbó en la silla y alzó la mirada hacia su amiga. —Cuando piensas en mí, ¿me ves como Serenity Moon o como Serena Tsukino?

Mina frunció el ceño, se sentó frente a ella y tomó una carta.

—No sé —musitó. —¿Hay alguna diferencia?

—¡Claro que haya alguna diferencia! —gritó Serena, inclinándose sobre el escritorio y arrebatándole la carta a su amiga. —¿No lo ves? —arrugó el papel, lo tiró al suelo y comenzó a pasear nerviosa por la oficina. —Yo no soy Serenity Moon. Escribo por ella, pero soy yo, no ella.

—¿Te ocurre algo?

—No, no me ocurre nada —replicó Serena, sin querer dar más explicaciones. Pero no podía seguir conteniendo su frustración. —Ella es tan ¡remilgada! —en cuanto la palabra salió de sus labios se dio cuenta de que era esa la descripción que Seiya había hecho de Serenity. —La gente espera que sea ella. Y es terriblemente difícil averiguar dónde empieza una y dónde termina la otra.

—A mucha gente le cuesta separar el trabajo de su vida personal —la consoló Mina.

—Yo... esperaba que las cosas fueran diferentes. Cuando conseguí trabajo en El Herald pensé que mi vida iba a cambiar. Me había ido de casa de mis padres, me había alejado de mi madre y había encontrado un apartamento. Esperaba que mi vida fuera más excitante. Y mírame ahora. Tengo que ponerme estos trajes y tengo que pasarme el día arrugando la nariz cuando los vulgares mortales no cumplen con sus deberes morales —lo último lo dijo al borde de la histeria y tuvo que tomar aire para tranquilizarse. —¿Cómo puedo aconsejar a la gente sobre la pasión cuando no hay pasión en mi vida?

—Bueno, eres una persona muy apasionada en tu trabajo...

—Una persona puede ser apasionada y aun así no tener pasión en su vida. Mira esas caitas. Esa gente tiene pasión. Viven siguiendo los dictados de su corazón, no los de su cerebro. Yo nunca he hecho una cosa así. Claro, ha habido algunos hombres en mi vida. Amantes, incluso. Pero jamás he sentido esa pasión sobrecogedora que te anula la razón. Eso es lo que me está volviendo loca.

Serena abrió un cajón de su escritorio y sacó una bolsa de pastillas de chocolate. Tomó un puñado y se lo metió en la boca.

—Debería detenerme —musitó con la boca llena. Serenity jamás habría hablado con la boca llena, pero Serena no estaba en ese momento para preocuparse de sus modales. —Podría volver a la universidad. Doctorarme en Historia y buscar un trabajo en París o en Roma.

—No puedes dejarlo ahora. Eres la heredera de la sabiduría de nuestras abuelas. Y ganas más dinero que ningún otro periodista de El Herald, excepto quizá Seiya Kou. Y algún día, llegarás a ser una diosa de los medios de comunicación, como Martha Stewart.

—No pronuncies ese nombre en este despacho —dijo Serena, metiéndose otro puñado de pastillas de chocolate en la boca.

—¿Martha Stewart?

—No, Seiya Kou. Es la antítesis de todo lo que Serenity Moon valora en un hombre. Es un ser variable, sin escrúpulos... ¡y por culpa suya tengo el ojo así!

Mina examinó la herida de Serena.

—¿Y a Serena Tsukino qué le parece? —preguntó intencionadamente.

Serena tosió ligeramente y estuvo a punto de atragantarse con el chocolate.

—Esto es lo que me parece: su forma de tratar a las mujeres es atroz. La promiscuidad es un rasgo que Serenity y yo detestamos.

—Acabas de hablar como lo habría hecho tu madre.

Serena gimió.

—Y también parecías un poco celosa —observó Mina. —¿Cuánto tiempo has pasado últimamente pensando en Seiya Kou desde un punto de vista romántico?

—Ninguno en absoluto —mintió Serena. Pensó en eludir el tema, pero Mina era su mejor amiga y nunca se habían ocultado nada la una a la otra. —Es solo que después de que me golpeara con una pelota de béisbol...

—¿Te ha golpeado con la pelota de béisbol?

—Sí, ha sido un accidente. Ha venido a mi despacho a disculparse y... me ha tocado. Ha sido completamente inocente, pero me he dado cuenta de que hace más de tres años que no me toca un hombre. Exactamente desde que soy Serenity Moon —suspiró. —Creo que no atraería a un hombre aunque me pusiera a bailar desnuda en Nob Hill.

Mina le palmeó cariñosamente el hombro.

—Eres una mujer muy deseable. Podrías tener a cualquier hombre que quisieras en cuanto te esforzaras un poco. ¿Cuándo fue la última vez que saliste?

— Serenity Moon no frecuenta bares — dijo Serena con sarcasmo.

—Bueno, pues quizá vaya siendo hora de que las cosas cambien un poco.

—¿Cómo?

—No sé —Mina se encogió de hombros. —Tú eres la consejera sentimental. Métete en el coro de una iglesia, apúntate a unas clases... ¿No son esas las cosas que les recomiendas a tus lectores?

—Pero en esos casos hay que esperar mucho tiempo. Y yo necesito una gratificación inmediata.

—¿No crees que estás yendo demasiado rápido?

—No me refiero a ese tipo de gratificación — respondió Serena. —Simplemente necesito saber que continúo siendo atractiva.

—Bueno, entonces eso es fácil. Esta noche saldremos y me quedaré contigo hasta que conozcas a algún hombre. Coquetearás un poco y, si quieres, lo besarás. Y si de verdad te gusta, puedes darle tu número de teléfono.

Al enfrentarse a un verdadero plan, Serena de pronto no estuvo muy segura de querer aventurarse en un territorio tan peligroso. ¿Qué ocurriría si salía y nadie se molestaba en mirarla siquiera?

—Ningún hombre querrá salir con Serenity Moon.

—No tienes por qué decir quién eres. Puedes disfrazarte, ponerte esa peluca que te compraste hace meses. Me dijiste que con ella nadie te reconocía.

Serena pestañeó. El plan de Mina parecía perfecto. Podría decir y hacer lo que quisiera, convertirse en una persona completamente diferente.

—No sé. Un disfraz en esta situación me parece un poco engañoso, ¿no crees?

—Vas a coquetear un poco, por Dios, no a vender secretos de estado a los rusos. No le harás ningún daño a nadie.

Serena consideró el plan durante algunos segundos.

—Y supongo que podría ser como un pequeño experimento. Al fin y al cabo, si tengo que aconsejar a los demás, lo menos que debo hacer es salir a ver cómo funcionan estas cosas, ¿no te parece? —miró a Mina expectante. —Entonces, ¿salimos esta noche?

Mina sonrió y sacudió la cabeza.

—De acuerdo, estate preparada para las ocho.

—¿Qué me pongo?

—Algo provocativo, por supuesto. Si llevas un traje como ese, tendrás suerte de que te hable el camarero.

De pronto, Serena empezó a dudar de la bondad del plan. Quizá debería pensárselo más detenidamente.

—No tengo nada provocativo. ¿Y a dónde iremos?

—Tienes toda la tarde para ti. Vete a comprarte un vestido nuevo. Yo le preguntaré a Yaten a dónde podemos ir. Él conoce un montón de sitios llenos de tipos disponibles —le dio a su amiga un abrazo. —Esto va a ser genial.

Y sin más, se fue corriendo, dejando a Serena en medio del despacho.

Serena tomó aire y lo soltó lentamente. De la única forma en que se sentiría realmente bien al día siguiente, sería despertándose con un hombre en la cama: un hombre de piernas largas, músculos fuertes y la única preocupación de provocarle múltiples orgasmos.

Aunque Serena estaba decidida a desprenderse de Serenity Moon no estaba segura de que pudiera ir tan lejos. Se conformaría con algo menos peligroso. Como deslumbrar a algún desconocido y darle quizá su número de teléfono. Disfrutar de una experiencia que le permitiera sentirse una mujer deseable y atractiva.

Y al final de la noche, quizá se sintiera más Serena Tsukino y menos Serenity Moon.